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October 31, 2024 11:43
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Quijote.txt
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha | |
TASA | |
Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de | |
los que residen en su Consejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por | |
los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, | |
compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho | |
libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que | |
al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, | |
en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio | |
se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho | |
libro, y no se pueda vender sin ella. Y, para que dello conste, di la | |
presente en Valladolid, a veinte días del mes de deciembre de mil y | |
seiscientos y cuatro años. | |
Juan Gallo de Andrada. | |
TESTIMONIO DE LAS ERRATAS | |
Este libro no tiene cosa digna que no corresponda a su original; en | |
testimonio de lo haber correcto, di esta fee. En el Colegio de la Madre de | |
Dios de los Teólogos de la Universidad de Alcalá, en primero de diciembre | |
de 1604 años. | |
El licenciado Francisco Murcia de la Llana. | |
EL REY | |
Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación | |
que habíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la | |
Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso, | |
nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia y facultad para le | |
poder imprimir, y previlegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la | |
nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto | |
en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática últimamente | |
por nos fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que | |
debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos, en la dicha razón; y nos | |
tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos | |
licencia y facultad para que vos, o la persona que vuestro poder hubiere, y | |
no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro, intitulado El ingenioso | |
hidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención, en todos estos nuestros | |
reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez años, que corran y se | |
cuenten desde el dicho día de la data desta nuestra cédula; so pena que la | |
persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo imprimiere o vendiere, | |
o hiciere imprimir o vender, por el mesmo caso pierda la impresión que | |
hiciere, con los moldes y aparejos della; y más, incurra en pena de | |
cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha | |
pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia | |
parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo | |
sentenciare. Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir | |
el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis al | |
nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va | |
rubricado cada plana y firmado al fin dél de Juan Gallo de Andrada, nuestro | |
Escribano de Cámara, de los que en él residen, para saber si la dicha | |
impresión está conforme el original; o traigáis fe en pública forma de cómo | |
por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha | |
impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas | |
las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren | |
impresos, para que se tase el precio que por cada volume hubiéredes de | |
haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima | |
el principio ni el primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con | |
el original al autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, | |
para efeto de la dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el dicho | |
libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y, estando | |
hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer | |
pliego, y sucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y | |
erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y | |
premáticas destos nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo, y | |
a otras cualesquier justicias dellos, guarden y cumplan esta nuestra cédula | |
y lo en ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes | |
de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años. | |
YO, EL REY. | |
Por mandado del Rey nuestro señor: | |
Juan de Amezqueta. | |
AL DUQUE DE BÉJAR, | |
marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla de | |
Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos | |
En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda | |
suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, | |
mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del | |
vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la | |
Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con | |
el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente | |
en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso | |
ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras | |
que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer | |
seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su | |
ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos | |
ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi | |
buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio. | |
Miguel de Cervantes Saavedra. | |
PRÓLOGO | |
Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este | |
libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y | |
más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al | |
orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, | |
¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la | |
historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos | |
varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en | |
una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste | |
ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los | |
campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud | |
del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren | |
fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de | |
contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el | |
amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, | |
antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por | |
agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de | |
Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi | |
con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que | |
perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su | |
pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío | |
como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el | |
rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi | |
manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y | |
obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te | |
pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien | |
que dijeres della. | |
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la | |
inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios | |
que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, | |
aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer | |
esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, | |
y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, | |
con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano | |
en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, | |
gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó | |
la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que | |
había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que | |
ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero. | |
-Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo | |
legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha | |
que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a | |
cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada | |
de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin | |
acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo | |
que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de | |
sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que | |
admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos | |
y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino | |
que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en | |
esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado | |
destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un | |
regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo | |
qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores | |
sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras | |
del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o | |
Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de | |
carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos | |
autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas | |
celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo | |
sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que | |
tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío -proseguí-, | |
yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en | |
la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como | |
le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia | |
y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme | |
buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la | |
suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para | |
ponerme en ella la que de mí habéis oído. | |
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en | |
una carga de risa, me dijo: | |
-Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he | |
estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he | |
tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo | |
que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que | |
es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan | |
tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el | |
vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? | |
A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y | |
penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme | |
atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras | |
dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y | |
acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro | |
famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante. | |
-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis | |
llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión? | |
A lo cual él dijo: | |
-Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os | |
faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se | |
puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después | |
los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al | |
Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que | |
hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere | |
algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta | |
verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, | |
no os han de cortar la mano con que lo escribistes. | |
»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las | |
sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino | |
hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos | |
sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; | |
como será poner, tratando de libertad y cautiverio: | |
Non bene pro toto libertas venditur auro. | |
Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes | |
del poder de la muerte, acudir luego con: | |
Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, | |
Regumque turres. | |
Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros | |
luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de | |
curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem | |
dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, | |
acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la | |
instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico: | |
Donec eris felix, multos numerabis amicos, | |
tempora si fuerint nubila, solus eris. | |
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que | |
el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. | |
»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo | |
podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, | |
hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi | |
nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o | |
Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en | |
el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el | |
capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros | |
hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en | |
vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa | |
anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; | |
tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los | |
muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de | |
oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la | |
sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os | |
prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de | |
crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, | |
Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el | |
mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os | |
dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de | |
la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y | |
si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a | |
Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más | |
ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino | |
que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la | |
vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las | |
anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y | |
de gastar cuatro pliegos en el fin del libro. | |
»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, | |
que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque | |
no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde | |
la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en | |
vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca | |
necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá | |
alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la | |
simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo | |
menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad | |
al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o | |
no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en | |
la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de | |
aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra | |
los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo | |
nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus | |
fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones | |
de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la | |
confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para | |
qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género | |
de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo | |
tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, | |
cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, | |
pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y | |
cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no | |
hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la | |
Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de | |
santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas | |
y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; | |
pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, | |
dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. | |
Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a | |
risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se | |
admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de | |
alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal | |
fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de | |
muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco. | |
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal | |
manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las | |
aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual | |
verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en | |
hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar | |
tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la | |
Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del | |
campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente | |
caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo | |
no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble | |
y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que | |
tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te | |
doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros | |
vanos de caballerías están esparcidas. | |
Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale. | |
AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Urganda la desconocida | |
Si de llegarte a los bue-, | |
libro, fueres con letu-, | |
no te dirá el boquirru- | |
que no pones bien los de-. | |
Mas si el pan no se te cue- | |
por ir a manos de idio-, | |
verás de manos a bo-, | |
aun no dar una en el cla-, | |
si bien se comen las ma- | |
por mostrar que son curio-. | |
Y, pues la expiriencia ense- | |
que el que a buen árbol se arri- | |
buena sombra le cobi-, | |
en Béjar tu buena estre- | |
un árbol real te ofre- | |
que da príncipes por fru-, | |
en el cual floreció un du- | |
que es nuevo Alejandro Ma-: | |
llega a su sombra, que a osa- | |
favorece la fortu-. | |
De un noble hidalgo manche- | |
contarás las aventu-, | |
a quien ociosas letu-, | |
trastornaron la cabe-: | |
damas, armas, caballe-, | |
le provocaron de mo-, | |
que, cual Orlando furio-, | |
templado a lo enamora-, | |
alcanzó a fuerza de bra- | |
a Dulcinea del Tobo-. | |
No indiscretos hieroglí- | |
estampes en el escu-, | |
que, cuando es todo figu-, | |
con ruines puntos se envi-. | |
Si en la dirección te humi-, | |
no dirá, mofante, algu-: | |
''¡Qué don Álvaro de Lu-, | |
qué Anibal el de Carta-, | |
qué rey Francisco en Espa- | |
se queja de la Fortu-!'' | |
Pues al cielo no le plu- | |
que salieses tan ladi- | |
como el negro Juan Lati-, | |
hablar latines rehú-. | |
No me despuntes de agu-, | |
ni me alegues con filó-, | |
porque, torciendo la bo-, | |
dirá el que entiende la le-, | |
no un palmo de las ore-: | |
''¿Para qué conmigo flo-?'' | |
No te metas en dibu-, | |
ni en saber vidas aje-, | |
que, en lo que no va ni vie-, | |
pasar de largo es cordu-. | |
Que suelen en caperu- | |
darles a los que grace-; | |
mas tú quémate las ce- | |
sólo en cobrar buena fa-; | |
que el que imprime neceda- | |
dalas a censo perpe-. | |
Advierte que es desati-, | |
siendo de vidrio el teja-, | |
tomar piedras en las ma- | |
para tirar al veci-. | |
Deja que el hombre de jui-, | |
en las obras que compo-, | |
se vaya con pies de plo-; | |
que el que saca a luz pape- | |
para entretener donce- | |
escribe a tontas y a lo-. | |
AMADÍS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Soneto | |
Tú, que imitaste la llorosa vida | |
que tuve, ausente y desdeñado sobre | |
el gran ribazo de la Peña Pobre, | |
de alegre a penitencia reducida; | |
tú, a quien los ojos dieron la bebida | |
de abundante licor, aunque salobre, | |
y alzándote la plata, estaño y cobre, | |
te dio la tierra en tierra la comida, | |
vive seguro de que eternamente, | |
en tanto, al menos, que en la cuarta esfera, | |
sus caballos aguije el rubio Apolo, | |
tendrás claro renombre de valiente; | |
tu patria será en todas la primera; | |
tu sabio autor, al mundo único y solo. | |
DON BELIANÍS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Soneto | |
Rompí, corté, abollé, y dije y hice | |
más que en el orbe caballero andante; | |
fui diestro, fui valiente, fui arrogante; | |
mil agravios vengué, cien mil deshice. | |
Hazañas di a la Fama que eternice; | |
fui comedido y regalado amante; | |
fue enano para mí todo gigante, | |
y al duelo en cualquier punto satisfice. | |
Tuve a mis pies postrada la Fortuna, | |
y trajo del copete mi cordura | |
a la calva Ocasión al estricote. | |
Más, aunque sobre el cuerno de la luna | |
siempre se vio encumbrada mi ventura, | |
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote! | |
LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO | |
Soneto | |
¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, | |
por más comodidad y más reposo, | |
a Miraflores puesto en el Toboso, | |
y trocara sus Londres con tu aldea! | |
¡Oh, quién de tus deseos y librea | |
alma y cuerpo adornara, y del famoso | |
caballero que hiciste venturoso | |
mirara alguna desigual pelea! | |
¡Oh, quién tan castamente se escapara | |
del señor Amadís como tú hiciste | |
del comedido hidalgo don Quijote! | |
Que así envidiada fuera, y no envidiara, | |
y fuera alegre el tiempo que fue triste, | |
y gozara los gustos sin escote. | |
GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE | |
Soneto | |
Salve, varón famoso, a quien Fortuna, | |
cuando en el trato escuderil te puso, | |
tan blanda y cuerdamente lo dispuso, | |
que lo pasaste sin desgracia alguna. | |
Ya la azada o la hoz poco repugna | |
al andante ejercicio; ya está en uso | |
la llaneza escudera, con que acuso | |
al soberbio que intenta hollar la luna. | |
Envidio a tu jumento y a tu nombre, | |
y a tus alforjas igualmente invidio, | |
que mostraron tu cuerda providencia. | |
Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre, | |
que a solo tú nuestro español Ovidio | |
con buzcorona te hace reverencia. | |
DEL DONOSO, POETA ENTREVERADO, A SANCHO PANZA Y ROCINANTE | |
Soy Sancho Panza, escude- | |
del manchego don Quijo-. | |
Puse pies en polvoro-, | |
por vivir a lo discre-; | |
que el tácito Villadie- | |
toda su razón de esta- | |
cifró en una retira-, | |
según siente Celesti-, | |
libro, en mi opinión, divi- | |
si encubriera más lo huma-. | |
A Rocinante | |
Soy Rocinante, el famo- | |
bisnieto del gran Babie-. | |
Por pecados de flaque-, | |
fui a poder de un don Quijo-. | |
Parejas corrí a lo flo-; | |
mas, por uña de caba-, | |
no se me escapó ceba-; | |
que esto saqué a Lazari- | |
cuando, para hurtar el vi- | |
al ciego, le di la pa-. | |
ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Soneto | |
Si no eres par, tampoco le has tenido: | |
que par pudieras ser entre mil pares; | |
ni puede haberle donde tú te hallares, | |
invito vencedor, jamás vencido. | |
Orlando soy, Quijote, que, perdido | |
por Angélica, vi remotos mares, | |
ofreciendo a la Fama en sus altares | |
aquel valor que respetó el olvido. | |
No puedo ser tu igual; que este decoro | |
se debe a tus proezas y a tu fama, | |
puesto que, como yo, perdiste el seso. | |
Mas serlo has mío, si al soberbio moro | |
y cita fiero domas, que hoy nos llama | |
iguales en amor con mal suceso. | |
EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Soneto | |
A vuestra espada no igualó la mía, | |
Febo español, curioso cortesano, | |
ni a la alta gloria de valor mi mano, | |
que rayo fue do nace y muere el día. | |
Imperios desprecié; la monarquía | |
que me ofreció el Oriente rojo en vano | |
dejé, por ver el rostro soberano | |
de Claridiana, aurora hermosa mía. | |
Améla por milagro único y raro, | |
y, ausente en su desgracia, el propio infierno | |
temió mi brazo, que domó su rabia. | |
Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro, | |
por Dulcinea sois al mundo eterno, | |
y ella, por vos, famosa, honesta y sabia. | |
DE SOLISDÁN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Soneto | |
Maguer, señor Quijote, que sandeces | |
vos tengan el cerbelo derrumbado, | |
nunca seréis de alguno reprochado | |
por home de obras viles y soeces. | |
Serán vuesas fazañas los joeces, | |
pues tuertos desfaciendo habéis andado, | |
siendo vegadas mil apaleado | |
por follones cautivos y raheces. | |
Y si la vuesa linda Dulcinea | |
desaguisado contra vos comete, | |
ni a vuesas cuitas muestra buen talante, | |
en tal desmán, vueso conorte sea | |
que Sancho Panza fue mal alcagüete, | |
necio él, dura ella, y vos no amante. | |
DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE | |
Soneto | |
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado? | |
R. Porque nunca se come, y se trabaja. | |
B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja? | |
R. No me deja mi amo ni un bocado. | |
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado, | |
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja. | |
R. Asno se es de la cuna a la mortaja. | |
¿Queréislo ver? Miraldo enamorado. | |
B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia. | |
B. Metafísico estáis. R. Es que no como. | |
B. Quejaos del escudero. R. No es bastante. | |
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, | |
si el amo y escudero o mayordomo | |
son tan rocines como Rocinante? | |
Primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha | |
Capítulo primero. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo | |
don Quijote de la Mancha | |
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho | |
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, | |
rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, | |
salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los | |
viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres | |
partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de | |
velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de | |
entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una | |
ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, | |
y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la | |
podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de | |
complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo | |
de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, | |
que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; | |
aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba | |
Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración | |
dél no se salga un punto de la verdad. | |
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba | |
ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con | |
tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la | |
caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad | |
y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para | |
comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos | |
cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como | |
los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su | |
prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más | |
cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en | |
muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se | |
hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la | |
vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de | |
vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen | |
merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. | |
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por | |
entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las | |
entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba | |
muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se | |
imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de | |
tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con | |
todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella | |
inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle | |
fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, | |
y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo | |
estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era | |
hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: | |
Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del | |
mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si | |
alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, | |
porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero | |
melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le | |
iba en zaga. | |
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las | |
noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, | |
del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino | |
a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los | |
libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, | |
heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y | |
asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella | |
máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no | |
había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz | |
había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero | |
de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos | |
fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, | |
porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la | |
industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre | |
los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de | |
aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él | |
solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos | |
de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos | |
topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, | |
según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de | |
Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura. | |
En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento | |
que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y | |
necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su | |
república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus | |
armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que | |
él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo | |
género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, | |
cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor | |
de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan | |
agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se | |
dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. | |
Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus | |
bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que | |
estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor | |
que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de | |
encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de | |
cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían | |
una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y | |
podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos | |
golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una | |
semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho | |
pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, | |
poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó | |
satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la | |
diputó y tuvo por celada finísima de encaje. | |
Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más | |
tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció | |
que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. | |
Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según | |
se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y | |
tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba | |
acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de | |
caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón | |
que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase | |
famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio | |
que ya profesaba. Y así, después de muchos nombres que formó, borró y | |
quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin | |
le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y | |
significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora | |
era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. | |
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, | |
y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don | |
Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autores desta tan | |
verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, | |
como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no | |
sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el | |
nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, | |
así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y | |
llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al | |
vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. | |
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su | |
rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra | |
cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante | |
sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él | |
a sí: | |
-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por | |
ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros | |
andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, | |
finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle | |
presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga | |
con voz humilde y rendido: ''Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, | |
señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el | |
jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me | |
mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza | |
disponga de mí a su talante''? | |
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, | |
y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, | |
que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen | |
parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, | |
ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a | |
ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, | |
buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se | |
encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del | |
Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y | |
peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas | |
había puesto. | |
Capítulo II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el | |
ingenioso don Quijote | |
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en | |
efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía | |
en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, | |
tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y | |
deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su | |
intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno | |
de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre | |
Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su | |
lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo | |
contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su | |
buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento | |
terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue | |
que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley | |
de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, | |
puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, | |
sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos | |
pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su | |
locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del | |
primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según | |
él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, | |
pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un | |
armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que | |
aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de | |
las aventuras. | |
Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo | |
mesmo y diciendo: | |
-¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la | |
verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere | |
no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, | |
desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la | |
ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y | |
apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían | |
saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, | |
dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del | |
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero | |
don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso | |
caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de | |
Montiel». | |
Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: | |
-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas | |
hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y | |
pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, | |
quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina | |
historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno | |
mío en todos mis caminos y carreras! | |
Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: | |
-¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!, mucho agravio me | |
habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de | |
mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de | |
membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor | |
padece. | |
Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus | |
libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, | |
caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que | |
fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. | |
Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo | |
cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer | |
experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la | |
primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la | |
de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, | |
y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él anduvo | |
todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y | |
muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría | |
algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese | |
remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde | |
iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, | |
sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar, | |
y llegó a ella a tiempo que anochecía. | |
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, | |
las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche | |
acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto | |
pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que | |
había leído, luego que vio la venta, se le representó que era un castillo | |
con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su | |
puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes | |
castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía | |
castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando | |
que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna | |
trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que se | |
tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se | |
llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos destraídas mozas que allí | |
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas | |
damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto, | |
sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una | |
manada de puercos -que, sin perdón, así se llaman- tocó un cuerno, a cuya | |
señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que | |
deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con | |
estraño contento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron | |
venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de | |
miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su | |
huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y | |
polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo: | |
-No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden | |
de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a | |
tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran. | |
Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la | |
mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan | |
fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don | |
Quijote vino a correrse y a decirles: | |
-Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa | |
que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni | |
mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros. | |
El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro | |
caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy | |
adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy | |
gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada | |
de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no | |
estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. | |
Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de | |
hablarle comedidamente; y así, le dijo: | |
-Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque | |
en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha | |
abundancia. | |
Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le | |
pareció a él el ventero y la venta, respondió: | |
-Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque | |
mis arreos son las armas, | |
mi descanso el pelear, etc. | |
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle | |
parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de la | |
playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que | |
estudiantado paje; y así, le respondió: | |
-Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, | |
siempre velar; y siendo así, bien se puede apear, con seguridad de hallar | |
en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más | |
en una noche. | |
Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con | |
mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había | |
desayunado. | |
Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque | |
era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le | |
pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole | |
en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban | |
desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, | |
aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron | |
desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada | |
con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los | |
ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda | |
aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña | |
figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que | |
aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales | |
señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire: | |
-Nunca fuera caballero | |
de damas tan bien servido | |
como fuera don Quijote | |
cuando de su aldea vino: | |
doncellas curaban dél; | |
princesas, del su rocino, | |
o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don | |
Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta | |
que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza | |
de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido | |
causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que | |
las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo | |
descubra el deseo que tengo de serviros. | |
Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían | |
palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa. | |
-Cualquiera yantaría yo -respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, | |
me haría mucho al caso. | |
A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino | |
unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía | |
bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle | |
si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que | |
dalle a comer. | |
-Como haya muchas truchuelas -respondió don Quijote-, podrán servir de una | |
trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una | |
pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas | |
como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. | |
Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no | |
se puede llevar sin el gobierno de las tripas. | |
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el | |
huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan | |
negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle | |
comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía | |
poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía; y ansí, | |
una de aquellas señoras servía deste menester. Mas, al darle de beber, no | |
fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un | |
cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía | |
en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. | |
Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos; y, así | |
como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual | |
acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que | |
le servían con música, y que el abadejo eran truchas; el pan, candeal; y | |
las rameras, damas; y el ventero, castellano del castillo, y con esto daba | |
por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era | |
el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner | |
legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería. | |
Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en | |
armarse caballero | |
Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la | |
cual acabada, llamó al ventero, y, encerrándose con él en la caballeriza, | |
se hincó de rodillas ante él, diciéndole: | |
-No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la | |
vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en | |
alabanza vuestra y en pro del género humano. | |
El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, | |
estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con | |
él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le | |
otorgaba el don que le pedía. | |
-No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío | |
-respondió don Quijote-; y así, os digo que el don que os he pedido, y de | |
vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana en aquel día me | |
habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro | |
castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que | |
tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del | |
mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo | |
de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a | |
semejantes fazañas es inclinado. | |
El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos | |
barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando | |
acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, | |
determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en | |
lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los | |
caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia | |
mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a | |
aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus | |
aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, | |
Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de | |
Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y | |
otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, | |
sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, | |
deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, | |
dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda | |
España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, | |
donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los | |
caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por | |
la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en | |
pago de su buen deseo. | |
Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder | |
velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, | |
en caso de necesidad, él sabía que se podían velar dondequiera, y que | |
aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana, | |
siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias, de manera que él | |
quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el | |
mundo. | |
Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, | |
porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que | |
ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba; que, | |
puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a | |
los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan | |
necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se | |
había de creer que no los trujeron; y así, tuviese por cierto y averiguado | |
que todos los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y | |
atestados, llevaban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese | |
sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de | |
ungüentos para curar las heridas que recebían, porque no todas veces en los | |
campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los | |
curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que luego | |
los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano | |
con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, | |
luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno | |
hubiesen tenido. Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los | |
pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de | |
dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para | |
curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, | |
que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas | |
alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, | |
como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión | |
semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros | |
andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como | |
a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí | |
adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán | |
bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase. | |
Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda | |
puntualidad; y así, se dio luego orden como velase las armas en un corral | |
grande que a un lado de la venta estaba; y, recogiéndolas don Quijote | |
todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y, embrazando su | |
adarga, asió de su lanza y con gentil continente se comenzó a pasear | |
delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche. | |
Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su | |
huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. | |
Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronselo a mirar desde | |
lejos, y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, | |
arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen | |
espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la | |
luna, que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el | |
novel caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de | |
los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue | |
menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el | |
cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: | |
-¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las | |
armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada!, mira lo que haces | |
y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento. | |
No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque | |
fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojó gran | |
trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo, y, | |
puesto el pensamiento -a lo que pareció- en su señora Dulcinea, dijo: | |
-Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro | |
avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance | |
vuestro favor y amparo. | |
Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la | |
lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, | |
que le derribó en el suelo, tan maltrecho que, si segundara con otro, no | |
tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas y | |
tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin | |
saberse lo que había pasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó | |
otro con la mesma intención de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitar | |
las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin | |
pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza, y, | |
sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque | |
se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre | |
ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga, y, puesta | |
mano a su espada, dijo: | |
-¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío! | |
Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo | |
caballero, que tamaña aventura está atendiendo. | |
Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todos los | |
arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los | |
heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras | |
sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía, se reparaba con su adarga, | |
y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero | |
daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que | |
por loco se libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las | |
daba, mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del | |
castillo era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía | |
que se tratasen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la | |
orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía: | |
-Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, | |
venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que | |
lleváis de vuestra sandez y demasía. | |
Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los | |
que le acometían; y, así por esto como por las persuasiones del ventero, le | |
dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de sus | |
armas con la misma quietud y sosiego que primero. | |
No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó | |
abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra | |
desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia | |
que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; | |
pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le | |
había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba | |
de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado | |
caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía | |
noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se | |
podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las | |
armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más, que él había | |
estado más de cuatro. Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba | |
allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que | |
pudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no | |
pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le | |
mandase, a quien por su respeto dejaría. | |
Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde | |
asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela | |
que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde | |
don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su | |
manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó | |
la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma | |
espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que | |
rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, | |
la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester | |
poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las | |
proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. | |
Al ceñirle la espada, dijo la buena señora: | |
-Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en | |
lides. | |
Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante | |
a quién quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle | |
alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella | |
respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un | |
remendón natural de Toledo que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y | |
que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don | |
Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante | |
se pusiese don y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió, y la otra le | |
calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de | |
la espada: preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que | |
era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don | |
Quijote que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos | |
servicios y mercedes. | |
Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no | |
vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; | |
y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y, abrazando a su huésped, le | |
dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado | |
caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya | |
fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, | |
respondió a las suyas, y, sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a | |
la buen hora. | |
Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la | |
venta | |
La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan | |
gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le | |
reventaba por las cinchas del caballo. Mas, viniéndole a la memoria los | |
consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había | |
de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a | |
su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recebir | |
a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito | |
para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a | |
Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, con tanta | |
gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. | |
No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la | |
espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de | |
persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: | |
-Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone | |
ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y | |
donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son | |
de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda. | |
Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que | |
las voces salían. Y, a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una | |
yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo | |
arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba; y no | |
sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador | |
de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo. | |
Porque decía: | |
-La lengua queda y los ojos listos. | |
Y el muchacho respondía: | |
-No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra | |
vez; y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. | |
Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: | |
-Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; | |
subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una | |
lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os | |
haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo. | |
El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la | |
lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió: | |
-Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que | |
me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el | |
cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y, porque castigo su | |
descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la | |
soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. | |
-¿"Miente", delante de mí, ruin villano? -dijo don Quijote-. Por el sol que | |
nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle | |
luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y | |
aniquile en este punto. Desatadlo luego. | |
El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al | |
cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve | |
meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que | |
montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los | |
desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que | |
para el paso en que estaba y juramento que había hecho -y aún no había | |
jurado nada-, que no eran tantos, porque se le habían de descontar y | |
recebir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado y un real de dos | |
sangrías que le habían hecho estando enfermo. | |
-Bien está todo eso -replicó don Quijote-, pero quédense los zapatos y las | |
sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado; que si él rompió el | |
cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su | |
cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se | |
la habéis sacado; ansí que, por esta parte, no os debe nada. | |
-El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase | |
Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. | |
-¿Irme yo con él? -dijo el muchacho-. Mas, ¡mal año! No, señor, ni por | |
pienso; porque, en viéndose solo, me desuelle como a un San Bartolomé. | |
-No hará tal -replicó don Quijote-: basta que yo se lo mande para que me | |
tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha | |
recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. | |
-Mire vuestra merced, señor, lo que dice -dijo el muchacho-, que este mi | |
amo no es caballero ni ha recebido orden de caballería alguna; que es Juan | |
Haldudo el rico, el vecino del Quintanar. | |
-Importa eso poco -respondió don Quijote-, que Haldudos puede haber | |
caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras. | |
-Así es verdad -dijo Andrés-; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues | |
me niega mi soldada y mi sudor y trabajo? | |
-No niego, hermano Andrés -respondió el labrador-; y hacedme placer de | |
veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay | |
en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun | |
sahumados. | |
-Del sahumerio os hago gracia -dijo don Quijote-; dádselos en reales, que | |
con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, | |
por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que | |
os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis | |
saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, | |
sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de | |
agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo | |
prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada. | |
Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó | |
dellos. Siguióle el labrador con los ojos, y, cuando vio que había | |
traspuesto del bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés y | |
díjole: | |
-Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel | |
deshacedor de agravios me dejó mandado. | |
-Eso juro yo -dijo Andrés-; y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en | |
cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que, | |
según es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que | |
vuelva y ejecute lo que dijo! | |
-También lo juro yo -dijo el labrador-; pero, por lo mucho que os quiero, | |
quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. | |
Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos | |
azotes, que le dejó por muerto. | |
-Llamad, señor Andrés, ahora -decía el labrador- al desfacedor de agravios, | |
veréis cómo no desface aquéste; aunque creo que no está acabado de hacer, | |
porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades. | |
Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para | |
que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, | |
jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle | |
punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las | |
setenas. Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó | |
riendo. | |
Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, | |
contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto | |
principio a sus caballerías, con gran satisfación de sí mismo iba caminando | |
hacia su aldea, diciendo a media voz: | |
-Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh | |
sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener | |
sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan | |
nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, | |
como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha | |
desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la | |
crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan | |
sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante. | |
En esto, llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a | |
la imaginación las encrucejadas donde los caballeros andantes se ponían a | |
pensar cuál camino de aquéllos tomarían, y, por imitarlos, estuvo un rato | |
quedo; y, al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda a Rocinante, | |
dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, | |
que fue el irse camino de su caballeriza. | |
Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel | |
de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que | |
iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con | |
otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los | |
divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por | |
imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en | |
sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y así, | |
con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la | |
lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo | |
esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales | |
los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, | |
levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: | |
-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el | |
mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par | |
Dulcinea del Toboso. | |
Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraña figura | |
del que las decía; y, por la figura y por las razones, luego echaron de ver | |
la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella | |
confesión que se les pedía, y uno dellos, que era un poco burlón y muy | |
mucho discreto, le dijo: | |
-Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que | |
decís; mostrádnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, | |
de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte | |
vuestra nos es pedida. | |
-Si os la mostrara -replicó don Quijote-, ¿qué hiciérades vosotros en | |
confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo | |
habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo | |
sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno, | |
como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y | |
mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en | |
la razón que de mi parte tengo. | |
-Señor caballero -replicó el mercader-, suplico a vuestra merced, en nombre | |
de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos | |
nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, | |
y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y | |
Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de | |
esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se | |
sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra | |
merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte | |
que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro | |
le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra | |
merced, diremos en su favor todo lo que quisiere. | |
-No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera-; | |
no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no | |
es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero | |
vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad | |
como es la de mi señora. | |
Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había | |
dicho, con tanta furia y enojo que, si la buena suerte no hiciera que en la | |
mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido | |
mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el | |
campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la | |
lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, | |
entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: | |
-¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, | |
sino de mi caballo, estoy aquí tendido. | |
Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien | |
intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo | |
sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegándose a él, tomó la | |
lanza, y, después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a | |
nuestro don Quijote tantos palos que, a despecho y pesar de sus armas, le | |
molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le | |
dejase, pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta | |
envidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los demás trozos de la | |
lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda | |
aquella tempestad de palos que sobre él vía, no cerraba la boca, amenazando | |
al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían. | |
Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar | |
en todo él del pobre apaleado. El cual, después que se vio solo, tornó a | |
probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, | |
¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, | |
pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, y | |
toda la atribuía a la falta de su caballo, y no era posible levantarse, | |
según tenía brumado todo el cuerpo. | |
Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro | |
caballero | |
Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su | |
ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros; y trújole su | |
locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando | |
Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no | |
ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos; y, con todo | |
esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a | |
él que le venía de molde para el paso en que se hallaba; y así, con | |
muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir | |
con debilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del | |
bosque: | |
-¿Donde estás, señora mía, | |
que no te duele mi mal? | |
O no lo sabes, señora, | |
o eres falsa y desleal. | |
Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que | |
dicen: | |
-¡Oh noble marqués de Mantua, | |
mi tío y señor carnal! | |
Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí | |
un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga | |
de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a | |
él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente se | |
quejaba. Don Quijote creyó, sin duda, que aquél era el marqués de Mantua, | |
su tío; y así, no le respondió otra cosa si no fue proseguir en su romance, | |
donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante | |
con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta. | |
El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitándole la | |
visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro, que | |
le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y | |
le dijo: | |
-Señor Quijana -que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no | |
había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante-, ¿quién ha puesto a | |
vuestra merced desta suerte? | |
Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen | |
hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía | |
alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del | |
suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer | |
caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, | |
y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al | |
asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates | |
que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y | |
quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba | |
unos suspiros que los ponía en el cielo; de modo que de nuevo obligó a que | |
el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el | |
diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, | |
en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, | |
cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó | |
cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a | |
preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y | |
razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del | |
mesmo modo que él había leído la historia en La Diana, de Jorge de | |
Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el | |
labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por | |
donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al | |
pueblo, por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga | |
arenga. Al cabo de lo cual, dijo: | |
-Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa | |
que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, | |
hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni | |
verán en el mundo. | |
A esto respondió el labrador: | |
-Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de | |
Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra | |
merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor | |
Quijana. | |
-Yo sé quién soy -respondió don Quijote-; y sé que puedo ser no sólo los | |
que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve | |
de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por | |
sí hicieron, se aventajarán las mías. | |
En estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que | |
anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no | |
viesen al molido hidalgo tan mal caballero. Llegada, pues, la hora que le | |
pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual halló | |
toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran | |
grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces: | |
-¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez -que así se | |
llamaba el cura-, de la desgracia de mi señor? Tres días ha que no parecen | |
él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza ni las armas. ¡Desventurada de | |
mí!, que me doy a entender, y así es ello la verdad como nací para morir, | |
que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de | |
ordinario le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir | |
muchas veces, hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante e | |
irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y | |
a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado | |
entendimiento que había en toda la Mancha. | |
La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más: | |
-Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas | |
veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados | |
libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales, | |
arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a | |
cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había | |
muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del | |
cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la | |
batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y | |
sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le | |
había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me | |
tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates | |
de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha | |
llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos, que | |
bien merecen ser abrasados, como si fuesen de herejes. | |
-Esto digo yo también -dijo el cura-, y a fee que no se pase el día de | |
mañana sin que dellos no se haga acto público y sean condenados al fuego, | |
porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe | |
de haber hecho. | |
Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de | |
entender el labrador la enfermedad de su vecino; y así, comenzó a decir a | |
voces: | |
-Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, | |
que viene malferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el | |
valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera. | |
A estas voces salieron todos, y, como conocieron los unos a su amigo, las | |
otras a su amo y tío, que aún no se había apeado del jumento, porque no | |
podía, corrieron a abrazarle. Él dijo: | |
-Ténganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo. Llévenme a | |
mi lecho y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate | |
de mis feridas. | |
-¡Mirá, en hora maza -dijo a este punto el ama-, si me decía a mí bien mi | |
corazón del pie que cojeaba mi señor! Suba vuestra merced en buen hora, | |
que, sin que venga esa Hurgada, le sabremos aquí curar. ¡Malditos, digo, | |
sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal han | |
parado a vuestra merced! | |
Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron | |
ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída | |
con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más | |
desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra. | |
-¡Ta, ta! -dijo el cura-. ¿Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada, que | |
yo los queme mañana antes que llegue la noche. | |
Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra | |
cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le | |
importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del | |
modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con los | |
disparates que al hallarle y al traerle había dicho; que fue poner más | |
deseo en el licenciado de hacer lo que otro día hizo, que fue llamar a su | |
amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a casa de don Quijote, | |
Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero | |
hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo | |
el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento | |
donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena | |
gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien | |
cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así | |
como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó | |
luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: | |
-Tome vuestra merced, señor licenciado: rocíe este aposento, no esté aquí | |
algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en | |
pena de las que les queremos dar echándolos del mundo. | |
Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le | |
fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues | |
podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. | |
-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han | |
sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y | |
hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y | |
allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. | |
Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de | |
aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera | |
los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los | |
cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: | |
-Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue | |
el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han | |
tomado principio y origen déste; y así, me parece que, como a dogmatizador | |
de una secta tan mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego. | |
-No, señor -dijo el barbero-, que también he oído decir que es el mejor de | |
todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único | |
en su arte, se debe perdonar. | |
-Así es verdad -dijo el cura-, y por esa razón se le otorga la vida por | |
ahora. Veamos esotro que está junto a él. | |
-Es -dijo el barbero- las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de | |
Gaula. | |
-Pues, en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad del | |
padre. Tomad, señora ama: abrid esa ventana y echadle al corral, y dé | |
principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. | |
Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando | |
al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. | |
-Adelante -dijo el cura. | |
-Este que viene -dijo el barbero- es Amadís de Grecia; y aun todos los | |
deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís. | |
-Pues vayan todos al corral -dijo el cura-; que, a trueco de quemar a la | |
reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las | |
endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que | |
me engendró, si anduviera en figura de caballero andante. | |
-De ese parecer soy yo -dijo el barbero. | |
-Y aun yo -añadió la sobrina. | |
-Pues así es -dijo el ama-, vengan, y al corral con ellos. | |
Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por | |
la ventana abajo. | |
-¿Quién es ese tonel? -dijo el cura. | |
-Éste es -respondió el barbero- Don Olivante de Laura. | |
-El autor de ese libro -dijo el cura- fue el mesmo que compuso a Jardín de | |
flores; y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más | |
verdadero, o, por decir mejor, menos mentiroso; sólo sé decir que éste irá | |
al corral por disparatado y arrogante. | |
-Éste que se sigue es Florimorte de Hircania -dijo el barbero. | |
-¿Ahí está el señor Florimorte? -replicó el cura-. Pues a fe que ha de | |
parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y sonadas | |
aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. | |
Al corral con él y con esotro, señora ama. | |
-Que me place, señor mío -respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo | |
que le era mandado. | |
-Éste es El Caballero Platir -dijo el barbero. | |
-Antiguo libro es éste -dijo el cura-, y no hallo en él cosa que merezca | |
venia. Acompañe a los demás sin réplica. | |
Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El | |
Caballero de la Cruz. | |
-Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su | |
ignorancia; mas también se suele decir: "tras la cruz está el diablo"; vaya | |
al fuego. | |
Tomando el barbero otro libro, dijo: | |
-Éste es Espejo de caballerías. | |
-Ya conozco a su merced -dijo el cura-. Ahí anda el señor Reinaldos de | |
Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce | |
Pares, con el verdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por | |
condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte | |
de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el | |
cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en | |
otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su | |
idioma, le pondré sobre mi cabeza. | |
-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo. | |
-Ni aun fuera bien que vos le entendiérades -respondió el cura-, y aquí le | |
perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho | |
castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos | |
aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por | |
mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto | |
que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro, y | |
todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y | |
depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de | |
hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí y a otro | |
llamado Roncesvalles; que éstos, en llegando a mis manos, han de estar en | |
las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna. | |
Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, | |
por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, | |
que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio | |
que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín | |
de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo: | |
-Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las | |
cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa | |
única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los | |
despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta | |
Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, | |
porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un | |
discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda | |
son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que | |
guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y | |
entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, | |
que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin | |
hacer más cala y cata, perezcan. | |
-No, señor compadre -replicó el barbero-; que éste que aquí tengo es el | |
afamado Don Belianís. | |
-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen | |
necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es | |
menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras | |
impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término | |
ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o | |
de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no | |
los dejéis leer a ninguno. | |
-Que me place -respondió el barbero. | |
Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que | |
tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta | |
ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela, | |
por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó | |
por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del | |
barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía: Historia | |
del famoso caballero Tirante el Blanco. | |
-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté Tirante | |
el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un | |
tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de | |
Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el | |
caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el | |
alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y | |
embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de | |
Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, | |
es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y | |
mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas | |
de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo | |
que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, | |
que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y | |
leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho. | |
-Así será -respondió el barbero-; pero, ¿qué haremos destos pequeños libros | |
que quedan? | |
-Éstos -dijo el cura- no deben de ser de caballerías, sino de poesía. | |
Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, | |
creyendo que todos los demás eran del mesmo género: | |
-Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el | |
daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin | |
perjuicio de tercero. | |
-¡Ay señor! -dijo la sobrina-, bien los puede vuestra merced mandar quemar, | |
como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío | |
de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos, se le antojase de hacerse | |
pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, lo que | |
sería peor, hacerse poeta; que, según dicen, es enfermedad incurable y | |
pegadiza. | |
-Verdad dice esta doncella -dijo el cura-, y será bien quitarle a nuestro | |
amigo este tropiezo y ocasión delante. Y, pues comenzamos por La Diana de | |
Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo | |
aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos | |
los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser | |
primero en semejantes libros. | |
-Éste que se sigue -dijo el barbero- es La Diana llamada segunda del | |
Salmantino; y éste, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo. | |
-Pues la del Salmantino -respondió el cura-, acompañe y acreciente el | |
número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si | |
fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, | |
que se va haciendo tarde. | |
-Este libro es -dijo el barbero, abriendo otro- Los diez libros de Fortuna | |
de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo. | |
-Por las órdenes que recebí -dijo el cura-, que, desde que Apolo fue Apolo, | |
y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado | |
libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el | |
más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo; y el que | |
no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. | |
Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una | |
sotana de raja de Florencia. | |
Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo: | |
-Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y | |
Desengaños de celos. | |
-Pues no hay más que hacer -dijo el cura-, sino entregarlos al brazo seglar | |
del ama; y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar. | |
-Este que viene es El Pastor de Fílida. | |
-No es ése pastor -dijo el cura-, sino muy discreto cortesano; guárdese | |
como joya preciosa. | |
-Este grande que aquí viene se intitula -dijo el barbero- Tesoro de varias | |
poesías. | |
-Como ellas no fueran tantas -dijo el cura-, fueran más estimadas; menester | |
es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus | |
grandezas tiene. Guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de | |
otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito. | |
-Éste es -siguió el barbero- El Cancionero de López Maldonado. | |
-También el autor de ese libro -replicó el cura- es grande amigo mío, y sus | |
versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz | |
con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo | |
bueno fue mucho: guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que | |
está junto a él? | |
-La Galatea, de Miguel de Cervantes -dijo el barbero. | |
-Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más | |
versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; | |
propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que | |
promete; quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora | |
se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra | |
posada, señor compadre. | |
-Que me place -respondió el barbero-. Y aquí vienen tres, todos juntos: La | |
Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de | |
Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano. | |
-Todos esos tres libros -dijo el cura- son los mejores que, en verso | |
heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más | |
famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene | |
España. | |
Cansóse el cura de ver más libros; y así, a carga cerrada, quiso que todos | |
los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba | |
Las lágrimas de Angélica. | |
-Lloráralas yo -dijo el cura en oyendo el nombre- si tal libro hubiera | |
mandado quemar; porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no | |
sólo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de | |
Ovidio. | |
Capítulo VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de | |
la Mancha | |
Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo: | |
-Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí es menester mostrar la fuerza de | |
vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo. | |
Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio | |
de los demás libros que quedaban; y así, se cree que fueron al fuego, sin | |
ser vistos ni oídos, La Carolea y León de España, con Los Hechos del | |
Emperador, compuestos por don Luis de Ávila, que, sin duda, debían de estar | |
entre los que quedaban; y quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan | |
rigurosa sentencia. | |
Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y | |
proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a | |
todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. | |
Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y, después que hubo | |
sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo: | |
-Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos | |
llamamos doce Pares dejar, tan sin más ni más, llevar la vitoria deste | |
torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros | |
ganado el prez en los tres días antecedentes. | |
-Calle vuestra merced, señor compadre -dijo el cura-, que Dios será servido | |
que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda | |
vuestra merced a su salud por agora, que me parece que debe de estar | |
demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido. | |
-Ferido no -dijo don Quijote-, pero molido y quebrantado, no hay duda en | |
ello; porque aquel bastardo de don Roldán me ha molido a palos con el | |
tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el | |
opuesto de sus valentías. Mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán si, | |
en levantándome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus | |
encantamentos; y, por agora, tráiganme de yantar, que sé que es lo que más | |
me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo. | |
Hiciéronlo ansí: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos, | |
admirados de su locura. | |
Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en | |
toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos | |
archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador; y así, | |
se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por | |
pecadores. | |
Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el | |
mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, | |
porque cuando se levantase no los hallase -quizá quitando la causa, cesaría | |
el efeto-, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el | |
aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días se | |
levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a | |
ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le había dejado, | |
andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la | |
puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, | |
sin decir palabra; pero, al cabo de una buena pieza, preguntó a su ama que | |
hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba | |
bien advertida de lo que había de responder, le dijo: | |
-¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni | |
libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo. | |
-No era diablo -replicó la sobrina-, sino un encantador que vino sobre una | |
nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, | |
apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento, y no | |
sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el | |
tejado, y dejó la casa llena de humo; y, cuando acordamos a mirar lo que | |
dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy | |
bien a mí y al ama que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en | |
altas voces que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos | |
libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se | |
vería. Dijo también que se llamaba el sabio Muñatón. | |
-Frestón diría -dijo don Quijote. | |
-No sé -respondió el ama- si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó | |
en tón su nombre. | |
-Así es -dijo don Quijote-; que ése es un sabio encantador, grande enemigo | |
mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de | |
venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a | |
quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar, y | |
por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo que | |
mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado. | |
-¿Quién duda de eso? -dijo la sobrina-. Pero, ¿quién le mete a vuestra | |
merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en | |
su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar | |
que muchos van por lana y vuelven tresquilados? | |
-¡Oh sobrina mía -respondió don Quijote-, y cuán mal que estás en la | |
cuenta! Primero que a mí me tresquilen, tendré peladas y quitadas las | |
barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello. | |
No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la | |
cólera. | |
Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar | |
muestras de querer segundar sus primeros devaneos, en los cuales días pasó | |
graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que | |
él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros | |
andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura | |
algunas veces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba este | |
artificio, no había poder averiguarse con él. | |
En este tiempo, solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de | |
bien -si es que este título se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca | |
sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y | |
prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de | |
escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir | |
con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, | |
en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador | |
della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba | |
el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. | |
Dio luego don Quijote orden en buscar dineros; y, vendiendo una cosa y | |
empeñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. | |
Acomodóse asimesmo de una rodela, que pidió prestada a un su amigo, y, | |
pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho | |
del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase | |
de lo que viese que más le era menester. Sobre todo le encargó que llevase | |
alforjas; e dijo que sí llevaría, y que ansimesmo pensaba llevar un asno | |
que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho a andar mucho a pie. En lo | |
del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún | |
caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le | |
vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinó que le llevase, con | |
presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo ocasión | |
para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. | |
Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo | |
que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse | |
Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche | |
se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron | |
tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían | |
aunque los buscasen. | |
Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su | |
bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le | |
había prometido. Acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que | |
el que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, | |
por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque, por | |
ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les | |
fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo: | |
-Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que | |
de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por grande que | |
sea. | |
A lo cual le respondió don Quijote: | |
-Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los | |
caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las | |
ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte | |
tan agradecida usanza; antes, pienso aventajarme en ella: porque ellos | |
algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen | |
viejos; y, ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores | |
noches, les daban algún título de conde, o, por lo mucho, de marqués, de | |
algún valle o provincia de poco más a menos; pero, si tú vives y yo vivo, | |
bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino que tuviese | |
otros a él adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno | |
dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales | |
caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te | |
podría dar aún más de lo que te prometo. | |
-De esa manera -respondió Sancho Panza-, si yo fuese rey por algún milagro | |
de los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutiérrez, mi oíslo, | |
vendría a ser reina, y mis hijos infantes. | |
-Pues, ¿quién lo duda? -respondió don Quijote. | |
-Yo lo dudo -replicó Sancho Panza-; porque tengo para mí que, aunque | |
lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la | |
cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para | |
reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda. | |
-Encomiéndalo tú a Dios, Sancho -respondió don Quijote-, que Él dará lo que | |
más le convenga, pero no apoques tu ánimo tanto, que te vengas a contentar | |
con menos que con ser adelantado. | |
-No lo haré, señor mío -respondió Sancho-; y más teniendo tan principal amo | |
en vuestra merced, que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo | |
pueda llevar. | |
Capítulo VIII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la | |
espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros | |
sucesos dignos de felice recordación | |
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel | |
campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: | |
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, | |
porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos | |
más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a | |
todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es | |
buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre | |
la faz de la tierra. | |
-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza. | |
-Aquellos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los | |
suelen tener algunos de casi dos leguas. | |
-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no | |
son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son | |
las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. | |
-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las | |
aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte | |
en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual | |
batalla. | |
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las | |
voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, | |
eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él | |
iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero | |
Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, | |
iba diciendo en voces altas: | |
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que | |
os acomete. | |
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a | |
moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: | |
-Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis | |
de pagar. | |
Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, | |
pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con | |
la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió | |
con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el | |
aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, | |
llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho | |
por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su | |
asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio | |
con él Rocinante. | |
-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase | |
bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía | |
ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? | |
-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que las cosas de la guerra, | |
más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, | |
y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los | |
libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su | |
vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de | |
poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. | |
-Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza. | |
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio | |
despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino | |
del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar | |
de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino | |
que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su | |
escudero, le dijo: | |
-Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de | |
Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina | |
un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó | |
tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus | |
decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca. | |
Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare | |
pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y | |
pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de | |
haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán | |
ser creídas. | |
-A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced | |
lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe | |
de ser del molimiento de la caída. | |
-Así es la verdad -respondió don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es | |
porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, | |
aunque se le salgan las tripas por ella. | |
-Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios | |
si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le | |
doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que | |
tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros | |
andantes eso del no quejarse. | |
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le | |
declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con | |
ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de | |
caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su | |
amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le | |
antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su | |
jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba | |
caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en | |
cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más | |
regalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera | |
menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le | |
hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar | |
buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen. | |
En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno | |
dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, | |
y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda | |
aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por | |
acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros | |
pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, | |
entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza, | |
que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se | |
la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, | |
los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, | |
muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al | |
levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche | |
antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de | |
remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, | |
como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su | |
comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le | |
descubrieron. | |
-Aquí -dijo, en viéndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter | |
las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, | |
aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu | |
espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y | |
gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren | |
caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de | |
caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero. | |
-Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien | |
obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de | |
meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a | |
defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las | |
divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere | |
agraviarle. | |
-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra | |
caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus. | |
-Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan | |
bien como el día del domingo. | |
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de | |
San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos | |
mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás | |
dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y | |
dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una | |
señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a | |
las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque | |
iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su | |
escudero: | |
-O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; | |
porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin | |
duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel | |
coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío. | |
-Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, señor, que | |
aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente | |
pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le | |
engañe. | |
-Ya te he dicho, Sancho -respondió don Quijote-, que sabes poco de achaque | |
de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. | |
Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde | |
los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le | |
podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: | |
-Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas | |
que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta | |
muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. | |
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura | |
de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: | |
-Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos | |
religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este | |
coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas. | |
-Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida | |
canalla -dijo don Quijote. | |
Y, sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió | |
contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se | |
dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun | |
malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que | |
trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y | |
comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. | |
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su | |
asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto | |
dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. | |
Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos | |
de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no | |
sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que | |
ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche | |
venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle | |
pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo | |
sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, | |
todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a | |
caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba | |
aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer | |
aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, | |
haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. | |
Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, | |
diciéndole: | |
-La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le | |
viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el | |
suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y, porque no penéis por saber el | |
nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la | |
Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa | |
doña Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis | |
recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte | |
os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he | |
fecho. | |
Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche | |
acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el | |
coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, | |
se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua | |
castellana y peor vizcaína, desta manera: | |
-Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas | |
coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. | |
Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: | |
-Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y | |
atrevimiento, cautiva criatura. | |
A lo cual replicó el vizcaíno: | |
-¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza | |
arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! | |
Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes que | |
mira si otra dices cosa. | |
-¡Ahora lo veredes, dijo Agrajes! -respondió don Quijote. | |
Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y | |
arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, | |
que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de | |
las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa | |
sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de | |
donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el | |
uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente | |
quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal | |
trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había | |
de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del | |
coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase | |
de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en | |
el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote | |
encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, | |
le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel | |
desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo: | |
-¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este | |
vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este | |
riguroso trance se halla! | |
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y | |
el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de | |
aventurarlo todo a la de un golpe solo. | |
El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo | |
su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y así, le aguardó | |
bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra | |
parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía | |
dar un paso. | |
Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la | |
espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le | |
aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos | |
los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder | |
de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y | |
las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas | |
las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su | |
escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. | |
Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente | |
el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más | |
escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es | |
verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa | |
historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido | |
tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos | |
o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y | |
así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible | |
historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se | |
contará en la segunda parte. | |
Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha | |
Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el | |
gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron | |
Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso | |
don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos | |
furibundos fendientes, tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos | |
se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y | |
que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa | |
historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que | |
della faltaba. | |
Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se | |
volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo | |
mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento. Parecióme cosa | |
imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le | |
hubiese faltado algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas | |
hazañas, cosa que no faltó a ninguno de los caballeros andantes, | |
de los que dicen las gentes | |
que van a sus aventuras, | |
porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, como de molde, que no | |
solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos | |
pensamientos y niñerías, por más escondidas que fuesen; y no había de ser | |
tan desdichado tan buen caballero, que le faltase a él lo que sobró a | |
Platir y a otros semejantes. Y así, no podía inclinarme a creer que tan | |
gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a | |
la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el | |
cual, o la tenía oculta o consumida. | |
Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan | |
modernos como Desengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares, que | |
también su historia debía de ser moderna; y que, ya que no estuviese | |
escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella | |
circunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y | |
verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso español don | |
Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero | |
que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y | |
ejercicio de las andantes armas, y al desfacer agravios, socorrer viudas, | |
amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y | |
con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; | |
que, si no era que algún follón, o algún villano de hacha y capellina, o | |
algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos | |
que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de | |
tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había | |
parido. Digo, pues, que, por estos y otros muchos respetos, es digno | |
nuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas; y aun a mí no | |
se me deben negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin | |
desta agradable historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la | |
fortuna no me ayudan, el mundo quedará falto y sin el pasatiempo y gusto | |
que bien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, | |
pues, el hallarla en esta manera: | |
Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos | |
cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, | |
aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural | |
inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con | |
caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no | |
los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado | |
que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, | |
aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, | |
la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en | |
las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír. | |
Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía | |
aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y | |
él, sin dejar la risa, dijo: | |
-Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del | |
Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor | |
mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha". | |
Cuando yo oí decir "Dulcinea del Toboso", quedé atónito y suspenso, porque | |
luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de | |
don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, | |
haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que | |
decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete | |
Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para | |
disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del | |
libro; y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y | |
cartapacios por medio real; que, si él tuviera discreción y supiera lo que | |
yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la | |
compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, | |
y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don | |
Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, | |
ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y | |
dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con | |
mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la | |
mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y | |
medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere. | |
Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don | |
Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia | |
cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la | |
almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de | |
alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título | |
que decía: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y | |
a los pies de Rocinante estaba otro que decía: Don Quijote. Estaba | |
Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y | |
flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al | |
descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el | |
nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro | |
a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, | |
y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, | |
el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre | |
de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces | |
la historia. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son | |
de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la | |
historia; que ninguna es mala como sea verdadera. | |
Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá | |
ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de | |
aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes | |
se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí me | |
parece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las | |
alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en | |
silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los | |
historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el | |
interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del | |
camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito | |
de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, | |
advertencia de lo por venir. En ésta sé que se hallará todo lo que se | |
acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para | |
mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del | |
sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, comenzaba desta | |
manera: | |
Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y | |
enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a | |
la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenían. Y el | |
primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue | |
dado con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el | |
camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa | |
contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena | |
suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su | |
contrario, de modo que, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo | |
otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte | |
de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina | |
vino al suelo, dejándole muy maltrecho. | |
¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia | |
que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella | |
manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los | |
estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia | |
descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre | |
la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él | |
una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por | |
los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin | |
duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de | |
los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible | |
golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en | |
tierra. | |
Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y, como lo vio caer, | |
saltó de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y, poniéndole la | |
punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le | |
cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder | |
palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras | |
del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, | |
no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese | |
tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A lo cual | |
don Quijote respondió, con mucho entono y gravedad: | |
-Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me | |
pedís; mas ha de ser con una condición y concierto, y es que este caballero | |
me ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante | |
la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su | |
voluntad. | |
La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don | |
Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el | |
escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado. | |
-Pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía | |
bien merecido. | |
Capítulo X. De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno, y del | |
peligro en que se vio con una turba de yangüeses | |
Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los | |
mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor don | |
Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que | |
en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo | |
había prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía | |
a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo; y antes que subiese se | |
hincó de rodillas delante dél, y, asiéndole de la mano, se la besó y le | |
dijo: | |
-Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de | |
la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado; que, por grande que | |
sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro | |
que haya gobernado ínsulas en el mundo. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
-Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no | |
son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana | |
otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Tened paciencia, que | |
aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino | |
más adelante. | |
Agradecióselo mucho Sancho, y, besándole otra vez la mano y la falda de la | |
loriga, le ayudó a subir sobre Rocinante; y él subió sobre su asno y | |
comenzó a seguir a su señor, que, a paso tirado, sin despedirse ni hablar | |
más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. | |
Seguíale Sancho a todo el trote de su jumento, pero caminaba tanto | |
Rocinante que, viéndose quedar atrás, le fue forzoso dar voces a su amo que | |
se aguardase. Hízolo así don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante | |
hasta que llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo: | |
-Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia; que, | |
según quedó maltrecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den | |
noticia del caso a la Santa Hermandad y nos prendan; y a fe que si lo | |
hacen, que primero que salgamos de la cárcel que nos ha de sudar el hopo. | |
-Calla -dijo don Quijote-. Y ¿dónde has visto tú, o leído jamás, que | |
caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que | |
hubiese cometido? | |
-Yo no sé nada de omecillos -respondió Sancho-, ni en mi vida le caté a | |
ninguno; sólo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en | |
el campo, y en esotro no me entremeto. | |
-Pues no tengas pena, amigo -respondió don Quijote-, que yo te sacaré de | |
las manos de los caldeos, cuanto más de las de la Hermandad. Pero dime, por | |
tu vida: ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de | |
la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío | |
en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más | |
maña en el derribar? | |
-La verdad sea -respondió Sancho- que yo no he leído ninguna historia | |
jamás, porque ni sé leer ni escrebir; mas lo que osaré apostar es que más | |
atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi | |
vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo | |
dicho. Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha | |
sangre de esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en | |
las alforjas. | |
-Todo eso fuera bien escusado -respondió don Quijote- si a mí se me | |
acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, que con sola una | |
gota se ahorraran tiempo y medicinas. | |
-¿Qué redoma y qué bálsamo es ése? -dijo Sancho Panza. | |
-Es un bálsamo -respondió don Quijote- de quien tengo la receta en la | |
memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar | |
morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más | |
que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por | |
medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte | |
del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que | |
la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, | |
advirtiendo de encajallo igualmente y al justo; luego me darás a beber | |
solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que | |
una manzana. | |
-Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la | |
prometida ínsula, y no quiero otra cosa, en pago de mis muchos y buenos | |
servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor; | |
que para mí tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales, y no | |
he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es | |
de saber agora si tiene mucha costa el hacelle. | |
-Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres -respondió don | |
Quijote. | |
-¡Pecador de mí! -replicó Sancho-. ¿Pues a qué aguarda vuestra merced a | |
hacelle y a enseñármele? | |
-Calla, amigo -respondió don Quijote-, que mayores secretos pienso | |
enseñarte y mayores mercedes hacerte; y, por agora, curémonos, que la oreja | |
me duele más de lo que yo quisiera. | |
Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento. Mas, cuando don Quijote llegó | |
a ver rota su celada, pensó perder el juicio, y, puesta la mano en la | |
espada y alzando los ojos al cielo, dijo: | |
-Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro | |
Evangelios, donde más largamente están escritos, de hacer la vida que hizo | |
el grande marqués de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino | |
Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar, y | |
otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, | |
hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo. | |
Oyendo esto Sancho, le dijo: | |
-Advierta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo | |
que se le dejó ordenado de irse a presentar ante mi señora Dulcinea del | |
Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y no merece otra pena si no | |
comete nuevo delito. | |
-Has hablado y apuntado muy bien -respondió don Quijote-; y así, anulo el | |
juramento en cuanto lo que toca a tomar dél nueva venganza; pero hágole y | |
confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite | |
por fuerza otra celada tal y tan buena como ésta a algún caballero. Y no | |
pienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien | |
imitar en ello; que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de | |
Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante. | |
-Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío -replicó | |
Sancho-; que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la | |
conciencia. Si no, dígame ahora: si acaso en muchos días no topamos hombre | |
armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el juramento, a | |
despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir | |
vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenía el | |
juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced | |
quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estos | |
caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo | |
no traen celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de | |
su vida. | |
-Engáñaste en eso -dijo don Quijote-, porque no habremos estado dos horas | |
por estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron | |
sobre Albraca a la conquista de Angélica la Bella. | |
-Alto, pues; sea ansí -dijo Sancho-, y a Dios prazga que nos suceda bien, y | |
que se llegue ya el tiempo de ganar esta ínsula que tan cara me cuesta, y | |
muérame yo luego. | |
-Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno; que, cuando | |
faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca o el de Soliadisa, que te | |
vendrán como anillo al dedo; y más, que, por ser en tierra firme, te debes | |
más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas | |
alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde | |
alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho; porque yo te voto | |
a Dios que me va doliendo mucho la oreja. | |
-Aquí trayo una cebolla, y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de | |
pan -dijo Sancho-, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente | |
caballero como vuestra merced. | |
-¡Qué mal lo entiendes! -respondió don Quijote-. Hágote saber, Sancho, que | |
es honra de los caballeros andantes no comer en un mes; y, ya que coman, | |
sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si | |
hubieras leído tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas, en | |
todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes | |
comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, | |
y los demás días se los pasaban en flores. Y, aunque se deja entender que | |
no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, | |
porque, en efeto, eran hombres como nosotros, hase de entender también que, | |
andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin | |
cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como | |
las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a | |
mí me da gusto. Ni querrás tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería | |
andante de sus quicios. | |
-Perdóneme vuestra merced -dijo Sancho-; que, como yo no sé leer ni | |
escrebir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la | |
profesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo proveeré las alforjas de | |
todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí | |
las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia. | |
-No digo yo, Sancho -replicó don Quijote-, que sea forzoso a los caballeros | |
andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más | |
ordinario sustento debía de ser dellas, y de algunas yerbas que hallaban | |
por los campos, que ellos conocían y yo también conozco. | |
-Virtud es -respondió Sancho- conocer esas yerbas; que, según yo me voy | |
imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento. | |
Y, sacando, en esto, lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y | |
compaña. Pero, deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con | |
mucha brevedad su pobre y seca comida. Subieron luego a caballo, y diéronse | |
priesa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero faltóles el sol, y | |
la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos | |
cabreros, y así, determinaron de pasarla allí; que cuanto fue de pesadumbre | |
para Sancho no llegar a poblado, fue de contento para su amo dormirla al | |
cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer | |
un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería. | |
Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros | |
Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; y, habiendo Sancho, lo mejor | |
que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que | |
despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un | |
caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban | |
en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque | |
los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles | |
de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los | |
dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la | |
redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, | |
habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se | |
sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don | |
Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de | |
cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo: | |
-Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y | |
cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de | |
venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi | |
lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa | |
conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por | |
donde yo bebiere; porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo | |
que del amor se dice: que todas las cosas iguala. | |
-¡Gran merced! -dijo Sancho-; pero sé decir a vuestra merced que, como yo | |
tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas | |
como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho | |
mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin melindres ni respetos, aunque | |
sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso | |
mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si | |
me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen | |
consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme | |
por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo | |
escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más | |
cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien recebidas, las | |
renuncio para desde aquí al fin del mundo. | |
-Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le | |
ensalza. | |
Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase. | |
No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros | |
andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus | |
huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. | |
Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de | |
bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si | |
fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque | |
andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de | |
noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. | |
Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de | |
bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes | |
razones: | |
-Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron | |
nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de | |
hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga | |
alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos | |
palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; | |
a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro | |
trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que | |
liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las | |
claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y | |
transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo | |
hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas | |
abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha | |
de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin | |
otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con | |
que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, | |
no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz | |
entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada | |
reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra | |
primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de | |
su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a | |
los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y | |
hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en | |
cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir | |
honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; | |
y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro | |
y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas | |
verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas | |
y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas | |
invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban | |
los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y | |
manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para | |
encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la | |
verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que | |
la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto | |
ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había | |
sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, | |
ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo | |
dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura | |
y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y | |
propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está | |
segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de | |
Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la | |
maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con | |
todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los | |
tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros | |
andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los | |
huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a | |
quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi | |
escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a | |
favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber | |
vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la | |
voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra. | |
Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo nuestro | |
caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la | |
edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, | |
que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron | |
escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a | |
menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado | |
de un alcornoque. | |
Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual, | |
uno de los cabreros dijo: | |
-Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero | |
andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle | |
solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará | |
mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y | |
que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay | |
más que desear. | |
Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el | |
son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de | |
hasta veinte y dos años, de muy buena gracia. Preguntáronle sus compañeros | |
si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho los | |
ofrecimientos le dijo: | |
-De esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, | |
porque vea este señor huésped que tenemos quien; también por los montes y | |
selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus buenas habilidades, y | |
deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y así, te ruego por tu | |
vida que te sientes y cantes el romance de tus amores que te compuso el | |
beneficiado tu tío, que en el pueblo ha parecido muy bien. | |
-Que me place -respondió el mozo. | |
Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una desmochada | |
encina, y, templando su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia, | |
comenzó a cantar, diciendo desta manera: | |
Antonio | |
-Yo sé, Olalla, que me adoras, | |
puesto que no me lo has dicho | |
ni aun con los ojos siquiera, | |
mudas lenguas de amoríos. | |
Porque sé que eres sabida, | |
en que me quieres me afirmo; | |
que nunca fue desdichado | |
amor que fue conocido. | |
Bien es verdad que tal vez, | |
Olalla, me has dado indicio | |
que tienes de bronce el alma | |
y el blanco pecho de risco. | |
Mas allá entre tus reproches | |
y honestísimos desvíos, | |
tal vez la esperanza muestra | |
la orilla de su vestido. | |
Abalánzase al señuelo | |
mi fe, que nunca ha podido, | |
ni menguar por no llamado, | |
ni crecer por escogido. | |
Si el amor es cortesía, | |
de la que tienes colijo | |
que el fin de mis esperanzas | |
ha de ser cual imagino. | |
Y si son servicios parte | |
de hacer un pecho benigno, | |
algunos de los que he hecho | |
fortalecen mi partido. | |
Porque si has mirado en ello, | |
más de una vez habrás visto | |
que me he vestido en los lunes | |
lo que me honraba el domingo. | |
Como el amor y la gala | |
andan un mesmo camino, | |
en todo tiempo a tus ojos | |
quise mostrarme polido. | |
Dejo el bailar por tu causa, | |
ni las músicas te pinto | |
que has escuchado a deshoras | |
y al canto del gallo primo. | |
No cuento las alabanzas | |
que de tu belleza he dicho; | |
que, aunque verdaderas, hacen | |
ser yo de algunas malquisto. | |
Teresa del Berrocal, | |
yo alabándote, me dijo: | |
''Tal piensa que adora a un ángel, | |
y viene a adorar a un jimio; | |
merced a los muchos dijes | |
y a los cabellos postizos, | |
y a hipócritas hermosuras, | |
que engañan al Amor mismo''. | |
Desmentíla y enojóse; | |
volvió por ella su primo: | |
desafióme, y ya sabes | |
lo que yo hice y él hizo. | |
No te quiero yo a montón, | |
ni te pretendo y te sirvo | |
por lo de barraganía; | |
que más bueno es mi designio. | |
Coyundas tiene la Iglesia | |
que son lazadas de sirgo; | |
pon tú el cuello en la gamella; | |
verás como pongo el mío. | |
Donde no, desde aquí juro, | |
por el santo más bendito, | |
de no salir destas sierras | |
sino para capuchino. | |
Con esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogó que | |
algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para | |
dormir que para oír canciones. Y ansí, dijo a su amo: | |
-Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta | |
noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no | |
permite que pasen las noches cantando. | |
-Ya te entiendo, Sancho -le respondió don Quijote-; que bien se me trasluce | |
que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música. | |
-A todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondió Sancho. | |
-No lo niego -replicó don Quijote-, pero acomódate tú donde quisieres, que | |
los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo | |
esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va | |
doliendo más de lo que es menester. | |
Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, | |
le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se | |
sanase. Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, | |
las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se | |
la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina; y así | |
fue la verdad. | |
Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote | |
Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el | |
bastimento, y dijo: | |
-¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? | |
-¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos. | |
-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor | |
estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de | |
aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla | |
que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. | |
-Por Marcela dirás -dijo uno. | |
-Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su | |
testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al | |
pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es fama, | |
y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y | |
también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se | |
han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A | |
todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que | |
también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar | |
nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo | |
alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos | |
los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran | |
pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a | |
lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar. | |
-Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-; y echaremos suertes a | |
quién ha de quedar a guardar las cabras de todos. | |
-Bien dices, Pedro -dijo uno-; aunque no será menester usar de esa | |
diligencia, que yo me quedaré por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a | |
poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro | |
día me pasó este pie. | |
-Con todo eso, te lo agradecemos -respondió Pedro. | |
Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora | |
aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era | |
un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el | |
cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales | |
había vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído. | |
-«Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que | |
pasan, allá en el cielo, el sol y la luna; porque puntualmente nos decía el | |
cris del sol y de la luna.» | |
-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares | |
mayores -dijo don Quijote. | |
Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo: | |
-«Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.» | |
-Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote. | |
-Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto | |
que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy | |
ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ''Sembrad este | |
año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que | |
viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.» | |
-Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote. | |
-No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía, y aún | |
más. «Finalmente, no pasaron muchos meses, después que vino de Salamanca, | |
cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, | |
habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente | |
se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que | |
había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como | |
Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él | |
hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos | |
para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y | |
todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de | |
improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y | |
no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan | |
estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro | |
Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en | |
muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, | |
y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor | |
desoluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y | |
caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. | |
Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por | |
otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora | |
Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el | |
pobre difunto de Grisóstomo.» Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo | |
sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído | |
semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años | |
que sarna. | |
-Decid Sarra -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los | |
vocablos del cabrero. | |
-Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de | |
andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año. | |
-Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de | |
sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más | |
sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en | |
nada. | |
-«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea | |
hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se | |
llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes | |
riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada | |
mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, | |
con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre | |
todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su | |
ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la | |
muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija | |
Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado | |
en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar | |
de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que | |
le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de | |
catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan | |
hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. | |
Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con | |
todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que, así por | |
ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, | |
sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era | |
rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que | |
a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como | |
la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la | |
ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, | |
dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en | |
el pueblo, en alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor | |
andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; | |
y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente | |
bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, | |
especialmente en las aldeas. | |
-Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento | |
es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia. | |
-La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás | |
sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades | |
de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole | |
que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino | |
que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se | |
sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, | |
al parecer justas escusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que | |
entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque | |
decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos | |
estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que | |
remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su | |
tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo | |
con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, así | |
como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os | |
sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han | |
tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno | |
de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que | |
la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se | |
puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún | |
recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en | |
menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con | |
que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha | |
alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña | |
esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la | |
compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y | |
amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, | |
aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como | |
con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra | |
que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura | |
atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su | |
desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben | |
qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos | |
a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si | |
aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos | |
valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy | |
lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay | |
ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de | |
Marcela; y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol, como si | |
más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la | |
hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se | |
oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas | |
las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, | |
sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus | |
pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni | |
tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del | |
verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. | |
Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente | |
triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando | |
en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir | |
a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» Por | |
ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que | |
también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la | |
muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros | |
mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos | |
amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua. | |
-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me | |
habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. | |
-¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a | |
los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino | |
algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a | |
dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, | |
puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de | |
contrario acidente. | |
Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó, | |
por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo | |
así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora | |
Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó | |
entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, | |
sino como hombre molido a coces. | |
Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros | |
sucesos | |
Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, | |
cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a | |
don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el | |
famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, | |
que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y | |
enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la | |
mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de | |
legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis | |
pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con | |
guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de | |
acebo en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a | |
caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que | |
los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, | |
preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se | |
encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos | |
juntos. | |
Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo: | |
-Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza | |
que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser | |
famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas, ansí del muerto | |
pastor como de la pastora homicida. | |
-Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de | |
un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. | |
Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de | |
Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con | |
aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les | |
habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos | |
se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada | |
Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel | |
Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a | |
don Quijote había contado. | |
Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a | |
don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella | |
manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió don Quijote: | |
-La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra | |
manera. El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los | |
blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se | |
inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, | |
de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. | |
Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y, por | |
averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a | |
preguntar Vivaldo que qué quería decir "caballeros andantes". | |
-¿No han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los anales e | |
historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey | |
Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey | |
Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran | |
Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamento, se | |
convirtió en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a | |
cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo | |
a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo de este buen | |
rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de | |
la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se | |
cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera | |
dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació | |
aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de: | |
Nunca fuera caballero | |
de damas tan bien servido | |
como fuera Lanzarote | |
cuando de Bretaña vino; | |
con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. | |
Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería | |
estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en | |
ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula, | |
con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valeroso | |
Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, | |
y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y | |
valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser | |
caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería; en la | |
cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo | |
mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y así, me voy por | |
estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado | |
de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me | |
deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos. | |
Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era | |
don Quijote falto de juicio, y del género de locura que lo señoreaba, de lo | |
cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de | |
nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta | |
y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino que decían | |
que les faltaba, al llegar a la sierra del entierro, quiso darle ocasión a | |
que pasase más adelante con sus disparates. Y así, le dijo: | |
-Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de | |
las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun | |
la de los frailes cartujos no es tan estrecha. | |
-Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero tan | |
necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si | |
va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su | |
capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir que | |
los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la | |
tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos | |
piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras | |
espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco | |
de los insufribles rayos del sol en verano y de los erizados yelos del | |
invierno. Así que, somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien | |
se ejecuta en ella su justicia. Y, como las cosas de la guerra y las a | |
ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino | |
sudando, afanando y trabajando, síguese que aquellos que la profesan | |
tienen, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo | |
están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, | |
ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante | |
como el del encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo | |
padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento | |
y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que los | |
caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su | |
vida. Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a | |
fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor; y que si a los que | |
a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, | |
que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus | |
esperanzas. | |
-De ese parecer estoy yo -replicó el caminante-; pero una cosa, entre otras | |
muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que, cuando se | |
ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee | |
manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella | |
se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a | |
hacer en peligros semejantes; antes, se encomiendan a sus damas, con tanta | |
gana y devoción como si ellas fueran su Dios: cosa que me parece que huele | |
algo a gentilidad. | |
-Señor -respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y | |
caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está | |
en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante | |
que, al acometer algún gran fecho de armas, tuviese su señora | |
delante,vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con | |
ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie | |
le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de | |
todo corazón se le encomiende; y desto tenemos innumerables ejemplos en las | |
historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse | |
a Dios; que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la | |
obra. | |
-Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que | |
muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, | |
y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los | |
caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo | |
el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se | |
encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno | |
cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a | |
parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, | |
no pudiera dejar de venir al suelo. Y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar | |
para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor | |
fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las | |
gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que | |
yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien | |
encomendarse, porque no todos son enamorados. | |
-Eso no puede ser -respondió don Quijote-: digo que no puede ser que haya | |
caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los | |
tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no | |
se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por | |
el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo | |
caballero, sino por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería | |
dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. | |
-Con todo eso -dijo el caminante-, me parece, si mal no me acuerdo, haber | |
leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama | |
señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en | |
menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. | |
A lo cual respondió nuestro don Quijote: | |
-Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de | |
secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que, aquello de | |
querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien | |
no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él | |
tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se | |
encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto | |
caballero. | |
-Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado | |
-dijo el caminante-, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es | |
de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto | |
como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta | |
compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su | |
dama; que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es | |
querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece. | |
Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo: | |
-Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo | |
sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto | |
comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, | |
un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, | |
pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se | |
vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de | |
belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente | |
campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas | |
rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol | |
su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista | |
humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que | |
sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas. | |
-El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber -replicó Vivaldo. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
-No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los | |
modernos Colonas y Ursinos; ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni | |
menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia; Palafoxes, Nuzas, | |
Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; | |
Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y | |
Meneses de Portogal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque | |
moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias | |
de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las | |
condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que | |
decía: | |
nadie las mueva | |
que estar no pueda con Roldán a prueba. | |
-Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo -respondió el caminante-, no | |
le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir | |
verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. | |
-¡Como eso no habrá llegado! -replicó don Quijote. | |
Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y | |
aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de | |
juicio de nuestro don Quijote. Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo | |
decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su | |
nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda | |
Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado | |
jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso. | |
En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas | |
montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra | |
lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, | |
eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, | |
cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno | |
de los cabreros, dijo: | |
-Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el | |
pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. | |
Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían | |
habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos | |
estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña. | |
Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los | |
que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto | |
de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de | |
treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro | |
hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas | |
andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que | |
esto miraban, como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí | |
había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al | |
muerto trujeron dijo a otro: | |
-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que | |
queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su | |
testamento. | |
-Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi | |
desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la | |
vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también | |
donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, | |
y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, | |
de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en | |
memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas | |
del eterno olvido. | |
Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: | |
-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario | |
de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ése es el | |
cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, | |
estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin | |
presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser | |
bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue | |
aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, | |
corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de | |
quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la | |
carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba | |
eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran | |
mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado | |
que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. | |
-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos -dijo Vivaldo- que su | |
mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de | |
quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera | |
bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el | |
divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya | |
que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus | |
escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos | |
cumpláis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que | |
la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los | |
tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan | |
de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, | |
la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la | |
amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar | |
de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido | |
la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, | |
con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que | |
el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte | |
de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado; y así, de | |
curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de | |
venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en | |
pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si | |
pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio! (a lo menos, yo te lo | |
suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes | |
llevar algunos dellos. | |
Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de | |
los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo: | |
-Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis | |
tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pensamiento | |
vano. | |
Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno | |
dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y | |
dijo: | |
-Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, porque veáis, señor, | |
en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído; | |
que bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura. | |
-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo. | |
Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la | |
redonda; y él, leyendo en voz clara, vio que así decía: | |
Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, | |
con otros no esperados sucesos | |
Canción de Grisóstomo | |
Ya que quieres, cruel, que se publique, | |
de lengua en lengua y de una en otra gente, | |
del áspero rigor tuyo la fuerza, | |
haré que el mesmo infierno comunique | |
al triste pecho mío un son doliente, | |
con que el uso común de mi voz tuerza. | |
Y al par de mi deseo, que se esfuerza | |
a decir mi dolor y tus hazañas, | |
de la espantable voz irá el acento, | |
y en él mezcladas, por mayor tormento, | |
pedazos de las míseras entrañas. | |
Escucha, pues, y presta atento oído, | |
no al concertado son, sino al rüido | |
que de lo hondo de mi amargo pecho, | |
llevado de un forzoso desvarío, | |
por gusto mío sale y tu despecho. | |
El rugir del león, del lobo fiero | |
el temeroso aullido, el silbo horrendo | |
de escamosa serpiente, el espantable | |
baladro de algún monstruo, el agorero | |
graznar de la corneja, y el estruendo | |
del viento contrastado en mar instable; | |
del ya vencido toro el implacable | |
bramido, y de la viuda tortolilla | |
el sentible arrullar; el triste canto | |
del envidiado búho, con el llanto | |
de toda la infernal negra cuadrilla, | |
salgan con la doliente ánima fuera, | |
mezclados en un son, de tal manera | |
que se confundan los sentidos todos, | |
pues la pena cruel que en mí se halla | |
para contalla pide nuevos modos. | |
De tanta confusión no las arenas | |
del padre Tajo oirán los tristes ecos, | |
ni del famoso Betis las olivas: | |
que allí se esparcirán mis duras penas | |
en altos riscos y en profundos huecos, | |
con muerta lengua y con palabras vivas; | |
o ya en escuros valles, o en esquivas | |
playas, desnudas de contrato humano, | |
o adonde el sol jamás mostró su lumbre, | |
o entre la venenosa muchedumbre | |
de fieras que alimenta el libio llano; | |
que, puesto que en los páramos desiertos | |
los ecos roncos de mi mal, inciertos, | |
suenen con tu rigor tan sin segundo, | |
por privilegio de mis cortos hados, | |
serán llevados por el ancho mundo. | |
Mata un desdén, atierra la paciencia, | |
o verdadera o falsa, una sospecha; | |
matan los celos con rigor más fuerte; | |
desconcierta la vida larga ausencia; | |
contra un temor de olvido no aprovecha | |
firme esperanza de dichosa suerte. | |
En todo hay cierta, inevitable muerte; | |
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo | |
celoso, ausente, desdeñado y cierto | |
de las sospechas que me tienen muerto; | |
y en el olvido en quien mi fuego avivo, | |
y, entre tantos tormentos, nunca alcanza | |
mi vista a ver en sombra a la esperanza, | |
ni yo, desesperado, la procuro; | |
antes, por estremarme en mi querella, | |
estar sin ella eternamente juro. | |
¿Puédese, por ventura, en un instante | |
esperar y temer, o es bien hacello, | |
siendo las causas del temor más ciertas? | |
¿Tengo, si el duro celo está delante, | |
de cerrar estos ojos, si he de vello | |
por mil heridas en el alma abiertas? | |
¿Quién no abrirá de par en par las puertas | |
a la desconfianza, cuando mira | |
descubierto el desdén, y las sospechas, | |
¡oh amarga conversión!, verdades hechas, | |
y la limpia verdad vuelta en mentira? | |
¡Oh, en el reino de amor fieros tiranos | |
celos, ponedme un hierro en estas manos! | |
Dame, desdén, una torcida soga. | |
Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel vitoria, | |
vuestra memoria el sufrimiento ahoga. | |
Yo muero, en fin; y, porque nunca espere | |
buen suceso en la muerte ni en la vida, | |
pertinaz estaré en mi fantasía. | |
Diré que va acertado el que bien quiere, | |
y que es más libre el alma más rendida | |
a la de amor antigua tiranía. | |
Diré que la enemiga siempre mía | |
hermosa el alma como el cuerpo tiene, | |
y que su olvido de mi culpa nace, | |
y que, en fe de los males que nos hace, | |
amor su imperio en justa paz mantiene. | |
Y, con esta opinión y un duro lazo, | |
acelerando el miserable plazo | |
a que me han conducido sus desdenes, | |
ofreceré a los vientos cuerpo y alma, | |
sin lauro o palma de futuros bienes. | |
Tú, que con tantas sinrazones muestras | |
la razón que me fuerza a que la haga | |
a la cansada vida que aborrezco, | |
pues ya ves que te da notorias muestras | |
esta del corazón profunda llaga, | |
de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco, | |
si, por dicha, conoces que merezco | |
que el cielo claro de tus bellos ojos | |
en mi muerte se turbe, no lo hagas; | |
que no quiero que en nada satisfagas, | |
al darte de mi alma los despojos. | |
Antes, con risa en la ocasión funesta, | |
descubre que el fin mío fue tu fiesta; | |
mas gran simpleza es avisarte desto, | |
pues sé que está tu gloria conocida | |
en que mi vida llegue al fin tan presto. | |
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo | |
Tántalo con su sed; Sísifo venga | |
con el peso terrible de su canto; | |
Ticio traya su buitre, y ansimismo | |
con su rueda Egïón no se detenga, | |
ni las hermanas que trabajan tanto; | |
y todos juntos su mortal quebranto | |
trasladen en mi pecho, y en voz baja | |
-si ya a un desesperado son debidas- | |
canten obsequias tristes, doloridas, | |
al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja. | |
Y el portero infernal de los tres rostros, | |
con otras mil quimeras y mil monstros, | |
lleven el doloroso contrapunto; | |
que otra pompa mejor no me parece | |
que la merece un amador difunto. | |
Canción desesperada, no te quejes | |
cuando mi triste compañía dejes; | |
antes, pues que la causa do naciste | |
con mi desdicha augmenta su ventura, | |
aun en la sepultura no estés triste. | |
Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, | |
puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la | |
relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella | |
se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio | |
del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, | |
como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo: | |
-Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando | |
este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien | |
él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia | |
de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no | |
le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los | |
celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con | |
esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de | |
Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho | |
desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. | |
-Así es la verdad -respondió Vivaldo. | |
Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo | |
estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se | |
les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la | |
sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su | |
hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con | |
admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no | |
quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas, apenas la | |
hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo: | |
-¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con | |
tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad | |
quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, | |
o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su | |
abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la | |
ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué | |
es aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos de | |
Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te | |
obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos. | |
-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió | |
Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de | |
razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me | |
culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no | |
será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una | |
verdad a los discretos. | |
»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin | |
ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el | |
amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. | |
Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo | |
hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté | |
obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que | |
podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo | |
digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiérote por hermosa; hasme | |
de amar aunque sea feo''. Pero, puesto caso que corran igualmente las | |
hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas | |
hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; | |
que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las | |
voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; | |
porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los | |
deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de | |
ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por | |
qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís | |
que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me | |
hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? | |
Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que | |
tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni | |
escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que | |
tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo | |
merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer | |
honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema | |
ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son | |
adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de | |
parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo | |
y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada | |
por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su | |
gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? | |
»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. | |
Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos | |
arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis | |
pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los | |
que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los | |
deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo | |
ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le | |
mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus | |
pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo | |
que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me | |
descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en | |
perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi | |
recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este | |
desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, | |
¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le | |
entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor | |
intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: | |
¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese | |
el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas | |
esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero | |
no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni | |
admito. | |
»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar | |
que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a | |
cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, | |
de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni | |
desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los | |
desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera | |
y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, | |
no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; | |
que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta | |
desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna | |
manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué | |
se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza | |
con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que | |
quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas | |
propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de | |
sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito | |
aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación | |
honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me | |
entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí | |
salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma | |
a su morada primera. | |
Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y | |
se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando | |
admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que | |
allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa | |
flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, | |
sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto | |
por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, | |
socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su | |
espada, en altas e inteligibles voces, dijo: | |
-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a | |
seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. | |
Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa | |
que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender | |
con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en | |
lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los | |
buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan | |
honesta intención vive. | |
O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo | |
que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores | |
se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los | |
papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas | |
de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto | |
que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con | |
un epitafio que había de decir desta manera: | |
Yace aquí de un amador | |
el mísero cuerpo helado, | |
que fue pastor de ganado, | |
perdido por desamor. | |
Murió a manos del rigor | |
de una esquiva hermosa ingrata, | |
con quien su imperio dilata | |
la tiranía de su amor. | |
Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando | |
todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron | |
Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los | |
caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser | |
lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada | |
esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el | |
aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces | |
no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas | |
sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban | |
llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes | |
importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y | |
prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la | |
historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El | |
cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que | |
él podía en su servicio. Mas no le avino como él pensaba, según se cuenta | |
en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte. | |
Tercera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha | |
Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don | |
Quijote en topar con unos desalmados yangüeses | |
Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió | |
de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor | |
Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron | |
que se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de dos | |
horas por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a | |
parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo | |
apacible y fresco; tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de la | |
siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar. | |
Apeáronse don Quijote y Sancho, y, dejando al jumento y a Rocinante a sus | |
anchuras pacer de la mucha yerba que allí había, dieron saco a las | |
alforjas, y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo | |
comieron lo que en ellas hallaron. | |
No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le | |
conocía por tan manso y tan poco rijoso que todas las yeguas de la dehesa | |
de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y | |
el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo | |
una manada de hacas galicianas de unos arrieros gallegos, de los cuales es | |
costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua; y aquel | |
donde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los gallegos. | |
Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las | |
señoras facas; y saliendo, así como las olió, de su natural paso y | |
costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo | |
y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que | |
pareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las | |
herraduras y con los dientes, de tal manera que, a poco espacio, se le | |
rompieron las cinchas y quedó, sin silla, en pelota. Pero lo que él debió | |
más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se | |
les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que le | |
derribaron malparado en el suelo. | |
Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, | |
llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho: | |
-A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y | |
de baja ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida | |
venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a | |
Rocinante. | |
-¿Qué diablos de venganza hemos de tomar -respondió Sancho-, si éstos son | |
más de veinte y nosotros no más de dos, y aun, quizá, nosotros sino uno y | |
medio? | |
-Yo valgo por ciento -replicó don Quijote. | |
Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los | |
gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su | |
amo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió | |
un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda. | |
Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo | |
ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, | |
comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad es | |
que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a | |
don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso su | |
ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había | |
levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas | |
en manos rústicas y enojadas. | |
Viendo, pues, los gallegos el mal recado que habían hecho, con la mayor | |
presteza que pudieron, cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a | |
los dos aventureros de mala traza y de peor talante. | |
El primero que se resintió fue Sancho Panza; y, hallándose junto a su | |
señor, con voz enferma y lastimada, dijo: | |
-¡Señor don Quijote! ¡Ah, señor don Quijote! | |
-¿Qué quieres, Sancho hermano? -respondió don Quijote con el mesmo tono | |
afeminado y doliente que Sancho. | |
-Querría, si fuese posible -respondió Sancho Panza-, que vuestra merced me | |
diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra | |
merced ahí a mano. Quizá será de provecho para los quebrantamientos de | |
huesos como lo es para las feridas. | |
-Pues, a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? -respondió don | |
Quijote-. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que | |
antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de | |
tener en mi poder, o mal me han de andar las manos. | |
-Pues, ¿en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? | |
-replicó Sancho Panza. | |
-De mí sé decir -dijo el molido caballero don Quijote- que no sabré poner | |
término a esos días. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de | |
poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como | |
yo; y así, creo que, en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha | |
permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo | |
cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, | |
porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que | |
semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano | |
al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino pon tú mano | |
a tu espada y castígalos muy a tu sabor; que si en su ayuda y defensa | |
acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con todo mi poder; | |
que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se estiende | |
el valor de este mi fuerte brazo. | |
Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente | |
vizcaíno. Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo que | |
dejase de responder, diciendo: | |
-Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimilar cualquiera | |
injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Así que, séale a | |
vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna | |
manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero; y | |
que, desde aquí para delante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho | |
y han de hacer: ora me los haya hecho, o haga o haya de hacer, persona alta | |
o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición | |
alguna. | |
Lo cual oído por su amo, le respondió: | |
-Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el | |
dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte a | |
entender, Panza, en el error en que estás. Ven acá, pecador; si el viento | |
de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, | |
llevándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno | |
tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué sería | |
de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della? Pues ¿lo vendrás a | |
imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni | |
intención de vengar tus injurias y defender tu señorío? Porque has de saber | |
que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan | |
quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor que no | |
se tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo | |
las cosas, y volver, como dicen, a probar ventura; y así, es menester que | |
el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar, y valor para | |
ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento. | |
-En este que ahora nos ha acontecido -respondió Sancho-, quisiera yo tener | |
ese entendimiento y ese valor que vuestra merced dice; mas yo le juro, a fe | |
de pobre hombre, que más estoy para bizmas que para pláticas. Mire vuestra | |
merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, | |
porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de | |
Rocinante, que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. En fin, | |
bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, | |
y que no hay cosa segura en esta vida. ¿Quién dijera que tras de aquellas | |
tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado | |
caballero andante, había de venir, por la posta y en seguimiento suyo, esta | |
tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas? | |
-Aun las tuyas, Sancho -replicó don Quijote-, deben de estar hechas a | |
semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas y holandas, | |
claro está que sentirán más el dolor desta desgracia. Y si no fuese porque | |
imagino..., ¿qué digo imagino?, sé muy cierto, que todas estas | |
incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí me dejaría | |
morir de puro enojo. | |
A esto replicó el escudero: | |
-Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame | |
vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados | |
en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos | |
inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos | |
socorre. | |
-Sábete, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que la vida de los | |
caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras; y, ni más ni | |
menos, está en potencia propincua de ser los caballeros andantes reyes y | |
emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diversos | |
caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudiérate contar | |
agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que, sólo por el valor de su | |
brazo, han subido a los altos grados que he contado; y estos mesmos se | |
vieron antes y después en diversas calamidades y miserias. Porque el | |
valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcaláus el | |
encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole | |
preso, más de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una | |
coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que | |
dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que | |
se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se halló | |
en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le | |
echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo | |
que llegó muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un | |
sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. Ansí que, | |
bien puedo yo pasar entre tanta buena gente; que mayores afrentas son las | |
que éstos pasaron, que no las que ahora nosotros pasamos. Porque quiero | |
hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los | |
instrumentos que acaso se hallan en las manos; y esto está en la ley del | |
duelo, escrito por palabras expresas: que si el zapatero da a otro con la | |
horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por | |
eso se dirá que queda apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque | |
no pienses que, puesto que quedamos desta pendencia molidos, quedamos | |
afrentados; porque las armas que aquellos hombres traían, con que nos | |
machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, a lo que se me | |
acuerda, tenía estoque, espada ni puñal. | |
-No me dieron a mí lugar -respondió Sancho- a que mirase en tanto; porque, | |
apenas puse mano a mi tizona, cuando me santiguaron los hombros con sus | |
pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los | |
pies, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el | |
pensar si fue afrenta o no lo de los estacazos, como me la da el dolor de | |
los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las | |
espaldas. | |
-Con todo eso, te hago saber, hermano Panza -replicó don Quijote-, que no | |
hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma. | |
-Pues, ¿qué mayor desdicha puede ser -replicó Panza- de aquella que aguarda | |
al tiempo que la consuma y a la muerte que la acabe? Si esta nuestra | |
desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan | |
malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un | |
hospital para ponerlas en buen término siquiera. | |
-Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho -respondió don Quijote-, | |
que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante; que, a lo que me parece, no | |
le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia. | |
-No hay de qué maravillarse deso -respondió Sancho-, siendo él tan buen | |
caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya | |
quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas. | |
-Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar | |
remedio a ellas -dijo don Quijote-. Dígolo porque esa bestezuela podrá | |
suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mí desde aquí a algún | |
castillo donde sea curado de mis feridas. Y más, que no tendré a deshonra | |
la tal caballería, porque me acuerdo haber leído que aquel buen viejo | |
Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entró en la | |
ciudad de las cien puertas iba, muy a su placer, caballero sobre un muy | |
hermoso asno. | |
-Verdad será que él debía de ir caballero, como vuestra merced dice | |
-respondió Sancho-, pero hay grande diferencia del ir caballero al ir | |
atravesado como costal de basura. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
-Las feridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que la quitan. | |
Así que, Panza amigo, no me repliques más, sino, como ya te he dicho, | |
levántate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que más te agradare | |
encima de tu jumento, y vamos de aquí antes que la noche venga y nos saltee | |
en este despoblado. | |
-Pues yo he oído decir a vuestra merced -dijo Panza- que es muy de | |
caballeros andantes el dormir en los páramos y desiertos lo más del año, y | |
que lo tienen a mucha ventura. | |
-Eso es -dijo don Quijote- cuando no pueden más, o cuando están enamorados; | |
y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una | |
peña, al sol y a la sombra, y a las inclemencias del cielo, dos años, sin | |
que lo supiese su señora. Y uno déstos fue Amadís, cuando, llamándose | |
Beltenebros, se alojó en la Peña Pobre, ni sé si ocho años o ocho meses, | |
que no estoy muy bien en la cuenta: basta que él estuvo allí haciendo | |
penitencia, por no sé qué sinsabor que le hizo la señora Oriana. Pero | |
dejemos ya esto, Sancho, y acaba, antes que suceda otra desgracia al | |
jumento, como a Rocinante. | |
-Aun ahí sería el diablo -dijo Sancho. | |
Y, despidiendo treinta ayes, y sesenta sospiros, y ciento y veinte pésetes | |
y reniegos de quien allí le había traído, se levantó, quedándose agobiado | |
en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de | |
enderezarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que también había | |
andado algo destraído con la demasiada libertad de aquel día. Levantó luego | |
a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que | |
Sancho ni su amo no le fueran en zaga. | |
En resolución, Sancho acomodó a don Quijote sobre el asno y puso de reata a | |
Rocinante; y, llevando al asno de cabestro, se encaminó, poco más a menos, | |
hacia donde le pareció que podía estar el camino real. Y la suerte, que sus | |
cosas de bien en mejor iba guiando, aún no hubo andado una pequeña legua, | |
cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que, a pesar | |
suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era | |
venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron | |
lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más | |
averiguación, con toda su recua. | |
Capítulo XVI. De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él | |
imaginaba ser castillo | |
El ventero, que vio a don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho | |
qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada, sino que había dado una | |
caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas. Tenía el | |
ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de | |
semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las | |
calamidades de sus prójimos; y así, acudió luego a curar a don Quijote y | |
hizo que una hija suya, doncella, muchacha y de muy buen parecer, la | |
ayudase a curar a su huésped. Servía en la venta, asimesmo, una moza | |
asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta | |
y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las | |
demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las | |
espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo | |
que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos | |
hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón que, en otros | |
tiempos, daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años. | |
En la cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más | |
allá de la de nuestro don Quijote. Y, aunque era de las enjalmas y mantas | |
de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que sólo contenía | |
cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que | |
en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran | |
de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de | |
guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada, cuyos | |
hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta. | |
En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le | |
emplastaron de arriba abajo, alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba | |
la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a | |
partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída. | |
-No fueron golpes -dijo Sancho-, sino que la peña tenía muchos picos y | |
tropezones. | |
Y que cada uno había hecho su cardenal. Y también le dijo: | |
-Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no | |
faltará quien las haya menester; que también me duelen a mí un poco los | |
lomos. | |
-Desa manera -respondió la ventera-, también debistes vos de caer. | |
-No caí -dijo Sancho Panza-, sino que del sobresalto que tomé de ver caer a | |
mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo que me parece que me han dado | |
mil palos. | |
-Bien podrá ser eso -dijo la doncella-; que a mí me ha acontecido muchas | |
veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al | |
suelo, y, cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada | |
como si verdaderamente hubiera caído. | |
-Ahí está el toque, señora -respondió Sancho Panza-: que yo, sin soñar | |
nada, sino estando más despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos | |
cardenales que mi señor don Quijote. | |
-¿Cómo se llama este caballero? -preguntó la asturiana Maritornes. | |
-Don Quijote de la Mancha -respondió Sancho Panza-, y es caballero | |
aventurero, y de los mejores y más fuertes que de luengos tiempos acá se | |
han visto en el mundo. | |
-¿Qué es caballero aventurero? -replicó la moza. | |
-¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos? -respondió Sancho | |
Panza-. Pues sabed, hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que | |
en dos palabras se ve apaleado y emperador. Hoy está la más desdichada | |
criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres | |
coronas de reinos que dar a su escudero. | |
-Pues, ¿cómo vos, siéndolo deste tan buen señor -dijo la ventera-, no | |
tenéis, a lo que parece, siquiera algún condado? | |
-Aún es temprano -respondió Sancho-, porque no ha sino un mes que andamos | |
buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo | |
sea. Y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra. Verdad es que, si | |
mi señor don Quijote sana desta herida o caída y yo no quedo contrecho | |
della, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España. | |
Todas estas pláticas estaba escuchando, muy atento, don Quijote, y, | |
sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo: | |
-Creedme, fermosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado | |
en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, | |
es por lo que suele decirse que la alabanza propria envilece; pero mi | |
escudero os dirá quién soy. Sólo os digo que tendré eternamente escrito en | |
mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo mientras la | |
vida me durare; y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera | |
tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata | |
que digo entre mis dientes; que los desta fermosa doncella fueran señores | |
de mi libertad. | |
Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las | |
razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en | |
griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y | |
requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y | |
admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y, | |
agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la | |
asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su | |
amo. | |
Había el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían | |
juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los | |
huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en | |
cuanto le mandase. Y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes | |
palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo | |
alguno; porque presumía muy de hidalga, y no tenía por afrenta estar en | |
aquel ejercicio de servir en la venta, porque decía ella que desgracias y | |
malos sucesos la habían traído a aquel estado. | |
El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote estaba primero | |
en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a él, hizo el suyo | |
Sancho, que sólo contenía una estera de enea y una manta, que antes | |
mostraba ser de anjeo tundido que de lana. Sucedía a estos dos lechos el | |
del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno | |
de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y | |
famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice el | |
autor desta historia, que deste arriero hace particular mención, porque le | |
conocía muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo. Fuera de | |
que Cide Mahamate Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en | |
todas las cosas; y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con | |
ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde | |
podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones | |
tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejándose en | |
el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo más sustancial de | |
la obra. ¡Bien haya mil veces el autor de Tablante de Ricamonte, y aquel | |
del otro libro donde se cuenta los hechos del conde Tomillas; y con qué | |
puntualidad lo describen todo! | |
Digo, pues, que después de haber visitado el arriero a su recua y dádole el | |
segundo pienso, se tendió en sus enjalmas y se dio a esperar a su | |
puntualísima Maritornes. Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y, aunque | |
procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, | |
con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la | |
venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba | |
una lámpara que colgada en medio del portal ardía. | |
Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero | |
traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su | |
desgracia, le trujo a la imaginación una de las estrañas locuras que | |
buenamente imaginarse pueden. Y fue que él se imaginó haber llegado a un | |
famoso castillo -que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas | |
las ventas donde alojaba-, y que la hija del ventero lo era del señor del | |
castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado dél y | |
prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él | |
una buena pieza; y, teniendo toda esta quimera, que él se había fabricado, | |
por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso | |
trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no | |
cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina | |
Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen delante. | |
Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora -que para | |
él fue menguada- de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y | |
descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y | |
atentados pasos, entró en el aposento donde los tres alojaban en busca del | |
arriero. Pero, apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió, y, | |
sentándose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, | |
tendió los brazos para recebir a su fermosa doncella. La asturiana, que, | |
toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido, | |
topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una | |
muñeca y, tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo | |
sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de | |
harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las | |
muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas | |
perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él | |
los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del | |
mesmo sol escurecía. Y el aliento, que, sin duda alguna, olía a ensalada | |
fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor | |
suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación de la misma | |
traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra princesa que vino | |
a ver el mal ferido caballero, vencida de sus amores, con todos los adornos | |
que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el | |
tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no | |
le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera | |
arriero; antes, le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la | |
hermosura. Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a | |
decir: | |
-Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar | |
tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes | |
fecho, pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los | |
buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado que, | |
aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible. Y | |
más, que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe | |
que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más | |
escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo | |
tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que | |
vuestra gran bondad me ha puesto. | |
Maritornes estaba congojadísima y trasudando, de verse tan asida de don | |
Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, | |
procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del arriero, a quien | |
tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la | |
puerta, la sintió; estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote | |
decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por | |
otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote, y estúvose quedo hasta | |
ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender. Pero, como | |
vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por | |
tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó | |
tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, | |
que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subió | |
encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se las paseó | |
todas de cabo a cabo. | |
El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo | |
sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido | |
despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de | |
Maritornes, porque, habiéndola llamado a voces, no respondía. Con esta | |
sospecha se levantó, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde había | |
sentido la pelaza. La moza, viendo que su amo venía, y que era de condición | |
terrible, toda medrosica y alborotada, se acogió a la cama de Sancho Panza, | |
que aún dormía, y allí se acorrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró | |
diciendo: | |
-¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas. | |
En esto, despertó Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó | |
que tenía la pesadilla, y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre | |
otras alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la cual, sentida del dolor, | |
echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas que, a su | |
despecho, le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera y | |
sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y | |
comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo. | |
Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil del ventero, cuál andaba | |
su dama, dejando a don Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo | |
mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fue a castigar | |
a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella | |
armonía. Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la | |
cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, | |
el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban | |
punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, | |
como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a | |
doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana. | |
Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de | |
la Santa Hermandad Vieja de Toledo, el cual, oyendo ansimesmo el estraño | |
estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus | |
títulos, y entró ascuras en el aposento, diciendo: | |
-¡Ténganse a la justicia! ¡Ténganse a la Santa Hermandad! | |
Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba | |
en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, | |
echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir: | |
-¡Favor a la justicia! | |
Pero, viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio a | |
entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus | |
matadores; y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo: | |
-¡Ciérrese la puerta de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto | |
aquí a un hombre! | |
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que | |
le tomó la voz. Retiróse el ventero a su aposento, el arriero a sus | |
enjalmas, la moza a su rancho; solos los desventurados don Quijote y Sancho | |
no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la | |
barba de don Quijote, y salió a buscar luz para buscar y prender los | |
delincuentes; mas no la halló, porque el ventero, de industria, había | |
muerto la lámpara cuando se retiró a su estancia, y fuele forzoso acudir a | |
la chimenea, donde, con mucho trabajo y tiempo, encendió el cuadrillero | |
otro candil. | |
Capítulo XVII. Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo | |
don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que, por su | |
mal, pensó que era castillo | |
Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo don Quijote, y, con el mesmo | |
tono de voz con que el día antes había llamado a su escudero, cuando estaba | |
tendido en el val de las estacas, le comenzó a llamar, diciendo: | |
-Sancho amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho? | |
-¿Qué tengo de dormir, pesia a mí -respondió Sancho, lleno de pesadumbre y | |
de despecho-; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo | |
esta noche? | |
-Puédeslo creer ansí, sin duda -respondió don Quijote-, porque, o yo sé | |
poco, o este castillo es encantado. Porque has de saber... Mas, esto que | |
ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de | |
mi muerte. | |
-Sí juro -respondió Sancho. | |
-Dígolo -replicó don Quijote-, porque soy enemigo de que se quite la honra | |
a nadie. | |
-Digo que sí juro -tornó a decir Sancho- que lo callaré hasta después de | |
los días de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir mañana. | |
-¿Tan malas obras te hago, Sancho -respondió don Quijote-, que me querrías | |
ver muerto con tanta brevedad? | |
-No es por eso -respondió Sancho-, sino porque soy enemigo de guardar mucho | |
las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas. | |
-Sea por lo que fuere -dijo don Quijote-; que más fío de tu amor y de tu | |
cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las más | |
estrañas aventuras que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, | |
sabrás que poco ha que a mí vino la hija del señor deste castillo, que es | |
la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede | |
hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo | |
entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo | |
a mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo | |
te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me | |
había puesto en las manos, o quizá, y esto es lo más cierto, que, como | |
tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella | |
en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por | |
dónde venía, vino una mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante | |
y asentóme una puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en | |
sangre; y después me molió de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los | |
gallegos, que, por demasías de Rocinante, nos hicieron el agravio que | |
sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le | |
debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí. | |
-Ni para mí tampoco -respondió Sancho-, porque más de cuatrocientos moros | |
me han aporreado a mí, de manera que el molimiento de las estacas fue | |
tortas y pan pintado. Pero dígame, señor, ¿cómo llama a ésta buena y rara | |
aventura, habiendo quedado della cual quedamos? Aun vuestra merced menos | |
mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho, | |
pero yo, ¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi | |
vida? ¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero | |
andante, ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la | |
mayor parte! | |
-Luego, ¿también estás tú aporreado? -respondió don Quijote. | |
-¿No le he dicho que sí, pesia a mi linaje? -dijo Sancho. | |
-No tengas pena, amigo -dijo don Quijote-, que yo haré agora el bálsamo | |
precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos. | |
Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que | |
pensaba que era muerto; y, así como le vio entrar Sancho, viéndole venir en | |
camisa y con su paño de cabeza y candil en la mano, y con una muy mala | |
cara, preguntó a su amo: | |
-Señor, ¿si será éste, a dicha, el moro encantado, que nos vuelve a | |
castigar, si se dejó algo en el tintero? | |
-No puede ser el moro -respondió don Quijote-, porque los encantados no se | |
dejan ver de nadie. | |
-Si no se dejan ver, déjanse sentir -dijo Sancho-; si no, díganlo mis | |
espaldas. | |
-También lo podrían decir las mías -respondió don Quijote-, pero no es | |
bastante indicio ése para creer que este que se vee sea el encantado moro. | |
Llegó el cuadrillero, y, como los halló hablando en tan sosegada | |
conversación, quedó suspenso. Bien es verdad que aún don Quijote se estaba | |
boca arriba, sin poderse menear, de puro molido y emplastado. Llegóse a él | |
el cuadrillero y díjole: | |
-Pues, ¿cómo va, buen hombre? | |
-Hablara yo más bien criado -respondió don Quijote-, si fuera que vos. | |
¿Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, | |
majadero? | |
El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, | |
no lo pudo sufrir, y, alzando el candil con todo su aceite, dio a don | |
Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado; | |
y, como todo quedó ascuras, salióse luego; y Sancho Panza dijo: | |
-Sin duda, señor, que éste es el moro encantado, y debe de guardar el | |
tesoro para otros, y para nosotros sólo guarda las puñadas y los | |
candilazos. | |
-Así es -respondió don Quijote-, y no hay que hacer caso destas cosas de | |
encantamentos, ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas; que, como | |
son invisibles y fantásticas, no hallaremos de quién vengarnos, aunque más | |
lo procuremos. Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta | |
fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero | |
para hacer el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he bien | |
menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma | |
me ha dado. | |
Levántose Sancho con harto dolor de sus huesos, y fue ascuras donde estaba | |
el ventero; y, encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en | |
qué paraba su enemigo, le dijo: | |
-Señor, quien quiera que seáis, hacednos merced y beneficio de darnos un | |
poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los | |
mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella | |
cama, malferido por las manos del encantado moro que está en esta venta. | |
Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y, porque | |
ya comenzaba a amanecer, abrió la puerta de la venta, y, llamando al | |
ventero, le dijo lo que aquel buen hombre quería. El ventero le proveyó de | |
cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don Quijote, que estaba con las manos | |
en la cabeza, quejándose del dolor del candilazo, que no le había hecho más | |
mal que levantarle dos chichones algo crecidos, y lo que él pensaba que era | |
sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta. | |
En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, | |
mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que | |
estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y, como no la | |
hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja | |
de lata, de quien el ventero le hizo grata donación. Y luego dijo sobre la | |
alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y | |
credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a todo | |
lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero; que ya el | |
arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos. | |
Hecho esto, quiso él mesmo hacer luego la esperiencia de la virtud de aquel | |
precioso bálsamo que él se imaginaba; y así, se bebió, de lo que no pudo | |
caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se había cocido, casi media | |
azumbre; y apenas lo acabó de beber, cuando comenzó a vomitar de manera que | |
no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le | |
dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen | |
solo. Hiciéronlo ansí, y quedóse dormido más de tres horas, al cabo de las | |
cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor | |
de su quebrantamiento que se tuvo por sano; y verdaderamente creyó que | |
había acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía | |
acometer desde allí adelante, sin temor alguno, cualesquiera ruinas, | |
batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen. | |
Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que | |
le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. | |
Concedióselo don Quijote, y él, tomándola a dos manos, con buena fe y mejor | |
talante, se la echó a pechos, y envasó bien poco menos que su amo. Es, | |
pues, el caso que el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan delicado | |
como el de su amo, y así, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y | |
bascas, con tantos trasudores y desmayos que él pensó bien y verdaderamente | |
que era llegada su última hora; y, viéndose tan afligido y congojado, | |
maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado. Viéndole así don | |
Quijote, le dijo: | |
-Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, | |
porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo | |
son. | |
-Si eso sabía vuestra merced -replicó Sancho-, ¡mal haya yo y toda mi | |
parentela!, ¿para qué consintió que lo gustase? | |
En esto, hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero a | |
desaguarse por entrambas canales, con tanta priesa que la estera de enea, | |
sobre quien se había vuelto a echar, ni la manta de anjeo con que se | |
cubría, fueron más de provecho. Sudaba y trasudaba con tales parasismos y | |
accidentes, que no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la | |
vida. Duróle esta borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las | |
cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado que no se podía | |
tener. | |
Pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso | |
partirse luego a buscar aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí | |
se tardaba era quitársele al mundo y a los en él menesterosos de su favor y | |
amparo; y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo. Y | |
así, forzado deste deseo, él mismo ensilló a Rocinante y enalbardó al | |
jumento de su escudero, a quien también ayudó a vestir y a subir en el | |
asno. Púsose luego a caballo, y, llegándose a un rincón de la venta, asió | |
de un lanzón que allí estaba, para que le sirviese de lanza. | |
Estábanle mirando todos cuantos había en la venta, que pasaban de más de | |
veinte personas; mirábale también la hija del ventero, y él también no | |
quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un sospiro que | |
parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban | |
que debía de ser del dolor que sentía en las costillas; a lo menos, | |
pensábanlo aquellos que la noche antes le habían visto bizmar. | |
Ya que estuvieron los dos a caballo, puesto a la puerta de la venta, llamó | |
al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo: | |
-Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro | |
castillo he recebido, y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días | |
de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que | |
os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a | |
los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar | |
alevosías. Recorred vuestra memoria, y si halláis alguna cosa deste jaez | |
que encomendarme, no hay sino decilla; que yo os prometo, por la orden de | |
caballero que recebí, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra | |
voluntad. | |
El ventero le respondió con el mesmo sosiego: | |
-Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue | |
ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me | |
hacen. Sólo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche | |
ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de | |
la cena y camas. | |
-Luego, ¿venta es ésta? -replicó don Quijote. | |
-Y muy honrada -respondió el ventero. | |
-Engañado he vivido hasta aquí -respondió don Quijote-, que en verdad que | |
pensé que era castillo, y no malo; pero, pues es ansí que no es castillo | |
sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, | |
que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los | |
cuales sé cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, que | |
jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les | |
debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, | |
en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche | |
y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, | |
con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos | |
los incómodos de la tierra. | |
-Poco tengo yo que ver en eso -respondió el ventero-; págueseme lo que se | |
me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta | |
con otra cosa que con cobrar mi hacienda. | |
-Vos sois un sandio y mal hostalero -respondió don Quijote. | |
Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la | |
venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, | |
se alongó un buen trecho. | |
El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Sancho | |
Panza, el cual dijo que, pues su señor no había querido pagar, que tampoco | |
él pagaría; porque, siendo él escudero de caballero andante, como era, la | |
mesma regla y razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna | |
en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero, y amenazóle que | |
si no le pagaba, que lo cobraría de modo que le pesase. A lo cual Sancho | |
respondió que, por la ley de caballería que su amo había recebido, no | |
pagaría un solo cornado, aunque le costase la vida; porque no había de | |
perder por él la buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se | |
habían de quejar dél los escuderos de los tales que estaban por venir al | |
mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero. | |
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba | |
en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del | |
Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien | |
intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y | |
movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, | |
uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, | |
alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían | |
menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por | |
límite el cielo. Y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a | |
levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas. | |
Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los | |
oídos de su amo; el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que | |
alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que | |
gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope | |
llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por | |
donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran | |
muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su escudero. Viole | |
bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza que, si la cólera le | |
dejara, tengo para mí que se riera. Probó a subir desde el caballo a las | |
bardas, pero estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo; y | |
así, desde encima del caballo, comenzó a decir tantos denuestos y baldones | |
a los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas | |
no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho | |
dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo | |
aprovechaba poco, ni aprovechó, hasta que de puro cansados le dejaron. | |
Trujéronle allí su asno, y, subiéndole encima, le arroparon con su gabán. Y | |
la compasiva de Maritornes, viéndole tan fatigado, le pareció ser bien | |
socorrelle con un jarro de agua, y así, se le trujo del pozo, por ser más | |
frío. Tomóle Sancho, y llevándole a la boca, se paró a las voces que su amo | |
le daba, diciendo: | |
-¡Hijo Sancho, no bebas agua! ¡Hijo, no la bebas, que te matará! ¿Ves? Aquí | |
tengo el santísimo bálsamo -y enseñábale la alcuza del brebaje-, que con | |
dos gotas que dél bebas sanarás sin duda. | |
A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras | |
mayores: | |
-¿Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o | |
quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? | |
Guárdese su licor con todos los diablos y déjeme a mí. | |
Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo fue uno; mas, como al | |
primer trago vio que era agua, no quiso pasar adelante, y rogó a Maritornes | |
que se le trujese de vino, y así lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo | |
pagó de su mesmo dinero; porque, en efecto, se dice della que, aunque | |
estaba en aquel trato, tenía unas sombras y lejos de cristiana. | |
Así como bebió Sancho, dio de los carcaños a su asno, y, abriéndole la | |
puerta de la venta de par en par, se salió della, muy contento de no haber | |
pagado nada y de haber salido con su intención, aunque había sido a costa | |
de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el | |
ventero se quedó con sus alforjas en pago de lo que se le debía; mas Sancho | |
no las echó menos, según salió turbado. Quiso el ventero atrancar bien la | |
puerta así como le vio fuera, mas no lo consintieron los manteadores, que | |
eran gente que, aunque don Quijote fuera verdaderamente de los caballeros | |
andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites. | |
Capítulo XVIII. Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su | |
señor Don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas | |
Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podía arrear a su | |
jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo: | |
-Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta, de que es | |
encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo | |
contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo | |
esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando | |
los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni | |
menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que | |
te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te | |
hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran | |
de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de | |
la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que | |
caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su | |
propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad. | |
-También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero | |
no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran | |
fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de | |
carne y hueso como nosotros; y todos, según los oí nombrar cuando me | |
volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el | |
otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el | |
Zurdo. Así que, señor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse | |
del caballo, en ál estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio | |
de todo esto es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, | |
nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos cuál es nuestro pie | |
derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, | |
fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de | |
entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en | |
colodra, como dicen. | |
-¡Qué poco sabes, Sancho -respondió don Quijote-, de achaque de caballería! | |
Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de ojos cuán | |
honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿qué mayor contento | |
puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una | |
batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna. | |
-Así debe de ser -respondió Sancho-, puesto que yo no lo sé; sólo sé que, | |
después que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no | |
hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla | |
alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra merced | |
con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha sido palos | |
y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento | |
y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, | |
para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como | |
vuestra merced dice. | |
-Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho -respondió don | |
Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré haber a las manos alguna | |
espada hecha por tal maestría, que al que la trujere consigo no le puedan | |
hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la | |
ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente | |
Espada, que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, | |
porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no | |
había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante. | |
-Yo soy tan venturoso -dijo Sancho- que, cuando eso fuese y vuestra merced | |
viniese a hallar espada semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los | |
armados caballeros, como el bálsamo; y los escuderos, que se los papen | |
duelos. | |
-No temas eso, Sancho -dijo don Quijote-, que mejor lo hará el cielo | |
contigo. | |
Es estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote | |
que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; | |
y, en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo: | |
-Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene | |
guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto | |
como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras | |
que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. | |
¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de | |
un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí | |
viene marchando. | |
-A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-, porque desta parte contraria | |
se levanta asimesmo otra semejante polvareda. | |
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose | |
sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a | |
embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque | |
tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, | |
encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de | |
caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era | |
encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda que había visto la levantaban | |
dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de | |
dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de | |
ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que | |
eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle: | |
-Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros? | |
-¿Qué? -dijo don Quijote-: favorecer y ayudar a los menesterosos y | |
desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente | |
le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla | |
Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey | |
de los garamantas, Pentapolén del Arremangado Brazo, porque siempre entra | |
en las batallas con el brazo derecho desnudo. | |
-Pues, ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? -preguntó Sancho. | |
-Quierénse mal -respondió don Quijote- porque este Alefanfarón es un | |
foribundo pagano y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy | |
fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la | |
quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta | |
Mahoma y se vuelve a la suya. | |
-¡Para mis barbas -dijo Sancho-, si no hace muy bien Pentapolín, y que le | |
tengo de ayudar en cuanto pudiere! | |
-En eso harás lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque, para entrar | |
en batallas semejantes, no se requiere ser armado caballero. | |
-Bien se me alcanza eso -respondió Sancho-, pero, ¿dónde pondremos a este | |
asno que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega? Porque | |
el entrar en ella en semejante caballería no creo que está en uso hasta | |
agora. | |
-Así es verdad -dijo don Quijote-. Lo que puedes hacer dél es dejarle a sus | |
aventuras, ora se pierda o no, porque serán tantos los caballos que | |
tendremos, después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante | |
no le trueque por otro. Pero estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta | |
de los caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y, | |
para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se | |
hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos. | |
Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien | |
las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del | |
polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, | |
viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó | |
a decir: | |
-Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un | |
león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso | |
Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores | |
de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el | |
temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros | |
giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán | |
de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de | |
serpiente, y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las | |
del templo que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus | |
enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás delante y en la | |
frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de | |
Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas | |
partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el | |
escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que | |
es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par | |
Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y oprime | |
los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas | |
y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación | |
francés, llamado Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique; el otro, | |
que bate las ijadas con los herrados carcaños a aquella pintada y ligera | |
cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque de | |
Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo una | |
esparraguera, con una letra en castellano que dice así: Rastrea mi suerte. | |
Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro | |
escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, | |
empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista | |
locura; y, sin parar, prosiguió diciendo: | |
-A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí | |
están los que bebían las dulces aguas del famoso Janto; los montuosos que | |
pisan los masílicos campos; los que criban el finísimo y menudo oro en la | |
felice Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro | |
Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; | |
los númidas, dudosos en sus promesas; los persas, arcos y flechas famosos; | |
los partos, los medos, que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; | |
los citas, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y | |
otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los | |
nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las | |
corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus | |
rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las | |
provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de | |
pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los | |
manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, | |
reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso | |
por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las | |
estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; | |
los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo y con los blancos copos | |
del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y | |
encierra. | |
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole a | |
cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo | |
absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos! | |
Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de | |
cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes | |
que su amo nombraba; y, como no descubría a ninguno, le dijo: | |
-Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos | |
vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá | |
todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche. | |
-¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No oyes el relinchar de los | |
caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores? | |
-No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y | |
carneros. | |
Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños. | |
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni | |
oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos | |
y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, | |
retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la | |
parte a quien yo diere mi ayuda. | |
Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante, y, puesta la lanza en el | |
ristre, bajó de la costezuela como un rayo. Diole voces Sancho, diciéndole: | |
-¡Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son | |
carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvase, desdichado del padre | |
que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero | |
alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules | |
ni endiablados. ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios! | |
Ni por ésas volvió don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo: | |
-¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del | |
valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis | |
cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alefanfarón de la Trapobana! | |
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de | |
alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus | |
mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían | |
dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, | |
desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como | |
el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a | |
todas partes, decía: | |
-¿Adónde estás, soberbio Alifanfuón? Vente a mí; que un caballero solo soy, | |
que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena | |
de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta. | |
Llegó en esto una peladilla de arroyo, y, dándole en un lado, le sepultó | |
dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que | |
estaba muerto o malferido, y, acordándose de su licor, sacó su alcuza y | |
púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas, antes que | |
acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra | |
almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo | |
pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y | |
machucándole malamente dos dedos de la mano. | |
Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre | |
caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y | |
creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa, recogieron su | |
ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y, sin | |
averiguar otra cosa, se fueron. | |
Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que | |
su amo hacía, y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora y el punto en | |
que la fortuna se le había dado a conocer. Viéndole, pues, caído en el | |
suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a | |
él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y | |
díjole: | |
-¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a | |
acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros? | |
-Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. | |
Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que | |
quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que | |
yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos | |
en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te | |
desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos | |
bonitamente, y verás cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en | |
su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, | |
como yo te los pinté primero... Pero no vayas agora, que he menester tu | |
favor y ayuda; llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que | |
me parece que no me ha quedado ninguno en la boca. | |
Llegóse Sancho tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a | |
tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote; y, al | |
tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí, más recio que una | |
escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del | |
compasivo escudero. | |
-¡Santa María! -dijo Sancho-, ¿y qué es esto que me ha sucedido? Sin duda, | |
este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca. | |
Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor, | |
que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto | |
beber; y fue tanto el asco que tomó que, revolviéndosele el estómago, | |
vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de | |
perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué | |
limpiarse y con qué curar a su amo; y, como no las halló, estuvo a punto de | |
perder el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a su | |
amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las | |
esperanzas del gobierno de la prometida ínsula. | |
Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, | |
porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas | |
de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo -tal era de leal | |
y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre | |
su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y, | |
viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le | |
dijo: | |
-Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. | |
Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de | |
serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible | |
que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo | |
durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que, no debes congojarte | |
por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas. | |
-¿Cómo no? -respondió Sancho-. Por ventura, el que ayer mantearon, ¿era | |
otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas | |
mis alhajas, ¿son de otro que del mismo? | |
-¿Que te faltan las alforjas, Sancho? -dijo don Quijote. | |
-Sí que me faltan -respondió Sancho. | |
-Dese modo, no tenemos qué comer hoy -replicó don Quijote. | |
-Eso fuera -respondió Sancho- cuando faltaran por estos prados las yerbas | |
que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas | |
los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es. | |
-Con todo eso -respondió don Quijote-, tomara yo ahora más aína un cuartal | |
de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas | |
describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Mas, | |
con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí; que | |
Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más | |
andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del | |
aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua; y es | |
tan piadoso que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve | |
sobre los injustos y justos. | |
-Más bueno era vuestra merced -dijo Sancho- para predicador que para | |
caballero andante. | |
-De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho -dijo don | |
Quijote-, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se | |
paraba a hacer un sermón o plática, en mitad de un campo real, como si | |
fuera graduado por la Universidad de París; de donde se infiere que nunca | |
la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza. | |
-Ahora bien, sea así como vuestra merced dice -respondió Sancho-, vamos | |
ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea | |
en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros | |
encantados; que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato. | |
-Pídeselo tú a Dios, hijo -dijo don Quijote-, y guía tú por donde | |
quisieres, que esta vez quiero dejar a tu eleción el alojarnos. Pero dame | |
acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas | |
me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor. | |
Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, le dijo: | |
-¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte? | |
-Cuatro -respondió don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy | |
sanas. | |
-Mire vuestra merced bien lo que dice, señor -respondió Sancho. | |
-Digo cuatro, si no eran cinco -respondió don Quijote-, porque en toda mi | |
vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido | |
de neguijón ni de reuma alguna. | |
-Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra merced más de | |
dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está | |
rasa como la palma de la mano. | |
-¡Sin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su | |
escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, | |
como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca | |
sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un | |
diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos | |
la estrecha orden de la caballería. Sube, amigo, y guía, que yo te seguiré | |
al paso que quisieres. | |
Hízolo así Sancho, y encaminóse hacia donde le pareció que podía hallar | |
acogimiento, sin salir del camino real, que por allí iba muy seguido. | |
Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote | |
no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y | |
divertille diciéndole alguna cosa; y, entre otras que le dijo, fue lo que | |
se dirá en el siguiente capítulo. | |
Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de | |
la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos | |
famosos | |
-Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han | |
sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra | |
merced contra la orden de su caballería, no habiendo cumplido el juramento | |
que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo | |
aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar | |
aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo | |
bien. | |
-Tienes mucha razón, Sancho -dijo don Quijote-; mas, para decirte verdad, | |
ello se me había pasado de la memoria; y también puedes tener por cierto | |
que por la culpa de no habérmelo tú acordado en tiempo te sucedió aquello | |
de la manta; pero yo haré la enmienda, que modos hay de composición en la | |
orden de la caballería para todo. | |
-Pues, ¿juré yo algo, por dicha? -respondió Sancho. | |
-No importa que no hayas jurado -dijo don Quijote-: basta que yo entiendo | |
que de participantes no estás muy seguro, y, por sí o por no, no será malo | |
proveernos de remedio. | |
-Pues si ello es así -dijo Sancho-, mire vuestra merced no se le torne a | |
olvidar esto, como lo del juramento; quizá les volverá la gana a las | |
fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aun con vuestra merced si le ven | |
tan pertinaz. | |
En estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener | |
ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno | |
en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de las alforjas, les | |
faltó toda la despensa y matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta | |
desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio alguno, | |
verdaderamente lo parecía. Y fue que la noche cerró con alguna escuridad; | |
pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era | |
real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna venta. | |
Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo | |
con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia | |
ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se | |
movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas | |
consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su | |
rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, | |
y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se | |
llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un | |
azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, | |
animándose un poco, dijo: | |
-Ésta, sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, | |
donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo. | |
-¡Desdichado de mí! -respondió Sancho-; si acaso esta aventura fuese de | |
fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿adónde habrá costillas que la sufran? | |
-Por más fantasmas que sean -dijo don Quijote-, no consentiré yo que te | |
toque en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo, fue | |
porque no pude yo saltar las paredes del corral, pero ahora estamos en | |
campo raso, donde podré yo como quisiere esgremir mi espada. | |
-Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicieron -dijo Sancho-, | |
¿qué aprovechará estar en campo abierto o no? | |
-Con todo eso -replicó don Quijote-, te ruego, Sancho, que tengas buen | |
ánimo, que la experiencia te dará a entender el que yo tengo. | |
-Sí tendré, si a Dios place -respondió Sancho. | |
Y, apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente | |
lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser; y de allí a muy | |
poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto | |
remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, | |
como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear | |
cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte | |
encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos; | |
detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían | |
otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien | |
vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los | |
encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y compasiva. Esta estraña | |
visión, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en | |
el corazón de Sancho, y aun en el de su amo; y así fuera en cuanto a don | |
Quijote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo. Lo | |
contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su | |
imaginación al vivo que aquélla era una de las aventuras de sus libros. | |
Figurósele que la litera eran andas donde debía de ir algún mal ferido o | |
muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada; y, sin hacer | |
otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil | |
brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados | |
forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo: | |
-Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién | |
sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; | |
que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han fecho, algún | |
desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para | |
castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos | |
ficieron. | |
-Vamos de priesa -respondió uno de los encamisados- y está la venta lejos, | |
y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís. | |
Y, picando la mula, pasó adelante. Sintióse desta respuesta grandemente don | |
Quijote, y, trabando del freno, dijo: | |
-Deteneos y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; | |
si no, conmigo sois todos en batalla. | |
Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que, | |
alzándose en los pies, dio con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo | |
que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó a denostar a don Quijote, | |
el cual, ya encolerizado, sin esperar más, enristrando su lanzón, arremetió | |
a uno de los enlutados, y, mal ferido, dio con él en tierra; y, | |
revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los | |
acometía y desbarataba; que no parecía sino que en aquel instante le habían | |
nacido alas a Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso. | |
Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, y así, con facilidad, | |
en un momento dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con | |
las hachas encendidas, que no parecían sino a los de las máscaras que en | |
noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimesmo, revueltos y | |
envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover; así que, muy a su | |
salvo, don Quijote los apaleó a todos y les hizo dejar el sitio mal de su | |
grado, porque todos pensaron que aquél no era hombre, sino diablo del | |
infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban. | |
Todo lo miraba Sancho, admirado del ardimiento de su señor, y decía entre | |
sí: | |
-Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice. | |
Estaba una hacha ardiendo en el suelo, junto al primero que derribó la | |
mula, a cuya luz le pudo ver don Quijote; y, llegándose a él, le puso la | |
punta del lanzón en el rostro, diciéndole que se rindiese; si no, que le | |
mataría. A lo cual respondió el caído: | |
-Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna | |
quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me | |
mate; que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las | |
primeras órdenes. | |
-Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre | |
de Iglesia? | |
-¿Quién, señor? -replicó el caído-: mi desventura. | |
-Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote-, si no me satisfacéis a todo | |
cuanto primero os pregunté. | |
-Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y | |
así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, | |
no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; | |
vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que | |
huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo | |
muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en | |
Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su | |
sepultura, que está en Segovia, de donde es natural. | |
-¿Y quién le mató? -preguntó don Quijote. | |
-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron -respondió el | |
bachiller. | |
-Desa suerte -dijo don Quijote-, quitado me ha Nuestro Señor del trabajo | |
que había de tomar en vengar su muerte si otro alguno le hubiera muerto; | |
pero, habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los | |
hombros, porque lo mesmo hiciera si a mí mismo me matara. Y quiero que sepa | |
vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don | |
Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos | |
y desfaciendo agravios. | |
-No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos -dijo el bachiller-, pues a | |
mí de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la | |
cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que en | |
mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré | |
agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos, que vais | |
buscando aventuras. | |
-No todas las cosas -respondió don Quijote- suceden de un mismo modo. El | |
daño estuvo, señor bachiller Alonso López, en venir, como veníades, de | |
noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, | |
rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejábades cosa mala y del | |
otro mundo; y así, yo no pude dejar de cumplir con mi obligación | |
acometiéndoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que érades los | |
memos satanases del infierno, que por tales os juzgué y tuve siempre. | |
-Ya que así lo ha querido mi suerte -dijo el bachiller-, suplico a vuestra | |
merced, señor caballero andante (que tan mala andanza me ha dado), me ayude | |
a salir de debajo desta mula, que me tiene tomada una pierna entre el | |
estribo y la silla. | |
-¡Hablara yo para mañana! -dijo don Quijote-. Y ¿hasta cuándo aguardábades | |
a decirme vuestro afán? | |
Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; pero él no se curó de venir, | |
porque andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían | |
aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de comer. Hizo Sancho | |
costal de su gabán, y, recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego, | |
cargó su jumento, y luego acudió a las voces de su amo y ayudó a sacar al | |
señor bachiller de la opresión de la mula; y, poniéndole encima della, le | |
dio la hacha, y don Quijote le dijo que siguiese la derrota de sus | |
compañeros, a quien de su parte pidiese perdón del agravio, que no había | |
sido en su mano dejar de haberle hecho. Díjole también Sancho: | |
-Si acaso quisieren saber esos señores quién ha sido el valeroso que tales | |
los puso, diráles vuestra merced que es el famoso don Quijote de la Mancha, | |
que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura. | |
Con esto, se fue el bachiller; y don Quijote preguntó a Sancho que qué le | |
había movido a llamarle el Caballero de la Triste Figura, más entonces que | |
nunca. | |
-Yo se lo diré -respondió Sancho-: porque le he estado mirando un rato a la | |
luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene | |
vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y | |
débelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de | |
las muelas y dientes. | |
-No es eso -respondió don Quijote-, sino que el sabio, a cuyo cargo debe de | |
estar el escribir la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será | |
bien que yo tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los | |
caballeros pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada; cuál, el del | |
Unicornio; aquel, de las Doncellas; aquéste, el del Ave Fénix; el otro, el | |
Caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e | |
insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra. Y así, digo que | |
el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora | |
que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme | |
desde hoy en adelante; y, para que mejor me cuadre tal nombre, determino de | |
hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura. | |
-No hay para qué gastar tiempo y dineros en hacer esa figura -dijo Sancho-, | |
sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced descubra la suya y dé | |
rostro a los que le miraren; que, sin más ni más, y sin otra imagen ni | |
escudo, le llamarán el de la Triste Figura; y créame que le digo verdad, | |
porque le prometo a vuestra merced, señor, y esto sea dicho en burlas, que | |
le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya | |
tengo dicho, se podrá muy bien escusar la triste pintura. | |
Rióse don Quijote del donaire de Sancho, pero, con todo, propuso de | |
llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo, o rodela, como había | |
imaginado. | |
En esto volvió el bachiller y le dijo a don Quijote: | |
-Olvidábaseme de decir que advierta vuestra merced que queda descomulgado | |
por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada: juxta illud: Si | |
quis suadente diabolo, etc. | |
-No entiendo ese latín -respondió don Quijote-, mas yo sé bien que no puse | |
las manos, sino este lanzón; cuanto más, que yo no pensé que ofendía a | |
sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico | |
y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, | |
cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Ruy Díaz, | |
cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de Su Santidad | |
del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de | |
Vivar como muy honrado y valiente caballero. | |
En oyendo esto el bachiller, se fue, como queda dicho, sin replicarle | |
palabra. Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera | |
eran huesos o no, pero no lo consintió Sancho, diciéndole: | |
-Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más a su salvo | |
de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, | |
podría ser que cayese en la cuenta de que los venció sola una persona, y, | |
corridos y avergonzados desto, volviesen a rehacerse y a buscarnos, y nos | |
diesen en qué entender. El jumento está como conviene, la montaña cerca, la | |
hambre carga, no hay que hacer sino retirarnos con gentil compás de pies, | |
y, como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza. | |
Y, antecogiendo su asno, rogó a su señor que le siguiese; el cual, | |
pareciéndole que Sancho tenía razón, sin volverle a replicar, le siguió. Y, | |
a poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un | |
espacioso y escondido valle, donde se apearon; y Sancho alivió el jumento, | |
y, tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, | |
comieron, merendaron y cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus | |
estómagos con más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto | |
-que pocas veces se dejan mal pasar- en la acémila de su repuesto traían. | |
Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y | |
fue que no tenían vino que beber, ni aun agua que llegar a la boca; y, | |
acosados de la sed, dijo Sancho, viendo que el prado donde estaban estaba | |
colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente capítulo. | |
Capítulo XX. De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro | |
fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso | |
don Quijote de la Mancha | |
-No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio de que por | |
aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedece; | |
y así, será bien que vamos un poco más adelante, que ya toparemos donde | |
podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa | |
mayor pena que la hambre. | |
Parecióle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a | |
Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, después de haber puesto sobre | |
él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado | |
arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa | |
alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos | |
un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se | |
despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera, y, parándose a escuchar hacia | |
qué parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento | |
del agua, especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco | |
ánimo. Digo que oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir | |
de hierros y cadenas, que, acompañados del furioso estruendo del agua, que | |
pusieran pavor a cualquier otro corazón que no fuera el de don Quijote. | |
Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre | |
unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un | |
temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, | |
el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y | |
espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento | |
dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar | |
donde se hallaban. Pero don Quijote, acompañado de su intrépido corazón, | |
saltó sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, terció su lanzón y dijo: | |
-Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta | |
nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como | |
suele llamarse. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las | |
grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de | |
resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la | |
Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes | |
y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos | |
caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo | |
tales grandezas, estrañezas y fechos de armas, que escurezcan las más | |
claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas | |
desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos | |
árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que | |
parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la luna, y | |
aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos; las cuales | |
cosas, todas juntas y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, | |
temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no | |
está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto | |
que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que | |
el corazón me reviente en el pecho, con el deseo que tiene de acometer esta | |
aventura, por más dificultosa que se muestra. Así que, aprieta un poco las | |
cinchas a Rocinante y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no | |
más, en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte a nuestra aldea, y | |
desde allí, por hacerme merced y buena obra, irás al Toboso, donde dirás a | |
la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por | |
acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. | |
Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor | |
ternura del mundo y a decille: | |
-Señor, yo no sé por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa | |
aventura: ahora es de noche, aquí no nos vee nadie, bien podemos torcer el | |
camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y, pues no | |
hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes; cuanto más, que | |
yo he oído predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bien | |
conoce, que quien busca el peligro perece en él; así que, no es bien tentar | |
a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por | |
milagro; y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle | |
de ser manteado, como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo de | |
entre tantos enemigos como acompañaban al difunto. Y, cuando todo esto no | |
mueva ni ablande ese duro corazón, muévale el pensar y creer que apenas se | |
habrá vuestra merced apartado de aquí, cuando yo, de miedo, dé mi ánima a | |
quien quisiere llevarla. Yo salí de mi tierra y dejé hijos y mujer por | |
venir a servir a vuestra merced, creyendo valer más y no menos; pero, como | |
la cudicia rompe el saco, a mí me ha rasgado mis esperanzas, pues cuando | |
más vivas las tenía de alcanzar aquella negra y malhadada ínsula que tantas | |
veces vuestra merced me ha prometido, veo que, en pago y trueco della, me | |
quiere ahora dejar en un lugar tan apartado del trato humano. Por un solo | |
Dios, señor mío, que non se me faga tal desaguisado; y ya que del todo no | |
quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilátelo, a lo | |
menos, hasta la mañana; que, a lo que a mí me muestra la ciencia que | |
aprendí cuando era pastor, no debe de haber desde aquí al alba tres horas, | |
porque la boca de la Bocina está encima de la cabeza, y hace la media noche | |
en la línea del brazo izquierdo. | |
-¿Cómo puedes tú, Sancho -dijo don Quijote-, ver dónde hace esa línea, ni | |
dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si hace la noche tan escura | |
que no parece en todo el cielo estrella alguna? | |
-Así es -dijo Sancho-, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las cosas | |
debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo; puesto que, por buen | |
discurso, bien se puede entender que hay poco de aquí al día. | |
-Falte lo que faltare -respondió don Quijote-; que no se ha de decir por | |
mí, ahora ni en ningún tiempo, que lágrimas y ruegos me apartaron de hacer | |
lo que debía a estilo de caballero; y así, te ruego, Sancho, que calles; | |
que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y | |
tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar | |
tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a Rocinante y | |
quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo o muerto. | |
Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con | |
él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su | |
industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando | |
apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el | |
cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don | |
Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino | |
a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo: | |
-Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha | |
ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar, y | |
espolear, y dalle, será enojar a la fortuna y dar coces, como dicen, contra | |
el aguijón. | |
Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al | |
caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, | |
tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante | |
se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la | |
industria de Sancho; y así, le dijo: | |
-Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de | |
esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir. | |
-No hay que llorar -respondió Sancho-, que yo entretendré a vuestra merced | |
contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y | |
echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros | |
andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de | |
acometer esta tan desemejable aventura que le espera. | |
-¿A qué llamas apear o a qué dormir? -dijo don Quijote-. ¿Soy yo, por | |
ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme | |
tú, que naciste para dormir, o haz lo que quisieres, que yo haré lo que | |
viere que más viene con mi pretensión. | |
No se enoje vuestra merced, señor mío -respondió Sancho-, que no lo dije | |
por tanto. | |
Y, llegándose a él, puso la una mano en el arzón delantero y la otra en el | |
otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin | |
osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes, que | |
todavía alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún | |
cuento para entretenerle, como se lo había prometido, a lo que Sancho dijo | |
que sí hiciera si le dejara el temor de lo que oía. | |
-Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia que, si la | |
acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y | |
estéme vuestra merced atento, que ya comienzo. «Érase que se era, el bien | |
que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar...» Y | |
advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos | |
dieron a sus consejas no fue así comoquiera, que fue una sentencia de Catón | |
Zonzorino, romano, que dice: "Y el mal, para quien le fuere a buscar", que | |
viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo y no | |
vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro | |
camino, pues nadie nos fuerza a que sigamos éste, donde tantos miedos nos | |
sobresaltan. | |
-Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, y del camino que hemos de | |
seguir déjame a mí el cuidado. | |
-«Digo, pues -prosiguió Sancho-, que en un lugar de Estremadura había un | |
pastor cabrerizo (quiero decir que guardaba cabras), el cual pastor o | |
cabrerizo, como digo, de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz | |
andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba, la cual pastora | |
llamada Torralba era hija de un ganadero rico, y este ganadero rico...» | |
-Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo | |
dos veces lo que vas diciendo, no acabarás en dos días; dilo seguidamente y | |
cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada. | |
-De la misma manera que yo lo cuento -respondió Sancho-, se cuentan en mi | |
tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que | |
vuestra merced me pida que haga usos nuevos. | |
-Di como quisieres -respondió don Quijote-; que, pues la suerte quiere que | |
no pueda dejar de escucharte, prosigue. | |
-«Así que, señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho-, que, como ya tengo | |
dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba, la pastora, que era una | |
moza rolliza, zahareña y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de | |
bigotes, que parece que ahora la veo.» | |
-Luego, ¿conocístela tú? -dijo don Quijote. | |
-No la conocí yo -respondió Sancho-, pero quien me contó este cuento me | |
dijo que era tan cierto y verdadero que podía bien, cuando lo contase a | |
otro, afirmar y jurar que lo había visto todo. «Así que, yendo días y | |
viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de | |
manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo | |
y mala voluntad; y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad | |
de celillos que ella le dio, tales que pasaban de la raya y llegaban a lo | |
vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante que, por | |
no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la | |
viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso | |
bien, mas que nunca le había querido.» | |
-Ésa es natural condición de mujeres -dijo don Quijote-: desdeñar a quien | |
las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, Sancho. | |
-«Sucedió -dijo Sancho- que el pastor puso por obra su determinación, y, | |
antecogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Estremadura, para | |
pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él, | |
y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con | |
unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo | |
y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas, | |
llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, | |
sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río | |
Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la | |
parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su | |
ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho, porque veía que la | |
Torralba venía ya muy cerca y le había de dar mucha pesadumbre con sus | |
ruegos y lágrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía | |
junto a sí un barco, tan pequeño que solamente podían caber en él una | |
persona y una cabra; y, con todo esto, le habló y concertó con él que le | |
pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el | |
barco, y pasó una cabra; volvió, y pasó otra; tornó a volver, y tornó a | |
pasar otra.» Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va | |
pasando, porque si se pierde una de la memoria, se acabará el cuento y no | |
será posible contar más palabra dél. «Sigo, pues, y digo que el | |
desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y | |
tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por | |
otra cabra, y otra, y otra...» | |
-Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote-: no andes yendo y | |
viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año. | |
-¿Cuántas han pasado hasta agora? -dijo Sancho. | |
-¡Yo qué diablos sé! -respondió don Quijote-. | |
-He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios, que se ha | |
acabado el cuento, que no hay pasar adelante. | |
-¿Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote-. ¿Tan de esencia de la | |
historia es saber las cabras que han pasado, por estenso, que si se yerra | |
una del número no puedes seguir adelante con la historia? | |
-No señor, en ninguna manera -respondió Sancho-; porque, así como yo | |
pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado y me | |
respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la | |
memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y | |
contento. | |
-¿De modo -dijo don Quijote- que ya la historia es acabada? | |
-Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho. | |
-Dígote de verdad -respondió don Quijote- que tú has contado una de las más | |
nuevas consejas, cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo; y | |
que tal modo de contarla ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá visto en | |
toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no | |
me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben de tener | |
turbado el entendimiento. | |
-Todo puede ser -respondió Sancho-, mas yo sé que en lo de mi cuento no hay | |
más que decir: que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del | |
pasaje de las cabras. | |
-Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote-, y veamos si se puede | |
mover Rocinante. | |
Tornóle a poner las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: | |
tanto estaba de bien atado. | |
En esto, parece ser, o que el frío de la mañana, que ya venía, o que Sancho | |
hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese cosa natural -que es lo | |
que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que | |
otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en | |
su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. Pues pensar | |
de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y así, lo que hizo, por | |
bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, | |
con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza | |
con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en | |
quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos. Tras esto, | |
alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que no | |
eran muy pequeñas. Hecho esto -que él pensó que era lo más que tenía que | |
hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia-, le sobrevino otra | |
mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y | |
ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo | |
en sí el aliento todo cuanto podía; pero, con todas estas diligencias, fue | |
tan desdichado que, al cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, bien | |
diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote y dijo: | |
-¿Qué rumor es ése, Sancho? | |
-No sé, señor -respondió él-. Alguna cosa nueva debe de ser, que las | |
aventuras y desventuras nunca comienzan por poco. | |
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien que, sin más ruido ni | |
alboroto que el pasado, se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le | |
había dado. Mas, como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como | |
el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él que casi por | |
línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que | |
algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado, cuando él | |
fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos; y, con tono algo gangoso, | |
dijo: | |
-Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. | |
-Sí tengo -respondió Sancho-; mas, ¿en qué lo echa de ver vuestra merced | |
ahora más que nunca? | |
-En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar -respondió don Quijote. | |
-Bien podrá ser -dijo Sancho-, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra | |
merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos. | |
-Retírate tres o cuatro allá, amigo -dijo don Quijote (todo esto sin | |
quitarse los dedos de las narices)-, y desde aquí adelante ten más cuenta | |
con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que | |
tengo contigo ha engendrado este menosprecio. | |
-Apostaré -replicó Sancho- que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi | |
persona alguna cosa que no deba. | |
-Peor es meneallo, amigo Sancho -respondió don Quijote. | |
En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo. Mas, | |
viendo Sancho que a más andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó | |
a Rocinante y se ató los calzones. Como Rocinante se vio libre, aunque él | |
de suyo no era nada brioso, parece que se resintió, y comenzó a dar | |
manotadas; porque corvetas -con perdón suyo- no las sabía hacer. Viendo, | |
pues, don Quijote que ya Rocinante se movía, lo tuvo a buena señal, y creyó | |
que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura. | |
Acabó en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas, | |
y vio don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellos eran | |
castaños, que hacen la sombra muy escura. Sintió también que el golpear no | |
cesaba, pero no vio quién lo podía causar; y así, sin más detenerse, hizo | |
sentir las espuelas a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, le | |
mandó que allí le aguardase tres días, a lo más largo, como ya otra vez se | |
lo había dicho; y que, si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por | |
cierto que Dios había sido servido de que en aquella peligrosa aventura se | |
le acabasen sus días. Tornóle a referir el recado y embajada que había de | |
llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga | |
de sus servicios, no tuviese pena, porque él había dejado hecho su | |
testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de | |
todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese | |
servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin | |
cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula. | |
De nuevo tornó a llorar Sancho, oyendo de nuevo las lastimeras razones de | |
su buen señor, y determinó de no dejarle hasta el último tránsito y fin de | |
aquel negocio. | |
Destas lágrimas y determinación tan honrada de Sancho Panza saca el autor | |
desta historia que debía de ser bien nacido, y, por lo menos, cristiano | |
viejo. Cuyo sentimiento enterneció algo a su amo, pero no tanto que | |
mostrase flaqueza alguna; antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzó a | |
caminar hacia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del | |
golpear venía. | |
Seguíale Sancho a pie, llevando, como tenía de costumbre, del cabestro a su | |
jumento, perpetuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas; y, | |
habiendo andado una buena pieza por entre aquellos castaños y árboles | |
sombríos, dieron en un pradecillo que al pie de unas altas peñas se hacía, | |
de las cuales se precipitaba un grandísimo golpe de agua. Al pie de las | |
peñas, estaban unas casas mal hechas, que más parecían ruinas de edificios | |
que casas, de entre las cuales advirtieron que salía el ruido y estruendo | |
de aquel golpear, que aún no cesaba. | |
Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y, | |
sosegándole don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, | |
encomendándose de todo corazón a su señora, suplicándole que en aquella | |
temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba | |
también a Dios, que no le olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el | |
cual alargaba cuanto podía el cuello y la vista por entre las piernas de | |
Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso le tenía. | |
Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, | |
pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de | |
aquel horrísono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos | |
toda la noche los había tenido. Y eran -si no lo has, ¡oh lector!, por | |
pesadumbre y enojo- seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes | |
aquel estruendo formaban. | |
Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. | |
Miróle Sancho, y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con | |
muestras de estar corrido. Miró también don Quijote a Sancho, y viole que | |
tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes | |
señales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconía tanto con él | |
que, a la vista de Sancho, pudiese dejar de reírse; y, como vio Sancho que | |
su amo había comenzado, soltó la presa de manera que tuvo necesidad de | |
apretarse las ijadas con los puños, por no reventar riendo. Cuatro veces | |
sosegó, y otras tantas volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de | |
lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como | |
por modo de fisga: | |
-«Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en | |
esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo | |
soy aquél para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los | |
valerosos fechos...» | |
Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones que don Quijote dijo la | |
vez primera que oyeron los temerosos golpes. | |
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en | |
tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos, tales que, si, como | |
los recibió en las espaldas, los recibiera en la cabeza, quedara libre de | |
pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba | |
tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante | |
en ellas, con mucha humildad le dijo: | |
-Sosiéguese vuestra merced; que, por Dios, que me burlo. | |
-Pues, porque os burláis, no me burlo yo -respondió don Quijote-. Venid | |
acá, señor alegre: ¿paréceos a vos que, si como éstos fueron mazos de | |
batán, fueran otra peligrosa aventura, no había yo mostrado el ánimo que | |
convenía para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo obligado, a dicha, siendo, | |
como soy, caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuáles son de | |
batán o no? Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en | |
mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y | |
nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en | |
seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y, | |
cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que | |
quisiéredes. | |
-No haya más, señor mío -replicó Sancho-, que yo confieso que he andado | |
algo risueño en demasía. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en | |
paz (así Dios le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y | |
salvo como le ha sacado désta), ¿no ha sido cosa de reír, y lo es de | |
contar, el gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve; que de | |
vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es temor ni espanto. | |
-No niego yo -respondió don Quijote- que lo que nos ha sucedido no sea cosa | |
digna de risa, pero no es digna de contarse; que no son todas las personas | |
tan discretas que sepan poner en su punto las cosas. | |
-A lo menos -respondió Sancho-, supo vuestra merced poner en su punto el | |
lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios | |
y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la | |
colada; que yo he oído decir: "Ése te quiere bien, que te hace llorar"; y | |
más, que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a | |
un criado, darle luego unas calzas; aunque no sé lo que le suelen dar tras | |
haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras | |
palos ínsulas o reinos en tierra firme. | |
-Tal podría correr el dado -dijo don Quijote- que todo lo que dices viniese | |
a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes que los | |
primeros movimientos no son en mano del hombre, y está advertido de aquí | |
adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar | |
demasiado conmigo; que en cuantos libros de caballerías he leído, que son | |
infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor | |
como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: | |
tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más. Sí, | |
que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la ínsula Firme; y | |
se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, | |
inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues, ¿qué diremos | |
de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado que, para | |
declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sola una vez se | |
nombra su nombre en toda aquella tan grande como verdadera historia? De | |
todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer | |
diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así | |
que, desde hoy en adelante, nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos | |
cordelejo, porque, de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser | |
mal para el cántaro. Las mercedes y beneficios que yo os he prometido | |
llegarán a su tiempo; y si no llegaren, el salario, a lo menos, no se ha de | |
perder, como ya os he dicho. | |
-Está bien cuanto vuestra merced dice -dijo Sancho-, pero querría yo saber, | |
por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir | |
al de los salarios, cuánto ganaba un escudero de un caballero andante en | |
aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como peones de | |
albañir. | |
-No creo yo -respondió don Quijote- que jamás los tales escuderos | |
estuvieron a salario, sino a merced. Y si yo ahora te le he señalado a ti | |
en el testamento cerrado que dejé en mi casa, fue por lo que podía suceder; | |
que aún no sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la | |
caballería, y no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro | |
mundo. Porque quiero que sepas, Sancho, que en él no hay estado más | |
peligroso que el de los aventureros. | |
-Así es verdad -dijo Sancho-, pues sólo el ruido de los mazos de un batán | |
pudo alborotar y desasosegar el corazón de un tan valeroso andante | |
aventurero como es vuestra merced. Mas, bien puede estar seguro que, de | |
aquí adelante, no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de | |
vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural. | |
-Desa manera -replicó don Quijote-, vivirás sobre la haz de la tierra; | |
porque, después de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo | |
fuesen. | |
Capítulo XXI. Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de | |
Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero | |
En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el | |
molino de los batanes; mas habíales cobrado tal aborrecimiento don Quijote, | |
por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y así, | |
torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro como el que habían | |
llevado el día de antes. | |
De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo, que traía en la | |
cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aún él apenas le | |
hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo: | |
-Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son | |
sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, | |
especialmente aquel que dice: "Donde una puerta se cierra, otra se abre". | |
Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que | |
buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par | |
otra, para otra mejor y más cierta aventura; que si yo no acertare a entrar | |
por ella, mía será la culpa, sin que la pueda dar a la poca noticia de | |
batanes ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaño, | |
hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, | |
sobre que yo hice el juramento que sabes. | |
-Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace -dijo Sancho-, | |
que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y | |
aporrear el sentido. | |
-¡Válate el diablo por hombre! -replicó don Quijote-. ¿Qué va de yelmo a | |
batanes? | |
-No sé nada -respondió Sancho-; mas, a fe que si yo pudiera hablar tanto | |
como solía, que quizá diera tales razones que vuestra merced viera que se | |
engañaba en lo que dice. | |
-¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? -dijo don | |
Quijote-. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un | |
caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? | |
-Lo que yo veo y columbro -respondió Sancho- no es sino un hombre sobre un | |
asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra. | |
-Pues ése es el yelmo de Mambrino -dijo don Quijote-. Apártate a una parte | |
y déjame con él a solas: verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del | |
tiempo, concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo que tanto he | |
deseado. | |
-Yo me tengo en cuidado el apartarme -replicó Sancho-, mas quiera Dios, | |
torno a decir, que orégano sea, y no batanes. | |
-Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, ni por pienso, más eso de los | |
batanes -dijo don Quijote-; que voto..., y no digo más, que os batanee el | |
alma. | |
Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había | |
echado, redondo como una bola. | |
Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote | |
veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño | |
que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto, sí; y | |
así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un | |
enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el | |
barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que, al tiempo que | |
venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debía | |
de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, | |
desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, | |
y ésta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y | |
caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía, con mucha | |
facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes | |
pensamientos. Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin | |
ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el | |
lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a | |
él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo: | |
-¡Defiéndete, cautiva criatura, o entriégame de tu voluntad lo que con | |
tanta razón se me debe! | |
El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma | |
sobre sí, no tuvo otro remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza, | |
si no fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando | |
se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que | |
no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se | |
contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto y que | |
había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se | |
taraza y arpa con los dientes aquéllo por lo que él, por distinto natural, | |
sabe que es perseguido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, | |
tomándola en las manos, dijo: | |
-Por Dios, que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un | |
maravedí. | |
Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una | |
parte y a otra, buscándole el encaje; y, como no se le hallaba, dijo: | |
-Sin duda que el pagano, a cuya medida se forjó primero esta famosa celada, | |
debía de tener grandísima cabeza, y lo peor dello es que le falta la mitad. | |
Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa; mas | |
vínosele a las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della. | |
-¿De qué te ríes, Sancho? -dijo don Quijote. | |
-Ríome -respondió él- de considerar la gran cabeza que tenía el pagano | |
dueño deste almete, que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada. | |
-¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, | |
por algún estraño acidente, debió de venir a manos de quien no supo conocer | |
ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, | |
debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra | |
mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo | |
que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutación; que | |
yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no | |
le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las | |
herrerías para el dios de las batallas; y, en este entretanto, la traeré | |
como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más, que bien será | |
bastante para defenderme de alguna pedrada. | |
-Eso será -dijo Sancho- si no se tira con honda, como se tiraron en la | |
pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las | |
muelas y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo brebaje que | |
me hizo vomitar las asaduras.along | |
-No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tú, Sancho -dijo don | |
Quijote-, que yo tengo la receta en la memoria. | |
-También la tengo yo -respondió Sancho-, pero si yo le hiciere ni le | |
probare más en mi vida, aquí sea mi hora. Cuanto más, que no pienso ponerme | |
en ocasión de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco | |
sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie. De lo del ser otra vez | |
manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y | |
si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el | |
aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos | |
llevare. | |
-Mal cristiano eres, Sancho -dijo, oyendo esto, don Quijote-, porque nunca | |
olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos | |
nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo, qué | |
costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla? | |
Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo; que, a no entenderlo yo | |
ansí, ya yo hubiera vuelto allá y hubiera hecho en tu venganza más daño que | |
el que hicieron los griegos por la robada Elena. La cual, si fuera en este | |
tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquél, pudiera estar segura que no tuviera | |
tanta fama de hermosa como tiene. | |
Y aquí dio un sospiro, y le puso en las nubes. Y dijo Sancho: | |
-Pase por burlas, pues la venganza no puede pasar en veras; pero yo sé de | |
qué calidad fueron las veras y las burlas, y sé también que no se me caerán | |
de la memoria, como nunca se quitarán de las espaldas. Pero, dejando esto | |
aparte, dígame vuestra merced qué haremos deste caballo rucio rodado, que | |
parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino que vuestra | |
merced derribó; que, según él puso los pies en polvorosa y cogió las de | |
Villadiego, no lleva pergenio de volver por él jamás; y ¡para mis barbas, | |
si no es bueno el rucio! | |
-Nunca yo acostumbro -dijo don Quijote- despojar a los que venzo, ni es uso | |
de caballería quitarles los caballos y dejarlos a pie, si ya no fuese que | |
el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo; que, en tal caso, | |
lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita. Así que, | |
Sancho, deja ese caballo, o asno, o lo que tú quisieres que sea, que, como | |
su dueño nos vea alongados de aquí, volverá por él. | |
-Dios sabe si quisiera llevarle -replicó Sancho-, o, por lo menos, trocalle | |
con este mío, que no me parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas | |
las leyes de caballería, pues no se estienden a dejar trocar un asno por | |
otro; y querría saber si podría trocar los aparejos siquiera. | |
-En eso no estoy muy cierto -respondió don Quijote-; y, en caso de duda, | |
hasta estar mejor informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos | |
necesidad estrema. | |
-Tan estrema es -respondió Sancho- que si fueran para mi misma persona, no | |
los hubiera menester más. | |
Y luego, habilitado con aquella licencia, hizo mutatio caparum y puso su | |
jumento a las mil lindezas, dejándole mejorado en tercio y quinto. | |
Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila despojaron, | |
bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos: | |
tal era el aborrecimiento que les tenían por el miedo en que les habían | |
puesto. | |
Cortada, pues, la cólera, y aun la malenconía, subieron a caballo, y, sin | |
tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar | |
ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante | |
quiso, que se llevaba tras sí la de su amo, y aun la del asno, que siempre | |
le seguía por dondequiera que guiaba, en buen amor y compañía. Con todo | |
esto, volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro | |
disignio alguno. | |
Yendo, pues, así caminando, dijo Sancho a su amo: | |
-Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? | |
Que, después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio, se me han | |
podrido más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en | |
el pico de la lengua no querría que se mal lograse. | |
-Dila -dijo don Quijote-, y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay | |
gustoso si es largo. | |
-Digo, pues, señor -respondió Sancho-, que, de algunos días a esta parte, | |
he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscando estas | |
aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de | |
caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más eligrosas, no hay quien | |
las vea ni sepa; y así, se han de quedar en perpetuo silencio, y en | |
perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen. Y | |
así, me parece que sería mejor, salvo el mejor parecer de vuestra merced, | |
que nos fuésemos a servir a algún emperador, o a otro príncipe grande que | |
tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su | |
persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; que, visto esto del | |
señor a quien sirviéremos, por fuerza nos ha de remunerar, a cada cual | |
según sus méritos, y allí no faltará quien ponga en escrito las hazañas de | |
vuestra merced, para perpetua memoria. De las mías no digo nada, pues no | |
han de salir de los límites escuderiles; aunque sé decir que, si se usa en | |
la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que se han de | |
quedar las mías entre renglones. | |
-No dices mal, Sancho -respondió don Quijote-; mas, antes que se llegue a | |
ese término, es menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando | |
las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal que, | |
cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero | |
conocido por sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos | |
por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, | |
diciendo: ''Éste es el Caballero del Sol'', o de la Sierpe, o de otra | |
insignia alguna, debajo de la cual hubiere acabado grandes hazañas. ''Éste | |
es -dirán- el que venció en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la | |
Gran Fuerza; el que desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo | |
encantamento en que había estado casi novecientos años''. Así que, de mano | |
en mano, irán pregonando tus hechos, y luego, al alboroto de los muchachos | |
y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de | |
aquel reino, y así como vea al caballero, conociéndole por las armas o por | |
la empresa del escudo, forzosamente ha de decir: ''¡Ea, sus! ¡Salgan mis | |
caballeros, cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la | |
caballería, que allí viene!'' A cuyo mandamiento saldrán todos, y él | |
llegará hasta la mitad de la escalera, y le abrazará estrechísimamente, y | |
le dará paz besándole en el rostro; y luego le llevará por la mano al | |
aposento de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, | |
su hija, que ha de ser una de las más fermosas y acabadas doncellas que, en | |
gran parte de lo descubierto de la tierra, a duras penas se pueda hallar. | |
Sucederá tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos en el | |
caballero y él en los della, y cada uno parezca a otro cosa más divina que | |
humana; y, sin saber cómo ni cómo no, han de quedar presos y enlazados en | |
la intricable red amorosa, y con gran cuita en sus corazones por no saber | |
cómo se han de fablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí | |
le llevarán, sin duda, a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado, | |
donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de escarlata | |
con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer | |
en farseto. Venida la noche, cenará con el rey, reina e infanta, donde | |
nunca quitará los ojos della, mirándola a furto de los circustantes, y ella | |
hará lo mesmo con la mesma sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy | |
discreta doncella. Levantarse han las tablas, y entrará a deshora por la | |
puerta de la sala un feo y pequeño enano con una fermosa dueña, que, entre | |
dos gigantes, detrás del enano viene, con cierta aventura, hecha por un | |
antiquísimo sabio, que el que la acabare será tenido por el mejor caballero | |
del mundo. Mandará luego el rey que todos los que están presentes la | |
prueben, y ninguno le dará fin y cima sino el caballero huésped, en mucho | |
pro de su fama, de lo cual quedará contentísima la infanta, y se tendrá por | |
contenta y pagada además, por haber puesto y colocado sus pensamientos en | |
tan alta parte. Y lo bueno es que este rey, o príncipe, o lo que es, tiene | |
una muy reñida guerra con otro tan poderoso como él, y el caballero huésped | |
le pide (al cabo de algunos días que ha estado en su corte) licencia para | |
ir a servirle en aquella guerra dicha. Darásela el rey de muy buen talante, | |
y el caballero le besará cortésmente las manos por la merced que le face. Y | |
aquella noche se despedirá de su señora la infanta por las rejas de un | |
jardín, que cae en el aposento donde ella duerme, por las cuales ya otras | |
muchas veces la había fablado, siendo medianera y sabidora de todo una | |
doncella de quien la infanta mucho se fiaba. Sospirará él, desmayaráse | |
ella, traerá agua la doncella, acuitaráse mucho porque viene la mañana, y | |
no querría que fuesen descubiertos, por la honra de su señora. Finalmente, | |
la infanta volverá en sí y dará sus blancas manos por la reja al caballero, | |
el cual se las besará mil y mil veces y se las bañará en lágrimas. Quedará | |
concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o | |
malos sucesos, y rogarále la princesa que se detenga lo menos que pudiere; | |
prometérselo ha él con muchos juramentos; tórnale a besar las manos, y | |
despídese con tanto sentimiento que estará poco por acabar la vida. Vase | |
desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no puede dormir del dolor | |
de la partida, madruga muy de mañana, vase a despedir del rey y de la reina | |
y de la infanta; dícenle, habiéndose despedido de los dos, que la señora | |
infanta está mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el | |
caballero que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta | |
poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Está la doncella medianera | |
delante, halo de notar todo, váselo a decir a su señora, la cual la recibe | |
con lágrimas y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber | |
quién sea su caballero, y si es de linaje de reyes o no; asegúrala la | |
doncella que no puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de | |
su caballero sino en subjeto real y grave; consuélase con esto la cuitada; | |
procura consolarse, por no dar mal indicio de sí a sus padres, y, a cabo de | |
dos días, sale en público. Ya se es ido el caballero: pelea en la guerra, | |
vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, triunfa de muchas batallas, | |
vuelve a la corte, ve a su señora por donde suele, conciértase que la pida | |
a su padre por mujer en pago de sus servicios. No se la quiere dar el rey, | |
porque no sabe quién es; pero, con todo esto, o robada o de otra cualquier | |
suerte que sea, la infanta viene a ser su esposa y su padre lo viene a | |
tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal caballero es | |
hijo de un valeroso rey de no sé qué reino, porque creo que no debe de | |
estar en el mapa. Muérese el padre, hereda la infanta, queda rey el | |
caballero en dos palabras. Aquí entra luego el hacer mercedes a su escudero | |
y a todos aquellos que le ayudaron a subir a tan alto estado: casa a su | |
escudero con una doncella de la infanta, que será, sin duda, la que fue | |
tercera en sus amores, que es hija de un duque muy principal. | |
-Eso pido, y barras derechas -dijo Sancho-; a eso me atengo, porque todo, | |
al pie de la letra, ha de suceder por vuestra merced, llamándose el | |
Caballero de la Triste Figura. | |
-No lo dudes, Sancho -replicó don Quijote-, porque del mesmo y por los | |
mesmos pasos que esto he contado suben y han subido los caballeros andantes | |
a ser reyes y emperadores. Sólo falta agora mirar qué rey de los cristianos | |
o de los paganos tenga guerra y tenga hija hermosa; pero tiempo habrá para | |
pensar esto, pues, como te tengo dicho, primero se ha de cobrar fama por | |
otras partes que se acuda a la corte. También me falta otra cosa; que, | |
puesto caso que se halle rey con guerra y con hija hermosa, y que yo haya | |
cobrado fama increíble por todo el universo, no sé yo cómo se podía hallar | |
que yo sea de linaje de reyes, o, por lo menos, primo segundo de emperador; | |
porque no me querrá el rey dar a su hija por mujer si no está primero muy | |
enterado en esto, aunque más lo merezcan mis famosos hechos. Así que, por | |
esta falta, temo perder lo que mi brazo tiene bien merecido. Bien es verdad | |
que yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesión y propriedad y de | |
devengar quinientos sueldos; y podría ser que el sabio que escribiese mi | |
historia deslindase de tal manera mi parentela y decendencia, que me | |
hallase quinto o sesto nieto de rey. Porque te hago saber, Sancho, que hay | |
dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derriban su | |
decendencia de príncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha | |
deshecho, y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros | |
tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en grado, hasta | |
llegar a ser grandes señores. De manera que está la diferencia en que unos | |
fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron; y podría ser yo | |
déstos que, después de averiguado, hubiese sido mi principio grande y | |
famoso, con lo cual se debía de contentar el rey, mi suegro, que hubiere de | |
ser. Y cuando no, la infanta me ha de querer de manera que, a pesar de su | |
padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacán, me ha de admitir | |
por señor y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevalla donde más | |
gusto me diere; que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus | |
padres. | |
-Ahí entra bien también -dijo Sancho- lo que algunos desalmados dicen: "No | |
pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza"; aunque mejor cuadra decir: | |
"Más vale salto de mata que ruego de hombres buenos". Dígolo porque si el | |
señor rey, suegro de vuestra merced, no se quisiere domeñar a entregalle a | |
mi señora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y | |
trasponella. Pero está el daño que, en tanto que se hagan las paces y se | |
goce pacíficamente el reino, el pobre escudero se podrá estar a diente en | |
esto de las mercedes. Si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su | |
mujer, se sale con la infanta, y él pasa con ella su mala ventura, hasta | |
que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego | |
dársela su señor por ligítima esposa. | |
-Eso no hay quien la quite -dijo don Quijote. | |
-Pues, como eso sea -respondió Sancho-, no hay sino encomendarnos a Dios, y | |
dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare. | |
-Hágalo Dios -respondió don Quijote- como yo deseo y tú, Sancho, has | |
menester; y ruin sea quien por ruin se tiene. | |
-Sea par Dios -dijo Sancho-, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde | |
esto me basta. | |
-Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no hacía nada al | |
caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la | |
compres ni me sirvas con nada. Porque, en haciéndote conde, cátate ahí | |
caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar | |
señoría, mal que les pese. | |
-Y ¡montas que no sabría yo autorizar el litado! -dijo Sancho. | |
-Dictado has de decir, que no litado -dijo su amo. | |
-Sea ansí -respondió Sancho Panza-. Digo que le sabría bien acomodar, | |
porque, por vida mía, que un tiempo fui muñidor de una cofradía, y que me | |
asentaba tan bien la ropa de muñidor, que decían todos que tenía presencia | |
para poder ser prioste de la mesma cofradía. Pues, ¿qué será cuando me | |
ponga un ropón ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas, a uso de | |
conde estranjero? Para mí tengo que me han de venir a ver de cien leguas. | |
-Bien parecerás -dijo don Quijote-, pero será menester que te rapes las | |
barbas a menudo; que, según las tienes de espesas, aborrascadas y mal | |
puestas, si no te las rapas a navaja, cada dos días por lo menos, a tiro de | |
escopeta se echará de ver lo que eres. | |
-¿Qué hay más -dijo Sancho-, sino tomar un barbero y tenelle asalariado en | |
casa? Y aun, si fuere menester, le haré que ande tras mí, como caballerizo | |
de grande. | |
-Pues, ¿cómo sabes tú -preguntó don Quijote- que los grandes llevan detrás | |
de sí a sus caballerizos? | |
-Yo se lo diré -respondió Sancho-: los años pasados estuve un mes en la | |
corte, y allí vi que, paseándose un señor muy pequeño, que decían que era | |
muy grande, un hombre le seguía a caballo a todas las vueltas que daba, que | |
no parecía sino que era su rabo. Pregunté que cómo aquel hombre no se | |
juntaba con el otro, sino que siempre andaba tras dél. Respondiéronme que | |
era su caballerizo y que era uso de los grandes llevar tras sí a los tales. | |
Desde entonces lo sé tan bien que nunca se me ha olvidado. | |
-Digo que tienes razón -dijo don Quijote-, y que así puedes tú llevar a tu | |
barbero; que los usos no vinieron todos juntos, ni se inventaron a una, y | |
puedes ser tú el primero conde que lleve tras sí su barbero; y aun es de | |
más confianza el hacer la barba que ensillar un caballo. | |
-Quédese eso del barbero a mi cargo -dijo Sancho-, y al de vuestra merced | |
se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde. | |
-Así será -respondió don Quijote. | |
Y, alzando los ojos, vio lo que se dirá en el siguiente capítulo. | |
Capítulo XXII. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, | |
mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir | |
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, | |
altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el | |
famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron | |
aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, | |
que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían | |
hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de | |
hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo | |
con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con | |
escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como | |
Sancho Panza los vido, dijo: | |
-Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. | |
-¿Cómo gente forzada? -preguntó don Quijote-. ¿Es posible que el rey haga | |
fuerza a ninguna gente? | |
-No digo eso -respondió Sancho-, sino que es gente que, por sus delitos, va | |
condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza. | |
-En resolución -replicó don Quijote-, comoquiera que ello sea, esta gente, | |
aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad. | |
-Así es -dijo Sancho. | |
-Pues desa manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de mi oficio: | |
desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. | |
-Advierta vuestra merced -dijo Sancho- que la justicia, que es el mesmo | |
rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en | |
pena de sus delitos. | |
Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses | |
razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y | |
decille la causa, o causas, por que llevan aquella gente de aquella manera. | |
Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su | |
Majestad que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más | |
que saber. | |
-Con todo eso -replicó don Quijote-, querría saber de cada uno dellos en | |
particular la causa de su desgracia. | |
Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que | |
dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo: | |
-Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno | |
destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a | |
leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos | |
lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de | |
hacer y decir bellaquerías. | |
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se | |
llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan | |
mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera. | |
-¿Por eso no más? -replicó don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a | |
galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas. | |
-No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; | |
que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de | |
ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela la | |
justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. | |
Fue en fragante, no hubo lugar de tormento; concluyóse la causa, | |
acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precisos de | |
gurapas, y acabóse la obra. | |
-¿Qué son gurapas? -preguntó don Quijote. | |
-Gurapas son galeras -respondió el galeote. | |
El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era | |
natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no | |
respondió palabra, según iba de triste y malencónico; mas respondió por él | |
el primero, y dijo: | |
-Éste, señor, va por canario; digo, por músico y cantor. | |
-Pues, ¿cómo -repitió don Quijote-, por músicos y cantores van también a | |
galeras? | |
-Sí, señor -respondió el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el | |
ansia. | |
-Antes, he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males | |
espanta. | |
-Acá es al revés -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la | |
vida. | |
-No lo entiendo -dijo don Quijote. | |
Mas una de las guardas le dijo: | |
-Señor caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa, | |
confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su | |
delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y, por haber | |
confesado, le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes | |
que ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los | |
demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y | |
escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. | |
Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta | |
ventura tiene un delincuente, que está en su lengua su vida o su muerte, y | |
no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera | |
de camino. | |
-Y yo lo entiendo así -respondió don Quijote. | |
El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, de | |
presto y con mucho desenfado, respondió y dijo: | |
-Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados. | |
-Yo daré veinte de muy buena gana -dijo don Quijote- por libraros desa | |
pesadumbre. | |
-Eso me parece -respondió el galeote- como quien tiene dineros en mitad del | |
golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha | |
menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que | |
vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del | |
escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera | |
en mitad de la plaza de Zocodover, de Toledo, y no en este camino, | |
atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia y basta. | |
Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una | |
barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa | |
por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto | |
condenado le sirvió de lengua, y dijo: | |
-Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las | |
acostumbradas vestido en pompa y a caballo. | |
-Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a mí me parece, haber salido a la | |
vergüenza. | |
-Así es -replicó el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por | |
haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero | |
decir que este caballero va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas | |
y collar de hechicero. | |
-A no haberle añadido esas puntas y collar -dijo don Quijote-, por | |
solamente el alcahuete limpio, no merecía él ir a bogar en las galeras, | |
sino a mandallas y a ser general dellas; porque no es así comoquiera el | |
oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la | |
república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien | |
nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay | |
de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de | |
lonja; y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar | |
este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como | |
son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y | |
de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester | |
dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano y | |
no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones | |
por que convenía hacer elección de los que en la república habían de tener | |
tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo | |
diré a quien lo pueda proveer y remediar. Sólo digo ahora que la pena que | |
me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta | |
fatiga, por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero; aunque | |
bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la | |
voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no | |
hay yerba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen hacer algunas mujercillas | |
simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos con que | |
vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer | |
querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad. | |
-Así es -dijo el buen viejo-, y, en verdad, señor, que en lo de hechicero | |
que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensé | |
que hacía mal en ello: que toda mi intención era que todo el mundo se | |
holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me | |
aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, | |
según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja | |
reposar un rato. | |
Y aquí tornó a su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, | |
que sacó un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna. | |
Pasó adelante don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual respondió | |
con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado: | |
-Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y | |
con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con | |
todas, que resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que | |
no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, | |
víame a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis | |
años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con | |
ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa | |
con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo, y | |
nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras | |
oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan | |
buena como su buena presencia merece. | |
Éste iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy | |
grande hablador y muy gentil latino. | |
Tras todos éstos, venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta | |
años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía | |
diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan | |
grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la | |
una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de | |
la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se | |
asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, | |
de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la | |
cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre | |
con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía | |
aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y | |
tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban | |
seguros dél, sino que temían que se les había de huir. | |
-¿Qué delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena | |
que echalle a las galeras? | |
-Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil. No se | |
quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de | |
Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla. | |
-Señor comisario -dijo entonces el galeote-, váyase poco a poco, y no | |
andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo y no | |
Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; y | |
cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco. | |
-Hable con menos tono -replicó el comisario-, señor ladrón de más de la | |
marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese. | |
-Bien parece -respondió el galeote- que va el hombre como Dios es servido, | |
pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no. | |
-Pues, ¿no te llaman ansí, embustero? -dijo la guarda. | |
-Sí llaman -respondió Ginés-, mas yo haré que no me lo llamen, o me las | |
pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que | |
darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber | |
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, | |
cuya vida está escrita por estos pulgares. | |
-Dice verdad -dijo el comisario-: que él mesmo ha escrito su historia, que | |
no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. | |
-Y le pienso quitar -dijo Ginés-, si quedara en docientos ducados. | |
-¿Tan bueno es? -dijo don Quijote. | |
-Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes y para | |
todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé | |
decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan | |
donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen. | |
-¿Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote. | |
-La vida de Ginés de Pasamonte -respondió el mismo. | |
-¿Y está acabado? -preguntó don Quijote. | |
-¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? | |
Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última | |
vez me han echado en galeras. | |
-Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? -dijo don Quijote. | |
-Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué | |
sabe el bizcocho y el corbacho -respondió Ginés-; y no me pesa mucho de ir | |
a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas | |
cosas que decir, y en las galeras de España hay mas sosiego de aquel que | |
sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de | |
escribir, porque me lo sé de coro. | |
-Hábil pareces -dijo don Quijote. | |
-Y desdichado -respondió Ginés-; porque siempre las desdichas persiguen al | |
buen ingenio. | |
-Persiguen a los bellacos -dijo el comisario. | |
-Ya le he dicho, señor comisario -respondió Pasamonte-, que se vaya poco a | |
poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los | |
pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su | |
Majestad manda. Si no, ¡por vida de...! ¡Basta!, que podría ser que | |
saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; y | |
todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es | |
mucho regodeo éste. | |
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus | |
amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, | |
pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún | |
tanto suelta la lengua. Y, volviéndose a todos los de la cadena, dijo: | |
-De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio | |
que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a | |
padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy | |
contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo | |
en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, | |
finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra | |
perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte | |
teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera | |
que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros | |
el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la | |
orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a | |
los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las | |
partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por | |
mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de | |
desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en | |
mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios | |
y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas -añadió don Quijote-, | |
que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada | |
uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al | |
malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean | |
verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta | |
mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; | |
y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de | |
mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. | |
-¡Donosa majadería! -respondió el comisario- ¡Bueno está el donaire con que | |
ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como | |
si tuviéramos autoridad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo! | |
Váyase vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y enderécese | |
ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato. | |
-¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! -respondió don Quijote. | |
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto que, sin que tuviese | |
lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo, malherido de una | |
lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. Las demás guardas | |
quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, | |
volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de | |
a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los | |
aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión | |
que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando | |
romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las | |
guardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer a | |
don Quijote, que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho. | |
Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el | |
primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al | |
comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando | |
al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo | |
el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de | |
las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban. | |
Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que los | |
que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la | |
cual, a campana herida, saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijo | |
a su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la | |
sierra, que estaba cerca. | |
-Bien está eso -dijo don Quijote-, pero yo sé lo que ahora conviene que se | |
haga. | |
Y, llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían | |
despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la | |
redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo: | |
-De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los | |
pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis | |
visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; | |
en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena que | |
quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad | |
del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le | |
digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, | |
y le contéis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventura | |
hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde | |
quisiéredes a la buena ventura. | |
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: | |
-Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible | |
de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los | |
caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando | |
meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa | |
Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. Lo que | |
vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y | |
montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y | |
credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced; y ésta es | |
cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o | |
en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, | |
digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar | |
que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a | |
nosotros eso como pedir peras al olmo. | |
-Pues ¡voto a tal! -dijo don Quijote, ya puesto en cólera-, don hijo de la | |
puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos | |
solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas. | |
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don | |
Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de | |
querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a | |
los compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras | |
sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el | |
pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de | |
bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y | |
pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don | |
Quijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta | |
fuerza que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre | |
él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza, y diole con ella tres o | |
cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo | |
pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias | |
calzas le querían quitar si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le | |
quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás | |
despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de | |
escaparse de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir a | |
presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso. | |
Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote; el jumento, | |
cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando | |
que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los | |
oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra | |
pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, | |
mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había | |
hecho. | |
Capítulo XXIII. De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra | |
Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera | |
historia se cuentan | |
Viéndose tan malparado don Quijote, dijo a su escudero: | |
-Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar | |
agua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusado | |
esta pesadumbre; pero ya está hecho: paciencia, y escarmentar para desde | |
aquí adelante. | |
-Así escarmentará vuestra merced -respondió Sancho- como yo soy turco; | |
pero, pues dice que si me hubiera creído se hubiera escusado este daño, | |
créame ahora y escusará otro mayor; porque le hago saber que con la Santa | |
Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella por cuantos | |
caballeros andantes hay dos maravedís; y sepa que ya me parece que sus | |
saetas me zumban por los oídos. | |
-Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote-, pero, porque no | |
digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez | |
quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de | |
ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir a | |
nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer | |
a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora | |
para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que | |
mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres. Y no me | |
repliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro, | |
especialmente déste, que parece que lleva algún es no es de sombra de | |
miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo, no solamente a la | |
Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus | |
de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux, y aun a todos los | |
hermanos y hermandades que hay en el mundo. | |
-Señor -respondió Sancho-, que el retirar no es huir, ni el esperar es | |
cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es | |
guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día. Y sepa que, | |
aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen | |
gobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba | |
en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me | |
dice que hemos menester ahora más los pies que las manos. | |
Subió don Quijote, sin replicarle más palabra, y, guiando Sancho sobre su | |
asno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba, | |
llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o a | |
Almodóvar del Campo, y esconderse algunos días por aquellas asperezas, por | |
no ser hallados si la Hermandad los buscase. Animóle a esto haber visto que | |
de la refriega de los galeotes se había escapado libre la despensa que | |
sobre su asno venía, cosa que la juzgó a milagro, según fue lo que llevaron | |
y buscaron los galeotes. | |
Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, | |
pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba. | |
Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantes | |
soledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes. Iba pensando | |
en estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra | |
se acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado -después que le pareció que | |
caminaba por parte segura- sino de satisfacer su estómago con los relieves | |
que del despojo clerical habían quedado; y así, iba tras su amo sentado a | |
la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en su | |
panza; y no se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de | |
aquella manera, un ardite. | |
En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la | |
punta del lanzón alzar no sé qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo | |
cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegó | |
fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida | |
a él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto, | |
que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo que | |
viese lo que en la maleta venía. | |
Hízolo con mucha presteza Sancho, y, aunque la maleta venía cerrada con una | |
cadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella había, | |
que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo, no | |
menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de | |
escudos de oro; y, así como los vio, dijo: | |
-¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea de | |
provecho! | |
Y buscando más, halló un librillo de memoria, ricamente guarnecido. Éste le | |
pidió don Quijote, y mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él. | |
Besóle las manos Sancho por la merced, y, desvalijando a la valija de su | |
lencería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por don | |
Quijote, dijo: | |
-Paréceme, Sancho, y no es posible que sea otra cosa, que algún caminante | |
descaminado debió de pasar por esta sierra, y, salteándole malandrines, le | |
debieron de matar, y le trujeron a enterrar en esta tan escondida parte. | |
-No puede ser eso -respondió Sancho-, porque si fueran ladrones, no se | |
dejaran aquí este dinero. | |
-Verdad dices -dijo don Quijote-, y así, no adivino ni doy en lo que esto | |
pueda ser; mas, espérate: veremos si en este librillo de memoria hay alguna | |
cosa escrita por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo que | |
deseamos. | |
Abrióle, y lo primero que halló en él escrito, como en borrador, aunque de | |
muy buena letra, fue un soneto, que, leyéndole alto porque Sancho también | |
lo oyese, vio que decía desta manera: | |
O le falta al Amor conocimiento, | |
o le sobra crueldad, o no es mi pena | |
igual a la ocasión que me condena | |
al género más duro de tormento. | |
Pero si Amor es dios, es argumento | |
que nada ignora, y es razón muy buena | |
que un dios no sea cruel. Pues, ¿quién ordena | |
el terrible dolor que adoro y siento? | |
Si digo que sois vos, Fili, no acierto; | |
que tanto mal en tanto bien no cabe, | |
ni me viene del cielo esta rüina. | |
Presto habré de morir, que es lo más cierto; | |
que al mal de quien la causa no se sabe | |
milagro es acertar la medicina. | |
-Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por | |
ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo. | |
-¿Qué hilo está aquí? -dijo don Quijote. | |
-Paréceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo. | |
-No dije sino Fili -respondió don Quijote-, y éste, sin duda, es el nombre | |
de la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a fe que debe de ser | |
razonable poeta, o yo sé poco del arte. | |
-Luego, ¿también -dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de trovas? | |
-Y más de lo que tú piensas -respondió don Quijote-, y veráslo cuando | |
lleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi señora Dulcinea | |
del Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros | |
andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; que | |
estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a los | |
enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros | |
tienen más de espíritu que de primor. | |
-Lea más vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallará algo que nos | |
satisfaga. | |
Volvió la hoja don Quijote y dijo: | |
-Esto es prosa, y parece carta. | |
-¿Carta misiva, señor? -preguntó Sancho. | |
-En el principio no parece sino de amores -respondió don Quijote. | |
-Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho destas cosas | |
de amores. | |
-Que me place -dijo don Quijote. | |
Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta | |
manera: | |
Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes | |
volverán a tus oídos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas. | |
Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quien vale más que | |
yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas | |
ajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantó tu hermosura han | |
derribado tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco | |
que eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que | |
los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes | |
arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo. | |
Acabando de leer la carta, dijo don Quijote: | |
-Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que quien la | |
escribió es algún desdeñado amante. | |
Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos | |
pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, | |
desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los | |
unos y llorados los otros. | |
En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin | |
dejar rincón en toda ella, ni en el cojín, que no buscase, escudriñase e | |
inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que no | |
escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal | |
golosina habían despertado en él los hallados escudos, que pasaban de | |
ciento. Y, aunque no halló mas de lo hallado, dio por bien empleados los | |
vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas, | |
las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda | |
la hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor, | |
pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recebida de la | |
entrega del hallazgo. | |
Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese | |
el dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero | |
en oro y por las tan buenas camisas, que debía de ser de algún principal | |
enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber | |
conducido a algún desesperado término. Pero, como por aquel lugar | |
inhabitable y escabroso no parecía persona alguna de quien poder | |
informarse, no se curó de más que de pasar adelante, sin llevar otro camino | |
que aquel que Rocinante quería, que era por donde él podía caminar, siempre | |
con imaginación que no podía faltar por aquellas malezas alguna estraña | |
aventura. | |
Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montañuela que | |
delante de los ojos se le ofrecía, iba saltando un hombre, de risco en | |
risco y de mata en mata, con estraña ligereza. Figurósele que iba desnudo, | |
la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados, los pies | |
descalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones, | |
al parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos que por muchas | |
partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza descubierta, y, aunque | |
pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó | |
el Caballero de la Triste Figura; y, aunque lo procuró, no pudo seguille, | |
porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas | |
asperezas, y más siendo él de suyo pisacorto y flemático. Luego imaginó don | |
Quijote que aquél era el dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí de | |
buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas hasta hallarle; | |
y así, mandó a Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte de | |
la montaña, que él iría por la otra y podría ser que topasen, con esta | |
diligencia, con aquel hombre que con tanta priesa se les había quitado de | |
delante. | |
-No podré hacer eso -respondió Sancho-, porque, en apartándome de vuestra | |
merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de | |
sobresaltos y visiones. Y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquí | |
adelante no me aparte un dedo de su presencia. | |
-Así será -dijo el de la Triste Figura-, y yo estoy muy contento de que te | |
quieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte el | |
ánima del cuerpo. Y vente ahora tras mí poco a poco, o como pudieres, y haz | |
de los ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela: quizá toparemos con | |
aquel hombre que vimos, el cual, sin duda alguna, no es otro que el dueño | |
de nuestro hallazgo. | |
A lo que Sancho respondió: | |
-Harto mejor sería no buscalle, porque si le hallamos y acaso fuese el | |
dueño del dinero, claro está que lo tengo de restituir; y así, fuera mejor, | |
sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo yo con buena fe hasta que, por | |
otra vía menos curiosa y diligente, pareciera su verdadero señor; y quizá | |
fuera a tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacía franco. | |
-Engáñaste en eso, Sancho -respondió don Quijote-; que, ya que hemos caído | |
en sospecha de quién es el dueño, cuasi delante, estamos obligados a | |
buscarle y volvérselos; y, cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha | |
que tenemos de que él lo sea nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese. | |
Así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle, por la que a mí se me | |
quitará si le hallo. | |
Y así, picó a Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento; y, | |
habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo, caída, muerta | |
y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y | |
enfrenada; todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel que | |
huía era el dueño de la mula y del cojín. | |
Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a | |
deshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, y | |
tras ellas, por cima de la montaña, pareció el cabrero que las guardaba, | |
que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote, y rogóle que bajase | |
donde estaban. Él respondió a gritos que quién les había traído por aquel | |
lugar, pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras o de lobos y | |
otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que de | |
todo le darían buena cuenta. Bajó el cabrero, y, en llegando adonde don | |
Quijote estaba, dijo: | |
-Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa | |
hondonada. Pues a buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar. | |
Díganme: ¿han topado por ahí a su dueño? | |
-No hemos topado a nadie -respondió don Quijote-, sino a un cojín y a una | |
maletilla que no lejos deste lugar hallamos. | |
-También la hallé yo -respondió el cabrero-, mas nunca la quise alzar ni | |
llegar a ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por de | |
hurto; que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombre | |
cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no. | |
-Eso mesmo es lo que yo digo -respondió Sancho-: que también la hallé yo, y | |
no quise llegar a ella con un tiro de piedra; allí la dejé y allí se queda | |
como se estaba, que no quiero perro con cencerro. | |
-Decidme, buen hombre -dijo don Quijote-, ¿sabéis vos quién sea el dueño | |
destas prendas? | |
-Lo que sabré yo decir -dijo el cabrero- es que «habrá al pie de seis | |
meses, poco más a menos, que llegó a una majada de pastores, que estará | |
como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, | |
caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojín y | |
maleta que decís que hallastes y no tocastes. Preguntónos que cuál parte | |
desta sierra era la más áspera y escondida; dijímosle que era esta donde | |
ahora estamos; y es ansí la verdad, porque si entráis media legua más | |
adentro, quizá no acertaréis a salir; y estoy maravillado de cómo habéis | |
podido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que a este lugar | |
encamine. Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió | |
las riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos a | |
todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa | |
con que le víamos caminar y volverse hacia la sierra; y desde entonces | |
nunca más le vimos, hasta que desde allí a algunos días salió al camino a | |
uno de nuestros pastores, y, sin decille nada, se llegó a él y le dio | |
muchas puñadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitó | |
cuanto pan y queso en ella traía; y, con estraña ligereza, hecho esto, se | |
volvió a emboscar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le | |
anduvimos a buscar casi dos días por lo más cerrado desta sierra, al cabo | |
de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente | |
alcornoque. Salió a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido, y | |
el rostro disfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le | |
conocíamos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que dellos | |
teníamos, nos dieron a entender que era el que buscábamos. Saludónos | |
cortésmente, y en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nos | |
maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenía | |
para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido | |
impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era, mas nunca lo pudimos acabar | |
con él. Pedímosle también que, cuando hubiese menester el sustento, sin el | |
cual no podía pasar, nos dijese dónde le hallaríamos, porque con mucho amor | |
y cuidado se lo llevaríamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto, que, | |
a lo menos, saliese a pedirlo, y no a quitarlo a los pastores. Agradeció | |
nuestro ofrecimiento, pidió perdón de los asaltos pasados, y ofreció de | |
pedillo de allí adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna a nadie. | |
En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no tenía | |
otra que aquella que le ofrecía la ocasión donde le tomaba la noche; y | |
acabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra los | |
que escuchado le habíamos, si en él no le acompañáramos, considerándole | |
cómo le habíamos visto la vez primera, y cuál le veíamos entonces. Porque, | |
como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses | |
y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona; | |
que, puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era | |
tanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad. Y, estando en | |
lo mejor de su plática, paró y enmudecióse; clavó los ojos en el suelo por | |
un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando | |
en qué había de parar aquel embelesamiento, con no poca lástima de verlo; | |
porque, por lo que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin | |
mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios y | |
enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente de locura le | |
había sobrevenido. Mas él nos dio a entender presto ser verdad lo que | |
pensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo, donde se había | |
echado, y arremetió con el primero que halló junto a sí, con tal denuedo y | |
rabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados; y todo | |
esto hacía, diciendo: ''¡Ah, fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás la | |
sinrazón que me heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergan | |
y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el | |
engaño!'' Y a éstas añadía otras razones, que todas se encaminaban a decir | |
mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. Quitámossele, | |
pues, con no poca pesadumbre, y él, sin decir más palabra, se apartó de | |
nosotros y se emboscó corriendo por entre estos jarales y malezas, de modo | |
que nos imposibilitó el seguille. Por esto conjeturamos que la locura le | |
venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber | |
hecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostraba el término a que le | |
había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, | |
que han sido muchas, que él ha salido al camino, unas a pedir a los | |
pastores le den de lo que llevan para comer y otras a quitárselo por | |
fuerza; porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los | |
pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma a | |
puñadas; y cuando está en su seso, lo pide por amor de Dios, cortés y | |
comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas. | |
Y en verdad os digo, señores -prosiguió el cabrero-, que ayer determinamos | |
yo y cuatro zagales, los dos criados y los dos amigos míos, de buscarle | |
hasta tanto que le hallemos, y, después de hallado, ya por fuerza ya por | |
grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí ocho | |
leguas, y allí le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién | |
es cuando esté en sus seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su | |
desgracia». Esto es, señores, lo que sabré deciros de lo que me habéis | |
preguntado; y entended que el dueño de las prendas que hallastes es el | |
mesmo que vistes pasar con tanta ligereza como desnudez -que ya le había | |
dicho don Quijote cómo había visto pasar aquel hombre saltando por la | |
sierra. | |
El cual quedó admirado de lo que al cabrero había oído, y quedó con más | |
deseo de saber quién era el desdichado loco; y propuso en sí lo mesmo que | |
ya tenía pensado: de buscalle por toda la montaña, sin dejar rincón ni | |
cueva en ella que no mirase, hasta hallarle. Pero hízolo mejor la suerte de | |
lo que él pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareció, por | |
entre una quebrada de una sierra que salía donde ellos estaban, el mancebo | |
que buscaba, el cual venía hablando entre sí cosas que no podían ser | |
entendidas de cerca, cuanto más de lejos. Su traje era cual se ha pintado, | |
sólo que, llegando cerca, vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que | |
sobre sí traía era de ámbar; por donde acabó de entender que persona que | |
tales hábitos traía no debía de ser de ínfima calidad. | |
En llegando el mancebo a ellos, les saludó con una voz desentonada y | |
bronca, pero con mucha cortesía. Don Quijote le volvió las saludes con no | |
menos comedimiento, y, apeándose de Rocinante, con gentil continente y | |
donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus | |
brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido. El otro, a quien | |
podemos llamar el Roto de la Mala Figura -como a don Quijote el de la | |
Triste-, después de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y, | |
puestas sus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando, como | |
que quería ver si le conocía; no menos admirado quizá de ver la figura, | |
talle y armas de don Quijote, que don Quijote lo estaba de verle a él. En | |
resolución, el primero que habló después del abrazamiento fue el Roto, y | |
dijo lo que se dirá adelante. | |
Capítulo XXIV. Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena | |
Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote | |
escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, el cual, prosiguiendo su | |
plática, dijo: | |
-Por cierto, señor, quienquiera que seáis, que yo no os conozco, yo os | |
agradezco las muestras y la cortesía que conmigo habéis usado; y quisiera | |
yo hallarme en términos que con más que la voluntad pudiera servir la que | |
habéis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habéis hecho, mas no | |
quiere mi suerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obras que | |
me hacen, que buenos deseos de satisfacerlas. | |
-Los que yo tengo -respondió don Quijote- son de serviros; tanto, que tenía | |
determinado de no salir destas sierras hasta hallaros y saber de vos si el | |
dolor que en la estrañeza de vuestra vida mostráis tener se podía hallar | |
algún género de remedio; y si fuera menester buscarle, buscarle con la | |
diligencia posible. Y, cuando vuestra desventura fuera de aquellas que | |
tienen cerradas las puertas a todo género de consuelo, pensaba ayudaros a | |
llorarla y plañirla como mejor pudiera, que todavía es consuelo en las | |
desgracias hallar quien se duela dellas. Y, si es que mi buen intento | |
merece ser agradecido con algún género de cortesía, yo os suplico, señor, | |
por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamente os conjuro por la | |
cosa que en esta vida más habéis amado o amáis, que me digáis quién sois y | |
la causa que os ha traído a vivir y a morir entre estas soledades como | |
bruto animal, pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo | |
muestra vuestro traje y persona. Y juro -añadió don Quijote-, por la orden | |
de caballería que recebí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de | |
caballero andante, que si en esto, señor, me complacéis, de serviros con | |
las veras a que me obliga el ser quien soy: ora remediando vuestra | |
desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he | |
prometido. | |
El Caballero del Bosque, que de tal manera oyó hablar al de la Triste | |
Figura, no hacía sino mirarle, y remirarle y tornarle a mirar de arriba | |
abajo; y, después que le hubo bien mirado, le dijo: | |
-Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo den; que, | |
después de haber comido, yo haré todo lo que se me manda, en agradecimiento | |
de tan buenos deseos como aquí se me han mostrado. | |
Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón, con que | |
satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieron como persona | |
atontada, tan apriesa que no daba espacio de un bocado al otro, pues antes | |
los engullía que tragaba; y, en tanto que comía, ni él ni los que le | |
miraban hablaban palabra. Como acabó de comer, les hizo de señas que le | |
siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó a un verde pradecillo que a la | |
vuelta de una peña poco desviada de allí estaba. En llegando a él se tendió | |
en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo; y todo esto | |
sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en | |
su asiento, dijo: | |
-Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis | |
desventuras, habéisme de prometer de que con ninguna pregunta, ni otra | |
cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia; porque en el punto | |
que lo hagáis, en ése se quedará lo que fuere contando. | |
Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le | |
había contado su escudero, cuando no acertó el número de las cabras que | |
habían pasado el río y se quedó la historia pendiente. Pero, volviendo al | |
Roto, prosiguió diciendo: | |
-Esta prevención que hago es porque querría pasar brevemente por el cuento | |
de mis desgracias; que el traerlas a la memoria no me sirve de otra cosa | |
que añadir otras de nuevo, y, mientras menos me preguntáredes, más presto | |
acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré por contar cosa alguna que sea | |
de importancia para no satisfacer del todo a vuestro deseo. | |
Don Quijote se lo prometió, en nombre de los demás, y él, con este seguro, | |
comenzó desta manera: | |
-«Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de las mejores desta | |
Andalucía; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta que la | |
deben de haber llorado mis padres y sentido mi linaje, sin poderla aliviar | |
con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los | |
bienes de fortuna. Vivía en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor | |
toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, | |
doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura y de menos | |
firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda | |
amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí | |
con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía. Sabían | |
nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veían | |
que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, | |
cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. | |
Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que al padre de Luscinda | |
le pareció que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de | |
su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada | |
de los poetas. Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo, | |
porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las | |
plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender | |
a quien quieren lo que en el alma está encerrado; que muchas veces la | |
presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y | |
la lengua más atrevida. ¡Ay cielos, y cuántos billetes le escribí! ¡Cuán | |
regaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas canciones compuse y cuántos | |
enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, | |
pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su | |
voluntad! | |
»En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumía con el deseo de | |
verla, determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que | |
más convenía para salir con mi deseado y merecido premio; y fue el | |
pedírsela a su padre por legítima esposa, como lo hice; a lo que él me | |
respondió que me agradecía la voluntad que mostraba de honralle, y de | |
querer honrarme con prendas suyas, pero que, siendo mi padre vivo, a él | |
tocaba de justo derecho hacer aquella demanda; porque, si no fuese con | |
mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujer para tomarse ni darse a | |
hurto. | |
»Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome que llevaba razón en lo que | |
decía, y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese; y con este | |
intento, luego en aquel mismo instante, fui a decirle a mi padre lo que | |
deseaba. Y, al tiempo que entré en un aposento donde estaba, le hallé con | |
una carta abierta en la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me | |
la dio y me dijo: ''Por esa carta verás, Cardenio, la voluntad que el duque | |
Ricardo tiene de hacerte merced''.» Este duque Ricardo, como ya vosotros, | |
señores, debéis de saber, es un grande de España que tiene su estado en lo | |
mejor desta Andalucía. «Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida | |
que a mí mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella | |
se le pedía, que era que me enviase luego donde él estaba; que quería que | |
fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y que él tomaba a cargo el | |
ponerme en estado que correspondiese a la estimación en que me tenía. Leí | |
la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre me decía: ''De | |
aquí a dos días te partirás, Cardenio, a hacer la voluntad del duque; y da | |
gracias a Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sé | |
que mereces''. Añadió a éstas otras razones de padre consejero. | |
»Llegóse el término de mi partida, hablé una noche a Luscinda, díjele todo | |
lo que pasaba, y lo mesmo hice a su padre, suplicándole se entretuviese | |
algunos días y dilatase el darle estado hasta que yo viese lo que Ricardo | |
me quería. Él me lo prometió y ella me lo confirmó con mil juramentos y mil | |
desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba. Fui dél tan bien | |
recebido y tratado, que desde luego comenzó la envidia a hacer su oficio, | |
teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las muestras que el | |
duque daba de hacerme merced habían de ser en perjuicio suyo. Pero el que | |
más se holgó con mi ida fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, | |
mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado, el cual, en poco tiempo, | |
quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos; y, aunque el | |
mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al estremo con que don | |
Fernando me quería y trataba. | |
»Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se | |
comunique, y la privanza que yo tenía con don Fernando dejada de serlo por | |
ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno | |
enamorado, que le traía con un poco de desasosiego. Quería bien a una | |
labradora, vasalla de su padre (y ella los tenía muy ricos), y era tan | |
hermosa, recatada, discreta y honesta que nadie que la conocía se | |
determinaba en cuál destas cosas tuviese más excelencia ni más se | |
aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujeron a tal | |
término los deseos de don Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlo | |
y conquistar la entereza de la labradora, darle palabra de ser su esposo, | |
porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado de su | |
amistad, con las mejores razones que supe y con los más vivos ejemplos que | |
pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito. Pero, viendo que no | |
aprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo, su padre. Mas | |
don Fernando, como astuto y discreto, se receló y temió desto, por | |
parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen criado, no tener | |
encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el duque | |
venía; y así, por divertirme y engañarme, me dijo que no hallaba otro mejor | |
remedio para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le | |
tenía, que el ausentarse por algunos meses; y que quería que el ausencia | |
fuese que los dos nos viniésemos en casa de mi padre, con ocasión que | |
darían al duque que venía a ver y a feriar unos muy buenos caballos que en | |
mi ciudad había, que es madre de los mejores del mundo. | |
»Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición, aunque su | |
determinación no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más | |
acertadas que se podían imaginar, por ver cuán buena ocasión y coyuntura se | |
me ofrecía de volver a ver a mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo, | |
aprobé su parecer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por | |
obra con la brevedad posible, porque, en efeto, la ausencia hacía su | |
oficio, a pesar de los más firmes pensamientos. Ya cuando él me vino a | |
decir esto, según después se supo, había gozado a la labradora con título | |
de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse a su salvo, temeroso de lo que | |
el duque su padre haría cuando supiese su disparate. | |
»Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo | |
es, sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en | |
llegando a alcanzarle se acaba y ha de volver atrás aquello que parecía | |
amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el | |
cual término no le puso a lo que es verdadero amor...; quiero decir que, | |
así como don Fernando gozó a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se | |
resfriaron sus ahíncos; y si primero fingía quererse ausentar, por | |
remediarlos, ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecución. | |
Diole el duque licencia, y mandóme que le acompañase. Venimos a mi ciudad, | |
recibióle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda, tornaron a | |
vivir, aunque no habían estado muertos ni amortiguados, mis deseos, de los | |
cuales di cuenta, por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley | |
de la mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir nada. Alabéle la | |
hermosura, donaire y discreción de Luscinda de tal manera, que mis | |
alabanzas movieron en él los deseos de querer ver doncella de tantas buenas | |
partes adornada. Cumplíselos yo, por mi corta suerte, enseñándosela una | |
noche, a la luz de una vela, por una ventana por donde los dos solíamos | |
hablarnos. Viola en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por él | |
vistas las puso en olvido. Enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto y, | |
finalmente, tan enamorado cual lo veréis en el discurso del cuento de mi | |
desventura. Y, para encenderle más el deseo, que a mí me celaba y al cielo | |
a solas descubría, quiso la fortuna que hallase un día un billete suyo | |
pidiéndome que la pidiese a su padre por esposa, tan discreto, tan honesto | |
y tan enamorado que, en leyéndolo, me dijo que en sola Luscinda se | |
encerraban todas las gracias de hermosura y de entendimiento que en las | |
demás mujeres del mundo estaban repartidas. | |
»Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto que yo veía con cuán | |
justas causas don Fernando a Luscinda alababa, me pesaba de oír aquellas | |
alabanzas de su boca, y comencé a temer y a recelarme dél, porque no se | |
pasaba momento donde no quisiese que tratásemos de Luscinda, y él movía la | |
plática, aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba en mí un | |
no sé qué de celos, no porque yo temiese revés alguno de la bondad y de la | |
fe de Luscinda, pero, con todo eso, me hacía temer mi suerte lo mesmo que | |
ella me aseguraba. Procuraba siempre don Fernando leer los papeles que yo a | |
Luscinda enviaba y los que ella me respondía, a título que de la discreción | |
de los dos gustaba mucho. Acaeció, pues, que, habiéndome pedido Luscinda un | |
libro de caballerías en que leer, de quien era ella muy aficionada, que era | |
el de Amadís de Gaula...» | |
No hubo bien oído don Quijote nombrar libro de caballerías, cuando dijo: | |
-Con que me dijera vuestra merced, al principio de su historia, que su | |
merced de la señora Luscinda era aficionada a libros de caballerías, no | |
fuera menester otra exageración para darme a entender la alteza de su | |
entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como vos, señor, le habéis | |
pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: así que, para | |
conmigo, no es menester gastar más palabras en declararme su hermosura, | |
valor y entendimiento; que, con sólo haber entendido su afición, la | |
confirmo por la más hermosa y más discreta mujer del mundo. Y quisiera yo, | |
señor, que vuestra merced le hubiera enviado junto con Amadís de Gaula al | |
bueno de Don Rugel de Grecia, que yo sé que gustara la señora Luscinda | |
mucho de Daraida y Geraya, y de las discreciones del pastor Darinel y de | |
aquellos admirables versos de sus bucólicas, cantadas y representadas por | |
él con todo donaire, discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrá venir en | |
que se enmiende esa falta, y no dura más en hacerse la enmienda de cuanto | |
quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo a mi aldea, que allí | |
le podré dar más de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el | |
entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, | |
merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Y perdóneme vuestra | |
merced el haber contravenido a lo que prometimos de no interromper su | |
plática, pues, en oyendo cosas de caballerías y de caballeros andantes, así | |
es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de los rayos del | |
sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la luna. Así que, perdón y | |
proseguir, que es lo que ahora hace más al caso. | |
En tanto que don Quijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le había | |
caído a Cardenio la cabeza sobre el pecho, dando muestras de estar | |
profundamente pensativo. Y, puesto que dos veces le dijo don Quijote que | |
prosiguiese su historia, ni alzaba la cabeza ni respondía palabra; pero, al | |
cabo de un buen espacio, la levantó y dijo: | |
-No se me puede quitar del pensamiento, ni habrá quien me lo quite en el | |
mundo, ni quien me dé a entender otra cosa (y sería un majadero el que lo | |
contrario entendiese o creyese), sino que aquel bellaconazo del maestro | |
Elisabat estaba amancebado con la reina Madésima. | |
-Eso no, ¡voto a tal! -respondió con mucha cólera don Quijote (y arrojóle, | |
como tenía de costumbre)-; y ésa es una muy gran malicia, o bellaquería, | |
por mejor decir: la reina Madásima fue muy principal señora, y no se ha de | |
presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras; y | |
quien lo contrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yo se lo | |
daré a entender, a pie o a caballo, armado o desarmado, de noche o de día, | |
o como más gusto le diere. | |
Estábale mirando Cardenio muy atentamente, al cual ya había venido el | |
accidente de su locura y no estaba para proseguir su historia; ni tampoco | |
don Quijote se la oyera, según le había disgustado lo que de Madásima le | |
había oído. ¡Estraño caso; que así volvió por ella como si verdaderamente | |
fuera su verdadera y natural señora: tal le tenían sus descomulgados | |
libros! Digo, pues, que, como ya Cardenio estaba loco y se oyó tratar de | |
mentís y de bellaco, con otros denuestos semejantes, parecióle mal la | |
burla, y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos | |
tal golpe a don Quijote que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de | |
tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado; y el | |
Roto le recibió de tal suerte que con una puñada dio con él a sus pies, y | |
luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El | |
cabrero, que le quiso defender, corrió el mesmo peligro. Y, después que los | |
tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue, con gentil sosiego, a | |
emboscarse en la montaña. | |
Levantóse Sancho, y, con la rabia que tenía de verse aporreado tan sin | |
merecerlo, acudió a tomar la venganza del cabrero, diciéndole que él tenía | |
la culpa de no haberles avisado que a aquel hombre le tomaba a tiempos la | |
locura; que, si esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse | |
guardar. Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo | |
había oído, que no era suya la culpa. Replicó Sancho Panza, y tornó a | |
replicar el cabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de las barbas y | |
darse tales puñadas que, si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran | |
pedazos. Decía Sancho, asido con el cabrero: | |
-Déjeme vuestra merced, señor Caballero de la Triste Figura, que en éste, | |
que es villano como yo y no está armado caballero, bien puedo a mi salvo | |
satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con él mano a mano, como | |
hombre honrado. | |
-Así es -dijo don Quijote-, pero yo sé que él no tiene ninguna culpa de lo | |
sucedido. | |
Con esto los apaciguó, y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si sería | |
posible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandísimo deseo de saber el | |
fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero le había dicho, que | |
era no saber de cierto su manida; pero que, si anduviese mucho por aquellos | |
contornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco. | |
Capítulo XXV. Que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena | |
sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a | |
la penitencia de Beltenebros | |
Despidióse del cabrero don Quijote, y, subiendo otra vez sobre Rocinante, | |
mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy | |
mala gana. Íbanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña, y | |
Sancho iba muerto por razonar con su amo, y deseaba que él comenzase la | |
plática, por no contravenir a lo que le tenía mandado; mas, no pudiendo | |
sufrir tanto silencio, le dijo: | |
-Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia; | |
que desde aquí me quiero volver a mi casa, y a mi mujer y a mis hijos, con | |
los cuales, por lo menos, hablaré y departiré todo lo que quisiere; porque | |
querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades, de día y de | |
noche, y que no le hable cuando me diere gusto es enterrarme en vida. Si ya | |
quisiera la suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempos de | |
Guisopete, fuera menos mal, porque departiera yo con mi jumento lo que me | |
viniera en gana, y con esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y | |
que no se puede llevar en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida | |
y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puñadas, y, con todo | |
esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en | |
su corazón, como si fuera mudo. | |
-Ya te entiendo, Sancho -respondió don Quijote-: tú mueres porque te alce | |
el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que | |
quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en | |
cuanto anduviéremos por estas sierras. | |
-Sea ansí -dijo Sancho-: hable yo ahora, que después Dios sabe lo que será; | |
y, comenzando a gozar de ese salvoconduto, digo que ¿qué le iba a vuestra | |
merced en volver tanto por aquella reina Magimasa, o como se llama? O, ¿qué | |
hacía al caso que aquel abad fuese su amigo o no? Que, si vuestra merced | |
pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara | |
adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del guijarro, y | |
las coces, y aun más de seis torniscones. | |
-A fe, Sancho -respondió don Quijote-, que si tú supieras, como yo lo sé, | |
cuán honrada y cuán principal señora era la reina Madásima, yo sé que | |
dijeras que tuve mucha paciencia, pues no quebré la boca por donde tales | |
blasfemias salieron; porque es muy gran blasfemia decir ni pensar que una | |
reina esté amancebada con un cirujano. La verdad del cuento es que aquel | |
maestro Elisabat, que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy | |
sanos consejos, y sirvió de ayo y de médico a la reina; pero pensar que | |
ella era su amiga es disparate digno de muy gran castigo. Y, porque veas | |
que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya | |
estaba sin juicio. | |
-Eso digo yo -dijo Sancho-: que no había para qué hacer cuenta de las | |
palabras de un loco, porque si la buena suerte no ayudara a vuestra merced | |
y encaminara el guijarro a la cabeza, como le encaminó al pecho, buenos | |
quedáramos por haber vuelto por aquella mi señora, que Dios cohonda. Pues, | |
¡montas que no se librara Cardenio por loco! | |
-Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a | |
volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por | |
las reinas de tan alta guisa y pro como fue la reina Madásima, a quien yo | |
tengo particular afición por sus buenas partes; porque, fuera de haber sido | |
fermosa, además fue muy prudente y muy sufrida en sus calamidades, que las | |
tuvo muchas; y los consejos y compañía del maestro Elisabat le fue y le | |
fueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajos con | |
prudencia y paciencia. Y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal | |
intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; y mienten, digo | |
otra vez, y mentirán otras docientas, todos los que tal pensaren y dijeren. | |
-Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-: allá se lo hayan; con su | |
pan se lo coman. Si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta. | |
De mis viñas vengo, no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el | |
que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, | |
desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y | |
muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. Mas, ¿quién puede poner | |
puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron. | |
-¡Válame Dios -dijo don Quijote-, y qué de necedades vas, Sancho, | |
ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? Por tu | |
vida, Sancho, que calles; y de aquí adelante, entremétete en espolear a tu | |
asno, y deja de hacello en lo que no te importa. Y entiende con todos tus | |
cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere, va muy puesto | |
en razón y muy conforme a las reglas de caballería, que las sé mejor que | |
cuantos caballeros las profesaron en el mundo. | |
-Señor -respondió Sancho-, y ¿es buena regla de caballería que andemos | |
perdidos por estas montañas, sin senda ni camino, buscando a un loco, el | |
cual, después de hallado, quizá le vendrá en voluntad de acabar lo que dejó | |
comenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestra merced y de mis | |
costillas, acabándonoslas de romper de todo punto? | |
-Calla, te digo otra vez, Sancho -dijo don Quijote-; porque te hago saber | |
que no sólo me trae por estas partes el deseo de hallar al loco, cuanto el | |
que tengo de hacer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre | |
y fama en todo lo descubierto de la tierra; y será tal, que he de echar con | |
ella el sello a todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante | |
caballero. | |
-Y ¿es de muy gran peligro esa hazaña? -preguntó Sancho Panza. | |
-No -respondió el de la Triste Figura-, puesto que de tal manera podía | |
correr el dado, que echásemos azar en lugar de encuentro; pero todo ha de | |
estar en tu diligencia. | |
-¿En mi diligencia? -dijo Sancho. | |
-Sí -dijo don Quijote-, porque si vuelves presto de adonde pienso enviarte, | |
presto se acabará mi pena y presto comenzará mi gloria. Y, porque no es | |
bien que te tenga más suspenso, esperando en lo que han de parar mis | |
razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de | |
los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el | |
solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en | |
el mundo. Mal año y mal mes para don Belianís y para todos aquellos que | |
dijeren que se le igualó en algo, porque se engañan, juro cierto. Digo | |
asimismo que, cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte, procura | |
imitar los originales de los más únicos pintores que sabe; y esta mesma | |
regla corre por todos los más oficios o ejercicios de cuenta que sirven | |
para adorno de las repúblicas. Y así lo ha de hacer y hace el que quiere | |
alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y | |
trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento; | |
como también nos mostró Virgilio, en persona de Eneas, el valor de un hijo | |
piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni | |
descubriéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para quedar | |
ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes. Desta mesma suerte, Amadís | |
fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a | |
quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y | |
de la caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, | |
Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más cerca | |
de alcanzar la perfeción de la caballería. Y una de las cosas en que más | |
este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y | |
amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer | |
penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre, | |
por cierto, significativo y proprio para la vida que él de su voluntad | |
había escogido. Ansí que, me es a mí más fácil imitarle en esto que no en | |
hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar | |
ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamentos. Y, pues estos lugares | |
son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para qué se deje pasar | |
la ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrece sus guedejas. | |
-En efecto -dijo Sancho-, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer en | |
este tan remoto lugar? | |
-¿Ya no te he dicho -respondió don Quijote- que quiero imitar a Amadís, | |
haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar | |
juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales | |
de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya | |
pesadumbre se volvió loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las | |
claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó | |
casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno | |
nombre y escritura? Y, puesto que yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, | |
o Rotolando (que todos estos tres nombres tenía), parte por parte en todas | |
las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo, como mejor pudiere, | |
en las que me pareciere ser más esenciales. Y podrá ser que viniese a | |
contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, | |
sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más. | |
-Paréceme a mí -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal ficieron fueron | |
provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias, pero | |
vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha | |
desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora | |
Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano? | |
-Ahí esta el punto -respondió don Quijote- y ésa es la fineza de mi | |
negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni | |
gracias: el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que | |
si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado? Cuanto más, que harta ocasión | |
tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea | |
del Toboso; que, como ya oíste decir a aquel pastor de marras, Ambrosio: | |
quien está ausente todos los males tiene y teme. Así que, Sancho amigo, no | |
gastes tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tan no vista | |
imitación. Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la | |
respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si | |
fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y | |
si fuere al contrario, seré loco de veras, y, siéndolo, no sentiré nada. | |
Ansí que, de cualquiera manera que responda, saldré del conflito y trabajo | |
en que me dejares, gozando el bien que me trujeres, por cuerdo, o no | |
sintiendo el mal que me aportares, por loco. Pero dime, Sancho, ¿traes bien | |
guardado el yelmo de Mambrino?; que ya vi que le alzaste del suelo cuando | |
aquel desagradecido le quiso hacer pedazos. Pero no pudo, donde se puede | |
echar de ver la fineza de su temple. | |
A lo cual respondió Sancho: | |
-Vive Dios, señor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni | |
llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas | |
vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerías y de alcanzar | |
reinos e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras mercedes y grandezas, | |
como es uso de caballeros andantes, que todo debe de ser cosa de viento y | |
mentira, y todo pastraña, o patraña, o como lo llamáremos. Porque quien | |
oyere decir a vuestra merced que una bacía de barbero es el yelmo de | |
Mambrino, y que no salga de este error en más de cuatro días, ¿qué ha de | |
pensar, sino que quien tal dice y afirma debe de tener güero el juicio? La | |
bacía yo la llevo en el costal, toda abollada, y llévola para aderezarla en | |
mi casa y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algún | |
día me vea con mi mujer y hijos. | |
-Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste, te juro -dijo don | |
Quijote- que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero | |
en el mundo. ¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has | |
echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen | |
quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no | |
porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva | |
de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y les vuelven | |
según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y | |
así, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de | |
Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa. Y fue rara providencia del sabio | |
que es de mi parte hacer que parezca bacía a todos lo que real y | |
verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendo él de tanta | |
estima, todo el mundo me perseguirá por quitármele; pero, como ven que no | |
es más de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró | |
bien en el que quiso rompelle y le dejó en el suelo sin llevarle; que a fe | |
que si le conociera, que nunca él le dejara. Guárdale, amigo, que por ahora | |
no le he menester; que antes me tengo de quitar todas estas armas y quedar | |
desnudo como cuando nací, si es que me da en voluntad de seguir en mi | |
penitencia más a Roldán que a Amadís. | |
Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que, casi como | |
peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su | |
falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde | |
y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí | |
muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar | |
apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su | |
penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si | |
estuviera sin juicio: | |
-Éste es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la | |
desventura en que vosotros mesmos me habéis puesto. Éste es el sitio donde | |
el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis | |
continos y profundos sospiros moverán a la contina las hojas destos | |
montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena que mi asendereado | |
corazón padece. ¡Oh vosotros, quienquiera que seáis, rústicos dioses que en | |
este inhabitable lugar tenéis vuestra morada, oíd las quejas deste | |
desdichado amante, a quien una luenga ausencia y unos imaginados celos han | |
traído a lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la dura | |
condición de aquella ingrata y bella, término y fin de toda humana | |
hermosura! ¡Oh vosotras, napeas y dríadas, que tenéis por costumbre de | |
habitar en las espesuras de los montes, así los ligeros y lascivos sátiros, | |
de quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamás vuestro dulce | |
sosiego, que me ayudéis a lamentar mi desventura, o, a lo menos, no os | |
canséis de oílla! ¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi | |
pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé | |
buena en cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y el estado a | |
que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que | |
a mi fe se le debe! ¡Oh solitarios árboles, que desde hoy en adelante | |
habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio, con el blando | |
movimiento de vuestras ramas, que no os desagrade mi presencia! ¡Oh tú, | |
escudero mío, agradable compañero en más prósperos y adversos sucesos, toma | |
bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo cuentes y | |
recetes a la causa total de todo ello! | |
Y, diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y | |
la silla; y, dándole una palmada en las ancas, le dijo: | |
-Libertad te da el que sin ella queda, ¡oh caballo tan estremado por tus | |
obras cuan desdichado por tu suerte! Vete por do quisieres, que en la | |
frente llevas escrito que no te igualó en ligereza el Hipogrifo de Astolfo, | |
ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó a Bradamante. | |
Viendo esto Sancho, dijo: | |
-Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio; que | |
a fe que no faltaran palmadicas que dalle, ni cosas que decille en su | |
alabanza; pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie le | |
desalbardara, pues no había para qué, que a él no le tocaban las generales | |
de enamorado ni de desesperado, pues no lo estaba su amo, que era yo, | |
cuando Dios quería. Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que | |
si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será | |
bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, | |
porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no sé | |
cuándo llegaré ni cuándo volveré, porque, en resolución, soy mal caminante. | |
-Digo, Sancho -respondió don Quijote-, que sea como tú quisieres, que no me | |
parece mal tu designio; y digo que de aquí a tres días te partirás, porque | |
quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo | |
digas. | |
-Pues, ¿qué más tengo de ver -dijo Sancho- que lo que he visto? | |
-¡Bien estás en el cuento! -respondió don Quijote-. Ahora me falta rasgar | |
las vestiduras, esparcir las armas y darme de calabazadas por estas peñas, | |
con otras cosas deste jaez que te han de admirar. | |
-Por amor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced cómo se da esas | |
calabazadas; que a tal peña podrá llegar, y en tal punto, que con la | |
primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer que, | |
ya que vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas y que | |
no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es | |
fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con dárselas en | |
el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón; y déjeme a mí el cargo, que | |
yo diré a mi señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más | |
dura que la de un diamante. | |
-Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho -respondió don Quijote-, mas | |
quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, | |
sino muy de veras; porque de otra manera, sería contravenir a las órdenes | |
de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de | |
relasos, y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir. Ansí que, mis | |
calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada | |
del sofístico ni del fantástico. Y será necesario que me dejes algunas | |
hilas para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo | |
que perdimos. | |
-Más fue perder el asno -respondió Sancho-, pues se perdieron en él las | |
hilas y todo. Y ruégole a vuestra merced que no se acuerde más de aquel | |
maldito brebaje; que en sólo oírle mentar se me revuelve el alma, no que el | |
estómago. Y más le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres días | |
que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por | |
vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora; y | |
escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a | |
sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo. | |
-¿Purgatorio le llamas, Sancho? -dijo don Quijote-. Mejor hicieras de | |
llamarle infierno, y aun peor, si hay otra cosa que lo sea. | |
-Quien ha infierno -respondió Sancho-, nula es retencio, según he oído | |
decir. | |
-No entiendo qué quiere decir retencio -dijo don Quijote. | |
-Retencio es -respondió Sancho- que quien está en el infierno nunca sale | |
dél, ni puede. Lo cual será al revés en vuestra merced, o a mí me andarán | |
mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar a Rocinante; y póngame | |
yo una por una en el Toboso, y delante de mi señora Dulcinea, que yo le | |
diré tales cosas de las necedades y locuras, que todo es uno, que vuestra | |
merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner más blanda que un | |
guante, aunque la halle más dura que un alcornoque; con cuya respuesta | |
dulce y melificada volveré por los aires, como brujo, y sacaré a vuestra | |
merced deste purgatorio, que parece infierno y no lo es, pues hay esperanza | |
de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que | |
están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa. | |
-Así es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, ¿qué haremos para | |
escribir la carta? | |
-Y la libranza pollinesca también -añadió Sancho. | |
-Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y sería bueno, ya que no hay papel, | |
que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en | |
unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como | |
el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que | |
bien, escribilla: que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio; y | |
tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el | |
primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o si | |
no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a | |
ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás. | |
-Pues, ¿qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho. | |
-Nunca las cartas de Amadís se firman -respondió don Quijote. | |
-Está bien -respondió Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de | |
firmar, y ésa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaréme sin | |
pollinos. | |
-La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola, mi sobrina | |
no pondrá dificultad en cumplilla. Y, en lo que toca a la carta de amores, | |
pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste | |
Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me | |
sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto | |
letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre | |
platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de | |
cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la | |
quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he | |
visto cuatro veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella | |
echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con | |
que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han | |
criado. | |
-¡Ta, ta! -dijo Sancho-. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora | |
Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? | |
-Ésa es -dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el | |
universo. | |
-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una barra como | |
el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de | |
chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del | |
lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! | |
¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día | |
encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en | |
un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así | |
la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es | |
que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se | |
burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la | |
Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras | |
por ella, sino que, con justo título, puede desesperarse y ahorcarse; que | |
nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que | |
le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha | |
muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho | |
la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso | |
a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en | |
una grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea | |
debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o | |
alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le | |
ha enviado: así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que | |
deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha | |
ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero, bien | |
considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la | |
señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante | |
della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque | |
podría ser que, al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando | |
lino, o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se | |
riese y enfadase del presente. | |
-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, | |
que eres muy grande hablador, y que, aunque de ingenio boto, muchas veces | |
despuntas de agudo. Mas, para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto | |
soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. «Has de saber que una viuda | |
hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un | |
mozo motilón, rollizo y de buen tomo. Alcanzólo a saber su mayor, y un día | |
dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: ''Maravillado | |
estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan | |
hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan | |
soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos | |
maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced | |
pudiera escoger como entre peras, y decir: "Éste quiero, aquéste no | |
quiero"''. Mas ella le respondió, con mucho donaire y desenvoltura: | |
''Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo | |
si piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece, pues, | |
para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles''». | |
Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale | |
como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que | |
alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es | |
verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las | |
Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de que los | |
libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las | |
comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de | |
aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se | |
las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados | |
y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y | |
creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del | |
linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle | |
algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. | |
Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a | |
amar más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos | |
cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna | |
le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, | |
yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y | |
píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la | |
principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna | |
de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. | |
Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los | |
ignorantes, no seré castigado de los rigurosos. | |
-Digo que en todo tiene vuestra merced razón -respondió Sancho-, y que yo | |
soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de | |
mentar la soga en casa del ahorcado. Pero venga la carta, y a Dios, que me | |
mudo. | |
Sacó el libro de memoria don Quijote, y, apartándose a una parte, con mucho | |
sosiego comenzó a escribir la carta; y, en acabándola, llamó a Sancho y le | |
dijo que se la quería leer, porque la tomase de memoria, si acaso se le | |
perdiese por el camino, porque de su desdicha todo se podía temer. A lo | |
cual respondió Sancho: | |
-Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro y démele, que yo | |
le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria | |
es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me | |
llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de | |
oílla, que debe de ir como de molde. | |
-Escucha, que así dice -dijo don Quijote: | |
Carta de don Quijote a Dulcinea del Toboso | |
Soberana y alta señora: | |
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, | |
dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu | |
fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en | |
mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en | |
esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero | |
Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del | |
modo que por tu causa quedo. Si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, | |
haz lo que te viniere en gusto; que, con acabar mi vida, habré satisfecho a | |
tu crueldad y a mi deseo. | |
Tuyo hasta la muerte, | |
El Caballero de la Triste Figura. | |
-Por vida de mi padre -dijo Sancho en oyendo la carta-, que es la más alta | |
cosa que jamás he oído. ¡Pesia a mí, y cómo que le dice vuestra merced ahí | |
todo cuanto quiere, y qué bien que encaja en la firma El Caballero de la | |
Triste Figura! Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que | |
no haya cosa que no sepa. | |
-Todo es menester -respondió don Quijote- para el oficio que trayo. | |
-Ea, pues -dijo Sancho-, ponga vuestra merced en esotra vuelta la cédula de | |
los tres pollinos y fírmela con mucha claridad, porque la conozcan en | |
viéndola. | |
-Que me place -dijo don Quijote. | |
Y, habiéndola escrito,se la leyó; que decía ansí: | |
Mandará vuestra merced, por esta primera de pollinos, señora sobrina, dar a | |
Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé en casa y están a | |
cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar y | |
pagar por otros tantos aquí recebidos de contado, que consta, y con su | |
carta de pago serán bien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena, a | |
veinte y dos de agosto deste presente año. | |
-Buena está -dijo Sancho-; fírmela vuestra merced. | |
-No es menester firmarla -dijo don Quijote-, sino solamente poner mi | |
rúbrica, que es lo mesmo que firma, y para tres asnos, y aun para | |
trecientos, fuera bastante. | |
-Yo me confío de vuestra merced -respondió Sancho-. Déjeme, iré a ensillar | |
a Rocinante, y aparéjese vuestra merced a echarme su bendición, que luego | |
pienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que | |
yo diré que le vi hacer tantas que no quiera más. | |
-Por lo menos quiero, Sancho, y porque es menester ansí, quiero, digo, que | |
me veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en | |
menos de media hora, porque, habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas | |
jurar a tu salvo en las demás que quisieres añadir; y asegúrote que no | |
dirás tú tantas cuantas yo pienso hacer. | |
-Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que | |
me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar; y tengo tal la cabeza, | |
del llanto que anoche hice por el rucio, que no estoy para meterme en | |
nuevos lloros; y si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunas | |
locuras, hágalas vestido, breves y las que le vinieren más a cuento. Cuanto | |
más, que para mí no era menester nada deso, y, como ya tengo dicho, fuera | |
ahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con las nuevas que vuestra | |
merced desea y merece. Y si no, aparéjese la señora Dulcinea; que si no | |
responde como es razón, voto hago solene a quien puedo que le tengo de | |
sacar la buena respuesta del estómago a coces y a bofetones. Porque, ¿dónde | |
se ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced, | |
se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una...? No me lo haga decir la | |
señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nunca | |
se venda. ¡Bonico soy yo para eso! ¡Mal me conoce! ¡Pues, a fe que si me | |
conociese, que me ayunase! | |
-A fe, Sancho -dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estás tú más | |
cuerdo que yo. | |
-No estoy tan loco -respondió Sancho-, mas estoy más colérico. Pero, | |
dejando esto aparte, ¿qué es lo que ha de comer vuestra merced en tanto que | |
yo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, como Cardenio, a quitárselo a los | |
pastores? | |
-No te dé pena ese cuidado -respondió don Quijote-, porque, aunque tuviera, | |
no comiera otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos árboles | |
me dieren, que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras | |
asperezas equivalentes. | |
-A Dios, pues. Pero, ¿sabe vuestra merced qué temo? Que no tengo de acertar | |
a volver a este lugar donde agora le dejo, según está de escondido. | |
-Toma bien las señas, que yo procuraré no apartarme destos contornos -dijo | |
don Quijote-, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos, | |
por ver si te descubro cuando vuelvas. Cuanto más, que lo más acertado | |
será, para que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de las | |
muchas que por aquí hay y las vayas poniendo de trecho a trecho, hasta | |
salir a lo raso, las cuales te servirán de mojones y señales para que me | |
halles cuando vuelvas, a imitación del hilo del laberinto de Teseo. | |
-Así lo haré -respondió Sancho Panza. | |
Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y, no sin muchas | |
lágrimas de entrambos, se despidió dél. Y, subiendo sobre Rocinante, a | |
quien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propria | |
persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho a trecho los | |
ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado. Y así, se fue, | |
aunque todavía le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer dos | |
locuras. Mas no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo: | |
-Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para que pueda | |
jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que | |
vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra | |
merced. | |
-¿No te lo decía yo? -dijo don Quijote-. Espérate, Sancho, que en un credo | |
las haré. | |
Y, desnudándose con toda priesa las calzones, quedó en carnes y en pañales, | |
y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas, la | |
cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra | |
vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho | |
de que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así, le dejaremos ir su | |
camino, hasta la vuelta, que fue breve. | |
Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don | |
Quijote en Sierra Morena | |
Y, volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vio | |
solo, dice la historia que, así como don Quijote acabó de dar las tumbas o | |
vueltas, de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que | |
Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre | |
una punta de una alta peña y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces | |
había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello. Y era que cuál sería | |
mejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadas | |
que hizo, o Amadís en las malencónicas. Y, hablando entre sí mesmo, decía: | |
-Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿qué | |
maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía matar nadie si no era | |
metiéndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y él traía siempre | |
los zapatos con siete suelas de hierro. Aunque no le valieron tretas contra | |
Bernardo del Carpio, que se las entendió y le ahogó entre los brazos, en | |
Roncesvalles. Pero, dejando en él lo de la valentía a una parte, vengamos a | |
lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales que | |
halló en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de que Angélica | |
había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos | |
enrizados y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad y que | |
su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Pero | |
yo, ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión | |
dellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en | |
todos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje, | |
y que se está hoy como la madre que la parió; y haríale agravio manifiesto | |
si, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel género de locura | |
de Roldán el furioso. Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder | |
el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que | |
más; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por verse | |
desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no pareciese ante | |
su presencia hasta que fuese su voluntad, de que se retiró a la Peña Pobre | |
en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a | |
Dios, hasta que el cielo le acorrió, en medio de su mayor cuita y | |
necesidad. Y si esto es verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomar | |
trabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles, | |
que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para qué enturbiar el agua clara | |
destos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana. Viva | |
la memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo | |
que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: que si no acabó | |
grandes cosas, murió por acometellas; y si yo no soy desechado ni desdeñado | |
de Dulcinea del Toboso, bástame, como ya he dicho, estar ausente della. Ea, | |
pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme por | |
dónde tengo de comenzar a imitaros. Mas ya sé que lo más que él hizo fue | |
rezar y encomendarse a Dios; pero, ¿qué haré de rosario, que no le tengo? | |
En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira | |
de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el | |
uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí | |
estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era | |
no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse. Y | |
así, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por | |
las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos | |
acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que se | |
pudieron hallar enteros y que se pudiesen leer, después que a él allí le | |
hallaron, no fueron más que estos que aquí se siguen: | |
Árboles, yerbas y plantas | |
que en aqueste sitio estáis, | |
tan altos, verdes y tantas, | |
si de mi mal no os holgáis, | |
escuchad mis quejas santas. | |
Mi dolor no os alborote, | |
aunque más terrible sea, | |
pues, por pagaros escote, | |
aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
Es aquí el lugar adonde | |
el amador más leal | |
de su señora se esconde, | |
y ha venido a tanto mal | |
sin saber cómo o por dónde. | |
Tráele amor al estricote, | |
que es de muy mala ralea; | |
y así, hasta henchir un pipote, | |
aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
Buscando las aventuras | |
por entre las duras peñas, | |
maldiciendo entrañas duras, | |
que entre riscos y entre breñas | |
halla el triste desventuras, | |
hirióle amor con su azote, | |
no con su blanda correa; | |
y, en tocándole el cogote, | |
aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura | |
del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar | |
don Quijote que si, en nombrando a Dulcinea, no decía también del Toboso, | |
no se podría entender la copla; y así fue la verdad, como él después | |
confesó. Otros muchos escribió, pero, como se ha dicho, no se pudieron | |
sacar en limpio, ni enteros, más destas tres coplas. En esto, y en suspirar | |
y en llamar a los faunos y silvanos de aquellos bosques, a las ninfas de | |
los ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que le respondiese, consolasen y | |
escuchasen, se entretenía, y en buscar algunas yerbas con que sustentarse | |
en tanto que Sancho volvía; que, si como tardó tres días, tardara tres | |
semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no le | |
conociera la madre que lo parió. | |
Y será bien dejalle, envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo | |
que le avino a Sancho Panza en su mandadería. Y fue que, en saliendo al | |
camino real, se puso en busca del Toboso, y otro día llegó a la venta donde | |
le había sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto, cuando | |
le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, | |
aunque llegó a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y | |
llevar en deseo de gustar algo caliente; que había grandes días que todo | |
era fiambre. | |
Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso si | |
entraría o no. Y, estando en esto, salieron de la venta dos personas que | |
luego le conocieron; y dijo el uno al otro: | |
-Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el que | |
dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por | |
escudero? | |
-Sí es -dijo el licenciado-; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote. | |
Y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de su | |
mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros. | |
Los cuales, así como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante, | |
deseosos de saber de don Quijote, se fueron a él; y el cura le llamó por su | |
nombre, diciéndole: | |
-Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo? | |
Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar y la suerte | |
donde y como su amo quedaba; y así, les respondió que su amo quedaba | |
ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia, | |
la cual él no podía descubrir, por los ojos que en la cara tenía. | |
-No, no -dijo el barbero-, Sancho Panza; si vos no nos decís dónde queda, | |
imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis muerto y robado, pues | |
venís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de dar el dueño del | |
rocín, o sobre eso, morena. | |
-No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato a | |
nadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo queda | |
haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor. | |
Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, las | |
aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora | |
Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba | |
enamorado hasta los hígados. | |
Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya | |
sabían la locura de don Quijote y el género della, siempre que la oían se | |
admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta que | |
llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en un | |
libro de memoria y que era orden de su señor que la hiciese trasladar en | |
papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se la | |
mostrase, que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el | |
seno Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le halló, ni le podía | |
hallar si le buscara hasta agora, porque se había quedado don Quijote con | |
él y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele. | |
Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el | |
rostro; y, tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echar de | |
ver que no le hallaba; y, sin más ni más, se echó entrambos puños a las | |
barbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio | |
media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó | |
todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué | |
le había sucedido, que tan mal se paraba. | |
-¿Qué me ha de suceder -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una | |
mano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como un | |
castillo? | |
-¿Cómo es eso? -replicó el barbero. | |
-He perdido el libro de memoria -respondió Sancho-, donde venía carta para | |
Dulcinea y una cédula firmada de su señor, por la cual mandaba que su | |
sobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa. | |
Y, con esto, les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjole | |
que, en hallando a su señor, él le haría revalidar la manda y que tornase a | |
hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se | |
hacían en libros de memoria jamás se acetaban ni cumplían. | |
Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese ansí, que no le | |
daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi | |
de memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen. | |
-Decildo, Sancho, pues -dijo el barbero-, que después la trasladaremos. | |
Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y | |
ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, | |
otras al cielo; y, al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, | |
teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de | |
grandísimo rato: | |
-Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta | |
se me acuerda; aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora». | |
-No diría -dijo el barbero- sobajada, sino sobrehumana o soberana señora. | |
-Así es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía..., si mal no | |
me acuerdo: «el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced | |
las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y | |
de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa | |
en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». | |
No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y | |
alabáronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para | |
que ellos, ansimesmo, la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. | |
Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir | |
otros tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo, | |
pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en | |
aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en | |
trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se | |
había de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o, por lo menos, | |
monarca; que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil | |
venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y | |
que, en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no | |
podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la | |
emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin | |
ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería. | |
Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las | |
narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, | |
considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había | |
llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en | |
sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada | |
la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto | |
oír sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su | |
señor, que cosa contingente y muy agible era venir, con el discurso del | |
tiempo, a ser emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo, o otra | |
dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho: | |
-Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese | |
en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber | |
agora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos. | |
-Suélenles dar -respondió el cura- algún beneficio, simple o curado, o | |
alguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, amén del pie de | |
altar, que se suele estimar en otro tanto. | |
-Para eso será menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado y | |
que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo, | |
que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a mi | |
amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre | |
de los caballeros andantes? | |
-No tengáis pena, Sancho amigo -dijo el barbero-, que aquí rogaremos a | |
vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de | |
conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a | |
causa de que él es más valiente que estudiante. | |
-Así me ha parecido a mí -respondió Sancho-, aunque sé decir que para todo | |
tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro | |
Señor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva y adonde a mí más | |
mercedes me haga. | |
-Vos lo decís como discreto -dijo el cura- y lo haréis como buen cristiano. | |
Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de | |
aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y, para pensar el | |
modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos | |
entremos en esta venta. | |
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que después | |
les diría la causa por que no entraba ni le convenía entrar en ella; mas | |
que les rogaba que le sacasen allí algo de comer que fuese cosa caliente, | |
y, ansimismo, cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y, de | |
allí a poco, el barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado | |
entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el | |
cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que | |
ellos querían. Y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que | |
él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo | |
mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, | |
fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un | |
don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballero | |
andante. Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella | |
donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le | |
tenía fecho; y que le suplicaba, ansimesmo, que no la mandase quitar su | |
antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho | |
derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin duda, que don Quijote | |
vendría en todo cuanto le pidiese por este término; y que desta manera le | |
sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía | |
algún remedio su estraña locura. | |
Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con | |
otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia | |
No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, que | |
luego la pusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, | |
dejándole en prendas una sotana nueva del cura. El barbero hizo una gran | |
barba de una cola rucia o roja de buey, donde el ventero tenía colgado el | |
peine. Preguntóles la ventera que para qué le pedían aquellas cosas. El | |
cura le contó en breves razones la locura de don Quijote, y cómo convenía | |
aquel disfraz para sacarle de la montaña, donde a la sazón estaba. Cayeron | |
luego el ventero y la ventera en que el loco era su huésped, el del | |
bálsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que con | |
él les había pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resolución, | |
la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya | |
de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas | |
acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos | |
ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en | |
tiempo del rey Wamba. No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en | |
la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de | |
noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga | |
hizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; | |
encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de | |
quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el | |
barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y | |
blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey | |
barroso. | |
Despidiéronse de todos, y de la buena de Maritornes, que prometió de rezar | |
un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo | |
y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido. | |
Mas, apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento: | |
que hacía mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecente | |
que un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese mucho en ello; y, | |
diciéndoselo al barbero, le rogó que trocasen trajes, pues era más justo | |
que él fuese la doncella menesterosa, y que él haría el escudero, y que así | |
se profanaba menos su dignidad; y que si no lo quería hacer, determinaba de | |
no pasar adelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo. | |
En esto, llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener la | |
risa. En efeto, el barbero vino en todo aquello que el cura quiso, y, | |
trocando la invención, el cura le fue informando el modo que había de tener | |
y las palabras que había de decir a don Quijote para moverle y forzarle a | |
que con él se viniese, y dejase la querencia del lugar que había escogido | |
para su vana penitencia. El barbero respondió que, sin que se le diese | |
lición, él lo pondría bien en su punto. No quiso vestirse por entonces, | |
hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así, dobló sus | |
vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolos | |
Sancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco que | |
hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de | |
cuanto en ella venía; que, maguer que tonto, era un poco codicioso el | |
mancebo. | |
Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas las señales de | |
las ramas para acertar el lugar donde había dejado a su señor; y, en | |
reconociéndole, les dijo como aquélla era la entrada, y que bien se podían | |
vestir, si era que aquello hacía al caso para la libertad de su señor; | |
porque ellos le habían dicho antes que el ir de aquella suerte y vestirse | |
de aquel modo era toda la importancia para sacar a su amo de aquella mala | |
vida que había escogido, y que le encargaban mucho que no dijese a su amo | |
quien ellos eran, ni que los conocía; y que si le preguntase, como se lo | |
había de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que, por | |
no saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, | |
so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, | |
que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellos | |
pensaban decirle tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida, y hacer con | |
él que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca; que en | |
lo de ser arzobispo no había de qué temer. | |
Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció | |
mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no | |
arzobispo, porque él tenía para sí que, para hacer mercedes a sus | |
escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes. También | |
les dijo que sería bien que él fuese delante a buscarle y darle la | |
respuesta de su señora, que ya sería ella bastante a sacarle de aquel | |
lugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecióles bien lo que | |
Sancho Panza decía, y así, determinaron de aguardarle hasta que volviese | |
con las nuevas del hallazgo de su amo. | |
Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en | |
una por donde corría un pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombra | |
agradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban. El | |
calor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por | |
aquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la | |
tarde: todo lo cual hacía al sitio más agradable, y que convidase a que en | |
él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron. | |
Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una | |
voz que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce y | |
regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquél | |
no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase. Porque, aunque | |
suele decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces | |
estremadas, más son encarecimientos de poetas que verdades; y más, cuando | |
advirtieron que lo que oían cantar eran versos, no de rústicos ganaderos, | |
sino de discretos cortesanos. Y confirmó esta verdad haber sido los versos | |
que oyeron éstos: | |
¿Quién menoscaba mis bienes? | |
Desdenes. | |
Y ¿quién aumenta mis duelos? | |
Los celos. | |
Y ¿quién prueba mi paciencia? | |
Ausencia. | |
De ese modo, en mi dolencia | |
ningún remedio se alcanza, | |
pues me matan la esperanza | |
desdenes, celos y ausencia. | |
¿Quién me causa este dolor? | |
Amor. | |
Y ¿quién mi gloria repugna? | |
Fortuna. | |
Y ¿quién consiente en mi duelo? | |
El cielo | |
De ese modo, yo recelo | |
morir deste mal estraño, | |
pues se aumentan en mi daño, | |
amor, fortuna y el cielo. | |
¿Quién mejorará mi suerte? | |
La muerte. | |
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? | |
Mudanza. | |
Y sus males, ¿quién los cura? | |
Locura. | |
De ese modo, no es cordura | |
querer curar la pasión | |
cuando los remedios son | |
muerte, mudanza y locura. | |
La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó | |
admiración y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, | |
esperando si otra alguna cosa oían; pero, viendo que duraba algún tanto el | |
silencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena voz | |
cantaba. Y, queriéndolo poner en efeto, hizo la mesma voz que no se | |
moviesen, la cual llegó de nuevo a sus oídos, cantando este soneto: | |
Soneto | |
Santa amistad, que con ligeras alas, | |
tu apariencia quedándose en el suelo, | |
entre benditas almas, en el cielo, | |
subiste alegre a las impíreas salas, | |
desde allá, cuando quieres, nos señalas | |
la justa paz cubierta con un velo, | |
por quien a veces se trasluce el celo | |
de buenas obras que, a la fin, son malas. | |
Deja el cielo, ¡oh amistad!, o no permitas | |
que el engaño se vista tu librea, | |
con que destruye a la intención sincera; | |
que si tus apariencias no le quitas, | |
presto ha de verse el mundo en la pelea | |
de la discorde confusión primera. | |
El canto se acabó con un profundo suspiro, y los dos, con atención, | |
volvieron a esperar si más se cantaba; pero, viendo que la música se había | |
vuelto en sollozos y en lastimeros ayes, acordaron de saber quién era el | |
triste, tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos; y no | |
anduvieron mucho, cuando, al volver de una punta de una peña, vieron a un | |
hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les había pintado cuando | |
les contó el cuento de Cardenio; el cual hombre, cuando los vio, sin | |
sobresaltarse, estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho a guisa | |
de hombre pensativo, sin alzar los ojos a mirarlos más de la vez primera, | |
cuando de improviso llegaron. | |
El cura, que era hombre bien hablado (como el que ya tenía noticia de su | |
desgracia, pues por las señas le había conocido), se llegó a él, y con | |
breves aunque muy discretas razones le rogó y persuadió que aquella tan | |
miserable vida dejase, porque allí no la perdiese, que era la desdicha | |
mayor de las desdichas. Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre | |
de aquel furioso accidente que tan a menudo le sacaba de sí mismo; y así, | |
viendo a los dos en traje tan no usado de los que por aquellas soledades | |
andaban, no dejó de admirarse algún tanto, y más cuando oyó que le habían | |
hablado en su negocio como en cosa sabida -porque las razones que el cura | |
le dijo así lo dieron a entender-; y así, respondió desta manera: | |
-Bien veo yo, señores, quienquiera que seáis, que el cielo, que tiene | |
cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos muchas veces, sin yo | |
merecerlo, me envía, en estos tan remotos y apartados lugares del trato | |
común de las gentes, algunas personas que, poniéndome delante de los ojos | |
con vivas y varias razones cuán sin ella ando en hacer la vida que hago, | |
han procurado sacarme désta a mejor parte; pero, como no saben que sé yo | |
que en saliendo deste daño he de caer en otro mayor, quizá me deben de | |
tener por hombre de flacos discursos, y aun, lo que peor sería, por de | |
ningún juicio. Y no sería maravilla que así fuese, porque a mí se me | |
trasluce que la fuerza de la imaginación de mis desgracias es tan intensa y | |
puede tanto en mi perdición que, sin que yo pueda ser parte a estobarlo, | |
vengo a quedar como piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento; y | |
vengo a caer en la cuenta desta verdad, cuando algunos me dicen y muestran | |
señales de las cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me | |
señorea, y no sé más que dolerme en vano y maldecir sin provecho mi | |
ventura, y dar por disculpa de mis locuras el decir la causa dellas a | |
cuantos oírla quieren; porque, viendo los cuerdos cuál es la causa, no se | |
maravillarán de los efetos, y si no me dieren remedio, a lo menos no me | |
darán culpa, convirtiéndoseles el enojo de mi desenvoltura en lástima de | |
mis desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís con la mesma intención | |
que otros han venido, antes que paséis adelante en vuestras discretas | |
persuasiones, os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis | |
desventuras; porque quizá, después de entendido, ahorraréis del trabajo que | |
tomaréis en consolar un mal que de todo consuelo es incapaz. | |
Los dos, que no deseaban otra cosa que saber de su mesma boca la causa de | |
su daño, le rogaron se la contase, ofreciéndole de no hacer otra cosa de la | |
que él quisiese, en su remedio o consuelo; y con esto, el triste caballero | |
comenzó su lastimera historia, casi por las mesmas palabras y pasos que la | |
había contado a don Quijote y al cabrero pocos días atrás, cuando, por | |
ocasión del maestro Elisabat y puntualidad de don Quijote en guardar el | |
decoro a la caballería, se quedó el cuento imperfeto, como la historia lo | |
deja contado. Pero ahora quiso la buena suerte que se detuvo el accidente | |
de la locura y le dio lugar de contarlo hasta el fin; y así, llegando al | |
paso del billete que había hallado don Fernando entre el libro de Amadís de | |
Gaula, dijo Cardenio que le tenía bien en la memoria, y que decía desta | |
manera: | |
«Luscinda a Cardenio | |
Cada día descubro en vos valores que me obligan y fuerzan a que en más os | |
estime; y así, si quisiéredes sacarme desta deuda sin ejecutarme en la | |
honra, lo podréis muy bien hacer. Padre tengo, que os conoce y que me | |
quiere bien, el cual, sin forzar mi voluntad, cumplirá la que será justo | |
que vos tengáis, si es que me estimáis como decís y como yo creo. | |
-»Por este billete me moví a pedir a Luscinda por esposa, como ya os he | |
contado, y éste fue por quien quedó Luscinda en la opinión de don Fernando | |
por una de las más discretas y avisadas mujeres de su tiempo; y este | |
billete fue el que le puso en deseo de destruirme, antes que el mío se | |
efetuase. Díjele yo a don Fernando en lo que reparaba el padre de Luscinda, | |
que era en que mi padre se la pidiese, lo cual yo no le osaba decir, | |
temeroso que no vendría en ello, no porque no tuviese bien conocida la | |
calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda, y que tenía partes | |
bastantes para enoblecer cualquier otro linaje de España, sino porque yo | |
entendía dél que deseaba que no me casase tan presto, hasta ver lo que el | |
duque Ricardo hacía conmigo. En resolución, le dije que no me aventuraba a | |
decírselo a mi padre, así por aquel inconveniente como por otros muchos que | |
me acobardaban, sin saber cuáles eran, sino que me parecía que lo que yo | |
desease jamás había de tener efeto. | |
»A todo esto me respondió don Fernando que él se encargaba de hablar a mi | |
padre y hacer con él que hablase al de Luscinda. ¡Oh Mario ambicioso, oh | |
Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, oh Vellido | |
traidor, oh Julián vengativo, oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo | |
y embustero, ¿qué deservicios te había hecho este triste, que con tanta | |
llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? ¿Qué ofensa te | |
hice? ¿Qué palabras te dije, o qué consejos te di, que no fuesen todos | |
encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? Mas, ¿de qué me quejo?, | |
¡desventurado de mí!, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias | |
la corriente de las estrellas, como vienen de alto a bajo, despeñándose con | |
furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni | |
industria humana que prevenirlas pueda. ¿Quién pudiera imaginar que don | |
Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso | |
para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese dondequiera que le | |
ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en tomarme a mí una sola | |
oveja, que aún no poseía? Pero quédense estas consideraciones aparte, como | |
inútiles y sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichada historia. | |
»Digo, pues, que, pareciéndole a don Fernando que mi presencia le era | |
inconveniente para poner en ejecución su falso y mal pensamiento, determinó | |
de enviarme a su hermano mayor, con ocasión de pedirle unos dineros para | |
pagar seis caballos, que de industria, y sólo para este efeto de que me | |
ausentase (para poder mejor salir con su dañado intento), el mesmo día que | |
se ofreció hablar a mi padre los compró, y quiso que yo viniese por el | |
dinero. ¿Pude yo prevenir esta traición? ¿Pude, por ventura, caer en | |
imaginarla? No, por cierto; antes, con grandísimo gusto, me ofrecí a partir | |
luego, contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablé con Luscinda, | |
y le dije lo que con don Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme | |
esperanza de que tendrían efeto nuestros buenos y justos deseos. Ella me | |
dijo, tan segura como yo de la traición de don Fernando, que procurase | |
volver presto, porque creía que no tardaría más la conclusión de nuestras | |
voluntades que tardase mi padre de hablar al suyo. No sé qué se fue, que, | |
en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo | |
se le atravesó en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras | |
muchas que me pareció que procuraba decirme. | |
»Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en ella visto, | |
porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi | |
diligencia lo concedía, con todo regocijo y contento, sin mezclar en | |
nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores. Todo era | |
engrandecer yo mi ventura, por habérmela dado el cielo por señora: | |
exageraba su belleza, admirábame de su valor y entendimiento. Volvíame ella | |
el recambio, alabando en mí lo que, como enamorada, le parecía digno de | |
alabanza. Con esto, nos contábamos cien mil niñerías y acaecimientos de | |
nuestros vecinos y conocidos, y a lo que más se entendía mi desenvoltura | |
era a tomarle, casi por fuerza, una de sus bellas y blancas manos, y | |
llegarla a mi boca, según daba lugar la estrecheza de una baja reja que nos | |
dividía. Pero la noche que precedió al triste día de mi partida, ella | |
lloró, gimió y suspiró, y se fue, y me dejó lleno de confusión y | |
sobresalto, espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestras de | |
dolor y sentimiento en Luscinda. Pero, por no destruir mis esperanzas, todo | |
lo atribuí a la fuerza del amor que me tenía y al dolor que suele causar la | |
ausencia en los que bien se quieren. | |
»En fin, yo me partí triste y pensativo, llena el alma de imaginaciones y | |
sospechas, sin saber lo que sospechaba ni imaginaba: claros indicios que me | |
mostraban el triste suceso y desventura que me estaba guardada. Llegué al | |
lugar donde era enviado. Di las cartas al hermano de don Fernando. Fui bien | |
recebido, pero no bien despachado, porque me mandó aguardar, bien a mi | |
disgusto, ocho días, y en parte donde el duque, su padre, no me viese, | |
porque su hermano le escribía que le enviase cierto dinero sin su | |
sabiduría. Y todo fue invención del falso don Fernando, pues no le faltaban | |
a su hermano dineros para despacharme luego. Orden y mandato fue éste que | |
me puso en condición de no obedecerle, por parecerme imposible sustentar | |
tantos días la vida en el ausencia de Luscinda, y más, habiéndola dejado | |
con la tristeza que os he contado; pero, con todo esto, obedecí, como buen | |
criado, aunque veía que había de ser a costa de mi salud. | |
»Pero, a los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en mi busca con | |
una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocí ser de Luscinda, porque | |
la letra dél era suya. Abríla, temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa | |
grande debía de ser la que la había movido a escribirme estando ausente, | |
pues presente pocas veces lo hacía. Preguntéle al hombre, antes de leerla, | |
quién se la había dado y el tiempo que había tardado en el camino. Díjome | |
que acaso, pasando por una calle de la ciudad a la hora de medio día, una | |
señora muy hermosa le llamó desde una ventana, los ojos llenos de lágrimas, | |
y que con mucha priesa le dijo: ''Hermano: si sois cristiano, como | |
parecéis, por amor de Dios os ruego que encaminéis luego luego esta carta | |
al lugar y a la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien conocido, | |
y en ello haréis un gran servicio a nuestro Señor; y, para que no os falte | |
comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en este pañuelo''. ''Y, | |
diciendo esto, me arrojó por la ventana un pañuelo, donde venían atados | |
cien reales y esta sortija de oro que aquí traigo, con esa carta que os he | |
dado. Y luego, sin aguardar respuesta mía, se quitó de la ventana; aunque | |
primero vio cómo yo tomé la carta y el pañuelo, y, por señas, le dije que | |
haría lo que me mandaba. Y así, viéndome tan bien pagado del trabajo que | |
podía tomar en traérosla y conociendo por el sobrescrito que érades vos a | |
quien se enviaba, porque yo, señor, os conozco muy bien, y obligado | |
asimesmo de las lágrimas de aquella hermosa señora, determiné de no fiarme | |
de otra persona, sino venir yo mesmo a dárosla; y en diez y seis horas que | |
ha que se me dio, he hecho el camino, que sabéis que es de diez y ocho | |
leguas''. | |
»En tanto que el agradecido y nuevo correo esto me decía, estaba yo colgado | |
de sus palabras, temblándome las piernas de manera que apenas podía | |
sostenerme. En efeto, abrí la carta y vi que contenía estas razones: | |
La palabra que don Fernando os dio de hablar a vuestro padre para que | |
hablase al mío, la ha cumplido más en su gusto que en vuestro provecho. | |
Sabed, señor, que él me ha pedido por esposa, y mi padre, llevado de la | |
ventaja que él piensa que don Fernando os hace, ha venido en lo que quiere, | |
con tantas veras que de aquí a dos días se ha de hacer el desposorio, tan | |
secreto y tan a solas, que sólo han de ser testigos los cielos y alguna | |
gente de casa. Cual yo quedo, imaginaldo; si os cumple venir, veldo; y si | |
os quiero bien o no, el suceso deste negocio os lo dará a entender. A Dios | |
plega que ésta llegue a vuestras manos antes que la mía se vea en condición | |
de juntarse con la de quien tan mal sabe guardar la fe que promete. | |
»Éstas, en suma, fueron las razones que la carta contenía y las que me | |
hicieron poner luego en camino, sin esperar otra respuesta ni otros | |
dineros; que bien claro conocí entonces que no la compra de los caballos, | |
sino la de su gusto, había movido a don Fernando a enviarme a su hermano. | |
El enojo que contra don Fernando concebí, junto con el temor de perder la | |
prenda que con tantos años de servicios y deseos tenía granjeada, me | |
pusieron alas, pues, casi como en vuelo, otro día me puse en mi lugar, al | |
punto y hora que convenía para ir a hablar a Luscinda. Entré secreto, y | |
dejé una mula en que venía en casa del buen hombre que me había llevado la | |
carta; y quiso la suerte que entonces la tuviese tan buena que hallé a | |
Luscinda puesta a la reja, testigo de nuestros amores. Conocióme Luscinda | |
luego, y conocíla yo; mas no como debía ella conocerme y yo conocerla. | |
Pero, ¿quién hay en el mundo que se pueda alabar que ha penetrado y sabido | |
el confuso pensamiento y condición mudable de una mujer? Ninguno, por | |
cierto. | |
»Digo, pues, que, así como Luscinda me vio, me dijo: ''Cardenio, de boda | |
estoy vestida; ya me están aguardando en la sala don Fernando el traidor y | |
mi padre el codicioso, con otros testigos, que antes lo serán de mi muerte | |
que de mi desposorio. No te turbes, amigo, sino procura hallarte presente a | |
este sacrificio, el cual si no pudiere ser estorbado de mis razones, una | |
daga llevo escondida que podrá estorbar más determinadas fuerzas, dando fin | |
a mi vida y principio a que conozcas la voluntad que te he tenido y | |
tengo''. Yo le respondí turbado y apriesa, temeroso no me faltase lugar | |
para responderla: ''Hagan, señora, tus obras verdaderas tus palabras; que | |
si tú llevas daga para acreditarte, aquí llevo yo espada para defenderte | |
con ella o para matarme si la suerte nos fuere contraria''. No creo que | |
pudo oír todas estas razones, porque sentí que la llamaban apriesa, porque | |
el desposado aguardaba. Cerróse con esto la noche de mi tristeza, púsoseme | |
el sol de mi alegría: quedé sin luz en los ojos y sin discurso en el | |
entendimiento. No acertaba a entrar en su casa, ni podía moverme a parte | |
alguna; pero, considerando cuánto importaba mi presencia para lo que | |
suceder pudiese en aquel caso, me animé lo más que pude y entré en su casa. | |
Y, como ya sabía muy bien todas sus entradas y salidas, y más con el | |
alboroto que de secreto en ella andaba, nadie me echó de ver. Así que, sin | |
ser visto, tuve lugar de ponerme en el hueco que hacía una ventana de la | |
mesma sala, que con las puntas y remates de dos tapices se cubría, por | |
entre las cuales podía yo ver, sin ser visto, todo cuanto en la sala se | |
hacía. | |
»¿Quién pudiera decir ahora los sobresaltos que me dio el corazón mientras | |
allí estuve, los pensamientos que me ocurrieron, las consideraciones que | |
hice?, que fueron tantas y tales, que ni se pueden decir ni aun es bien que | |
se digan. Basta que sepáis que el desposado entró en la sala sin otro | |
adorno que los mesmos vestidos ordinarios que solía. Traía por padrino a un | |
primo hermano de Luscinda, y en toda la sala no había persona de fuera, | |
sino los criados de casa. De allí a un poco, salió de una recámara | |
Luscinda, acompañada de su madre y de dos doncellas suyas, tan bien | |
aderezada y compuesta como su calidad y hermosura merecían, y como quien | |
era la perfeción de la gala y bizarría cortesana. No me dio lugar mi | |
suspensión y arrobamiento para que mirase y notase en particular lo que | |
traía vestido; sólo pude advertir a las colores, que eran encarnado y | |
blanco, y en las vislumbres que las piedras y joyas del tocado y de todo el | |
vestido hacían, a todo lo cual se aventajaba la belleza singular de sus | |
hermosos y rubios cabellos; tales que, en competencia de las preciosas | |
piedras y de las luces de cuatro hachas que en la sala estaban, la suya con | |
más resplandor a los ojos ofrecían. ¡Oh memoria, enemiga mortal de mi | |
descanso! ¿De qué sirve representarme ahora la incomparable belleza de | |
aquella adorada enemiga mía? ¿No será mejor, cruel memoria, que me acuerdes | |
y representes lo que entonces hizo, para que, movido de tan manifiesto | |
agravio, procure, ya que no la venganza, a lo menos perder la vida?» No os | |
canséis, señores, de oír estas digresiones que hago; que no es mi pena de | |
aquellas que puedan ni deban contarse sucintamente y de paso, pues cada | |
circunstancia suya me parece a mí que es digna de un largo discurso. | |
A esto le respondió el cura que no sólo no se cansaban en oírle, sino que | |
les daba mucho gusto las menudencias que contaba, por ser tales, que | |
merecían no pasarse en silencio, y la mesma atención que lo principal del | |
cuento. | |
-«Digo, pues -prosiguió Cardenio-, que, estando todos en la sala, entró el | |
cura de la perroquia, y, tomando a los dos por la mano para hacer lo que en | |
tal acto se requiere, al decir: ''¿Queréis, señora Luscinda, al señor don | |
Fernando, que está presente, por vuestro legítimo esposo, como lo manda la | |
Santa Madre Iglesia?'', yo saqué toda la cabeza y cuello de entre los | |
tapices, y con atentísimos oídos y alma turbada me puse a escuchar lo que | |
Luscinda respondía, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte o | |
la confirmación de mi vida. ¡Oh, quién se atreviera a salir entonces, | |
diciendo a voces!: ''¡Ah Luscinda, Luscinda, mira lo que haces, considera | |
lo que me debes, mira que eres mía y que no puedes ser de otro! Advierte | |
que el decir tú sí y el acabárseme la vida ha de ser todo a un punto. ¡Ah | |
traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte de mi vida! ¿Qué | |
quieres? ¿Qué pretendes? Considera que no puedes cristianamente llegar al | |
fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa y yo soy su marido''. ¡Ah, | |
loco de mí, ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de | |
hacer lo que no hice! ¡Ahora que dejé robar mi cara prenda, maldigo al | |
robador, de quien pudiera vengarme si tuviera corazón para ello como le | |
tengo para quejarme! En fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho | |
que muera ahora corrido, arrepentido y loco. | |
»Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen | |
espacio en darla, y, cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse, o | |
desataba la lengua para decir alguna verdad o desengaño que en mi provecho | |
redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: ''Sí quiero''; y lo | |
mesmo dijo don Fernando; y, dándole el anillo, quedaron en disoluble nudo | |
ligados. Llegó el desposado a abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la | |
mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Resta | |
ahora decir cuál quedé yo viendo, en el sí que había oído, burladas mis | |
esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda: imposibilitado de | |
cobrar en algún tiempo el bien que en aquel instante había perdido. Quedé | |
falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho | |
enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis | |
suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de | |
manera que todo ardía de rabia y de celos. | |
»Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochándole su | |
madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel | |
cerrado, que don Fernando tomó luego y se le puso a leer a la luz de una de | |
las hachas; y, en acabando de leerle, se sentó en una silla y se puso la | |
mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir a los | |
remedios que a su esposa se hacían para que del desmayo volviese. Yo, | |
viendo alborotada toda la gente de casa, me aventuré a salir, ora fuese | |
visto o no, con determinación que si me viesen, de hacer un desatino tal, | |
que todo el mundo viniera a entender la justa indignación de mi pecho en el | |
castigo del falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada | |
traidora. Pero mi suerte, que para mayores males, si es posible que los | |
haya, me debe tener guardado, ordenó que en aquel punto me sobrase el | |
entendimiento que después acá me ha faltado; y así, sin querer tomar | |
venganza de mis mayores enemigos (que, por estar tan sin pensamiento mío, | |
fuera fácil tomarla), quise tomarla de mi mano y ejecutar en mí la pena que | |
ellos merecían; y aun quizá con más rigor del que con ellos se usara si | |
entonces les diera muerte, pues la que se recibe repentina presto acaba la | |
pena; mas la que se dilata con tormentos siempre mata, sin acabar la vida. | |
»En fin, yo salí de aquella casa y vine a la de aquél donde había dejado la | |
mula; hice que me la ensillase, sin despedirme dél subí en ella, y salí de | |
la ciudad, sin osar, como otro Lot, volver el rostro a miralla; y cuando me | |
vi en el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubría y su | |
silencio convidaba a quejarme, sin respeto o miedo de ser escuchado ni | |
conocido, solté la voz y desaté la lengua en tantas maldiciones de Luscinda | |
y de don Fernando, como si con ellas satisficiera el agravio que me habían | |
hecho. Dile títulos de cruel, de ingrata, de falsa y desagradecida; pero, | |
sobre todos, de codiciosa, pues la riqueza de mi enemigo la había cerrado | |
los ojos de la voluntad, para quitármela a mí y entregarla a aquél con | |
quien más liberal y franca la fortuna se había mostrado; y, en mitad de la | |
fuga destas maldiciones y vituperios, la desculpaba, diciendo que no era | |
mucho que una doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada | |
siempre a obedecerlos, hubiese querido condecender con su gusto, pues le | |
daban por esposo a un caballero tan principal, tan rico y tan gentil hombre | |
que, a no querer recebirle, se podía pensar, o que no tenía juicio, o que | |
en otra parte tenía la voluntad: cosa que redundaba tan en perjuicio de su | |
buena opinión y fama. Luego volvía diciendo que, puesto que ella dijera que | |
yo era su esposo, vieran ellos que no había hecho en escogerme tan mala | |
elección, que no la disculparan, pues antes de ofrecérseles don Fernando no | |
pudieran ellos mesmos acertar a desear, si con razón midiesen su deseo, | |
otro mejor que yo para esposo de su hija; y que bien pudiera ella, antes de | |
ponerse en el trance forzoso y último de dar la mano, decir que ya yo le | |
había dado la mía; que yo viniera y concediera con todo cuanto ella | |
acertara a fingir en este caso. | |
»En fin, me resolví en que poco amor, poco juicio, mucha ambición y deseos | |
de grandezas hicieron que se olvidase de las palabras con que me había | |
engañado, entretenido y sustentado en mis firmes esperanzas y honestos | |
deseos. Con estas voces y con esta inquietud caminé lo que quedaba de | |
aquella noche, y di al amanecer en una entrada destas sierras, por las | |
cuales caminé otros tres días, sin senda ni camino alguno, hasta que vine a | |
parar a unos prados, que no sé a qué mano destas montañas caen, y allí | |
pregunté a unos ganaderos que hacia dónde era lo más áspero destas sierras. | |
Dijéronme que hacia esta parte. Luego me encaminé a ella, con intención de | |
acabar aquí la vida, y, en entrando por estas asperezas, del cansancio y de | |
la hambre se cayó mi mula muerta, o, lo que yo más creo, por desechar de sí | |
tan inútil carga como en mí llevaba. Yo quedé a pie, rendido de la | |
naturaleza, traspasado de hambre, sin tener, ni pensar buscar, quien me | |
socorriese. | |
»De aquella manera estuve no sé qué tiempo, tendido en el suelo, al cabo | |
del cual me levanté sin hambre, y hallé junto a mí a unos cabreros, que, | |
sin duda, debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me | |
dijeron de la manera que me habían hallado, y cómo estaba diciendo tantos | |
disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el | |
juicio; y yo he sentido en mí, después acá, que no todas veces le tengo | |
cabal, sino tan desmedrado y flaco que hago mil locuras, rasgándome los | |
vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y | |
repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso | |
ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en mí | |
vuelvo, me hallo tan cansado y molido, que apenas puedo moverme. Mi más | |
común habitación es en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este | |
miserable cuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montañas, | |
movidos de caridad, me sustentan, poniéndome el manjar por los caminos y | |
por las peñas por donde entienden que acaso podré pasar y hallarlo; y así, | |
aunque entonces me falte el juicio, la necesidad natural me da a conocer el | |
mantenimiento, y despierta en mí el deseo de apetecerlo y la voluntad de | |
tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio, que | |
yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den de | |
grado, a los pastores que vienen con ello del lugar a las majadas. | |
»Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea | |
servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que | |
no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de | |
don Fernando; que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor | |
discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente | |
tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en mí valor ni fuerzas para | |
sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle». | |
Ésta es, ¡oh señores!, la amarga historia de mi desgracia: decidme si es | |
tal, que pueda celebrarse con menos sentimientos que los que en mí habéis | |
visto; y no os canséis en persuadirme ni aconsejarme lo que la razón os | |
dijere que puede ser bueno para mi remedio, porque ha de aprovechar conmigo | |
lo que aprovecha la medicina recetada de famoso médico al enfermo que | |
recebir no la quiere. Yo no quiero salud sin Luscinda; y, pues ella gustó | |
de ser ajena, siendo, o debiendo ser, mía, guste yo de ser de la | |
desventura, pudiendo haber sido de la buena dicha. Ella quiso, con su | |
mudanza, hacer estable mi perdición; yo querré, con procurar perderme, | |
hacer contenta su voluntad, y será ejemplo a los por venir de que a mí solo | |
faltó lo que a todos los desdichados sobra, a los cuales suele ser consuelo | |
la imposibilidad de tenerle, y en mí es causa de mayores sentimientos y | |
males, porque aun pienso que no se han de acabar con la muerte. | |
Aquí dio fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa | |
historia. Y, al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones | |
de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados | |
acentos oyeron que decía lo que se dirá en la cuarta parte desta narración, | |
que en este punto dio fin a la tercera el sabio y atentado historiador Cide | |
Hamete Benengeli. | |
Cuarta parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha | |
Capítulo XXVIII. Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y | |
barbero sucedió en la mesma sierra | |
Felicísimos y venturosos fueron los tiempos donde se echó al mundo el | |
audacísimo caballero don Quijote de la Mancha, pues por haber tenido tan | |
honrosa determinación como fue el querer resucitar y volver al mundo la ya | |
perdida y casi muerta orden de la andante caballería, gozamos ahora, en | |
esta nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, no sólo de la | |
dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, | |
que, en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la | |
misma historia; la cual, prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado | |
hilo, cuenta que, así como el cura comenzó a prevenirse para consolar a | |
Cardenio, lo impidió una voz que llegó a sus oídos, que, con tristes | |
acentos, decía desta manera: | |
-¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de | |
escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi | |
voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me | |
miente. ¡Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y | |
malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique | |
mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano, pues no hay | |
ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio | |
en las quejas, ni remedio en los males! | |
Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, | |
y por parecerles, como ello era, que allí junto las decían, se levantaron a | |
buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un | |
peñasco vieron, sentado al pie de un fresno, a un mozo vestido como | |
labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba | |
los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por | |
entonces. Y ellos llegaron con tanto silencio que dél no fueron sentidos, | |
ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que | |
no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras | |
del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los | |
pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras | |
el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo | |
que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los | |
otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña | |
que allí había, y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que el | |
mozo hacía; el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy | |
ceñido al cuerpo con una toalla blanca. Traía, ansimesmo, unos calzones y | |
polainas de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las | |
polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de | |
blanco alabastro parecía. Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con | |
un paño de tocar, que sacó debajo de la montera, se los limpió; y, al | |
querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole | |
estaban de ver una hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo al cura, | |
con voz baja: | |
-Ésta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina. | |
El mozo se quitó la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, | |
se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del | |
sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era | |
mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los | |
dos habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a | |
Luscinda; que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podía | |
contender con aquélla. Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron | |
las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos; que si no | |
eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos | |
eran. En esto, les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua | |
habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban | |
pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en más admiración y en más deseo | |
de saber quién era ponía a los tres que la miraban. | |
Por esto determinaron de mostrarse, y, al movimiento que hicieron de | |
ponerse en pie, la hermosa moza alzó la cabeza, y, apartándose los cabellos | |
de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían; y | |
apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie, y, sin aguardar a calzarse | |
ni a recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, | |
que junto a sí tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y | |
sobresalto; mas no hubo dado seis pasos cuando, no pudiendo sufrir los | |
delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo. Lo cual | |
visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo: | |
-Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis sólo tienen | |
intención de serviros. No hay para qué os pongáis en tan impertinente | |
huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir ni nosotros consentir. | |
A todo esto, ella no respondía palabra, atónita y confusa. Llegaron, pues, | |
a ella, y, asiéndola por la mano el cura, prosiguió diciendo: | |
-Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: | |
señales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han | |
disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno, y traídola a tanta | |
soledad como es ésta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para | |
dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún | |
mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al estremo de serlo, mientras no | |
acaba la vida, que rehúya de no escuchar siquiera el consejo que con buena | |
intención se le da al que lo padece. Así que, señora mía, o señor mío, o lo | |
que vos quisierdes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha | |
causado y contadnos vuestra buena o mala suerte; que en nosotros juntos, o | |
en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias. | |
En tanto que el cura decía estas razones, estaba la disfrazada moza como | |
embelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: | |
bien así como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y | |
dél jamás vistas. Mas, volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo | |
efeto encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y | |
dijo: | |
-Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la | |
soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi | |
lengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, | |
sería más por cortesía que por otra razón alguna. Presupuesto esto, digo, | |
señores, que os agradezco el ofrecimiento que me habéis hecho, el cual me | |
ha puesto en obligación de satisfaceros en todo lo que me habéis pedido, | |
puesto que temo que la relación que os hiciere de mis desdichas os ha de | |
causar, al par de la compasión, la pesadumbre, porque no habéis de hallar | |
remedio para remediarlas ni consuelo para entretenerlas. Pero, con todo | |
esto, porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiéndome | |
ya conocido por mujer y viéndome moza, sola y en este traje, cosas todas | |
juntas, y cada una por sí, que pueden echar por tierra cualquier honesto | |
crédito, os habré de decir lo que quisiera callar si pudiera. | |
Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con tan suelta | |
lengua, con voz tan suave, que no menos les admiró su discreción que su | |
hermosura. Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para | |
que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con | |
toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una | |
piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener | |
algunas lágrimas que a los ojos se le venían, con voz reposada y clara, | |
comenzó la historia de su vida desta manera: | |
-«En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace | |
uno de los que llaman grandes en España. Éste tiene dos hijos: el mayor, | |
heredero de su estado, y, al parecer, de sus buenas costumbres; y el menor, | |
no sé yo de qué sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los | |
embustes de Galalón. Deste señor son vasallos mis padres, humildes en | |
linaje, pero tan ricos que si los bienes de su naturaleza igualaran a los | |
de su fortuna, ni ellos tuvieran más que desear ni yo temiera verme en la | |
desdicha en que me veo; porque quizá nace mi poca ventura de la que no | |
tuvieron ellos en no haber nacido ilustres. Bien es verdad que no son tan | |
bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos que a mí me quiten | |
la imaginación que tengo de que de su humildad viene mi desgracia. Ellos, | |
en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante, | |
y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricos que su | |
riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de | |
hidalgos, y aun de caballeros. Puesto que de la mayor riqueza y nobleza que | |
ellos se preciaban era de tenerme a mí por hija; y, así por no tener otra | |
ni otro que los heredase como por ser padres, y aficionados, yo era una de | |
las más regaladas hijas que padres jamás regalaron. Era el espejo en que se | |
miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, | |
midiéndolos con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser ellos | |
tan buenos, los míos no salían un punto. Y del mismo modo que yo era señora | |
de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mí se recebían y despedían | |
los criados; la razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía pasaba por mi | |
mano; los molinos de aceite, los lagares de vino, el número del ganado | |
mayor y menor, el de las colmenas. Finalmente, de todo aquello que un tan | |
rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la cuenta, y era | |
la mayordoma y señora, con tanta solicitud mía y con tanto gusto suyo, que | |
buenamente no acertaré a encarecerlo. Los ratos que del día me quedaban, | |
después de haber dado lo que convenía a los mayorales, a capataces y a | |
otros jornaleros, los entretenía en ejercicios que son a las doncellas tan | |
lícitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, | |
y la rueca muchas veces; y si alguna, por recrear el ánimo, estos | |
ejercicios dejaba, me acogía al entretenimiento de leer algún libro devoto, | |
o a tocar una arpa, porque la experiencia me mostraba que la música compone | |
los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu. | |
»Ésta, pues, era la vida que yo tenía en casa de mis padres, la cual, si | |
tan particularmente he contado, no ha sido por ostentación ni por dar a | |
entender que soy rica, sino porque se advierta cuán sin culpa me he venido | |
de aquel buen estado que he dicho al infelice en que ahora me hallo. Es, | |
pues, el caso que, pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un | |
encerramiento tal que al de un monesterio pudiera compararse, sin ser | |
vista, a mi parecer, de otra persona alguna que de los criados de casa, | |
porque los días que iba a misa era tan de mañana, y tan acompañada de mi | |
madre y de otras criadas, y yo tan cubierta y recatada que apenas vían mis | |
ojos más tierra de aquella donde ponía los pies; y, con todo esto, los del | |
amor, o los de la ociosidad, por mejor decir, a quien los de lince no | |
pueden igualarse, me vieron, puestos en la solicitud de don Fernando, que | |
éste es el nombre del hijo menor del duque que os he contado». | |
No hubo bien nombrado a don Fernando la que el cuento contaba, cuando a | |
Cardenio se le mudó la color del rostro, y comenzó a trasudar, con tan | |
grande alteración que el cura y el barbero, que miraron en ello, temieron | |
que le venía aquel accidente de locura que habían oído decir que de cuando | |
en cuando le venía. Mas Cardenio no hizo otra cosa que trasudar y estarse | |
quedo, mirando de hito en hito a la labradora, imaginando quién ella era; | |
la cual, sin advertir en los movimientos de Cardenio, prosiguió su | |
historia, diciendo: | |
-«Y no me hubieron bien visto cuando, según él dijo después, quedó tan | |
preso de mis amores cuanto lo dieron bien a entender sus demostraciones. | |
Mas, por acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis desdichas, | |
quiero pasar en silencio las diligencias que don Fernando hizo para | |
declararme su voluntad. Sobornó toda la gente de mi casa, dio y ofreció | |
dádivas y mercedes a mis parientes. Los días eran todos de fiesta y de | |
regocijo en mi calle; las noches no dejaban dormir a nadie las músicas. Los | |
billetes que, sin saber cómo, a mis manos venían, eran infinitos, llenos de | |
enamoradas razones y ofrecimientos, con menos letras que promesas y | |
juramentos. Todo lo cual no sólo no me ablandaba, pero me endurecía de | |
manera como si fuera mi mortal enemigo, y que todas las obras que para | |
reducirme a su voluntad hacía, las hiciera para el efeto contrario; no | |
porque a mí me pareciese mal la gentileza de don Fernando, ni que tuviese a | |
demasía sus solicitudes; porque me daba un no sé qué de contento verme tan | |
querida y estimada de un tan principal caballero, y no me pesaba ver en sus | |
papeles mis alabanzas: que en esto, por feas que seamos las mujeres, me | |
parece a mí que siempre nos da gusto el oír que nos llaman hermosas. | |
»Pero a todo esto se opone mi honestidad y los consejos continuos que mis | |
padres me daban, que ya muy al descubierto sabían la voluntad de don | |
Fernando, porque ya a él no se le daba nada de que todo el mundo la | |
supiese. Decíanme mis padres que en sola mi virtud y bondad dejaban y | |
depositaban su honra y fama, y que considerase la desigualdad que había | |
entre mí y don Fernando, y que por aquí echaría de ver que sus | |
pensamientos, aunque él dijese otra cosa, mas se encaminaban a su gusto que | |
a mi provecho; y que si yo quisiese poner en alguna manera algún | |
inconveniente para que él se dejase de su injusta pretensión, que ellos me | |
casarían luego con quien yo más gustase: así de los más principales de | |
nuestro lugar como de todos los circunvecinos, pues todo se podía esperar | |
de su mucha hacienda y de mi buena fama. Con estos ciertos prometimientos, | |
y con la verdad que ellos me decían, fortificaba yo mi entereza, y jamás | |
quise responder a don Fernando palabra que le pudiese mostrar, aunque de | |
muy lejos, esperanza de alcanzar su deseo. | |
»Todos estos recatos míos, que él debía de tener por desdenes, debieron de | |
ser causa de avivar más su lascivo apetito, que este nombre quiero dar a la | |
voluntad que me mostraba; la cual, si ella fuera como debía, no la | |
supiérades vosotros ahora, porque hubiera faltado la ocasión de decírosla. | |
Finalmente, don Fernando supo que mis padres andaban por darme estado, por | |
quitalle a él la esperanza de poseerme, o, a lo menos, porque yo tuviese | |
más guardas para guardarme; y esta nueva o sospecha fue causa para que | |
hiciese lo que ahora oiréis. Y fue que una noche, estando yo en mi aposento | |
con sola la compañía de una doncella que me servía, teniendo bien cerradas | |
las puertas, por temor que, por descuido, mi honestidad no se viese en | |
peligro, sin saber ni imaginar cómo, en medio destos recatos y | |
prevenciones, y en la soledad deste silencio y encierro, me le hallé | |
delante, cuya vista me turbó de manera que me quitó la de mis ojos y me | |
enmudeció la lengua; y así, no fui poderosa de dar voces, ni aun él creo | |
que me las dejara dar, porque luego se llegó a mí, y, tomándome entre sus | |
brazos (porque yo, como digo, no tuve fuerzas para defenderme, según estaba | |
turbada), comenzó a decirme tales razones, que no sé cómo es posible que | |
tenga tanta habilidad la mentira que las sepa componer de modo que parezcan | |
tan verdaderas. Hacía el traidor que sus lágrimas acreditasen sus palabras | |
y los suspiros su intención. Yo, pobrecilla, sola entre los míos, mal | |
ejercitada en casos semejantes, comencé, no sé en qué modo, a tener por | |
verdaderas tantas falsedades, pero no de suerte que me moviesen a compasión | |
menos que buena sus lágrimas y suspiros. | |
»Y así, pasándoseme aquel sobresalto primero, torné algún tanto a cobrar | |
mis perdidos espíritus, y con más ánimo del que pensé que pudiera tener, le | |
dije: ''Si como estoy, señor, en tus brazos, estuviera entre los de un león | |
fiero y el librarme dellos se me asegurara con que hiciera, o dijera, cosa | |
que fuera en perjuicio de mi honestidad, así fuera posible hacella o | |
decilla como es posible dejar de haber sido lo que fue. Así que, si tú | |
tienes ceñido mi cuerpo con tus brazos, yo tengo atada mi alma con mis | |
buenos deseos, que son tan diferentes de los tuyos como lo verás si con | |
hacerme fuerza quisieres pasar adelante en ellos. Tu vasalla soy, pero no | |
tu esclava; ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para | |
deshonrar y tener en poco la humildad de la mía; y en tanto me estimo yo, | |
villana y labradora, como tú, señor y caballero. Conmigo no han de ser de | |
ningún efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas, ni tus | |
palabras han de poder engañarme, ni tus suspiros y lágrimas enternecerme. | |
Si alguna de todas estas cosas que he dicho viera yo en el que mis padres | |
me dieran por esposo, a su voluntad se ajustara la mía, y mi voluntad de la | |
suya no saliera; de modo que, como quedara con honra, aunque quedara sin | |
gusto, de grado te entregara lo que tú, señor, ahora con tanta fuerza | |
procuras. Todo esto he dicho porque no es pensar que de mí alcance cosa | |
alguna el que no fuere mi ligítimo esposo''. ''Si no reparas más que en | |
eso, bellísima Dorotea -(que éste es el nombre desta desdichada), dijo el | |
desleal caballero-, ves: aquí te doy la mano de serlo tuyo, y sean testigos | |
desta verdad los cielos, a quien ninguna cosa se asconde, y esta imagen de | |
Nuestra Señora que aquí tienes''.» | |
Cuando Cardenio le oyó decir que se llamaba Dorotea, tornó de nuevo a sus | |
sobresaltos y acabó de confirmar por verdadera su primera opinión; pero no | |
quiso interromper el cuento, por ver en qué venía a parar lo que él ya casi | |
sabía; sólo dijo: | |
-¿Que Dorotea es tu nombre, señora? Otra he oído yo decir del mesmo, que | |
quizá corre parejas con tus desdichas. Pasa adelante, que tiempo vendrá en | |
que te diga cosas que te espanten en el mesmo grado que te lastimen. | |
Reparó Dorotea en las razones de Cardenio y en su estraño y desastrado | |
traje, y rogóle que si alguna cosa de su hacienda sabía, se la dijese | |
luego; porque si algo le había dejado bueno la fortuna, era el ánimo que | |
tenía para sufrir cualquier desastre que le sobreviniese, segura de que, a | |
su parecer, ninguno podía llegar que el que tenía acrecentase un punto. | |
-No le perdiera yo, señora -respondió Cardenio-, en decirte lo que pienso, | |
si fuera verdad lo que imagino; y hasta ahora no se pierde coyuntura, ni a | |
ti te importa nada el saberlo. | |
-Sea lo que fuere -respondió Dorotea-, «lo que en mi cuento pasa fue que, | |
tomando don Fernando una imagen que en aquel aposento estaba, la puso por | |
testigo de nuestro desposorio. Con palabras eficacísimas y juramentos | |
estraordinarios, me dio la palabra de ser mi marido, puesto que, antes que | |
acabase de decirlas, le dije que mirase bien lo que hacía y que considerase | |
el enojo que su padre había de recebir de verle casado con una villana | |
vasalla suya; que no le cegase mi hermosura, tal cual era, pues no era | |
bastante para hallar en ella disculpa de su yerro, y que si algún bien me | |
quería hacer, por el amor que me tenía, fuese dejar correr mi suerte a lo | |
igual de lo que mi calidad podía, porque nunca los tan desiguales | |
casamientos se gozan ni duran mucho en aquel gusto con que se comienzan. | |
»Todas estas razones que aquí he dicho le dije, y otras muchas de que no me | |
acuerdo, pero no fueron parte para que él dejase de seguir su intento, bien | |
ansí como el que no piensa pagar, que, al concertar de la barata, no repara | |
en inconvenientes. Yo, a esta sazón, hice un breve discurso conmigo, y me | |
dije a mí mesma: ''Sí, que no seré yo la primera que por vía de matrimonio | |
haya subido de humilde a grande estado, ni será don Fernando el primero a | |
quien hermosura, o ciega afición, que es lo más cierto, haya hecho tomar | |
compañía desigual a su grandeza. Pues si no hago ni mundo ni uso nuevo, | |
bien es acudir a esta honra que la suerte me ofrece, puesto que en éste no | |
dure más la voluntad que me muestra de cuanto dure el cumplimiento de su | |
deseo; que, en fin, para con Dios seré su esposa. Y si quiero con desdenes | |
despedille, en término le veo que, no usando el que debe, usará el de la | |
fuerza y vendré a quedar deshonrada y sin disculpa de la culpa que me podía | |
dar el que no supiere cuán sin ella he venido a este punto. Porque, ¿qué | |
razones serán bastantes para persuadir a mis padres, y a otros, que este | |
caballero entró en mi aposento sin consentimiento mío?'' | |
»Todas estas demandas y respuestas revolví yo en un instante en la | |
imaginación; y, sobre todo, me comenzaron a hacer fuerza y a inclinarme a | |
lo que fue, sin yo pensarlo, mi perdición: los juramentos de don Fernando, | |
los testigos que ponía, las lágrimas que derramaba, y, finalmente, su | |
dispusición y gentileza, que, acompañada con tantas muestras de verdadero | |
amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazón como el mío. | |
Llamé a mi criada, para que en la tierra acompañase a los testigos del | |
cielo; tornó don Fernando a reiterar y confirmar sus juramentos; añadió a | |
los primeros nuevos santos por testigos; echóse mil futuras maldiciones, si | |
no cumpliese lo que me prometía; volvió a humedecer sus ojos y a acrecentar | |
sus suspiros; apretóme más entre sus brazos, de los cuales jamás me había | |
dejado; y con esto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo | |
dejé de serlo y él acabó de ser traidor y fementido. | |
»El día que sucedió a la noche de mi desgracia se venía aun no tan apriesa | |
como yo pienso que don Fernando deseaba, porque, después de cumplido | |
aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de | |
donde le alcanzaron. Digo esto porque don Fernando dio priesa por partirse | |
de mí, y, por industria de mi doncella, que era la misma que allí le había | |
traído, antes que amaneciese se vio en la calle. Y, al despedirse de mí, | |
aunque no con tanto ahínco y vehemencia como cuando vino, me dijo que | |
estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos; y, | |
para más confirmación de su palabra, sacó un rico anillo del dedo y lo puso | |
en el mío. En efecto, él se fue y yo quedé ni sé si triste o alegre; esto | |
sé bien decir: que quedé confusa y pensativa, y casi fuera de mí con el | |
nuevo acaecimiento, y no tuve ánimo, o no se me acordó, de reñir a mi | |
doncella por la traición cometida de encerrar a don Fernando en mi mismo | |
aposento, porque aún no me determinaba si era bien o mal el que me había | |
sucedido. Díjele, al partir, a don Fernando que por el mesmo camino de | |
aquélla podía verme otras noches, pues ya era suya, hasta que, cuando él | |
quisiese, aquel hecho se publicase. Pero no vino otra alguna, si no fue la | |
siguiente, ni yo pude verle en la calle ni en la iglesia en más de un mes; | |
que en vano me cansé en solicitallo, puesto que supe que estaba en la villa | |
y que los más días iba a caza, ejercicio de que él era muy aficionado. | |
»Estos días y estas horas bien sé yo que para mí fueron aciagos y | |
menguadas, y bien sé que comencé a dudar en ellos, y aun a descreer de la | |
fe de don Fernando; y sé también que mi doncella oyó entonces las palabras | |
que en reprehensión de su atrevimiento antes no había oído; y sé que me fue | |
forzoso tener cuenta con mis lágrimas y con la compostura de mi rostro, por | |
no dar ocasión a que mis padres me preguntasen que de qué andaba | |
descontenta y me obligasen a buscar mentiras que decilles. Pero todo esto | |
se acabó en un punto, llegándose uno donde se atropellaron respectos y se | |
acabaron los honrados discursos, y adonde se perdió la paciencia y salieron | |
a plaza mis secretos pensamientos. Y esto fue porque, de allí a pocos días, | |
se dijo en el lugar como en una ciudad allí cerca se había casado don | |
Fernando con una doncella hermosísima en todo estremo, y de muy principales | |
padres, aunque no tan rica que, por la dote, pudiera aspirar a tan noble | |
casamiento. Díjose que se llamaba Luscinda, con otras cosas que en sus | |
desposorios sucedieron dignas de admiración.» | |
Oyó Cardenio el nombre de Luscinda, y no hizo otra cosa que encoger los | |
hombros, morderse los labios, enarcar las cejas y dejar de allí a poco caer | |
por sus ojos dos fuentes de lágrimas. Mas no por esto dejó Dorotea de | |
seguir su cuento, diciendo: | |
-«Llegó esta triste nueva a mis oídos, y, en lugar de helárseme el corazón | |
en oílla, fue tanta la cólera y rabia que se encendió en él, que faltó poco | |
para no salirme por las calles dando voces, publicando la alevosía y | |
traición que se me había hecho. Mas templóse esta furia por entonces con | |
pensar de poner aquella mesma noche por obra lo que puse: que fue ponerme | |
en este hábito, que me dio uno de los que llaman zagales en casa de los | |
labradores, que era criado de mi padre, al cual descubrí toda mi | |
desventura, y le rogué me acompañase hasta la ciudad donde entendí que mi | |
enemigo estaba. Él, después que hubo reprehendido mi atrevimiento y afeado | |
mi determinación, viéndome resuelta en mi parecer, se ofreció a tenerme | |
compañía, como él dijo, hasta el cabo del mundo. Luego, al momento, encerré | |
en una almohada de lienzo un vestido de mujer, y algunas joyas y dineros, | |
por lo que podía suceder. Y en el silencio de aquella noche, sin dar cuenta | |
a mi traidora doncella, salí de mi casa, acompañada de mi criado y de | |
muchas imaginaciones, y me puse en camino de la ciudad a pie, llevada en | |
vuelo del deseo de llegar, ya que no a estorbar lo que tenía por hecho, a | |
lo menos a decir a don Fernando me dijese con qué alma lo había hecho. | |
»Llegué en dos días y medio donde quería, y, en entrando por la ciudad, | |
pregunté por la casa de los padres de Luscinda, y al primero a quien hice | |
la pregunta me respondió más de lo que yo quisiera oír. Díjome la casa y | |
todo lo que había sucedido en el desposorio de su hija, cosa tan pública en | |
la ciudad, que se hace en corrillos para contarla por toda ella. Díjome que | |
la noche que don Fernando se desposó con Luscinda, después de haber ella | |
dado el sí de ser su esposa, le había tomado un recio desmayo, y que, | |
llegando su esposo a desabrocharle el pecho para que le diese el aire, le | |
halló un papel escrito de la misma letra de Luscinda, en que decía y | |
declaraba que ella no podía ser esposa de don Fernando, porque lo era de | |
Cardenio, que, a lo que el hombre me dijo, era un caballero muy principal | |
de la mesma ciudad; y que si había dado el sí a don Fernando, fue por no | |
salir de la obediencia de sus padres. En resolución, tales razones dijo que | |
contenía el papel, que daba a entender que ella había tenido intención de | |
matarse en acabándose de desposar, y daba allí las razones por que se había | |
quitado la vida. Todo lo cual dicen que confirmó una daga que le hallaron | |
no sé en qué parte de sus vestidos. Todo lo cual visto por don Fernando, | |
pareciéndole que Luscinda le había burlado y escarnecido y tenido en poco, | |
arremetió a ella, antes que de su desmayo volviese, y con la misma daga que | |
le hallaron la quiso dar de puñaladas; y lo hiciera si sus padres y los que | |
se hallaron presentes no se lo estorbaran. Dijeron más: que luego se | |
ausentó don Fernando, y que Luscinda no había vuelto de su parasismo hasta | |
otro día, que contó a sus padres cómo ella era verdadera esposa de aquel | |
Cardenio que he dicho. Supe más: que el Cardenio, según decían, se halló | |
presente en los desposorios, y que, en viéndola desposada, lo cual él jamás | |
pensó, se salió de la ciudad desesperado, dejándole primero escrita una | |
carta, donde daba a entender el agravio que Luscinda le había hecho, y de | |
cómo él se iba adonde gentes no le viesen. | |
»Esto todo era público y notorio en toda la ciudad, y todos hablaban dello; | |
y más hablaron cuando supieron que Luscinda había faltado de casa de sus | |
padres y de la ciudad, pues no la hallaron en toda ella, de que perdían el | |
juicio sus padres y no sabían qué medio se tomar para hallarla. Esto que | |
supe puso en bando mis esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado a don | |
Fernando, que no hallarle casado, pareciéndome que aún no estaba del todo | |
cerrada la puerta a mi remedio, dándome yo a entender que podría ser que el | |
cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por | |
atraerle a conocer lo que al primero debía, y a caer en la cuenta de que | |
era cristiano y que estaba más obligado a su alma que a los respetos | |
humanos. Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me consolaba sin | |
tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para | |
entretener la vida, que ya aborrezco. | |
»Estando, pues, en la ciudad, sin saber qué hacerme, pues a don Fernando no | |
hallaba, llegó a mis oídos un público pregón, donde se prometía grande | |
hallazgo a quien me hallase, dando las señas de la edad y del mesmo traje | |
que traía; y oí decir que se decía que me había sacado de casa de mis | |
padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuán de | |
caída andaba mi crédito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino | |
añadir el con quién, siendo subjeto tan bajo y tan indigno de mis buenos | |
pensamientos. Al punto que oí el pregón, me salí de la ciudad con mi | |
criado, que ya comenzaba a dar muestras de titubear en la fe que de | |
fidelidad me tenía prometida, y aquella noche nos entramos por lo espeso | |
desta montaña, con el miedo de no ser hallados. Pero, como suele decirse | |
que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio | |
de otra mayor, así me sucedió a mí, porque mi buen criado, hasta entonces | |
fiel y seguro, así como me vio en esta soledad, incitado de su mesma | |
bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión | |
que, a su parecer, estos yermos le ofrecían; y, con poca vergüenza y menos | |
temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores; y, viendo que yo con | |
feas y justas palabras respondía a las desvergüenzas de sus propósitos, | |
dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó a | |
usar de la fuerza. Pero el justo cielo, que pocas o ningunas veces deja de | |
mirar y favorecer a las justas intenciones, favoreció las mías, de manera | |
que con mis pocas fuerzas, y con poco trabajo, di con él por un | |
derrumbadero, donde le dejé, ni sé si muerto o si vivo; y luego, con más | |
ligereza que mi sobresalto y cansancio pedían, me entré por estas montañas, | |
sin llevar otro pensamiento ni otro disignio que esconderme en ellas y huir | |
de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando. | |
»Con este deseo, ha no sé cuántos meses que entré en ellas, donde hallé un | |
ganadero que me llevó por su criado a un lugar que está en las entrañas | |
desta sierra, al cual he servido de zagal todo este tiempo, procurando | |
estar siempre en el campo por encubrir estos cabellos que ahora, tan si | |
pensarlo, me han descubierto. Pero toda mi industria y toda mi solicitud | |
fue y ha sido de ningún provecho, pues mi amo vino en conocimiento de que | |
yo no era varón, y nació en él el mesmo mal pensamiento que en mi criado; | |
y, como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallé | |
derrumbadero ni barranco de donde despeñar y despenar al amo, como le hallé | |
para el criado; y así, tuve por menor inconveniente dejalle y asconderme de | |
nuevo entre estas asperezas que probar con él mis fuerzas o mis disculpas. | |
Digo, pues, que me torné a emboscar, y a buscar donde sin impedimento | |
alguno pudiese con suspiros y lágrimas rogar al cielo se duela de mi | |
desventura y me dé industria y favor para salir della, o para dejar la vida | |
entre estas soledades, sin que quede memoria desta triste, que tan sin | |
culpa suya habrá dado materia para que de ella se hable y murmure en la | |
suya y en las ajenas tierras.» | |
Capítulo XXIX. Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras | |
cosas de mucho gusto y pasatiempo | |
-Esta es, señores, la verdadera historia de mi tragedia: mirad y juzgad | |
ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oístes y las | |
lágrimas que de mis ojos salían, tenían ocasión bastante para mostrarse en | |
mayor abundancia; y, considerada la calidad de mi desgracia, veréis que | |
será en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. Sólo os ruego | |
(lo que con facilidad podréis y debéis hacer) que me aconsejéis dónde podré | |
pasar la vida sin que me acabe el temor y sobresalto que tengo de ser | |
hallada de los que me buscan; que, aunque sé que el mucho amor que mis | |
padres me tienen me asegura que seré dellos bien recebida, es tanta la | |
vergüenza que me ocupa sólo el pensar que, no como ellos pensaban, tengo de | |
parecer a su presencia, que tengo por mejor desterrarme para siempre de ser | |
vista que no verles el rostro, con pensamiento que ellos miran el mío ajeno | |
de la honestidad que de mí se debían de tener prometida. | |
Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró | |
bien claro el sentimiento y vergüenza del alma. En las suyas sintieron los | |
que escuchado la habían tanta lástima como admiración de su desgracia; y, | |
aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero la | |
mano Cardenio, diciendo: | |
-En fin, señora, que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico | |
Clenardo. | |
Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de | |
poco era el que le nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que | |
Cardenio estaba vestido; y así, le dijo: | |
-Y ¿quién sois vos, hermano, que así sabéis el nombre de mi padre? Porque | |
yo, hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi | |
desdicha no le he nombrado. | |
-Soy -respondió Cardenio- aquel sin ventura que, según vos, señora, habéis | |
dicho, Luscinda dijo que era su esposa. Soy el desdichado Cardenio, a quien | |
el mal término de aquel que a vos os ha puesto en el que estáis me ha | |
traído a que me veáis cual me veis: roto, desnudo, falto de todo humano | |
consuelo y, lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino | |
cuando al cielo se le antoja dármele por algún breve espacio. Yo, Teodora, | |
soy el que me hallé presente a las sinrazones de don Fernando, y el que | |
aguardó oír el sí que de ser su esposa pronunció Luscinda. Yo soy el que no | |
tuvo ánimo para ver en qué paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel | |
que le fue hallado en el pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver | |
tantas desventuras juntas; y así, dejé la casa y la paciencia, y una carta | |
que dejé a un huésped mío, a quien rogué que en manos de Luscinda la | |
pusiese, y víneme a estas soledades, con intención de acabar en ellas la | |
vida, que desde aquel punto aborrecí como mortal enemiga mía. Mas no ha | |
querido la suerte quitármela, contentándose con quitarme el juicio, quizá | |
por guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros; pues, siendo | |
verdad, como creo que lo es, lo que aquí habéis contado, aún podría ser que | |
a entrambos nos tuviese el cielo guardado mejor suceso en nuestros | |
desastres que nosotros pensamos. Porque, presupuesto que Luscinda no puede | |
casarse con don Fernando, por ser mía, ni don Fernando con ella, por ser | |
vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar | |
que el cielo nos restituya lo que es nuestro, pues está todavía en ser, y | |
no se ha enajenado ni deshecho. Y, pues este consuelo tenemos, nacido no de | |
muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplícoos, | |
señora, que toméis otra resolución en vuestros honrados pensamientos, pues | |
yo la pienso tomar en los míos, acomodándoos a esperar mejor fortuna; que | |
yo os juro, por la fe de caballero y de cristiano, de no desampararos hasta | |
veros en poder de don Fernando, y que, cuando con razones no le pudiere | |
atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me | |
concede el ser caballero, y poder con justo título desafialle, en razón de | |
la sinrazón que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza | |
dejaré al cielo por acudir en la tierra a los vuestros. | |
Con lo que Cardenio dijo se acabó de admirar Dorotea, y, por no saber qué | |
gracias volver a tan grandes ofrecimientos, quiso tomarle los pies para | |
besárselos; mas no lo consintió Cardenio, y el licenciado respondió por | |
entrambos, y aprobó el buen discurso de Cardenio, y, sobre todo, les rogó, | |
aconsejó y persuadió que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían | |
reparar de las cosas que les faltaban, y que allí se daría orden cómo | |
buscar a don Fernando, o cómo llevar a Dorotea a sus padres, o hacer lo que | |
más les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron, y | |
acetaron la merced que se les ofrecía. El barbero, que a todo había estado | |
suspenso y callado, hizo también su buena plática y se ofreció con no menos | |
voluntad que el cura a todo aquello que fuese bueno para servirles. | |
Contó asimesmo con brevedad la causa que allí los había traído, con la | |
estrañeza de la locura de don Quijote, y cómo aguardaban a su escudero, que | |
había ido a buscalle. Vínosele a la memoria a Cardenio, como por sueños, la | |
pendencia que con don Quijote había tenido y contóla a los demás, mas no | |
supo decir por qué causa fue su quistión. | |
En esto, oyeron voces, y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, | |
que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a | |
voces. Saliéronle al encuentro, y, preguntándole por don Quijote, les dijo | |
cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de | |
hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que, puesto que le había | |
dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del | |
Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba determinado | |
de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le | |
ficiesen digno de su gracia. Y que si aquello pasaba adelante, corría | |
peligro de no venir a ser emperador, como estaba obligado, ni aun | |
arzobispo, que era lo menos que podía ser. Por eso, que mirasen lo que se | |
había de hacer para sacarle de allí. | |
El licenciado le respondió que no tuviese pena, que ellos le sacarían de | |
allí, mal que le pesase. Contó luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenían | |
pensado para remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle a su casa. A | |
lo cual dijo Dorotea que ella haría la doncella menesterosa mejor que el | |
barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural, y que | |
la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester | |
para llevar adelante su intento, porque ella había leído muchos libros de | |
caballerías y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando | |
pedían sus dones a los andantes caballeros. | |
-Pues no es menester más -dijo el cura- sino que luego se ponga por obra; | |
que, sin duda, la buena suerte se muestra en favor nuestro, pues, tan sin | |
pensarlo, a vosotros, señores, se os ha comenzado a abrir puerta para | |
vuestro remedio y a nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester. | |
Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y | |
una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y | |
otras joyas, con que en un instante se adornó de manera que una rica y gran | |
señora parecía. Todo aquello, y más, dijo que había sacado de su casa para | |
lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había ofrecido ocasión | |
de habello menester. A todos contentó en estremo su mucha gracia, donaire y | |
hermosura, y confirmaron a don Fernando por de poco conocimiento, pues | |
tanta belleza desechaba. | |
Pero el que más se admiró fue Sancho Panza, por parecerle -como era así | |
verdad- que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura; | |
y así, preguntó al cura con grande ahínco le dijese quién era aquella tan | |
fermosa señora, y qué era lo que buscaba por aquellos andurriales. | |
-Esta hermosa señora -respondió el cura-, Sancho hermano, es, como quien no | |
dice nada, es la heredera por línea recta de varón del gran reino de | |
Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual | |
es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y, | |
a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, | |
de Guinea ha venido a buscarle esta princesa. | |
-Dichosa buscada y dichoso hallazgo -dijo a esta sazón Sancho Panza-, y más | |
si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, | |
matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice; que sí matará | |
si él le encuentra, si ya no fuese fantasma, que contra las fantasmas no | |
tiene mi señor poder alguno. Pero una cosa quiero suplicar a vuestra | |
merced, entre otras, señor licenciado, y es que, porque a mi amo no le tome | |
gana de ser arzobispo, que es lo que yo temo, que vuestra merced le | |
aconseje que se case luego con esta princesa, y así quedará imposibilitado | |
de recebir órdenes arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al | |
fin de mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta que | |
no me está bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inútil para la | |
Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder | |
tener renta por la Iglesia, teniendo, como tengo, mujer y hijos, sería | |
nunca acabar. Así que, señor, todo el toque está en que mi amo se case | |
luego con esta señora, que hasta ahora no sé su gracia, y así, no la llamo | |
por su nombre. | |
-Llámase -respondió el cura- la princesa Micomicona, porque, llamándose su | |
reino Micomicón, claro está que ella se ha de llamar así. | |
-No hay duda en eso -respondió Sancho-, que yo he visto a muchos tomar el | |
apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de Alcalá, | |
Juan de Úbeda y Diego de Valladolid; y esto mesmo se debe de usar allá en | |
Guinea: tomar las reinas los nombres de sus reinos. | |
-Así debe de ser -dijo el cura-; y en lo del casarse vuestro amo, yo haré | |
en ello todos mis poderíos. | |
Con lo que quedó tan contento Sancho cuanto el cura admirado de su | |
simplicidad, y de ver cuán encajados tenía en la fantasía los mesmos | |
disparates que su amo, pues sin alguna duda se daba a entender que había de | |
venir a ser emperador. | |
Ya, en esto, se había puesto Dorotea sobre la mula del cura y el barbero se | |
había acomodado al rostro la barba de la cola de buey, y dijeron a Sancho | |
que los guiase adonde don Quijote estaba; al cual advirtieron que no dijese | |
que conocía al licenciado ni al barbero, porque en no conocerlos consistía | |
todo el toque de venir a ser emperador su amo; puesto que ni el cura ni | |
Cardenio quisieron ir con ellos, porque no se le acordase a don Quijote la | |
pendencia que con Cardenio había tenido, y el cura porque no era menester | |
por entonces su presencia. Y así, los dejaron ir delante, y ellos los | |
fueron siguiendo a pie, poco a poco. No dejó de avisar el cura lo que había | |
de hacer Dorotea; a lo que ella dijo que descuidasen, que todo se haría, | |
sin faltar punto, como lo pedían y pintaban los libros de caballerías. | |
Tres cuartos de legua habrían andado, cuando descubrieron a don Quijote | |
entre unas intricadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y, así como | |
Dorotea le vio y fue informada de Sancho que aquél era don Quijote, dio del | |
azote a su palafrén, siguiéndole el bien barbado barbero. Y, en llegando | |
junto a él, el escudero se arrojó de la mula y fue a tomar en los brazos a | |
Dorotea, la cual, apeándose con grande desenvoltura, se fue a hincar de | |
rodillas ante las de don Quijote; y, aunque él pugnaba por levantarla, | |
ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa: | |
-De aquí no me levantaré, ¡oh valeroso y esforzado caballero!, fasta que la | |
vuestra bondad y cortesía me otorgue un don, el cual redundará en honra y | |
prez de vuestra persona, y en pro de la más desconsolada y agraviada | |
doncella que el sol ha visto. Y si es que el valor de vuestro fuerte brazo | |
corresponde a la voz de vuestra inmortal fama, obligado estáis a favorecer | |
a la sin ventura que de tan lueñes tierras viene, al olor de vuestro famoso | |
nombre, buscándoos para remedio de sus desdichas. | |
-No os responderé palabra, fermosa señora -respondió don Quijote-, ni oiré | |
más cosa de vuestra facienda, fasta que os levantéis de tierra. | |
-No me levantaré, señor -respondió la afligida doncella-, si primero, por | |
la vuestra cortesía, no me es otorgado el don que pido. | |
-Yo vos le otorgo y concedo -respondió don Quijote-, como no se haya de | |
cumplir en daño o mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi | |
corazón y libertad tiene la llave. | |
-No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor -replicó la | |
dolorosa doncella. | |
Y, estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito | |
le dijo: | |
-Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es | |
cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta | |
princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía. | |
-Sea quien fuere -respondió don Quijote-, que yo haré lo que soy obligado y | |
lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo. | |
Y, volviéndose a la doncella, dijo: | |
-La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don que pedirme | |
quisiere. | |
-Pues el que pido es -dijo la doncella- que la vuestra magnánima persona se | |
venga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa que no se ha de | |
entremeter en otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un | |
traidor que, contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi | |
reino. | |
-Digo que así lo otorgo -respondió don Quijote-, y así podéis, señora, | |
desde hoy más, desechar la malenconía que os fatiga y hacer que cobre | |
nuevos bríos y fuerzas vuestra desmayada esperanza; que, con el ayuda de | |
Dios y la de mi brazo, vos os veréis presto restituida en vuestro reino y | |
sentada en la silla de vuestro antiguo y grande estado, a pesar y a | |
despecho de los follones que contradecirlo quisieren. Y manos a labor, que | |
en la tardanza dicen que suele estar el peligro. | |
La menesterosa doncella pugnó, con mucha porfía, por besarle las manos, mas | |
don Quijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo | |
consintió; antes, la hizo levantar y la abrazó con mucha cortesía y | |
comedimiento, y mandó a Sancho que requiriese las cinchas a Rocinante y le | |
armase luego al punto. Sancho descolgó las armas, que, como trofeo, de un | |
árbol estaban pendientes, y, requiriendo las cinchas, en un punto armó a su | |
señor; el cual, viéndose armado, dijo: | |
-Vamos de aquí, en el nombre de Dios, a favorecer esta gran señora. | |
Estábase el barbero aún de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la | |
risa y de que no se le cayese la barba, con cuya caída quizá quedaran todos | |
sin conseguir su buena intención; y, viendo que ya el don estaba concedido | |
y con la diligencia que don Quijote se alistaba para ir a cumplirle, se | |
levantó y tomó de la otra mano a su señora, y entre los dos la subieron en | |
la mula. Luego subió don Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodó | |
en su cabalgadura, quedándose Sancho a pie, donde de nuevo se le renovó la | |
pérdida del rucio, con la falta que entonces le hacía; mas todo lo llevaba | |
con gusto, por parecerle que ya su señor estaba puesto en camino, y muy a | |
pique, de ser emperador; porque sin duda alguna pensaba que se había de | |
casar con aquella princesa, y ser, por lo menos, rey de Micomicón. Sólo le | |
daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la | |
gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros; a lo cual | |
hizo luego en su imaginación un buen remedio, y díjose a sí mismo: | |
-¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con | |
ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán | |
de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con | |
que vivir descansado todos los días de mi vida? ¡No, sino dormíos, y no | |
tengáis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas y para vender | |
treinta o diez mil vasallos en dácame esas pajas! Par Dios que los he de | |
volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he | |
de volver blancos o amarillos. ¡Llegaos, que me mamo el dedo! | |
Con esto, andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la | |
pesadumbre de caminar a pie. | |
Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían qué | |
hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, | |
imaginó luego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con | |
unas tijeras que traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a | |
Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo | |
negro, y él se quedó en calzas y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes | |
parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque a un espejo se | |
mirara. Hecho esto, puesto ya que los otros habían pasado adelante en tanto | |
que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que | |
ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedían | |
que anduviesen tanto los de a caballo como los de a pie. En efeto, ellos se | |
pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don | |
Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando | |
señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza | |
estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces: | |
-Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote | |
don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y | |
remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes. | |
Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a | |
don Quijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel | |
hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como | |
espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo | |
consintió, por lo cual don Quijote decía: | |
-Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a | |
caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie. | |
-Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra | |
grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y | |
aventuras que en nuestra edad se han visto; que a mí, aunque indigno | |
sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores | |
que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo. Y aun haré cuenta | |
que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que | |
cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado | |
en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto. | |
-Aún no caía yo en tanto, mi señor licenciado -respondió don Quijote-; y yo | |
sé que mi señora la princesa será servida, por mi amor, de mandar a su | |
escudero dé a vuestra merced la silla de su mula, que él podrá acomodarse | |
en las ancas, si es que ella las sufre. | |
-Sí sufre, a lo que yo creo -respondió la princesa-; y también sé que no | |
será menester mandárselo al señor mi escudero, que él es tan cortés y tan | |
cortesano que no consentirá que una persona eclesiástica vaya a pie, | |
pudiendo ir a caballo. | |
-Así es -respondió el barbero. | |
Y, apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin | |
hacerse mucho de rogar. Y fue el mal que al subir a las ancas el barbero, | |
la mula, que, en efeto, era de alquiler, que para decir que era mala esto | |
basta, alzó un poco los cuartos traseros y dio dos coces en el aire, que, a | |
darlas en el pecho de maese Nicolás, o en la cabeza, él diera al diablo la | |
venida por don Quijote. Con todo eso, le sobresaltaron de manera que cayó | |
en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron en el | |
suelo; y, como se vio sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir a | |
cubrirse el rostro con ambas manos y a quejarse que le habían derribado las | |
muelas. Don Quijote, como vio todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin | |
sangre, lejos del rostro del escudero caído, dijo: | |
-¡Vive Dios, que es gran milagro éste! ¡Las barbas le ha derribado y | |
arrancado del rostro, como si las quitaran aposta! | |
El cura, que vio el peligro que corría su invención de ser descubierta, | |
acudió luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacía maese Nicolás, | |
dando aún voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza a su pecho, se | |
las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto | |
ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y, cuando se las tuvo | |
puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de | |
antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando | |
tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud a | |
más que pegar barbas se debía de estender, pues estaba claro que de donde | |
las barbas se quitasen había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, | |
pues todo lo sanaba, a más que barbas aprovechaba. | |
-Así es -dijo el cura, y prometió de enseñársele en la primera ocasión. | |
Concertáronse que por entonces subiese el cura, y a trechos se fuesen los | |
tres mudando, hasta que llegasen a la venta, que estaría hasta dos leguas | |
de allí. Puestos los tres a caballo, es a saber, don Quijote, la princesa y | |
el cura, y los tres a pie, Cardenio, el barbero y Sancho Panza, don Quijote | |
dijo a la doncella: | |
-Vuestra grandeza, señora mía, guíe por donde más gusto le diere. | |
Y, antes que ella respondiese, dijo el licenciado: | |
-¿Hacia qué reino quiere guiar la vuestra señoría? ¿Es, por ventura, hacia | |
el de Micomicón?; que sí debe de ser, o yo sé poco de reinos. | |
Ella, que estaba bien en todo, entendió que había de responder que sí; y | |
así, dijo: | |
-Sí, señor, hacia ese reino es mi camino. | |
-Si así es -dijo el cura-, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de | |
allí tomará vuestra merced la derrota de Cartagena, donde se podrá embarcar | |
con la buena ventura; y si hay viento próspero, mar tranquilo y sin | |
borrasca, en poco menos de nueve años se podrá estar a vista de la gran | |
laguna Meona, digo, Meótides, que está poco más de cien jornadas más acá | |
del reino de vuestra grandeza. | |
-Vuestra merced está engañado, señor mío -dijo ella-, porque no ha dos años | |
que yo partí dél, y en verdad que nunca tuve buen tiempo, y, con todo eso, | |
he llegado a ver lo que tanto deseaba, que es al señor don Quijote de la | |
Mancha, cuyas nuevas llegaron a mis oídos así como puse los pies en España, | |
y ellas me movieron a buscarle, para encomendarme en su cortesía y fiar mi | |
justicia del valor de su invencible brazo. | |
-No más: cesen mis alabanzas -dijo a esta sazón don Quijote-, porque soy | |
enemigo de todo género de adulación; y, aunque ésta no lo sea, todavía | |
ofenden mis castas orejas semejantes pláticas. Lo que yo sé decir, señora | |
mía, que ora tenga valor o no, el que tuviere o no tuviere se ha de emplear | |
en vuestro servicio hasta perder la vida; y así, dejando esto para su | |
tiempo, ruego al señor licenciado me diga qué es la causa que le ha traído | |
por estas partes, tan solo, y tan sin criados, y tan a la ligera, que me | |
pone espanto. | |
-A eso yo responderé con brevedad -respondió el cura-, porque sabrá vuestra | |
merced, señor don Quijote, que yo y maese Nicolás, nuestro amigo y nuestro | |
barbero, íbamos a Sevilla a cobrar cierto dinero que un pariente mío que ha | |
muchos años que pasó a Indias me había enviado, y no tan pocos que no pasan | |
de sesenta mil pesos ensayados, que es otro que tal; y, pasando ayer por | |
estos lugares, nos salieron al encuentro cuatro salteadores y nos quitaron | |
hasta las barbas; y de modo nos las quitaron, que le convino al barbero | |
ponérselas postizas; y aun a este mancebo que aquí va -señalando a | |
Cardenio- le pusieron como de nuevo. Y es lo bueno que es pública fama por | |
todos estos contornos que los que nos saltearon son de unos galeotes que | |
dicen que libertó, casi en este mesmo sitio, un hombre tan valiente que, a | |
pesar del comisario y de las guardas, los soltó a todos; y, sin duda | |
alguna, él debía de estar fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco | |
como ellos, o algún hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al | |
lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca entre la | |
miel; quiso defraudar la justicia, ir contra su rey y señor natural, pues | |
fue contra sus justos mandamientos. Quiso, digo, quitar a las galeras sus | |
pies, poner en alboroto a la Santa Hermandad, que había muchos años que | |
reposaba; quiso, finalmente, hacer un hecho por donde se pierda su alma y | |
no se gane su cuerpo. | |
Habíales contado Sancho al cura y al barbero la aventura de los galeotes, | |
que acabó su amo con tanta gloria suya, y por esto cargaba la mano el cura | |
refiriéndola, por ver lo que hacía o decía don Quijote; al cual se le | |
mudaba la color a cada palabra, y no osaba decir que él había sido el | |
libertador de aquella buena gente. | |
-Éstos, pues -dijo el cura-, fueron los que nos robaron; que Dios, por su | |
misericordia, se lo perdone al que no los dejó llevar al debido suplicio. | |
Capítulo XXX. Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar | |
a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había | |
puesto | |
No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo: | |
-Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi amo, y no | |
porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y que era | |
pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos. | |
-¡Majadero! -dijo a esta sazón don Quijote-, a los caballeros andantes no | |
les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que | |
encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella | |
angustia, por sus culpas o por sus gracias; sólo le toca ayudarles como a | |
menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías. Yo | |
topé un rosario y sarta de gente mohína y desdichada, y hice con ellos lo | |
que mi religión me pide, y lo demás allá se avenga; y a quien mal le ha | |
parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada | |
persona, digo que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un | |
hideputa y mal nacido; y esto le haré conocer con mi espada, donde más | |
largamente se contiene. | |
Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la | |
bacía de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado | |
del arzón delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los | |
galeotes. | |
Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el | |
menguado humor de don Quijote y que todos hacían burla dél, sino Sancho | |
Panza, no quiso ser para menos, y, viéndole tan enojado, le dijo: | |
-Señor caballero, miémbresele a la vuestra merced el don que me tiene | |
prometido, y que, conforme a él, no puede entremeterse en otra aventura, | |
por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el pecho, que si el señor | |
licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido librados los | |
galeotes, él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces | |
la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced | |
redundara. | |
-Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote. | |
-Yo callaré, señora mía -dijo don Quijote-, y reprimiré la justa cólera que | |
ya en mi pecho se había levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que | |
os cumpla el don prometido; pero, en pago deste buen deseo, os suplico me | |
digáis, si no se os hace de mal, cuál es la vuestra cuita y cuántas, | |
quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, | |
satisfecha y entera venganza. | |
-Eso haré yo de gana -respondió Dorotea-, si es que no os enfadan oír | |
lástimas y desgracias. | |
-No enfadará, señora mía -respondió don Quijote. | |
A lo que respondió Dorotea: | |
-Pues así es, esténme vuestras mercedes atentos. | |
No hubo ella dicho esto, cuando Cardenio y el barbero se le pusieron al | |
lado, deseosos de ver cómo fingía su historia la discreta Dorotea; y lo | |
mismo hizo Sancho, que tan engañado iba con ella como su amo. Y ella, | |
después de haberse puesto bien en la silla y prevenídose con toser y hacer | |
otros ademanes, con mucho donaire, comenzó a decir desta manera: | |
-«Primeramente, quiero que vuestras mercedes sepan, señores míos, que a mí | |
me llaman...» | |
Y detúvose aquí un poco, porque se le olvidó el nombre que el cura le había | |
puesto; pero él acudió al remedio, porque entendió en lo que reparaba, y | |
dijo: | |
-No es maravilla, señora mía, que la vuestra grandeza se turbe y empache | |
contando sus desventuras, que ellas suelen ser tales, que muchas veces | |
quitan la memoria a los que maltratan, de tal manera que aun de sus mesmos | |
nombres no se les acuerda, como han hecho con vuestra gran señoría, que se | |
ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, legítima heredera del gran | |
reino Micomicón; y con este apuntamiento puede la vuestra grandeza reducir | |
ahora fácilmente a su lastimada memoria todo aquello que contar quisiere. | |
-Así es la verdad -respondió la doncella-, y desde aquí adelante creo que | |
no será menester apuntarme nada, que yo saldré a buen puerto con mi | |
verdadera historia. «La cual es que el rey mi padre, que se llama Tinacrio | |
el Sabidor, fue muy docto en esto que llaman el arte mágica, y alcanzó por | |
su ciencia que mi madre, que se llamaba la reina Jaramilla, había de morir | |
primero que él, y que de allí a poco tiempo él también había de pasar desta | |
vida y yo había de quedar huérfana de padre y madre. Pero decía él que no | |
le fatigaba tanto esto cuanto le ponía en confusión saber, por cosa muy | |
cierta, que un descomunal gigante, señor de una grande ínsula, que casi | |
alinda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque es | |
cosa averiguada que, aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre | |
mira al revés, como si fuese bizco, y esto lo hace él de maligno y por | |
poner miedo y espanto a los que mira); digo que supo que este gigante, en | |
sabiendo mi orfandad, había de pasar con gran poderío sobre mi reino y me | |
lo había de quitar todo, sin dejarme una pequeña aldea donde me recogiese; | |
pero que podía escusar toda esta ruina y desgracia si yo me quisiese casar | |
con él; mas, a lo que él entendía, jamás pensaba que me vendría a mí en | |
voluntad de hacer tan desigual casamiento; y dijo en esto la pura verdad, | |
porque jamás me ha pasado por el pensamiento casarme con aquel gigante, | |
pero ni con otro alguno, por grande y desaforado que fuese. Dijo también mi | |
padre que, después que él fuese muerto y viese yo que Pandafilando | |
comenzaba a pasar sobre mi reino, que no aguardase a ponerme en defensa, | |
porque sería destruirme, sino que libremente le dejase desembarazado el | |
reino, si quería escusar la muerte y total destruición de mis buenos y | |
leales vasallos, porque no había de ser posible defenderme de la endiablada | |
fuerza del gigante; sino que luego, con algunos de los míos, me pusiese en | |
camino de las Españas, donde hallaría el remedio de mis males hallando a un | |
caballero andante, cuya fama en este tiempo se estendería por todo este | |
reino, el cual se había de llamar, si mal no me acuerdo, don Azote o don | |
Gigote.» | |
-Don Quijote diría, señora -dijo a esta sazón Sancho Panza-, o, por otro | |
nombre, el Caballero de la Triste Figura. | |
-Así es la verdad -dijo Dorotea-. «Dijo más: que había de ser alto de | |
cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del hombro | |
izquierdo, o por allí junto, había de tener un lunar pardo con ciertos | |
cabellos a manera de cerdas.» | |
En oyendo esto don Quijote, dijo a su escudero: | |
-Ten aquí, Sancho, hijo, ayúdame a desnudar, que quiero ver si soy el | |
caballero que aquel sabio rey dejó profetizado. | |
-Pues, ¿para qué quiere vuestra merced desnudarse? -dijo Dorotea. | |
-Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo -respondió don Quijote. | |
-No hay para qué desnudarse -dijo Sancho-, que yo sé que tiene vuestra | |
merced un lunar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser | |
hombre fuerte. | |
-Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas | |
cosas, y que esté en el hombro o que esté en el espinazo, importa poco; | |
basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una mesma carne; | |
y, sin duda, acertó mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme | |
al señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales | |
del rostro vienen con las de la buena fama que este caballero tiene no sólo | |
en España, pero en toda la Mancha, pues apenas me hube desembarcado en | |
Osuna, cuando oí decir tantas hazañas suyas, que luego me dio el alma que | |
era el mesmo que venía a buscar. | |
-Pues, ¿cómo se desembarcó vuestra merced en Osuna, señora mía -preguntó | |
don Quijote-, si no es puerto de mar? | |
Mas, antes que Dorotea respondiese, tomó el cura la mano y dijo: | |
-Debe de querer decir la señora princesa que, después que desembarcó en | |
Málaga, la primera parte donde oyó nuevas de vuestra merced fue en Osuna. | |
-Eso quise decir -dijo Dorotea. | |
-Y esto lleva camino -dijo el cura-, y prosiga vuestra majestad adelante. | |
-No hay que proseguir -respondió Dorotea-, sino que, finalmente, mi suerte | |
ha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y tengo | |
por reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía y | |
magnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le | |
llevare, que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de | |
la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razón me | |
tiene usurpado: que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues así lo | |
dejó profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejó | |
dicho y escrito en letras caldeas, o griegas, que yo no las sé leer, que si | |
este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, | |
quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por | |
su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mi | |
persona. | |
-¿Qué te parece, Sancho amigo? -dijo a este punto don Quijote-. ¿No oyes lo | |
que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y reina | |
con quien casar. | |
-¡Eso juro yo -dijo Sancho- para el puto que no se casare en abriendo el | |
gaznatico al señor Pandahilado! Pues, ¡monta que es mala la reina! ¡Así se | |
me vuelvan las pulgas de la cama! | |
Y, diciendo esto, dio dos zapatetas en el aire, con muestras de grandísimo | |
contento, y luego fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea, y, | |
haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese | |
las manos para besárselas, en señal que la recibía por su reina y señora. | |
¿Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del amo y la | |
simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y le prometió de | |
hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien que | |
se lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras que | |
renovó la risa en todos. | |
-Ésta, señores -prosiguió Dorotea-, es mi historia: sólo resta por deciros | |
que de cuanta gente de acompañamiento saqué de mi reino no me ha quedado | |
sino sólo este buen barbado escudero, porque todos se anegaron en una gran | |
borrasca que tuvimos a vista del puerto, y él y yo salimos en dos tablas a | |
tierra, como por milagro; y así, es todo milagro y misterio el discurso de | |
mi vida, como lo habréis notado. Y si en alguna cosa he andado demasiada, o | |
no tan acertada como debiera, echad la culpa a lo que el señor licenciado | |
dijo al principio de mi cuento: que los trabajos continuos y | |
extraordinarios quitan la memoria al que los padece. | |
-Ésa no me quitarán a mí, ¡oh alta y valerosa señora! -dijo don Quijote-, | |
cuantos yo pasare en serviros, por grandes y no vistos que sean; y así, de | |
nuevo confirmo el don que os he prometido, y juro de ir con vos al cabo del | |
mundo, hasta verme con el fiero enemigo vuestro, a quien pienso, con el | |
ayuda de Dios y de mi brazo, tajar la cabeza soberbia con los filos | |
desta... no quiero decir buena espada, merced a Ginés de Pasamonte, que me | |
llevó la mía. | |
Esto dijo entre dientes, y prosiguió diciendo: | |
-Y después de habérsela tajado y puéstoos en pacífica posesión de vuestro | |
estado, quedará a vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que más en | |
talante os viniere; porque, mientras que yo tuviere ocupada la memoria y | |
cautiva la voluntad, perdido el entendimiento, a aquella..., y no digo más, | |
no es posible que yo arrostre, ni por pienso, el casarme, aunque fuese con | |
el ave fénix. | |
Parecióle tan mal a Sancho lo que últimamente su amo dijo acerca de no | |
querer casarse, que, con grande enojo, alzando la voz, dijo: | |
-Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don Quijote, | |
cabal juicio. Pues, ¿cómo es posible que pone vuestra merced en duda el | |
casarse con tan alta princesa como aquésta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la | |
fortuna, tras cada cantillo, semejante ventura como la que ahora se le | |
ofrece? ¿Es, por dicha, más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni | |
aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la que | |
está delante. Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra | |
merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, | |
encomiéndole yo a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de | |
vobis, vobis, y, en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego, | |
siquiera se lo lleve el diablo todo. | |
Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea, no | |
lo pudo sufrir, y, alzando el lanzón, sin hablalle palabra a Sancho y sin | |
decirle esta boca es mía, le dio tales dos palos que dio con él en tierra; | |
y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera más, sin duda le | |
quitara allí la vida. | |
-¿Pensáis -le dijo a cabo de rato-, villano ruin, que ha de haber lugar | |
siempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser errar | |
vos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin duda | |
lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. ¿Y no sabéis vos, | |
gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi | |
brazo, que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua | |
viperina, ¿y quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a | |
este gigante, y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y por | |
cosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi | |
brazo por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo | |
vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo | |
sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser | |
señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os | |
la hizo! | |
No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decía, y, | |
levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de | |
Dorotea, y desde allí dijo a su amo: | |
-Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta | |
gran princesa, claro está que no será el reino suyo; y, no siéndolo, ¿qué | |
mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestra | |
merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida | |
del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe | |
de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la | |
hermosura no me entremeto; que, en verdad, si va a decirla, que entrambas | |
me parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea. | |
-¿Cómo que no la has visto, traidor blasfemo? -dijo don Quijote-. Pues, ¿no | |
acabas de traerme ahora un recado de su parte? | |
-Digo que no la he visto tan despacio -dijo Sancho- que pueda haber notado | |
particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así, | |
a bulto, me parece bien. | |
-Ahora te disculpo -dijo don Quijote-, y perdóname el enojo que te he dado, | |
que los primeros movimientos no son en manos de los hombres. | |
-Ya yo lo veo -respondió Sancho-; y así, en mí la gana de hablar siempre es | |
primero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que | |
me viene a la lengua. | |
-Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas, porque | |
tantas veces va el cantarillo a la fuente..., y no te digo más. | |
-Ahora bien -respondió Sancho-, Dios está en el cielo, que ve las trampas, | |
y será juez de quién hace más mal: yo en no hablar bien, o vuestra merced | |
en obrallo. | |
-No haya más -dijo Dorotea-: corred, Sancho, y besad la mano a vuestro | |
señor, y pedilde perdón, y de aquí adelante andad más atentado en vuestras | |
alabanzas y vituperios, y no digáis mal de aquesa señora Tobosa, a quien yo | |
no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha | |
de faltar un estado donde viváis como un príncipe. | |
Fue Sancho cabizbajo y pidió la mano a su señor, y él se la dio con | |
reposado continente; y, después que se la hubo besado, le echó la | |
bendición, y dijo a Sancho que se adelantasen un poco, que tenía que | |
preguntalle y que departir con él cosas de mucha importancia. Hízolo así | |
Sancho y apartáronse los dos algo adelante, y díjole don Quijote: | |
-Después que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchas | |
cosas de particularidad acerca de la embajada que llevaste y de la | |
respuesta que trujiste; y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo y | |
lugar, no me niegues tú la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas. | |
-Pregunte vuestra merced lo que quisiere -respondió Sancho-, que a todo | |
daré tan buena salida como tuve la entrada. Pero suplico a vuestra merced, | |
señor mío, que no sea de aquí adelante tan vengativo. | |
-¿Por qué lo dices, Sancho? -dijo don Quijote. | |
-Dígolo -respondió- porque estos palos de agora más fueron por la pendencia | |
que entre los dos trabó el diablo la otra noche, que por lo que dije contra | |
mi señora Dulcinea, a quien amo y reverencio como a una reliquia, aunque en | |
ella no lo haya, sólo por ser cosa de vuestra merced. | |
-No tornes a esas pláticas, Sancho, por tu vida -dijo don Quijote-, que me | |
dan pesadumbre; ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse: | |
a pecado nuevo, penitencia nueva. | |
En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura a Dorotea que | |
había andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél, y en | |
la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías. Ella dijo que | |
muchos ratos se había entretenido en leellos, pero que no sabía ella dónde | |
eran las provincias ni puertos de mar, y que así había dicho a tiento que | |
se había desembarcado en Osuna. | |
-Yo lo entendí así -dijo el cura-, y por eso acudí luego a decir lo que | |
dije, con que se acomodó todo. Pero, ¿no es cosa estraña ver con cuánta | |
facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y | |
mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus | |
libros? | |
-Sí es -dijo Cardenio-, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo | |
inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que | |
pudiera dar en ella. | |
-Pues otra cosa hay en ello -dijo el cura-: que fuera de las simplicidades | |
que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras | |
cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento | |
claro y apacible en todo. De manera que, como no le toquen en sus | |
caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen | |
entendimiento. | |
En tanto que ellos iban en esta conversación, prosiguió don Quijote con la | |
suya y dijo a Sancho: | |
-Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y | |
dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿Dónde, cómo y | |
cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? | |
¿Qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿Quién te la trasladó? Y todo | |
aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y | |
satisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes | |
por no quitármele. | |
-Señor -respondió Sancho-, si va a decir la verdad, la carta no me la | |
trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna. | |
-Así es como tú dices -dijo don Quijote-, porque el librillo de memoria | |
donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida, | |
lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer | |
cuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugar | |
donde la echaras menos. | |
-Así fuera -respondió Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria | |
cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán, | |
que me la trasladó del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que en | |
todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, | |
no había visto ni leído tan linda carta como aquélla. | |
-Y ¿tiénesla todavía en la memoria, Sancho? -dijo don Quijote. | |
-No, señor -respondió Sancho-, porque después que la di, como vi que no | |
había de ser de más provecho, di en olvidalla. Y si algo se me acuerda, es | |
aquello del sobajada, digo, del soberana señora, y lo último: Vuestro hasta | |
la muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y, en medio destas dos cosas, | |
le puse más de trecientas almas, y vidas, y ojos míos. | |
Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote | |
y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos | |
-Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. | |
Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la | |
hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo | |
para este su cautivo caballero. | |
-No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un | |
corral de su casa. | |
-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran | |
granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era | |
candeal, o trechel? | |
-No era sino rubión -respondió Sancho. | |
-Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo | |
pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, | |
¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal | |
carta, o qué hizo? | |
-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del | |
meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: ''Poned, | |
amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe | |
de acribar todo lo que aquí está''. | |
-¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio | |
y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su | |
menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué | |
le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una | |
mínima. | |
-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que | |
vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la | |
cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo | |
en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y | |
maldiciendo su fortuna. | |
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque | |
antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho | |
digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso. | |
-Tan alta es -respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí más de un | |
coto. | |
-Pues, ¿cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella? | |
-Medíme en esta manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner | |
un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver | |
que me llevaba más de un gran palmo. | |
-Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la | |
adorna con mil millones y gracias del alma! Pero no me negarás, Sancho, una | |
cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una | |
fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle | |
nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún | |
curioso guantero? | |
-Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y | |
debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo | |
correosa. | |
-No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar | |
romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que | |
huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar | |
desleído. | |
-Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor | |
que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero | |
no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro. | |
-Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de | |
enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta? | |
-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni | |
escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la | |
quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, | |
y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que | |
vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa | |
quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le | |
besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de | |
escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, | |
saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se | |
pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia | |
no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse | |
mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la | |
Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome | |
que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los | |
galeotes, mas díjome que no había visto hasta entonces alguno. | |
-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la | |
que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es | |
usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los | |
escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, | |
a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento | |
de su recado. | |
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de | |
ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un | |
pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por | |
las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era | |
el queso ovejuno. | |
-Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin | |
duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero | |
buenas son mangas después de Pascua: yo la veré, y se satisfará todo. | |
¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y | |
veniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir | |
desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo | |
cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis | |
cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena | |
que yo no sería buen caballero andante); digo que este tal te debió de | |
ayudar a caminar, sin que tú lo sintieses; que hay sabio déstos que coge a | |
un caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cómo o en qué | |
manera, amanece otro día más de mil leguas de donde anocheció. Y si no | |
fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros | |
andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno | |
peleando en las sierras de Armenia con algún endriago, o con algún fiero | |
vestiglo, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya | |
a punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullá, encima de una | |
nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes | |
se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la | |
noche se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la | |
una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por | |
industria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen cuidado destos | |
valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso | |
creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del | |
Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en | |
volandillas, sin que tú lo sintieses. | |
-Así sería -dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si | |
fuera asno de gitano con azogue en los oídos. | |
-Y ¡cómo si llevaba azogue! -dijo don Quijote-, y aun una legión de | |
demonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo | |
aquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a ti | |
que debo yo de hacer ahora cerca de lo que mi señora me manda que la vaya a | |
ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, véome | |
también imposibilitado del don que he prometido a la princesa que con | |
nosotros viene, y fuérzame la ley de caballería a cumplir mi palabra antes | |
que mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi señora; | |
por otra, me incita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzar | |
en esta empresa. Pero lo que pienso hacer será caminar apriesa y llegar | |
presto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, y | |
pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al punto daré la vuelta | |
a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas que | |
ella venga a tener por buena mi tardanza, pues verá que todo redunda en | |
aumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y | |
alcanzare por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me | |
da y de ser yo suyo. | |
-¡Ay -dijo Sancho-, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos! | |
Pues dígame, señor: ¿piensa vuestra merced caminar este camino en balde, y | |
dejar pasar y perder un tan rico y tan principal casamiento como éste, | |
donde le dan en dote un reino, que a buena verdad que he oído decir que | |
tiene más de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todas | |
las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es | |
mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga | |
vergüenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese | |
luego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro | |
licenciado, que lo hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar | |
consejos, y que este que le doy le viene de molde, y que más vale pájaro en | |
mano que buitre volando, porque quien bien tiene y mal escoge, por bien que | |
se enoja no se venga. | |
-Mira, Sancho -respondió don Quijote-: si el consejo que me das de que me | |
case es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cómodo para | |
hacerte mercedes y darte lo prometido, hágote saber que sin casarme podré | |
cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, antes de | |
entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, me | |
han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere; | |
y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti? | |
-Eso está claro -respondió Sancho-, pero mire vuestra merced que la escoja | |
hacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar | |
mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho. Y vuestra merced no | |
se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al | |
gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha | |
de ser de mucha honra y de mucho provecho. | |
-Dígote, Sancho -dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que habré de | |
tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a | |
Dulcinea. Y avísote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros | |
vienen, de lo que aquí hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tan | |
recatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo, | |
ni otro por mí, los descubra. | |
-Pues si eso es así -dijo Sancho-, ¿cómo hace vuestra merced que todos los | |
que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo | |
esto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo | |
forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su | |
presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la | |
obediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos? | |
-¡Oh, qué necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, | |
Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber | |
que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama | |
muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus | |
pensamientos que a servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otro | |
premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de | |
acetarlos por sus caballeros. | |
-Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar | |
a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor | |
de pena. Aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese. | |
-¡Válate el diablo por villano -dijo don Quijote-, y qué de discreciones | |
dices a las veces! No parece sino que has estudiado. | |
-Pues a fe mía que no sé leer -respondió Sancho. | |
En esto, les dio voces maese Nicolás que esperasen un poco, que querían | |
detenerse a beber en una fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, | |
con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía | |
no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcinea | |
era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida. | |
Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía | |
cuando la hallaron, que, aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja a | |
los que dejaba. Apeáronse junto a la fuente, y con lo que el cura se | |
acomodó en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos | |
traían. | |
Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el | |
cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, | |
de allí a poco arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, | |
comenzó a llorar muy de propósito, diciendo: | |
-¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy | |
aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado. | |
Reconocióle don Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí | |
estaban y dijo: | |
-Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros | |
andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se | |
hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras | |
mercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y | |
unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí | |
luego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las | |
lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que | |
ahora está delante (de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que | |
no me dejará mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo | |
del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de | |
una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo le | |
vi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que | |
le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían | |
más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: ''Señor, no me azota | |
sino porque le pido mi salario''. El amo replicó no sé qué arengas y | |
disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. En | |
resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le | |
llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados. ¿No es | |
verdad todo esto, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé, | |
y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse, y | |
notifiqué y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasó | |
a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber | |
caballeros andantes por los caminos. | |
-Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad -respondió el | |
muchacho-, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra | |
merced se imagina. | |
-¿Cómo al revés? -replicó don Quijote-; luego, ¿no te pagó el villano? | |
-No sólo no me pagó -respondió el muchacho-, pero, así como vuestra merced | |
traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y | |
me dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado; | |
y, a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta acerca de hacer | |
burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo | |
que decía. En efeto: él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome en | |
un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual | |
tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no | |
viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo | |
se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y | |
pagara cuanto me debía. Mas, como vuestra merced le deshonró tan sin | |
propósito y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y, como no la | |
pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el | |
nublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida. | |
-El daño estuvo -dijo don Quijote- en irme yo de allí; que no me había de | |
ir hasta dejarte pagado, porque bien debía yo de saber, por luengas | |
experiencias, que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee | |
que no le está bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que | |
si no te pagaba, que había de ir a buscarle, y que le había de hallar, | |
aunque se escondiese en el vientre de la ballena. | |
-Así es la verdad -dijo Andrés-, pero no aprovechó nada. | |
-Ahora verás si aprovecha -dijo don Quijote. | |
Y, diciendo esto, se levantó muy apriesa y mandó a Sancho que enfrenase a | |
Rocinante, que estaba paciendo en tanto que ellos comían. | |
Preguntóle Dorotea qué era lo que hacer quería. Él le respondió que quería | |
ir a buscar al villano y castigalle de tan mal término, y hacer pagado a | |
Andrés hasta el último maravedí, a despecho y pesar de cuantos villanos | |
hubiese en el mundo. A lo que ella respondió que advirtiese que no podía, | |
conforme al don prometido, entremeterse en ninguna empresa hasta acabar la | |
suya; y que, pues esto sabía él mejor que otro alguno, que sosegase el | |
pecho hasta la vuelta de su reino. | |
-Así es verdad -respondió don Quijote-, y es forzoso que Andrés tenga | |
paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le torno a jurar | |
y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado. | |
-No me creo desos juramentos -dijo Andrés-; más quisiera tener agora con | |
qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí, | |
algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros | |
andantes; que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido | |
para conmigo. | |
Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y, dándoselo | |
al mozo, le dijo: | |
-Tomá, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia. | |
-Pues, ¿qué parte os alcanza a vos? -preguntó Andrés. | |
-Esta parte de queso y pan que os doy -respondió Sancho-, que Dios sabe si | |
me ha de hacer falta o no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos | |
de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, | |
y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen. | |
Andrés asió de su pan y queso, y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó | |
su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad | |
que, al partirse, dijo a don Quijote: | |
-Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, | |
aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi | |
desgracia; que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda | |
de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros | |
andantes han nacido en el mundo. | |
Íbase a levantar don Quijote para castigalle, mas él se puso a correr de | |
modo que ninguno se atrevió a seguille. Quedó corridísimo don Quijote del | |
cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no | |
reírse, por no acaballe de correr del todo. | |
Capítulo XXXII. Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla | |
de don Quijote | |
Acabóse la buena comida, ensillaron luego, y, sin que les sucediese cosa | |
digna de contar, llegaron otro día a la venta, espanto y asombro de Sancho | |
Panza; y, aunque él quisiera no entrar en ella, no lo pudo huir. La | |
ventera, ventero, su hija y Maritornes, que vieron venir a don Quijote y a | |
Sancho, les salieron a recebir con muestras de mucha alegría, y él las | |
recibió con grave continente y aplauso, y díjoles que le aderezasen otro | |
mejor lecho que la vez pasada; a lo cual le respondió la huéspeda que como | |
la pagase mejor que la otra vez, que ella se la daría de príncipes. Don | |
Quijote dijo que sí haría, y así, le aderezaron uno razonable en el mismo | |
caramanchón de marras, y él se acostó luego, porque venía muy quebrantado y | |
falto de juicio. | |
No se hubo bien encerrado, cuando la huéspeda arremetió al barbero, y, | |
asiéndole de la barba, dijo: | |
-Para mi santiguada, que no se ha aún de aprovechar más de mi rabo para su | |
barba, y que me ha de volver mi cola; que anda lo de mi marido por esos | |
suelos, que es vergüenza; digo, el peine, que solía yo colgar de mi buena | |
cola. | |
No se la quería dar el barbero, aunque ella más tiraba, hasta que el | |
licenciado le dijo que se la diese, que ya no era menester más usar de | |
aquella industria, sino que se descubriese y mostrase en su misma forma, y | |
dijese a don Quijote que cuando le despojaron los ladrones galeotes se | |
habían venido a aquella venta huyendo; y que si preguntase por el escudero | |
de la princesa, le dirían que ella le había enviado adelante a dar aviso a | |
los de su reino como ella iba y llevaba consigo el libertador de todos. Con | |
esto, dio de buena gana la cola a la ventera el barbero, y asimismo le | |
volvieron todos los adherentes que había prestado para la libertad de don | |
Quijote. Espantáronse todos los de la venta de la hermosura de Dorotea, y | |
aun del buen talle del zagal Cardenio. Hizo el cura que les aderezasen de | |
comer de lo que en la venta hubiese, y el huésped, con esperanza de mejor | |
paga, con diligencia les aderezó una razonable comida; y a todo esto dormía | |
don Quijote, y fueron de parecer de no despertalle, porque más provecho le | |
haría por entonces el dormir que el comer. | |
Trataron sobre comida, estando delante el ventero, su mujer, su hija, | |
Maritornes, todos los pasajeros, de la estraña locura de don Quijote y del | |
modo que le habían hallado. La huéspeda les contó lo que con él y con el | |
arriero les había acontecido, y, mirando si acaso estaba allí Sancho, como | |
no le viese, contó todo lo de su manteamiento, de que no poco gusto | |
recibieron. Y, como el cura dijese que los libros de caballerías que don | |
Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero: | |
-No sé yo cómo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no | |
hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros | |
papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros | |
muchos. Porque, cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, | |
muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno | |
destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle | |
escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas; a lo menos, de mí sé | |
decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los | |
caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar | |
oyéndolos noches y días. | |
-Y yo ni más ni menos -dijo la ventera-, porque nunca tengo buen rato en mi | |
casa sino aquel que vos estáis escuchando leer: que estáis tan embobado, | |
que no os acordáis de reñir por entonces. | |
-Así es la verdad -dijo Maritornes-, y a buena fe que yo también gusto | |
mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas; y más, cuando cuentan que | |
se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y | |
que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho | |
sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles. | |
-Y a vos ¿qué os parece, señora doncella? -dijo el cura, hablando con la | |
hija del ventero. | |
-No sé, señor, en mi ánima -respondió ella-; también yo lo escucho, y en | |
verdad que, aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto | |
yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los | |
caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras: que en verdad que | |
algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo. | |
-Luego, ¿bien las remediárades vos, señora doncella -dijo Dorotea-, si por | |
vos lloraran? | |
-No sé lo que me hiciera -respondió la moza-; sólo sé que hay algunas | |
señoras de aquéllas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y | |
leones y otras mil inmundicias. Y, ¡Jesús!, yo no sé qué gente es aquélla | |
tan desalmada y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado, | |
le dejan que se muera, o que se vuelva loco. Yo no sé para qué es tanto | |
melindre: si lo hacen de honradas, cásense con ellos, que ellos no desean | |
otra cosa. | |
-Calla, niña -dijo la ventera-, que parece que sabes mucho destas cosas, y | |
no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto. | |
-Como me lo pregunta este señor -respondió ella-, no pude dejar de | |
respondelle. | |
-Ahora bien -dijo el cura-, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los | |
quiero ver. | |
-Que me place -respondió él. | |
Y, entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una | |
cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles | |
de muy buena letra, escritos de mano. El primer libro que abrió vio que era | |
Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, | |
la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de | |
Diego García de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, | |
volvió el rostro al barbero y dijo: | |
-Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina. | |
-No hacen -respondió el barbero-, que también sé yo llevallos al corral o a | |
la chimenea; que en verdad que hay muy buen fuego en ella. | |
-Luego, ¿quiere vuestra merced quemar más libros? -dijo el ventero. | |
-No más -dijo el cura- que estos dos: el de Don Cirongilio y el de | |
Felixmarte. | |
-Pues, ¿por ventura -dijo el ventero- mis libros son herejes o flemáticos, | |
que los quiere quemar? | |
-Cismáticos queréis decir, amigo -dijo el barbero-, que no flemáticos. | |
-Así es -replicó el ventero-; mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran | |
Capitán y dese Diego García, que antes dejaré quemar un hijo que dejar | |
quemar ninguno desotros. | |
-Hermano mío -dijo el cura-, estos dos libros son mentirosos y están llenos | |
de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera, y | |
tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y | |
grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo Gran Capitán, | |
renombre famoso y claro, y dél sólo merecido. Y este Diego García de | |
Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en | |
Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales que detenía | |
con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia; y, puesto con un | |
montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable | |
ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas que, como si él | |
las cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de | |
coronista propio, las escribiera otro, libre y desapasionado, pusieran en | |
su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes. | |
-¡Tomaos con mi padre! -dijo el dicho ventero-. ¡Mirad de qué se espanta: | |
de detener una rueda de molino! Por Dios, ahora había vuestra merced de | |
leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco | |
gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los | |
frailecicos que hacen los niños. Y otra vez arremetió con un grandísimo y | |
poderosísimo ejército, donde llevó más de un millón y seiscientos mil | |
soldados, todos armados desde el pie hasta la cabeza, y los desbarató a | |
todos, como si fueran manadas de ovejas. Pues, ¿qué me dirán del bueno de | |
don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verá en el | |
libro, donde cuenta que, navegando por un río, le salió de la mitad del | |
agua una serpiente de fuego, y él, así como la vio, se arrojó sobre ella, y | |
se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y le apretó con | |
ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la | |
iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, | |
llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar? Y, cuando | |
llegaron allá bajo, se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos | |
que era maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, que le | |
dijo tantas de cosas que no hay más que oír. Calle, señor, que si oyese | |
esto, se volvería loco de placer. ¡Dos higas para el Gran Capitán y para | |
ese Diego García que dice! | |
Oyendo esto Dorotea, dijo callando a Cardenio: | |
-Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de don | |
Quijote. | |
-Así me parece a mí -respondió Cardenio-, porque, según da indicio, él | |
tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos | |
que lo escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos. | |
-Mirad, hermano -tornó a decir el cura-, que no hubo en el mundo Felixmarte | |
de Hircania, ni don Cirongilio de Tracia, ni otros caballeros semejantes | |
que los libros de caballerías cuentan, porque todo es compostura y ficción | |
de ingenios ociosos, que los compusieron para el efeto que vos decís de | |
entretener el tiempo, como lo entretienen leyéndolos vuestros segadores; | |
porque realmente os juro que nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni | |
tales hazañas ni disparates acontecieron en él. | |
-¡A otro perro con ese hueso! -respondió el ventero-. ¡Como si yo no | |
supiese cuántas son cinco y adónde me aprieta el zapato! No piense vuestra | |
merced darme papilla, porque por Dios que no soy nada blanco. ¡Bueno es que | |
quiera darme vuestra merced a entender que todo aquello que estos buenos | |
libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los | |
señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar | |
imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas y tantos encantamentos que | |
quitan el juicio! | |
-Ya os he dicho, amigo -replicó el cura-, que esto se hace para entretener | |
nuestros ociosos pensamientos; y, así como se consiente en las repúblicas | |
bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para | |
entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar, así se | |
consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que | |
no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera | |
ninguna destos libros. Y si me fuera lícito agora, y el auditorio lo | |
requiriera, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de | |
caballerías para ser buenos, que quizá fueran de provecho y aun de gusto | |
para algunos; pero yo espero que vendrá tiempo en que lo pueda comunicar | |
con quien pueda remediallo, y en este entretanto creed, señor ventero, lo | |
que os he dicho, y tomad vuestros libros, y allá os avenid con sus verdades | |
o mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no cojeéis del pie | |
que cojea vuestro huésped don Quijote. | |
-Eso no -respondió el ventero-, que no seré yo tan loco que me haga | |
caballero andante: que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en | |
aquel tiempo, cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos | |
caballeros. | |
A la mitad desta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y | |
pensativo de lo que había oído decir que ahora no se usaban caballeros | |
andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, | |
y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, | |
y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle y | |
volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo. | |
Llevábase la maleta y los libros el ventero, mas el cura le dijo: | |
-Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están | |
escritos. | |
Sacólos el huésped, y, dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos | |
escritos de mano, y al principio tenían un título grande que decía: Novela | |
del curioso impertinente. Leyó el cura para sí tres o cuatro renglones y | |
dijo: | |
-Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene | |
voluntad de leella toda. | |
A lo que respondió el ventero: | |
-Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que algunos | |
huéspedes que aquí la han leído les ha contentado mucho, y me la han pedido | |
con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela a | |
quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles; que | |
bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo, y, aunque sé que | |
me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver: que, aunque | |
ventero, todavía soy cristiano. | |
-Vos tenéis mucha razón, amigo -dijo el cura-, mas, con todo eso, si la | |
novela me contenta, me la habéis de dejar trasladar. | |
-De muy buena gana -respondió el ventero. | |
Mientras los dos esto decían, había tomado Cardenio la novela y comenzado a | |
leer en ella; y, pareciéndole lo mismo que al cura, le rogó que la leyese | |
de modo que todos la oyesen. | |
-Sí leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir | |
que en leer. | |
-Harto reposo será para mí -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algún | |
cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir | |
cuando fuera razón. | |
-Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; | |
quizá tendrá alguna de gusto. | |
Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto | |
del cura, y entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo: | |
-Pues así es, esténme todos atentos, que la novela comienza desta manera: | |
Capítulo XXXIII. Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente | |
«En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman | |
Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y | |
tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocían | |
los dos amigos eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de | |
unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que los dos con | |
recíproca amistad se correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era | |
algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual | |
llevaban tras sí los de la caza; pero, cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de | |
acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos | |
por acudir a los de Anselmo; y, desta manera, andaban tan a una sus | |
voluntades, que no había concertado reloj que así lo anduviese. | |
»Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la | |
misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sí, que se | |
determinó, con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa | |
hacía, de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución; y el | |
que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio tan a gusto | |
de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, | |
y Camila tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no | |
cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le | |
había venido. | |
»Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó | |
Lotario, como solía, la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, | |
festejalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero, | |
acabadas las bodas y sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, | |
comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, | |
por parecerle a él -como es razón que parezca a todos los que fueren | |
discretos- que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos | |
casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque, aunque la | |
buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con | |
todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede | |
ofender aun de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos. | |
»Notó Anselmo la remisión de Lotario, y formó dél quejas grandes, | |
diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no | |
comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si, por la buena | |
correspondencia que los dos tenían mientras él fue soltero, habían | |
alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no | |
permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasión alguna, | |
que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba, | |
si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese | |
a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes, | |
asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que | |
la que él quería que tuviese, y que, por haber sabido ella con cuántas | |
veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza. | |
»A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para | |
persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta | |
prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena | |
intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y | |
las fiestas fuese Lotario a comer con él; y, aunque esto quedó así | |
concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que | |
viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en | |
más que el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a quien el | |
cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener qué | |
amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, | |
porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni | |
en las fiestas públicas, ni estaciones -cosas que no todas veces las han de | |
negar los maridos a sus mujeres-, se concierta y facilita en casa de la | |
amiga o la parienta de quien más satisfación se tiene. | |
»También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno | |
algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese, | |
porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer | |
tiene, o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de | |
hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de | |
vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría | |
remedio en todo. Pero, ¿dónde se hallará amigo tan discreto y tan leal y | |
verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo, por cierto; sólo Lotario | |
era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su | |
amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a | |
su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y | |
maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y bien nacido, y de las | |
buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa | |
como Camila; que, puesto que su bondad y valor podía poner freno a toda | |
maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su | |
amigo, y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y | |
entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables. Así | |
que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y | |
partes del día. | |
»Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera | |
de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones: | |
»-Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en | |
hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme, no con mano | |
escasa, los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, | |
no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido, y | |
sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria: | |
dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, en el que puedo. | |
Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres | |
suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más | |
desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé qué días a esta | |
parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño, y tan fuera del uso común | |
de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y | |
procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y así me ha | |
sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo | |
a todo el mundo. Y, pues que, en efeto, él ha de salir a plaza,quiero que | |
sea en la del archivo de tu secreto, confiado que, con él y con la | |
diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré | |
presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu | |
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura. | |
»Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había | |
de parar tan larga prevención o preámbulo; y, aunque iba revolviendo en su | |
imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio | |
siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía | |
que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su | |
mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos | |
pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél, o ya consejos | |
para entretenellos, o ya remedio para cumplillos. | |
»-Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te hago saber, | |
amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, | |
es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta | |
verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates | |
de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, | |
¡oh amigo!, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, | |
y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, | |
a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. | |
Porque, ¿qué hay que agradecer -decía él- que una mujer sea buena, si nadie | |
le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le | |
dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que, en | |
cogiéndola en la primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que, | |
la que es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en | |
aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la | |
corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas | |
que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, | |
deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y | |
quilate en el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor | |
para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que saldrá, con la | |
palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que | |
está colmo el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la mujer | |
fuerte, de quien el Sabio dice que ¿quién la hallará? Y, cuando esto suceda | |
al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión, | |
llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia. | |
Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo | |
ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, ¡oh | |
amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta | |
obra de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo | |
aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, | |
honrada, recogida y desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de | |
ti esta tan ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de | |
llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo a tener por hecho | |
lo que se ha de hacer, por buen respeto; y así, no quedaré yo ofendido más | |
de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu | |
silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de | |
la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, | |
desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni | |
perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la | |
confianza que nuestra amistad me asegura. | |
ȃstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales | |
estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no | |
desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y, viendo que no decía más, | |
después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que | |
jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo: | |
»-No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas | |
que me has dicho; que, a pensar que de veras las decías, no consintiera que | |
tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga. | |
Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que | |
bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en | |
que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber | |
pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que | |
me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han | |
de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque los buenos amigos han de | |
probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras; | |
que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen | |
contra Dios. Pues, si esto sintió un gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es | |
que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la | |
amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte | |
los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas | |
ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida | |
de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en | |
peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan | |
detestable como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo | |
entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela | |
a mí juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está | |
que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto; y, | |
siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea, de tanto mal tuyo, | |
¿no vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida? | |
Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe | |
de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo; | |
que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche. | |
»-Que me place -dijo Anselmo-: di lo que quisieres. | |
»Y Lotario prosiguió diciendo: | |
»-Paréceme, ¡oh Anselmo!, que tienes tú ahora el ingenio como el que | |
siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el | |
error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones | |
que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en | |
artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, | |
intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas | |
que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales | |
quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y, cuando | |
esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de | |
mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y, aun con todo | |
esto, no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra | |
religión. Y este mesmo término y modo me convendrá usar contigo, porque el | |
deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello | |
que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado | |
el que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le | |
quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en pena de | |
tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la | |
cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. | |
Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: ¿tú no me has dicho que tengo de | |
solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una | |
desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú | |
sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué | |
buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como | |
saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que | |
ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la | |
tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo | |
que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo | |
que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente | |
cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues, después de hecha, se | |
ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así que, es razón | |
concluyente que el intentar las cosas de las cuales antes nos puede suceder | |
daño que provecho es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando | |
quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy | |
lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas | |
dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos: | |
las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, | |
acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las que se acometen | |
por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de | |
agua, tanta diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir | |
estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el | |
mundo juntamente son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en | |
el contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer una | |
redonda bala de artillería, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer | |
discurso ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en | |
vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su | |
rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes | |
que los esperan. Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra, | |
gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y | |
peligros. Pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te | |
ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los | |
hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar | |
ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales, | |
te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de | |
aprovechar pensar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha | |
sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mesmo. | |
Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el | |
famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera parte de Las lágrimas de | |
San Pedro, que dice así: | |
Crece el dolor y crece la vergüenza | |
en Pedro, cuando el día se ha mostrado; | |
y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza | |
de sí mesmo, por ver que había pecado: | |
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza | |
no sólo ha de moverle el ser mirado; | |
que de sí se avergüenza cuando yerra, | |
si bien otro no vee que cielo y tierra. | |
Así que, no escusarás con el secreto tu dolor; antes, tendrás que llorar | |
contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como | |
las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la | |
prueba del vaso, que, con mejor discurso, se escusó de hacerla el prudente | |
Reinaldos; que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí | |
encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e | |
imitados. Cuanto más que, con lo que ahora pienso decirte, acabarás de | |
venir en conocimiento del grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo, | |
si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor | |
de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos | |
cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer | |
dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender | |
la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra | |
cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel | |
diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza | |
de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si | |
lo pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a | |
tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se | |
rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdería todo? Sí, por cierto, | |
dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues | |
haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es fínisimo diamante, así en tu | |
estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de | |
que se quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir a más | |
valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde | |
ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti | |
mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya | |
en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el | |
honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y, | |
pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, ¿para | |
qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal | |
imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, | |
sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para | |
que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que | |
consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el arminio es un | |
animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los | |
cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele | |
pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan | |
hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se | |
deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y | |
ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La | |
honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la | |
virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la | |
guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio | |
se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y | |
servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no | |
tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar y | |
pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitárselos y ponerle delante | |
la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es | |
asimesmo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está | |
sujeto a empañarse y escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase | |
de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y | |
no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y | |
estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no | |
consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos, y por entre | |
las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y hermosura. Finalmente, | |
quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en | |
una comedia moderna, que me parece que hacen al propósito de lo que vamos | |
tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que | |
la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo éstas: | |
Es de vidrio la mujer; | |
pero no se ha de probar | |
si se puede o no quebrar, | |
porque todo podría ser. | |
Y es más fácil el quebrarse, | |
y no es cordura ponerse | |
a peligro de romperse | |
lo que no puede soldarse. | |
Y en esta opinión estén | |
todos, y en razón la fundo: | |
que si hay Dánaes en el mundo, | |
hay pluvias de oro también. | |
Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te | |
toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si | |
fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has | |
entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y | |
quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo | |
pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la | |
quieres quitar a mí está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, | |
como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal | |
mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien | |
soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay | |
duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he | |
visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal | |
deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su | |
mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido | |
de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para | |
que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido | |
y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con | |
nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad | |
de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de | |
lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala | |
compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que | |
con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa | |
que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que | |
ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu | |
provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal, | |
dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando | |
durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a | |
nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: ''Ésta es | |
carne de mi carne y hueso de mis huesos''. Y Dios dijo: ''Por ésta dejará | |
el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma''. Y entonces | |
fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que | |
sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este | |
milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una mesma | |
carne; y aún hace más en los buenos casados, que, aunque tienen dos almas, | |
no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que, como la carne de la | |
esposa sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los | |
defectos que se procura, redundan en la carne del marido, aunque él no haya | |
dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque, así como el dolor | |
del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le siente todo el cuerpo, | |
por ser todo de una carne mesma, y la cabeza siente el daño del tobillo, | |
sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la | |
deshonra de la mujer, por ser una mesma cosa con ella. Y como las honras y | |
deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la | |
mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte | |
dellas, y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, ¡oh | |
Anselmo!, al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu | |
buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres | |
revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta | |
esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que | |
perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras | |
para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal | |
propósito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura, | |
que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor | |
pérdida que imaginar puedo. | |
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó | |
tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le pudo responder | |
palabra; pero, en fin, le dijo: | |
»-Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has | |
querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la | |
mucha discreción que tienes y el estremo de la verdadera amistad que | |
alcanzas; y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy | |
tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto | |
esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener | |
algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas | |
peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse; así que, es | |
menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer | |
con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a | |
solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros | |
encuentros dé con su honestidad por tierra; y con solo este principio | |
quedaré contento y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad, | |
no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra. Y | |
estás obligado a hacer esto por una razón sola; y es que, estando yo, como | |
estoy, determinado de poner en plática esta prueba, no has tú de consentir | |
que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura | |
el honor que tú procuras que no pierda; y, cuando el tuyo no esté en el | |
punto que debe en la intención de Camila en tanto que la solicitares, | |
importa poco o nada, pues con brevedad, viendo en ella la entereza que | |
esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que | |
volverá tu crédito al ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto | |
contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más | |
inconvenientes se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sólo que | |
comiences daré por concluida la causa. | |
»Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más | |
ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y | |
viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, por evitar | |
mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito | |
e intención de guiar aquel negocio de modo que, sin alterar los | |
pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que | |
no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo | |
aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto. | |
Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como | |
si alguna grande merced le hubiera hecho; y quedaron de acuerdo entre los | |
dos que desde otro día siguiente se comenzase la obra; que él le daría | |
lugar y tiempo como a sus solas pudiese hablar a Camila, y asimesmo le | |
daría dineros y joyas que darla y que ofrecerla. Aconsejóle que le diese | |
músicas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese | |
tomar trabajo de hacerlos, él mesmo los haría. A todo se ofreció Lotario, | |
bien con diferente intención que Anselmo pensaba. | |
»Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila | |
con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en | |
venir más de lo acostumbrado. | |
»Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya, tan contento como | |
Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel | |
impertinente negocio. Pero aquella noche pensó el modo que tendría para | |
engañar a Anselmo, sin ofender a Camila; y otro día vino a comer con su | |
amigo, y fue bien recebido de Camila, la cual le recebía y regalaba con | |
mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía. | |
»Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a Lotario que se | |
quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que | |
dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no se fuese y Lotario se | |
ofreció a hacerle compañía, más nada aprovechó con Anselmo; antes, | |
importunó a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenía que tratar | |
con él una cosa de mucha importancia. Dijo también a Camila que no dejase | |
solo a Lotario en tanto que él volviese. En efeto, él supo tan bien fingir | |
la necesidad, o necedad, de su ausencia, que nadie pudiera entender que era | |
fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque | |
la demás gente de casa toda se había ido a comer. Viose Lotario puesto en | |
la estacada que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera | |
vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si | |
era razón que le temiera Lotario. | |
»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y la mano | |
abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento, | |
dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le | |
respondió que mejor reposaría en el estrado que en la silla, y así, le rogó | |
se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta | |
que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario | |
durmiendo, creyó que, como se había tardado tanto, ya habrían tenido los | |
dos lugar para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario | |
despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura. | |
»Todo le sucedió como él quiso: Lotario despertó, y luego salieron los dos | |
de casa, y así, le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no | |
le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo; y | |
así, no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole | |
que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y | |
discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando | |
la voluntad, y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando | |
en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que | |
está puesto en atalaya de mirar por sí: que se transforma en ángel de luz, | |
siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo | |
descubre quién es y sale con su intención, si a los principios no es | |
descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que | |
cada día daría el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se | |
ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su | |
artificio. | |
»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a | |
Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una | |
pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una | |
señal de sombra de esperanza; antes, decía que le amenazaba que si de aquel | |
mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo. | |
»-Bien está -dijo Anselmo-. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras; | |
es menester ver cómo resiste a las obras: yo os daré mañana dos mil escudos | |
de oro para que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para | |
que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas, | |
y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y | |
andar galanas; y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y | |
no os daré más pesadumbre. | |
»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin | |
aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro | |
día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, | |
porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó | |
de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las | |
palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se | |
gastaba en balde. | |
»Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que, habiendo | |
dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se | |
encerró en un aposento y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y | |
escuchando lo que los dos trataban, y vio que en más de media hora Lotario | |
no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo, y | |
cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas | |
de Camila todo era ficción y mentira. Y, para ver si esto era ansí, salió | |
del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había y | |
de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no pensaba más darle | |
puntada en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que | |
no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna. | |
»-¡Ah! -dijo Anselmo-, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que | |
me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado mirando por el | |
lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho | |
palabra a Camila, por donde me doy a entender que aun las primeras le | |
tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me | |
engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo | |
podría hallar para conseguir mi deseo? | |
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y | |
confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto de honra el haber | |
sido hallado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan | |
a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo | |
espiaba; cuanto más, que no sería menester usar de ninguna diligencia, | |
porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda | |
sospecha. Creyóle Anselmo, y para dalle comodidad más segura y menos | |
sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose | |
a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con | |
el cual amigo concertó que le enviase a llamar con muchas veras, para tener | |
ocasión con Camila de su partida. | |
»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es | |
lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, | |
trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila, | |
quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus | |
pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la | |
tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida | |
por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del | |
cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te | |
da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear, ¿para | |
qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto | |
tesoro, poniéndote a peligro que toda venga abajo, pues, en fin, se | |
sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza? Mira que el que | |
busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor | |
un poeta, diciendo: | |
Busco en la muerte la vida, | |
salud en la enfermedad, | |
en la prisión libertad, | |
en lo cerrado salida | |
y en el traidor lealtad. | |
Pero mi suerte, de quien | |
jamás espero algún bien, | |
con el cielo ha estatuido | |
que, pues lo imposible pido, | |
lo posible aun no me den. | |
»Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo | |
que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con | |
ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su mesma persona. Afligióse | |
Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, | |
y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase | |
la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza que ella | |
sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por | |
experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que | |
aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y | |
obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su voluntad. | |
»Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue rescebido | |
de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte | |
donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus | |
criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a | |
quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en | |
casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo | |
consigo. | |
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera, | |
cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha | |
priesa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y aun tenía orden Leonela | |
que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas | |
ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y había | |
menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no | |
cumplía todas veces el mandamiento de su señora; antes, los dejaba solos, | |
como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la | |
gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía | |
freno a la lengua de Lotario. | |
»Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron, poniendo | |
silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si | |
la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar, | |
parte por parte, todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila | |
tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de | |
carne. | |
»Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y | |
consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco | |
a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso | |
ausentarse de la ciudad y irse donde jamás Anselmo le viese a él, ni él | |
viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba | |
en mirarla. Hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir | |
el contento que le llevaba a mirar a Camila. Culpábase a solas de su | |
desatino, llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y | |
comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había | |
sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad, y que si así | |
tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres de lo que pensaba | |
hacer, que no temiera pena por su culpa. | |
»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión | |
que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad | |
de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto | |
le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales | |
estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a | |
Camila, con tanta turbación y con tan amorosas razones que Camila quedó | |
suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a | |
su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad se | |
desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor; | |
antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que | |
jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole no ser cosa segura ni | |
bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez la hablase, determinó de | |
enviar aquella mesma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a | |
Anselmo, donde le escribió estas razones: | |
Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente | |
»Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el | |
castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y | |
moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo | |
tan mal sin vos, y tan imposibilitada de no poder sufrir esta ausencia, que | |
si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres, | |
aunque deje sin guarda la vuestra; porque la que me dejastes, si es que | |
quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a vos | |
os toca; y, pues sois discreto, no tengo más que deciros, ni aun es bien | |
que más os diga. | |
»Esta carta recibió Anselmo, y entendió por ella que Lotario había ya | |
comenzado la empresa, y que Camila debía de haber respondido como él | |
deseaba; y, alegre sobremanera de tales nuevas, respondió a Camila, de | |
palabra, que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque él | |
volvería con mucha brevedad. Admirada quedó Camila de la respuesta de | |
Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a | |
estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada | |
corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su | |
esposo. | |
»En fin, se resolvió en lo que le estuvo peor, que fue en el quedarse, con | |
determinación de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a | |
sus criados; y ya le pesaba de haber escrito lo que escribió a su esposo, | |
temerosa de que no pensase que Lotario había visto en ella alguna | |
desenvoltura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debía. | |
Pero, fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con que | |
pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin | |
dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo. Y | |
aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le | |
preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel. Con | |
estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro | |
día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a | |
titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en | |
acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión | |
que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado. | |
Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía. | |
»Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que | |
daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza. Y así, | |
acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay | |
cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad | |
de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la | |
adulación. En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza, | |
con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al | |
suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió, y fingió Lotario con tantos | |
sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato | |
de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba. | |
»Rindióse Camila, Camila se rindió; pero, ¿qué mucho, si la amistad de | |
Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la | |
pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan | |
poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas | |
humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la | |
pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario | |
decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para | |
llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así, | |
acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado. | |
»Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que | |
faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba. Fuese luego | |
a ver a Lotario, y hallóle en su casa; abrazáronse los dos, y el uno | |
preguntó por las nuevas de su vida o de su muerte. | |
»-Las nuevas que te podré dar, ¡oh amigo Anselmo! -dijo Lotario-, son de | |
que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las | |
mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los | |
ofrecimientos se han tenido en poco, las dádivas no se han admitido, de | |
algunas lágrimas fingidas mías se ha hecho burla notable. En resolución, | |
así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la | |
honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que | |
pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar | |
tus dineros, amigo, que aquí los tengo, sin haber tenido necesidad de tocar | |
a ellos; que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son | |
dádivas ni promesas. Conténtate, Anselmo, y no quieras hacer más pruebas de | |
las hechas; y, pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y | |
sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de | |
nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer | |
experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo | |
te dio en suerte para que en él pasases la mar deste mundo, sino haz cuenta | |
que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena | |
consideración, y déjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda que no | |
hay hidalguía humana que de pagarla se escuse. | |
»Contentísimo quedó Anselmo de las razones de Lotario, y así se las creyó | |
como si fueran dichas por algún oráculo. Pero, con todo eso, le rogó que no | |
dejase la empresa, aunque no fuese más de por curiosidad y entretenimiento, | |
aunque no se aprovechase de allí adelante de tan ahincadas diligencias como | |
hasta entonces; y que sólo quería que le escribiese algunos versos en su | |
alabanza, debajo del nombre de Clori, porque él le daría a entender a | |
Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le había puesto aquel | |
nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debía; | |
y que, cuando Lotario no quisiera tomar trabajo de escribir los versos, que | |
él los haría. | |
»-No será menester eso -dijo Lotario-, pues no me son tan enemigas las | |
musas que algunos ratos del año no me visiten. Dile tú a Camila lo que has | |
dicho del fingimiento de mis amores, que los versos yo los haré; si no tan | |
buenos como el subjeto merece, serán, por lo menos, los mejores que yo | |
pudiere. | |
»Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto | |
Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no | |
se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasión por que le había | |
escrito el papel que le envió. Camila le respondió que le había parecido | |
que Lotario la miraba un poco más desenvueltamente que cuando él estaba en | |
casa; pero que ya estaba desengañada y creía que había sido imaginación | |
suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas. Díjole | |
Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía | |
que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a | |
quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo | |
estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad | |
de entrambos. Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos | |
aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder | |
ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda, | |
cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida, | |
pasó aquel sobresalto sin pesadumbre. | |
»Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese | |
alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila | |
no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese. | |
»-Aunque la conociera -respondió Lotario-, no encubriera yo nada, porque | |
cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún | |
oprobrio hace a su buen crédito. Pero, sea lo que fuere, lo que sé decir, | |
que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansí: | |
Soneto | |
En el silencio de la noche, cuando | |
ocupa el dulce sueño a los mortales, | |
la pobre cuenta de mis ricos males | |
estoy al cielo y a mi Clori dando. | |
Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando | |
por las rosadas puertas orientales, | |
con suspiros y acentos desiguales, | |
voy la antigua querella renovando. | |
Y cuando el sol, de su estrellado asiento, | |
derechos rayos a la tierra envía, | |
el llanto crece y doblo los gemidos. | |
Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento, | |
y siempre hallo, en mi mortal porfía, | |
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos. | |
»Bien le pareció el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo, pues le alabó, y | |
dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no | |
correspondía. A lo que dijo Camila: | |
»-Luego, ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad? | |
»-En cuanto poetas, no la dicen -respondió Lotario-; mas, en cuanto | |
enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos. | |
»-No hay duda deso -replicó Anselmo, todo por apoyar y acreditar los | |
pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo | |
como ya enamorada de Lotario. | |
»Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por entendido | |
que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la | |
verdadera Clori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabía, los | |
dijese: | |
»-Sí sé -respondió Lotario-, pero no creo que es tan bueno como el primero, | |
o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es éste: | |
Soneto | |
Yo sé que muero; y si no soy creído, | |
es más cierto el morir, como es más cierto | |
verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto, | |
antes que de adorarte arrepentido. | |
Podré yo verme en la región de olvido, | |
de vida y gloria y de favor desierto, | |
y allí verse podrá en mi pecho abierto | |
cómo tu hermoso rostro está esculpido. | |
Que esta reliquia guardo para el duro | |
trance que me amenaza mi porfía, | |
que en tu mismo rigor se fortalece. | |
¡Ay de aquel que navega, el cielo escuro, | |
por mar no usado y peligrosa vía, | |
adonde norte o puerto no se ofrece! | |
»También alabó este segundo soneto Anselmo, como había hecho el primero, y | |
desta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se | |
enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando más Lotario le deshonraba, | |
entonces le decía que estaba más honrado; y, con esto, todos los escalones | |
que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía, en la | |
opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama. | |
»Sucedió en esto que, hallándose una vez, entre otras, sola Camila con su | |
doncella, le dijo: | |
»-Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme, | |
pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesión | |
que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de estimar mi presteza o | |
ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder | |
resistirle. | |
»-No te dé pena eso, señora mía -respondió Leonela-, que no está la monta, | |
ni es causa para menguar la estimación, darse lo que se da presto, si, en | |
efecto, lo que se da es bueno, y ello por sí digno de estimarse. Y aun | |
suele decirse que el que luego da, da dos veces. | |
»-También se suele decir -dijo Camila- que lo que cuesta poco se estima en | |
menos. | |
»-No corre por ti esa razón -respondió Leonela-, porque el amor, según he | |
oído decir, unas veces vuela y otras anda, con éste corre y con aquél va | |
despacio, a unos entibia y a otros abrasa, a unos hiere y a otros mata, en | |
un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mesmo punto la | |
acaba y concluye, por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza y a la | |
noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y, siendo así, | |
¿de qué te espantas, o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a | |
Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia | |
de mi señor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenía | |
determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de | |
volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra. Porque el amor no | |
tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de | |
la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. | |
Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te | |
lo diré, señora, que yo también soy de carne y de sangre moza. Cuanto más, | |
señora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no | |
hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las | |
promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus | |
virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te | |
asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino | |
asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con | |
contento y satisfación de que, ya que caíste en el lazo amoroso, es el que | |
te aprieta de valor y de estima. Y que no sólo tiene las cuatro eses que | |
dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un ABC entero: si | |
no, escúchame y verás como te le digo de coro. Él es, según yo veo y a mí | |
me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, | |
gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal, | |
quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego, tácito, verdadero. La X no | |
le cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu | |
honra. | |
»Rióse Camila del ABC de su doncella, y túvola por más plática en las cosas | |
de amor que ella decía; y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como | |
trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual | |
se turbó Camila, temiendo que era aquél camino por donde su honra podía | |
correr riesgo. Apuróla si pasaban sus pláticas a más que serlo. Ella, con | |
poca vergüenza y mucha desenvoltura, le respondió que sí pasaban; porque es | |
cosa ya cierta que los descuidos de las señoras quitan la vergüenza a las | |
criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da | |
nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan. | |
»No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su | |
hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto, | |
porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondió | |
que así lo haría, mas cumpliólo de manera que hizo cierto el temor de | |
Camila de que por ella había de perder su crédito. Porque la deshonesta y | |
atrevida Leonela, después que vio que el proceder de su ama no era el que | |
solía, atrevióse a entrar y poner dentro de casa a su amante, confiada que, | |
aunque su señora le viese, no había de osar descubrille; que este daño | |
acarrean, entre otros, los pecados de las señoras: que se hacen esclavas de | |
sus mesmas criadas y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y | |
vilezas, como aconteció con Camila; que, aunque vio una y muchas veces que | |
su Leonela estaba con su galán en un aposento de su casa, no sólo no la | |
osaba reñir, mas dábale lugar a que lo encerrase, y quitábale todos los | |
estorbos, para que no fuese visto de su marido. | |
»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al romper | |
del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser | |
alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con | |
cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la | |
perdición de todos si Camila no lo remediara. Pensó Lotario que aquel | |
hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no había | |
entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo; | |
sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con | |
él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la | |
mujer mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se | |
entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a | |
otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga. Y | |
no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen | |
entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos, | |
pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más, | |
antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que | |
las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa | |
le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo: | |
»-Sábete, Anselmo, que ha muchos días que he andado peleando conmigo mesmo, | |
haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más te | |
encubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todo | |
aquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte esta | |
verdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía por | |
probarme y ver si eran con propósito firme tratados los amores que, con tu | |
licencia, con ella he comenzado. Creí, ansimismo, que ella, si fuera la que | |
debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi | |
solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas | |
las promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu | |
casa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas -y | |
era la verdad, que allí le solía hablar Camila-; y no quiero que | |
precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido | |
el pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el | |
tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el | |
arrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre mis | |
consejos, sigue y guarda uno que ahora te diré, para que sin engaño y con | |
medroso advertimento te satisfagas de aquello que más vieres que te | |
convenga. Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces | |
sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los | |
tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen | |
mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, | |
lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que | |
esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu | |
agravio. | |
»Absorto, suspenso y admirado quedó Anselmo con las razones de Lotario, | |
porque le cogieron en tiempo donde menos las esperaba oír, porque ya tenía | |
a Camila por vencedora de los fingidos asaltos de Lotario y comenzaba a | |
gozar la gloria del vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio, | |
mirando al suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo: | |
»-Tú lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad; en todo he de | |
seguir tu consejo: haz lo que quisieres y guarda aquel secreto que ves que | |
conviene en caso tan no pensado. | |
»Prometióselo Lotario, y, en apartándose dél, se arrepintió totalmente de | |
cuanto le había dicho, viendo cuán neciamente había andado, pues pudiera él | |
vengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. Maldecía su | |
entendimiento, afeaba su ligera determinación, y no sabía qué medio tomarse | |
para deshacer lo hecho, o para dalle alguna razonable salida. Al fin, | |
acordó de dar cuenta de todo a Camila; y, como no faltaba lugar para | |
poderlo hacer, aquel mismo día la halló sola, y ella, así como vio que le | |
podía hablar, le dijo. | |
»-Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón que me le aprieta | |
de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla | |
si no lo hace, pues ha llegado la desvergüenza de Leonela a tanto, que cada | |
noche encierra a un galán suyo en esta casa y se está con él hasta el día, | |
tan a costa de mi crédito cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo al | |
que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa. Y lo que me fatiga es | |
que no la puedo castigar ni reñir: que el ser ella secretario de nuestros | |
tratos me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que | |
de aquí ha de nacer algún mal suceso. | |
»Al principio que Camila esto decía creyó Lotario que era artificio para | |
desmentille que el hombre que había visto salir era de Leonela, y no suyo; | |
pero, viéndola llorar y afligirse, y pedirle remedio, vino a creer la | |
verdad, y, en creyéndola, acabó de estar confuso y arrepentido del todo. | |
Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que él | |
ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asimismo lo | |
que, instigado de la furiosa rabia de los celos, había dicho a Anselmo, y | |
cómo estaba concertado de esconderse en la recámara, para ver desde allí a | |
la clara la poca lealtad que ella le guardaba. Pidióle perdón desta locura, | |
y consejo para poder remedialla y salir bien de tan revuelto laberinto como | |
su mal discurso le había puesto. | |
»Espantada quedó Camila de oír lo que Lotario le decía, y con mucho enojo y | |
muchas y discretas razones le riñó y afeó su mal pensamiento y la simple y | |
mala determinación que había tenido. Pero, como naturalmente tiene la mujer | |
ingenio presto para el bien y para el mal más que el varón, puesto que le | |
va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos, luego al | |
instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer inremediable | |
negocio, y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo | |
donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad para | |
que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sin | |
declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado que, en | |
estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase, y que a | |
cuanto ella le dijese le respondiese como respondiera aunque no supiera que | |
Anselmo le escuchaba. Porfió Lotario que le acabase de declarar su | |
intención, porque con más seguridad y aviso guardase todo lo que viese ser | |
necesario. | |
»-Digo -dijo Camila- que no hay más que guardar, si no fuere responderme | |
como yo os preguntare (no queriendo Camila darle antes cuenta de lo que | |
pensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que a ella tan | |
bueno le parecía, y siguiese o buscase otros que no podrían ser tan | |
buenos). | |
»Con esto, se fue Lotario; y Anselmo, otro día, con la escusa de ir aquella | |
aldea de su amigo, se partió y volvió a esconderse: que lo pudo hacer con | |
comodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela. | |
»Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar que | |
tendría el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de | |
su honra, íbase a pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía en | |
su querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela que Anselmo estaba | |
escondido, entraron en la recámara; y apenas hubo puesto los pies en ella | |
Camilia, cuando, dando un grande suspiro, dijo: | |
»-¡Ay, Leonela amiga! ¿No sería mejor que, antes que llegase a poner en | |
ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que | |
tomases la daga de Anselmo, que te he pedido, y pasases con ella este | |
infame pecho mío? Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena | |
de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los | |
atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darle | |
atrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el que me ha | |
descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, a | |
esa ventana y llámale, que, sin duda alguna, él debe de estar en la calle, | |
esperando poner en efeto su mala intención. Pero primero se pondrá la cruel | |
cuanto honrada mía. | |
»-¡Ay, señora mía! -respondió la sagaz y advertida Leonela-, y ¿qué es lo | |
que quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida o | |
quitársela a Lotario? Que cualquiera destas cosas que quieras ha de | |
redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu | |
agravio, y no des lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa y | |
nos halle solas. Mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre y | |
determinado; y, como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado, | |
quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaría | |
más mal que quitarte la vida. ¡Mal haya mi señor Anselmo, que tanto mal ha | |
querido dar a este desuellacaras en su casa! Y ya, señora, que le mates, | |
como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de | |
muerto? | |
»-¿Qué, amiga? -respondió Camila-: dejarémosle para que Anselmo le | |
entierre, pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en | |
poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale, acaba, que todo el | |
tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece que | |
ofendo a la lealtad que a mi esposo debo. | |
»Todo esto escuchaba Anselmo, y, a cada palabra que Camila decía, se le | |
mudaban los pensamientos; mas, cuando entendió que estaba resuelta en matar | |
a Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; pero | |
detúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallardía y honesta | |
resolución, con propósito de salir a tiempo que la estorbase. | |
»Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojándose encima de una | |
cama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir: | |
»-¡Ay, desdichada de mí si fuese tan sin ventura que se me muriese aquí | |
entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las | |
buenas mujeres, el ejemplo de la castidad...! | |
»Con otras cosas a éstas semejantes, que ninguno la escuchara que no la | |
tuviera por la más lastimada y leal doncella del mundo, y a su señora por | |
otra nueva y perseguida Penélope. Poco tardó en volver de su desmayo | |
Camila; y, al volver en sí, dijo: | |
»-¿Por qué no vas, Leonela, a llamar al más leal amigo de amigo que vio el | |
sol o cubrió la noche? Acaba, corre, aguija, camina, no se esfogue con la | |
tardanza el fuego de la cólera que tengo, y se pase en amenazas y | |
maldiciones la justa venganza que espero. | |
»-Ya voy a llamarle, señora mía -dijo Leonela-, mas hasme de dar primero | |
esa daga, porque no hagas cosa, en tanto que falto, que dejes con ella que | |
llorar toda la vida a todos los que bien te quieren. | |
»-Ve segura, Leonela amiga, que no haré -respondió Camila-; porque, ya que | |
sea atrevida y simple a tu parecer en volver por mi honra, no lo he de ser | |
tanto como aquella Lucrecia de quien dicen que se mató sin haber cometido | |
error alguno, y sin haber muerto primero a quien tuvo la causa de su | |
desgracia. Yo moriré, si muero, pero ha de ser vengada y satisfecha del que | |
me ha dado ocasión de venir a este lugar a llorar sus atrevimientos, | |
nacidos tan sin culpa mía. | |
»Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario, pero, | |
en fin, salió; y, entre tanto que volvía, quedó Camilia diciendo, como que | |
hablaba consigo misma: | |
»-¡Válame Dios! ¿No fuera más acertado haber despedido a Lotario, como | |
otras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condición, como ya le he | |
puesto, que me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de | |
tardar en desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo vengada, | |
ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso | |
llano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. | |
Pague el traidor con la vida lo que intentó con tan lascivo deseo: sepa el | |
mundo, si acaso llegare a saberlo, de que Camila no sólo guardó la lealtad | |
a su esposo, sino que le dio venganza del que se atrevió a ofendelle. Mas, | |
con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se la | |
apunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y creo que el no acudir | |
él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro bueno | |
y confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo | |
pudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo lo | |
creí después, por muchos días, ni lo creyera jamás, si su insolencia no | |
llegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y las | |
continuas lágrimas no me lo manifestaran. Mas, ¿para qué hago yo ahora | |
estos discursos? ¿Tiene, por ventura, una resulución gallarda necesidad de | |
consejo alguno? No, por cierto. ¡Afuera, pues, traidores; aquí, venganzas! | |
¡Entre el falso, venga, llegue, muera y acabe, y suceda lo que sucediere! | |
Limpia entré en poder del que el cielo me dio por mío, limpia he de salir | |
dél; y, cuando mucho, saldré bañada en mi casta sangre, y en la impura del | |
más falso amigo que vio la amistad en el mundo. | |
»Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando | |
tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no | |
parecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un | |
rufián desesperado. | |
»Todo lo miraba Anselmo, cubierto detrás de unos tapices donde se había | |
escondido, y de todo se admiraba, y ya le parecía que lo que había visto y | |
oído era bastante satisfación para mayores sospechas; y ya quisiera que la | |
prueba de venir Lotario faltara, temeroso de algún mal repentino suceso. Y, | |
estando ya para manifestarse y salir, para abrazar y desengañar a su | |
esposa, se detuvo porque vio que Leonela volvía con Lotario de la mano; y, | |
así como Camila le vio, haciendo con la daga en el suelo una gran raya | |
delante della, le dijo: | |
»-Lotario, advierte lo que te digo: si a dicha te atrevieres a pasar desta | |
raya que ves, ni aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas, | |
en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y, | |
antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me | |
escuches; que después responderás lo que más te agradare. Lo primero, | |
quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo, mi marido, y en qué | |
opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces a mí. | |
Respóndeme a esto, y no te turbes, ni pienses mucho lo que has de | |
responder, pues no son dificultades las que te pregunto. | |
»No era tan ignorante Lotario que, desde el primer punto que Camila le dijo | |
que hiciese esconder a Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ella | |
pensaba hacer; y así, correspondió con su intención tan discretamente, y | |
tan a tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira por más que cierta | |
verdad; y así, respondió a Camila desta manera: | |
»-No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan | |
fuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme la | |
prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más | |
fatiga el bien deseado cuanto la esperanza está más cerca de poseello; | |
pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a | |
tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; | |
y no quiero decir lo que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no me | |
hacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa | |
de mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él te | |
tiene; que, a no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ir | |
contra lo que debo a ser quien soy y contra las santas leyes de la | |
verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mí | |
rompidas y violadas. | |
»-Si eso confiesas -respondió Camila-, enemigo mortal de todo aquello que | |
justamente merece ser amado, ¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes | |
que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para | |
que vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada | |
de mí!, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti | |
mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quiero | |
llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de deliberada | |
determinación, sino de algún descuido de los que las mujeres que piensan | |
que no tienen de quién recatarse suelen hacer inadvertidamente. Si no, | |
dime: ¿cuándo, ¡oh traidor!, respondí a tus ruegos con alguna palabra o | |
señal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus | |
infames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y | |
reprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuándo tus muchas | |
promesas y mayores dádivas fueron de mí creídas, ni admitidas? Pero, por | |
parecerme que alguno no puede perseverar en el intento amoroso luengo | |
tiempo, si no es sustentado de alguna esperanza, quiero atribuirme a mí la | |
culpa de tu impertinencia, pues, sin duda, algún descuido mío ha sustentado | |
tanto tiempo tu cuidado; y así, quiero castigarme y darme la pena que tu | |
culpa merece. Y, porque vieses que, siendo conmigo tan inhumana, no era | |
posible dejar de serlo contigo, quise traerte a ser testigo del sacrificio | |
que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado de | |
ti con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mí también con el poco | |
recato que he tenido del huir la ocasión, si alguna te di, para favorecer y | |
canonizar tus malas intenciones. Torno a decir que la sospecha que tengo | |
que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la | |
que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, | |
porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero, | |
antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe | |
de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá, | |
dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se | |
dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto. | |
»Y, diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió a | |
Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela | |
en el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eran | |
falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su | |
fuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingía | |
aquel estraño embuste y fealdad que, por dalle color de verdad, la quiso | |
matizar con su misma sangre; porque, viendo que no podía haber a Lotario, o | |
fingiendo que no podía, dijo: | |
»-Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lo | |
menos, no será tan poderosa que, en parte, me quite que no le satisfaga. | |
Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía | |
asida, la sacó, y, guiando su punta por parte que pudiese herir no | |
profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del lado | |
izquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como | |
desmayada. | |
»Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía | |
dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y | |
bañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin | |
aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor que | |
hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y | |
mucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le | |
tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de | |
Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a | |
él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término. Y, | |
como sabía que le escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que le | |
oyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta la | |
juzgara. | |
»Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho, suplicando a Lotario | |
fuese a buscar quien secretamente a Camila curase; pedíale asimismo consejo | |
y parecer de lo que dirían a Anselmo de aquella herida de su señora, si | |
acaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que | |
quisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sólo le | |
dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde gentes no le | |
viesen. Y, con muestras de mucho dolor y sentimiento, se salió de casa; y, | |
cuando se vio solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacerse | |
cruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan | |
proprios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo de | |
que tenía por mujer a una segunda Porcia, y deseaba verse con él para | |
celebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudiera | |
imaginarse. | |
»Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora, que no era más de | |
aquello que bastó para acreditar su embuste; y, lavando con un poco de vino | |
la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones, en tanto | |
que la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer | |
creer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad. | |
»Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y | |
de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario | |
tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía. Pedía consejo a | |
su doncella si daría, o no, todo aquel suceso a su querido esposo; la cual | |
le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de | |
Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer | |
estaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalle | |
todas aquellas que le fuese posible. | |
»Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer y que ella le | |
seguiría; pero que en todo caso convenía buscar qué decir a Anselmo de la | |
causa de aquella herida, que él no podría dejar de ver; a lo que Leonela | |
respondía que ella, ni aun burlando, no sabía mentir. | |
»-Pues yo, hermana -replicó Camila-, ¿qué tengo de saber, que no me | |
atreveré a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida? Y | |
si es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor será decirle la verdad | |
desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta. | |
»-No tengas pena, señora: de aquí a mañana -respondió Leonela- yo pensaré | |
qué le digamos, y quizá que, por ser la herida donde es, la podrás | |
encubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestros | |
tan justos y tan honrados pensamientos. Sosiégate, señora mía, y procura | |
sosegar tu alteración, porque mi señor no te halle sobresaltada, y lo demás | |
déjalo a mi cargo, y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos. | |
»Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia | |
de la muerte de su honra; la cual con tan estraños y eficaces afectos la | |
representaron los personajes della, que pareció que se habían transformado | |
en la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche, y el tener | |
lugar para salir de su casa, y ir a verse con su buen amigo Lotario, | |
congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en el | |
desengaño de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de darle | |
lugar y comodidad a que saliese, y él, sin perdella, salió y luego fue a | |
buscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar los | |
abrazos que le dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas que | |
dio a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna | |
alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su | |
amigo y cuán injustamente él le agraviaba. Y, aunque Anselmo veía que | |
Lotario no se alegraba, creía ser la causa por haber dejado a Camila herida | |
y haber él sido la causa; y así, entre otras razones, le dijo que no | |
tuviese pena del suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera, | |
pues quedaban de concierto de encubrírsela a él; y que, según esto, no | |
había de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y alegrase con él, | |
pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidad | |
que acertara desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientos | |
que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la | |
memoria de los siglos venideros. Lotario alabó su buena determinación y | |
dijo que él, por su parte, ayudaría a levantar tan ilustre edificio. | |
»Con esto quedó Anselmo el hombre más sabrosamente engañado que pudo haber | |
en el mundo: él mismo llevó por la mano a su casa, creyendo que llevaba el | |
instrumento de su gloria, toda la perdición de su fama. Recebíale Camila | |
con rostro, al parecer, torcido, aunque con alma risueña. Duró este engaño | |
algunos días, hasta que, al cabo de pocos meses, volvió Fortuna su rueda y | |
salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a | |
Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad.» | |
Capítulo XXXV. Donde se da fin a la novela del Curioso impertinente | |
Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón donde | |
reposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces: | |
-Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más | |
reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha dado | |
una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le | |
ha tajado la cabeza, cercen a cercen, como si fuera un nabo! | |
-¿Qué dices, hermano? -dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela | |
quedaba-. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, | |
estando el gigante dos mil leguas de aquí? | |
En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía a | |
voces: | |
-¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo, y no te ha de valer | |
tu cimitarra! | |
Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho: | |
-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a | |
ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna, el | |
gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, que | |
yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, | |
que es tamaña como un gran cuero de vino. | |
-Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote, o don diablo, | |
no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su | |
cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece | |
sangre a este buen hombre. | |
Y, con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don | |
Quijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era | |
tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás | |
tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de | |
vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, | |
grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la | |
manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el | |
porqué; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba | |
cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente | |
estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos | |
abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el | |
gigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a | |
fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y | |
que ya estaba en la pelea con su enemigo. Y había dado tantas cuchilladas | |
en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento | |
estaba lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo que | |
arremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes | |
que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del | |
gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que | |
el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo y se le echó por | |
todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote; mas no con tanto | |
acuerdo que echase de ver de la manera que estaba. | |
Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a | |
ver la batalla de su ayudador y de su contrario. | |
Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no | |
la hallaba, dijo: | |
-Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este | |
mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, | |
sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece | |
por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre | |
corría del cuerpo como de una fuente. | |
-¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? -dijo el | |
ventero-. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que | |
estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este | |
aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó? | |
-No sé nada -respondió Sancho-; sólo sé que vendré a ser tan desdichado | |
que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal | |
en el agua. | |
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las | |
promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la | |
flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser | |
como la vez pasada, que se le fueron sin pagar; y que ahora no le habían de | |
valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo | |
otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a | |
los rotos cueros. | |
Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había | |
acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se | |
hincó de rodillas delante del cura, diciendo: | |
-Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, | |
segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, de | |
hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto | |
Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he | |
cumplido. | |
-¿No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sí que no estaba yo borracho: | |
¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: | |
mi condado está de molde! | |
¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos | |
reían sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieron | |
el barbero, Cardenio y el cura que, con no poco trabajo, dieron con don | |
Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo | |
cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar | |
a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque más | |
tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la | |
repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito: | |
-En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, | |
que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada | |
se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para él y | |
para su escudero, y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero | |
aventurero (que mala ventura le dé Dios a él y a cuantos aventureros hay en | |
el mundo) y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba | |
escrito en los aranceles de la caballería andantesca. Y ahora, por su | |
respeto, vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de | |
dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la | |
quiere mi marido. Y, por fin y remate de todo, romperme mis cueros y | |
derramarme mi vino; que derramada le vea yo su sangre. ¡Pues no se piense; | |
que, por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han | |
de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo ni sería | |
hija de quien soy! | |
Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala | |
su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se | |
sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo | |
mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del | |
menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló a | |
Sancho Panza diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad | |
que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose | |
pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. | |
Consolóse con esto Sancho, y aseguró a la princesa que tuviese por cierto | |
que él había visto la cabeza del gigante, y que, por más señas, tenía una | |
barba que le llegaba a la cintura; y que si no parecía, era porque todo | |
cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había | |
probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y | |
que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca. | |
Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vio que | |
faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase. | |
Él, que a todos quiso dar gusto, y por el que él tenía de leerla, prosiguió | |
el cuento, que así decía: | |
«Sucedió, pues, que, por la satisfación que Anselmo tenía de la bondad de | |
Camila, vivía una vida contenta y descuidada, y Camila, de industria, hacía | |
mal rostro a Lotario, porque Anselmo entendiese al revés de la voluntad que | |
le tenía; y, para más confirmación de su hecho, pidió licencia Lotario para | |
no venir a su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su | |
vista Camila recebía; mas el engañado Anselmo le dijo que en ninguna manera | |
tal hiciese. Y, desta manera, por mil maneras era Anselmo el fabricador de | |
su deshonra, creyendo que lo era de su gusto. | |
»En esto, el que tenía Leonela de verse cualificada, no de con sus amores, | |
llegó a tanto que, sin mirar a otra cosa, se iba tras él a suelta rienda, | |
fiada en que su señora la encubría, y aun la advertía del modo que con poco | |
recelo pudiese ponerle en ejecución. En fin, una noche sintió Anselmo pasos | |
en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió | |
que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y | |
tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un | |
hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a | |
alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela | |
se abrazó con él, diciéndole: | |
»-Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó; | |
es cosa mía, y tanto, que es mi esposo. | |
»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso | |
herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría. | |
Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: | |
»-No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que | |
puedes imaginar. | |
»-Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres. | |
»-Por ahora será imposible -dijo Leonela-, según estoy de turbada; déjame | |
hasta mañana, que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar; y está | |
seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo desta ciudad, que me | |
ha dado la mano de ser mi esposo. | |
»Sosegóse con esto Anselmo y quiso aguardar el término que se le pedía, | |
porque no pensaba oír cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad | |
tan satisfecho y seguro; y así, se salió del aposento y dejó encerrada en | |
él a Leonela, diciéndole que de allí no saldría hasta que le dijese lo que | |
tenía que decirle. | |
»Fue luego a ver a Camila y a decirle, como le dijo, todo aquello que con | |
su doncella le había pasado, y la palabra que le había dado de decirle | |
grandes cosas y de importancia. Si se turbó Camila o no, no hay para qué | |
decirlo, porque fue tanto el temor que cobró, creyendo verdaderamente -y | |
era de creer- que Leonela había de decir a Anselmo todo lo que sabía de su | |
poca fe, que no tuvo ánimo para esperar si su sospecha salía falsa o no. Y | |
aquella mesma noche, cuando le pareció que Anselmo dormía, juntó las | |
mejores joyas que tenía y algunos dineros, y, sin ser de nadie sentida, | |
salió de casa y se fue a la de Lotario, a quien contó lo que pasaba, y le | |
pidió que la pusiese en cobro, o que se ausentasen los dos donde de Anselmo | |
pudiesen estar seguros. La confusión en que Camila puso a Lotario fue tal, | |
que no le sabía responder palabra, ni menos sabía resolverse en lo que | |
haría. | |
»En fin, acordó de llevar a Camila a un monesterio, en quien era priora una | |
su hermana. Consintió Camila en ello, y, con la presteza que el caso pedía, | |
la llevó Lotario y la dejó en el monesterio, y él, ansimesmo, se ausentó | |
luego de la ciudad, sin dar parte a nadie de su ausencia. | |
»Cuando amaneció, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, | |
con el deseo que tenía de saber lo que Leonela quería decirle, se levantó y | |
fue adonde la había dejado encerrada. Abrió y entró en el aposento, pero no | |
halló en él a Leonela: sólo halló puestas unas sábanas añudadas a la | |
ventana, indicio y señal que por allí se había descolgado e ido. Volvió | |
luego muy triste a decírselo a Camila, y, no hallándola en la cama ni en | |
toda la casa, quedó asombrado.Preguntó a los criados de casa por ella, pero | |
nadie le supo dar razón de lo que pedía. | |
»Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres abiertos y que | |
dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta | |
de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. Y, ansí | |
como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta | |
de su desdicha a su amigo Lotario. Mas, cuando no le halló, y sus criados | |
le dijeron que aquella noche había faltado de casa y había llevado consigo | |
todos los dineros que tenía, pensó perder el juicio. Y, para acabar de | |
concluir con todo, volviéndose a su casa, no halló en ella ninguno de | |
cuantos criados ni criadas tenía, sino la casa desierta y sola. | |
»No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se le iba | |
volviendo el juicio. Contemplábase y mirábase en un instante sin mujer, sin | |
amigo y sin criados; desamparado, a su parecer, del cielo que le cubría, y | |
sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vio su perdición. | |
»Resolvióse, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su | |
amigo, donde había estado cuando dio lugar a que se maquinase toda aquella | |
desventura. Cerró las puertas de su casa, subió a caballo, y con desmayado | |
aliento se puso en camino; y, apenas hubo andado la mitad, cuando, acosado | |
de sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un | |
árbol, a cuyo tronco se dejó caer, dando tiernos y dolorosos suspiros, y | |
allí se estuvo hasta casi que anochecía; y aquella hora vio que venía un | |
hombre a caballo de la ciudad, y, después de haberle saludado, le preguntó | |
qué nuevas había en Florencia. El ciudadano respondió: | |
»-Las más estrañas que muchos días ha se han oído en ella; porque se dice | |
públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivía | |
a San Juan, se llevó esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco | |
parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche la halló el | |
gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de | |
Anselmo. En efeto, no sé puntualmente cómo pasó el negocio; sólo sé que | |
toda la ciudad está admirada deste suceso, porque no se podía esperar tal | |
hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, | |
que los llamaban los dos amigos. | |
»-¿Sábese, por ventura -dijo Anselmo-, el camino que llevan Lotario y | |
Camila? | |
»-Ni por pienso -dijo el ciudadano-, puesto que el gobernador ha usado de | |
mucha diligencia en buscarlos | |
»-A Dios vais, señor -dijo Anselmo. | |
»-Con Él quedéis -respondió el ciudadano, y fuese. | |
»Con tan desdichadas nuevas, casi casi llegó a términos Anselmo, no sólo de | |
perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantóse como pudo y llegó a | |
casa de su amigo, que aún no sabía su desgracia; mas, como le vio llegar | |
amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. | |
Pidió luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. | |
Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aun que | |
le cerrasen la puerta. Viéndose, pues, solo, comenzó a cargar tanto la | |
imaginación de su desventura, que claramente conoció que se le iba acabando | |
la vida; y así, ordenó de dejar noticia de la causa de su estraña muerte; | |
y, comenzando a escribir, antes que acabase de poner todo lo que quería, le | |
faltó el aliento y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su | |
curiosidad impertinente. | |
»Viendo el señor de casa que era ya tarde y que Anselmo no llamaba, acordó | |
de entrar a saber si pasaba adelante su indisposición, y hallóle tendido | |
boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, | |
sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la | |
pluma en la mano. Llegóse el huésped a él, habiéndole llamado primero; y, | |
trabándole por la mano, viendo que no le respondía y hallándole frío, vio | |
que estaba muerto. Admiróse y congojóse en gran manera, y llamó a la gente | |
de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida; y, finalmente, | |
leyó el papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual | |
contenía estas razones: | |
Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte | |
llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba | |
ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella | |
los hiciese; y, pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para | |
qué... | |
»Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, | |
sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dio aviso su amigo | |
a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia, | |
y el monesterio donde Camila estaba, casi en el término de acompañar a su | |
esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por | |
las que supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vio viuda, no quiso | |
salir del monesterio, ni, menos, hacer profesión de monja, hasta que, no de | |
allí a muchos días, le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una | |
batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo | |
Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el | |
tarde arrepentido amigo; lo cual sabido por Camila, hizo profesión, y acabó | |
en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías. | |
Éste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.» | |
-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que | |
esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede | |
imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia | |
como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase | |
llevar, pero entre marido y mujer, algo tiene del imposible; y, en lo que | |
toca al modo de contarle, no me descontenta. | |
Capítulo XXXVI. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote | |
tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta | |
le sucedieron | |
Estando en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo: | |
-Esta que viene es una hermosa tropa de huéspedes: si ellos paran aquí, | |
gaudeamus tenemos. | |
-¿Qué gente es? -dijo Cardenio. | |
-Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con | |
lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una | |
mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y | |
otros dos mozos de a pie. | |
-¿Vienen muy cerca? -preguntó el cura. | |
-Tan cerca -respondió el ventero-, que ya llegan. | |
Oyendo esto Dorotea, se cubrió el rostro, y Cardenio se entró en el | |
aposento de don Quijote; y casi no habían tenido lugar para esto, cuando | |
entraron en la venta todos los que el ventero había dicho; y, apeándose los | |
cuatro de a caballo, que de muy gentil talle y disposición eran, fueron a | |
apear a la mujer que en el sillón venía; y, tomándola uno dellos en sus | |
brazos, la sentó en una silla que estaba a la entrada del aposento donde | |
Cardenio se había escondido. En todo este tiempo, ni ella ni ellos se | |
habían quitado los antifaces, ni hablado palabra alguna; sólo que, al | |
sentarse la mujer en la silla, dio un profundo suspiro y dejó caer los | |
brazos, como persona enferma y desmayada. Los mozos de a pie llevaron los | |
caballos a la caballeriza. | |
Viendo esto el cura, deseoso de saber qué gente era aquella que con tal | |
traje y tal silencio estaba, se fue donde estaban los mozos, y a uno dellos | |
le preguntó lo que ya deseaba; el cual le respondió: | |
-Pardiez, señor, yo no sabré deciros qué gente sea ésta; sólo sé que | |
muestra ser muy principal, especialmente aquel que llegó a tomar en sus | |
brazos a aquella señora que habéis visto; y esto dígolo porque todos los | |
demás le tienen respeto, y no se hace otra cosa más de la que él ordena y | |
manda. | |
-Y la señora, ¿quién es? -preguntó el cura. | |
-Tampoco sabré decir eso -respondió el mozo-, porque en todo el camino no | |
la he visto el rostro; suspirar sí la he oído muchas veces, y dar unos | |
gemidos que parece que con cada uno dellos quiere dar el alma. Y no es de | |
maravillar que no sepamos más de lo que habemos dicho, porque mi compañero | |
y yo no ha más de dos días que los acompañamos; porque, habiéndolos | |
encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que viniésemos con | |
ellos hasta el Andalucía, ofreciéndose a pagárnoslo muy bien. | |
-¿Y habéis oído nombrar a alguno dellos? -preguntó el cura. | |
-No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto | |
silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los | |
suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin | |
duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se | |
puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más | |
cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va | |
triste, como parece. | |
-Todo podría ser -dijo el cura. | |
Y, dejándolos, se volvió adonde estaba Dorotea, la cual, como había oído | |
suspirar a la embozada, movida de natural compasión, se llegó a ella y le | |
dijo: | |
-¿Qué mal sentís, señora mía? Mirad si es alguno de quien las mujeres | |
suelen tener uso y experiencia de curarle, que de mi parte os ofrezco una | |
buena voluntad de serviros. | |
A todo esto callaba la lastimada señora; y, aunque Dorotea tornó con | |
mayores ofrecimientos, todavía se estaba en su silencio, hasta que llegó el | |
caballero embozado que dijo el mozo que los demás obedecían, y dijo a | |
Dorotea: | |
-No os canséis, señora, en ofrecer nada a esa mujer, porque tiene por | |
costumbre de no agradecer cosa que por ella se hace, ni procuréis que os | |
responda, si no queréis oír alguna mentira de su boca. | |
-Jamás la dije -dijo a esta sazón la que hasta allí había estado callando-; | |
antes, por ser tan verdadera y tan sin trazas mentirosas, me veo ahora en | |
tanta desventura; y desto vos mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi | |
pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso. | |
Oyó estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba | |
tan junto de quien las decía que sola la puerta del aposento de don Quijote | |
estaba en medio; y, así como las oyó, dando una gran voz dijo: | |
-¡Válgame Dios! ¿Qué es esto que oigo? ¿Qué voz es esta que ha llegado a | |
mis oídos? | |
Volvió la cabeza a estos gritos aquella señora, toda sobresaltada, y, no | |
viendo quién las daba, se levantó en pie y fuese a entrar en el aposento; | |
lo cual visto por el caballero, la detuvo, sin dejarla mover un paso. A | |
ella, con la turbación y desasosiego, se le cayó el tafetán con que traía | |
cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro | |
milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba | |
rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahínco, | |
que parecía persona fuera de juicio; cuyas señales, sin saber por qué las | |
hacía, pusieron gran lástima en Dorotea y en cuantos la miraban. Teníala el | |
caballero fuertemente asida por las espaldas, y, por estar tan ocupado en | |
tenerla, no pudo acudir a alzarse el embozo, que se le caía, como, en | |
efeto, se le cayó del todo; y, alzando los ojos Dorotea, que abrazada con | |
la señora estaba, vio que el que abrazada ansimesmo la tenía era su esposo | |
don Fernando; y, apenas le hubo conocido, cuando, arrojando de lo íntimo de | |
sus entrañas un luengo y tristísimo ''¡ay!'', se dejó caer de espaldas | |
desmayada; y, a no hallarse allí junto el barbero, que la recogió en los | |
brazos, ella diera consigo en el suelo. | |
Acudió luego el cura a quitarle el embozo, para echarle agua en el rostro, | |
y así como la descubrió la conoció don Fernando, que era el que estaba | |
abrazado con la otra, y quedó como muerto en verla; pero no porque dejase, | |
con todo esto, de tener a Luscinda, que era la que procuraba soltarse de | |
sus brazos; la cual había conocido en el suspiro a Cardenio, y él la había | |
conocido a ella. Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se | |
cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento | |
despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazada a | |
Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, | |
Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo | |
que les había acontecido. | |
Callaban todos y mirábanse todos: Dorotea a don Fernando, don Fernando a | |
Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Mas quien primero | |
rompió el silencio fue Luscinda, hablando a don Fernando desta manera: | |
-Dejadme, señor don Fernando, por lo que debéis a ser quien sois, ya que | |
por otro respeto no lo hagáis; dejadme llegar al muro de quien yo soy | |
yedra, al arrimo de quien no me han podido apartar vuestras | |
importunaciones, vuestras amenazas, vuestras promesas ni vuestras dádivas. | |
Notad cómo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha | |
puesto a mi verdadero esposo delante. Y bien sabéis por mil costosas | |
experiencias que sola la muerte fuera bastante para borrarle de mi memoria. | |
Sean, pues, parte tan claros desengaños para que volváis, ya que no podáis | |
hacer otra cosa, el amor en rabia, la voluntad en despecho, y acabadme con | |
él la vida; que, como yo la rinda delante de mi buen esposo, la daré por | |
bien empleada: quizá con mi muerte quedará satisfecho de la fe que le | |
mantuve hasta el último trance de la vida. | |
Había en este entretanto vuelto Dorotea en sí, y había estado escuchando | |
todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de | |
quién ella era; que, viendo que don Fernando aún no la dejaba de los | |
brazos, ni respondía a sus razones, esforzándose lo más que pudo, se | |
levantó y se fue a hincar de rodillas a sus pies; y, derramando mucha | |
cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó a decir: | |
-Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos | |
eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de | |
ver que la que a tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú | |
quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde a quien | |
tú, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder | |
llamarse tuya. Soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió | |
vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al parecer, | |
justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó | |
las llaves de su libertad: dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra | |
bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte | |
yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que cayese | |
en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, | |
habiéndome traído sólo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. | |
Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera que, aunque ahora | |
quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío. Mira, señor | |
mío, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas | |
la incomparable voluntad que te tengo. Tú no puedes ser de la hermosa | |
Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y | |
más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien | |
te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tú | |
solicitaste mi descuido, tú rogaste a mi entereza, tú no ignoraste mi | |
calidad, tú sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad: no | |
te queda lugar ni acogida de llamarte a engaño. Y si esto es así, como lo | |
es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por tantos rodeos | |
dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los | |
principios? Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y | |
legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que, como | |
yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas, | |
con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; | |
no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios | |
que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece | |
que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que | |
pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este | |
camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en | |
las ilustres decendencias; cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en | |
la virtud, y si ésta a ti te falta, negándome lo que tan justamente me | |
debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, | |
señor, lo que últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu | |
esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si | |
ya es que te precias de aquello por que me desprecias; testigo será la | |
firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste por testigo de | |
lo que me prometías. Y, cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha | |
de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por | |
esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y contentos. | |
Estas y otras razones dijo la lastimada Dorotea, con tanto sentimiento y | |
lágrimas, que los mismos que acompañaban a don Fernando, y cuantos | |
presentes estaban, la acompañaron en ellas. Escuchóla don Fernando sin | |
replicalle palabra, hasta que ella dio fin a las suyas y principio a tantos | |
sollozos y suspiros, que bien había de ser corazón de bronce el que con | |
muestras de tanto dolor no se enterneciera. Mirándola estaba Luscinda, no | |
menos lastimada de su sentimiento que admirada de su mucha discreción y | |
hermosura; y, aunque quisiera llegarse a ella y decirle algunas palabras de | |
consuelo, no la dejaban los brazos de don Fernando, que apretada la tenían. | |
El cual, lleno de confusión y espanto, al cabo de un buen espacio que | |
atentamente estuvo mirando a Dorotea, abrió los brazos y, dejando libre a | |
Luscinda, dijo: | |
-Venciste, hermosa Dorotea, venciste; porque no es posible tener ánimo para | |
negar tantas verdades juntas. | |
Con el desmayo que Luscinda había tenido, así como la dejó don Fernando, | |
iba a caer en el suelo; mas, hallándose Cardenio allí junto, que a las | |
espaldas de don Fernando se había puesto porque no le conociese, | |
prosupuesto todo temor y aventurando a todo riesgo, acudió a sostener a | |
Luscinda, y, cogiéndola entre sus brazos, le dijo: | |
-Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algún descanso, leal, | |
firme y hermosa señora mía, en ninguna parte creo yo que le tendrás más | |
seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y otro tiempo te | |
recibieron, cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mía. | |
A estas razones, puso Luscinda en Cardenio los ojos, y, habiendo comenzado | |
a conocerle, primero por la voz, y asegurándose que él era con la vista, | |
casi fuera de sentido y sin tener cuenta a ningún honesto respeto, le echó | |
los brazos al cuello, y, juntando su rostro con el de Cardenio, le dijo: | |
-Vos sí, señor mío, sois el verdadero dueño desta vuestra captiva, aunque | |
más lo impida la contraria suerte, y, aunque más amenazas le hagan a esta | |
vida que en la vuestra se sustenta. | |
Estraño espectáculo fue éste para don Fernando y para todos los | |
circunstantes, admirándose de tan no visto suceso. Parecióle a Dorotea que | |
don Fernando había perdido la color del rostro y que hacía ademán de querer | |
vengarse de Cardenio, porque le vio encaminar la mano a ponella en la | |
espada; y, así como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por | |
las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado, que no le dejaba mover, | |
y, sin cesar un punto de sus lágrimas, le decía: | |
-¿Qué es lo que piensas hacer, único refugio mío, en este tan impensado | |
trance? Tú tienes a tus pies a tu esposa, y la que quieres que lo sea está | |
en los brazos de su marido. Mira si te estará bien o te será posible | |
deshacer lo que el cielo ha hecho, o si te convendrá querer levantar a | |
igualar a ti mismo a la que, pospuesto todo inconveniente, confirmada en su | |
verdad y firmeza, delante de tus ojos tiene los suyos, bañados de licor | |
amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te | |
ruego, y por quien tú eres te suplico, que este tan notorio desengaño no | |
sólo no acreciente tu ira, sino que la mengüe en tal manera, que con | |
quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le tengan, sin | |
impedimiento tuyo, todo el tiempo que el cielo quisiere concedérsele; y en | |
esto mostrarás la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo | |
que tiene contigo más fuerza la razón que el apetito. | |
En tanto que esto decía Dorotea, aunque Cardenio tenía abrazada a Luscinda, | |
no quitaba los ojos de don Fernando, con determinación de que, si le viese | |
hacer algún movimiento en su perjuicio, procurar defenderse y ofender como | |
mejor pudiese a todos aquellos que en su daño se mostrasen, aunque le | |
costase la vida. Pero a esta sazón acudieron los amigos de don Fernando, y | |
el cura y el barbero, que a todo habían estado presentes, sin que faltase | |
el bueno de Sancho Panza, y todos rodeaban a don Fernando, suplicándole | |
tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea; y que, siendo verdad, | |
como sin duda ellos creían que lo era, lo que en sus razones había dicho, | |
que no permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas. Que | |
considerase que, no acaso, como parecía, sino con particular providencia | |
del cielo, se habían todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba; y | |
que advirtiese -dijo el cura- que sola la muerte podía apartar a Luscinda | |
de Cardenio; y, aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos | |
tendrían por felicísima su muerte; y que en los lazos inremediables era | |
suma cordura, forzándose y venciéndose a sí mismo, mostrar un generoso | |
pecho, permitiendo que por sola su voluntad los dos gozasen el bien que el | |
cielo ya les había concedido; que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad | |
de Dorotea, y vería que pocas o ninguna se le podían igualar, cuanto más | |
hacerle ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad y el estremo del | |
amor que le tenía; y, sobre todo, advirtiese que si se preciaba de | |
caballero y de cristiano, que no podía hacer otra cosa que cumplille la | |
palabra dada, y que, cumpliéndosela, cumpliría con Dios y satisfaría a las | |
gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerrogativa de la | |
hermosura, aunque esté en sujeto humilde, como se acompañe con la | |
honestidad, poder levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de | |
menoscabo del que la levanta e iguala a sí mismo; y, cuando se cumplen las | |
fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser | |
culpado el que las sigue. | |
En efeto, a estas razones añadieron todos otras, tales y tantas, que el | |
valeroso pecho de don Fernando (en fin, como alimentado con ilustre sangre) | |
se ablandó y se dejó vencer de la verdad, que él no pudiera negar aunque | |
quisiera; y la señal que dio de haberse rendido y entregado al buen parecer | |
que se le había propuesto fue abajarse y abrazar a Dorotea, diciéndole: | |
-Levantaos, señora mía, que no es justo que esté arrodillada a mis pies la | |
que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado muestras de lo que | |
digo, quizá ha sido por orden del cielo, para que, viendo yo en vos la fe | |
con que me amáis, os sepa estimar en lo que merecéis. Lo que os ruego es | |
que no me reprehendáis mi mal término y mi mucho descuido, pues la misma | |
ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mía, esa misma me impelió | |
para procurar no ser vuestro. Y que esto sea verdad, volved y mirad los | |
ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallaréis disculpa de todos mis | |
yerros; y, pues ella halló y alcanzó lo que deseaba, y yo he hallado en vos | |
lo que me cumple, viva ella segura y contenta luengos y felices años con su | |
Cardenio, que yo rogaré al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea. | |
Y, diciendo esto, la tornó a abrazar y a juntar su rostro con el suyo, con | |
tan tierno sentimiento, que le fue necesario tener gran cuenta con que las | |
lágrimas no acabasen de dar indubitables señas de su amor y | |
arrepentimiento. No lo hicieron así las de Luscinda y Cardenio, y aun las | |
de casi todos los que allí presentes estaban, porque comenzaron a derramar | |
tantas, los unos de contento proprio y los otros del ajeno, que no parecía | |
sino que algún grave y mal caso a todos había sucedido. Hasta Sancho Panza | |
lloraba, aunque después dijo que no lloraba él sino por ver que Dorotea no | |
era, como él pensaba, la reina Micomicona, de quien él tantas mercedes | |
esperaba. Duró algún espacio, junto con el llanto, la admiración en todos, | |
y luego Cardenio y Luscinda se fueron a poner de rodillas ante don | |
Fernando, dándole gracias de la merced que les había hecho con tan corteses | |
razones, que don Fernando no sabía qué responderles; y así, los levantó y | |
abrazó con muestras de mucho amor y de mucha cortesía. | |
Preguntó luego a Dorotea le dijese cómo había venido a aquel lugar tan | |
lejos del suyo. Ella, con breves y discretas razones, contó todo lo que | |
antes había contado a Cardenio, de lo cual gustó tanto don Fernando y los | |
que con él venían, que quisieran que durara el cuento más tiempo: tanta era | |
la gracia con que Dorotea contaba sus desventuras. Y, así como hubo | |
acabado, dijo don Fernando lo que en la ciudad le había acontecido después | |
que halló el papel en el seno de Luscinda, donde declaraba ser esposa de | |
Cardenio y no poderlo ser suya. Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de | |
sus padres no fuera impedido; y que así, se salió de su casa, despechado y | |
corrido, con determinación de vengarse con más comodidad; y que otro día | |
supo como Luscinda había faltado de casa de sus padres, sin que nadie | |
supiese decir dónde se había ido, y que, en resolución, al cabo de algunos | |
meses vino a saber como estaba en un monesterio, con voluntad de quedarse | |
en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que, así como lo | |
supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar | |
donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso que, en sabiendo | |
que él estaba allí, había de haber más guarda en el monesterio; y así, | |
aguardando un día a que la portería estuviese abierta, dejó a los dos a la | |
guarda de la puerta, y él, con otro, habían entrado en el monesterio | |
buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una | |
monja; y, arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con | |
ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para | |
traella. Todo lo cual habían podido hacer bien a su salvo, por estar el | |
monesterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo. Dijo que, así como | |
Luscinda se vio en su poder, perdió todos los sentidos; y que, después de | |
vuelta en sí, no había hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar | |
palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían | |
llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se | |
rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra. | |
Capítulo XXXVII. Que prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, | |
con otras graciosas aventuras | |
Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se | |
le desparecían e iban en humo las esperanzas de su ditado, y que la linda | |
princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea, y el gigante en don | |
Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de | |
todo lo sucedido. No se podía asegurar Dorotea si era soñado el bien que | |
poseía. Cardenio estaba en el mismo pensamiento, y el de Luscinda corría | |
por la misma cuenta. Don Fernando daba gracias al cielo por la merced | |
recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto, donde se hallaba | |
tan a pique de perder el crédito y el alma; y, finalmente, cuantos en la | |
venta estaban, estaban contentos y gozosos del buen suceso que habían | |
tenido tan trabados y desesperados negocios. | |
Todo lo ponía en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el | |
parabién del bien alcanzado; pero quien más jubilaba y se contentaba era la | |
ventera, por la promesa que Cardenio y el cura le habían hecho de pagalle | |
todos los daños e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen | |
venido. Sólo Sancho, como ya se ha dicho, era el afligido, el desventurado | |
y el triste; y así, con malencónico semblante, entró a su amo, el cual | |
acababa de despertar, a quien dijo: | |
-Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que | |
quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante, ni de volver a la princesa | |
su reino: que ya todo está hecho y concluido. | |
-Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante | |
la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días | |
de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue | |
tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si | |
fueran de agua. | |
-Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor | |
-respondió Sancho-, porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo | |
sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas | |
de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta | |
que me parió, y llévelo todo Satanás. | |
-Y ¿qué es lo que dices, loco? -replicó don Quijote-. ¿Estás en tu seso? | |
-Levántese vuestra merced -dijo Sancho-, y verá el buen recado que ha | |
hecho, y lo que tenemos que pagar; y verá a la reina convertida en una dama | |
particular, llamada Dorotea, con otros sucesos que, si cae en ellos, le han | |
de admirar. | |
-No me maravillaría de nada deso -replicó don Quijote-, porque, si bien te | |
acuerdas, la otra vez que aquí estuvimos te dije yo que todo cuanto aquí | |
sucedía eran cosas de encantamento, y no sería mucho que ahora fuese lo | |
mesmo. | |
-Todo lo creyera yo -respondió Sancho-, si también mi manteamiento fuera | |
cosa dese jaez, mas no lo fue, sino real y verdaderamente; y vi yo que el | |
ventero que aquí está hoy día tenía del un cabo de la manta, y me empujaba | |
hacia el cielo con mucho donaire y brío, y con tanta risa como fuerza; y | |
donde interviene conocerse las personas, tengo para mí, aunque simple y | |
pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala | |
ventura. | |
-Ahora bien, Dios lo remediará -dijo don Quijote-. Dame de vestir y déjame | |
salir allá fuera, que quiero ver los sucesos y transformaciones que dices. | |
Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestía, contó el cura a | |
don Fernando y a los demás las locuras de don Quijote, y del artificio que | |
habían usado para sacarle de la Peña Pobre, donde él se imaginaba estar por | |
desdenes de su señora. Contóles asimismo casi todas las aventuras que | |
Sancho había contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles | |
lo que a todos parecía: ser el más estraño género de locura que podía caber | |
en pensamiento desparatado. Dijo más el cura: que, pues ya el buen suceso | |
de la señora Dorotea impidía pasar con su disignio adelante, que era | |
menester inventar y hallar otro para poderle llevar a su tierra. Ofrecióse | |
Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda haría y representaría la | |
persona de Dorotea. | |
-No -dijo don Fernando-, no ha de ser así: que yo quiero que Dorotea | |
prosiga su invención; que, como no sea muy lejos de aquí el lugar deste | |
buen caballero, yo holgaré de que se procure su remedio. | |
-No está más de dos jornadas de aquí. | |
-Pues, aunque estuviera más, gustara yo de caminallas, a trueco de hacer | |
tan buena obra. | |
Salió, en esto, don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, | |
aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y | |
arrimado a su tronco o lanzón. Suspendió a don Fernando y a los demás la | |
estraña presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de | |
andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado | |
continente, y estuvieron callando hasta ver lo que él decía, el cual, con | |
mucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea, dijo: | |
-Estoy informado, hermosa señora, deste mi escudero que la vuestra grandeza | |
se ha aniquilado, y vuestro ser se ha deshecho, porque de reina y gran | |
señora que solíades ser os habéis vuelto en una particular doncella. Si | |
esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo | |
no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la | |
misa la media, y que fue poco versado en las historias caballerescas, | |
porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio | |
como yo las pasé y leí, hallara a cada paso cómo otros caballeros de menor | |
fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho | |
matar a un gigantillo, por arrogante que sea; porque no ha muchas horas que | |
yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el | |
tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos. | |
-Vístesos vos con dos cueros, que no con un gigante -dijo a esta sazón el | |
ventero. | |
Al cual mandó don Fernando que callase y no interrumpiese la plática de don | |
Quijote en ninguna manera; y don Quijote prosiguió diciendo: | |
-Digo, en fin, alta y desheredada señora, que si por la causa que he dicho | |
vuestro padre ha hecho este metamorfóseos en vuestra persona, que no le | |
deis crédito alguno, porque no hay ningún peligro en la tierra por quien no | |
se abra camino mi espada, con la cual, poniendo la cabeza de vuestro | |
enemigo en tierra, os pondré a vos la corona de la vuestra en la cabeza en | |
breves días. | |
No dijo más don Quijote, y esperó a que la princesa le respondiese, la | |
cual, como ya sabía la determinación de don Fernando de que se prosiguiese | |
adelante en el engaño hasta llevar a su tierra a don Quijote, con mucho | |
donaire y gravedad, le respondió: | |
-Quienquiera que os dijo, valeroso caballero de la Triste Figura, que yo me | |
había mudado y trocado de mi ser, no os dijo lo cierto, porque la misma que | |
ayer fui me soy hoy. Verdad es que alguna mudanza han hecho en mí ciertos | |
acaecimientos de buena ventura, que me la han dado la mejor que yo pudiera | |
desearme, pero no por eso he dejado de ser la que antes y de tener los | |
mesmos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso e invenerable | |
brazo que siempre he tenido. Así que, señor mío, vuestra bondad vuelva la | |
honra al padre que me engendró, y téngale por hombre advertido y prudente, | |
pues con su ciencia halló camino tan fácil y tan verdadero para remediar mi | |
desgracia; que yo creo que si por vos, señor, no fuera, jamás acertara a | |
tener la ventura que tengo; y en esto digo tanta verdad como son buenos | |
testigos della los más destos señores que están presentes. Lo que resta es | |
que mañana nos pongamos en camino, porque ya hoy se podrá hacer poca | |
jornada, y en lo demás del buen suceso que espero, lo dejaré a Dios y al | |
valor de vuestro pecho. | |
Esto dijo la discreta Dorotea, y, en oyéndolo don Quijote, se volvió a | |
Sancho, y, con muestras de mucho enojo, le dijo: | |
-Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España. | |
Dime, ladrón vagamundo, ¿no me acabaste de decir ahora que esta princesa se | |
había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que | |
entiendo que corté a un gigante era la puta que te parió, con otros | |
disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en | |
todos los días de mi vida? ¡Voto... -y miró al cielo y apretó los dientes- | |
que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga sal en la mollera a todos | |
cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes, de aquí | |
adelante, en el mundo! | |
-Vuestra merced se sosiegue, señor mío -respondió Sancho-, que bien podría | |
ser que yo me hubiese engañado en lo que toca a la mutación de la señora | |
princesa Micomicona; pero, en lo que toca a la cabeza del gigante, o, a lo | |
menos, a la horadación de los cueros y a lo de ser vino tinto la sangre, no | |
me engaño, ¡vive Dios!, porque los cueros allí están heridos, a la cabecera | |
del lecho de vuestra merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el | |
aposento; y si no, al freír de los huevos lo verá; quiero decir que lo verá | |
cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo. De lo | |
demás, de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el | |
alma, porque me va mi parte, como a cada hijo de vecino. | |
-Ahora yo te digo, Sancho -dijo don Quijote-, que eres un mentecato; y | |
perdóname, y basta. | |
-Basta -dijo don Fernando-, y no se hable más en esto; y, pues la señora | |
princesa dice que se camine mañana, porque ya hoy es tarde, hágase así, y | |
esta noche la podremos pasar en buena conversación hasta el venidero día, | |
donde todos acompañaremos al señor don Quijote, porque queremos ser | |
testigos de las valerosas e inauditas hazañas que ha de hacer en el | |
discurso desta grande empresa que a su cargo lleva. | |
-Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros -respondió don Quijote-, y | |
agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opinión que de mí se | |
tiene, la cual procuraré que salga verdadera, o me costará la vida, y aun | |
más, si más costarme puede. | |
Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don | |
Quijote y don Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en | |
aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano | |
recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de | |
paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones | |
eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos | |
borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le | |
atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a | |
la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca en la cabeza; traía un | |
bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los | |
pies la cubría. Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco | |
más de cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la barba | |
muy bien puesta. En resolución, él mostraba en su apostura que si estuviera | |
bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida. | |
Pidió, en entrando, un aposento, y, como le dijeron que en la venta no le | |
había, mostró recebir pesadumbre; y, llegándose a la que en el traje | |
parecía mora, la apeó en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija | |
y Maritornes, llevadas del nuevo y para ellas nunca visto traje, rodearon a | |
la mora, y Dorotea, que siempre fue agraciada, comedida y discreta, | |
pareciéndole que así ella como el que la traía se congojaban por la falta | |
del aposento, le dijo: | |
-No os dé mucha pena, señora mía, la incomodidad de regalo que aquí falta, | |
pues es proprio de ventas no hallarse en ellas; pero, con todo esto, si | |
gustáredes de pasar con nosotras -señalando a Luscinda-, quizá en el | |
discurso de este camino habréis hallado otros no tan buenos acogimientos. | |
No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de | |
donde sentado se había, y, puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, | |
inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agradecía. Por su | |
silencio imaginaron que, sin duda alguna, debía de ser mora, y que no sabía | |
hablar cristiano. Llegó, en esto, el cautivo, que entendiendo en otra cosa | |
hasta entonces había estado, y, viendo que todas tenían cercada a la que | |
con él venía, y que ella a cuanto le decían callaba, dijo: | |
-Señoras mías, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra | |
ninguna sino conforme a su tierra, y por esto no debe de haber respondido, | |
ni responde, a lo que se le ha preguntado. | |
-No se le pregunta otra cosa ninguna -respondió Luscinda- sino ofrecelle | |
por esta noche nuestra compañía y parte del lugar donde nos acomodáremos, | |
donde se le hará el regalo que la comodidad ofreciere, con la voluntad que | |
obliga a servir a todos los estranjeros que dello tuvieren necesidad, | |
especialmente siendo mujer a quien se sirve. | |
-Por ella y por mí -respondió el captivo- os beso, señora mía, las manos, y | |
estimo mucho y en lo que es razón la merced ofrecida; que en tal ocasión, y | |
de tales personas como vuestro parecer muestra, bien se echa de ver que ha | |
de ser muy grande. | |
-Decidme, señor -dijo Dorotea-: ¿esta señora es cristiana o mora? Porque el | |
traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese. | |
-Mora es en el traje y en el cuerpo, pero en el alma es muy grande | |
cristiana, porque tiene grandísimos deseos de serlo. | |
-Luego, ¿no es baptizada? -replicó Luscinda. | |
-No ha habido lugar para ello -respondió el captivo- después que salió de | |
Argel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de | |
muerte tan cercana que obligase a baptizalla sin que supiese primero todas | |
las ceremonias que nuestra Madre la Santa Iglesia manda; pero Dios será | |
servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona | |
merece, que es más de lo que muestra su hábito y el mío. | |
Con estas razones puso gana en todos los que escuchándole estaban de | |
saber quién fuese la mora y el captivo, pero nadie se lo quiso preguntar | |
por entonces, por ver que aquella sazón era más para procurarles descanso | |
que para preguntarles sus vidas. Dorotea la tomó por la mano y la llevó a | |
sentar junto a sí, y le rogó que se quitase el embozo. Ella miró al | |
cautivo, como si le preguntara le dijese lo que decían y lo que ella haría. | |
Él, en lengua arábiga, le dijo que le pedían se quitase el embozo, y que lo | |
hiciese; y así, se lo quitó, y descubrió un rostro tan hermoso que Dorotea | |
la tuvo por más hermosa que a Luscinda, y Luscinda por más hermosa que a | |
Dorotea, y todos los circustantes conocieron que si alguno se podría | |
igualar al de las dos, era el de la mora, y aun hubo algunos que le | |
aventajaron en alguna cosa. Y, como la hermosura tenga prerrogativa y | |
gracia de reconciliar los ánimos y atraer las voluntades, luego se | |
rindieron todos al deseo de servir y acariciar a la hermosa mora. | |
Preguntó don Fernando al captivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió | |
que lela Zoraida; y, así como esto oyó, ella entendió lo que le habían | |
preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y | |
donaire: | |
-¡No, no Zoraida: María, María! -dando a entender que se llamaba María y no | |
Zoraida. | |
Estas palabras, el grande afecto con que la mora las dijo, hicieron | |
derramar más de una lágrima a algunos de los que la escucharon, | |
especialmente a las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas. | |
Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole: | |
-Sí, sí: María, María. | |
A lo cual respondió la mora: | |
-¡Sí, sí: María; Zoraida macange! -que quiere decir no. | |
Ya en esto llegaba la noche, y, por orden de los que venían con don | |
Fernando, había el ventero puesto diligencia y cuidado en aderezarles de | |
cenar lo mejor que a él le fue posible. Llegada, pues, la hora, sentáronse | |
todos a una larga mesa, como de tinelo, porque no la había redonda ni | |
cuadrada en la venta, y dieron la cabecera y principal asiento, puesto que | |
él lo rehusaba, a don Quijote, el cual quiso que estuviese a su lado la | |
señora Micomicona, pues él era su aguardador. Luego se sentaron Luscinda y | |
Zoraida, y frontero dellas don Fernando y Cardenio, y luego el cautivo y | |
los demás caballeros, y, al lado de las señoras, el cura y el barbero. Y | |
así, cenaron con mucho contento, y acrecentóseles más viendo que, dejando | |
de comer don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le movió | |
a hablar tanto como habló cuando cenó con los cabreros, comenzó a decir: | |
-Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes e inauditas | |
cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Si no, ¿cuál | |
de los vivientes habrá en el mundo que ahora por la puerta deste castillo | |
entrara, y de la suerte que estamos nos viere, que juzgue y crea que | |
nosotros somos quien somos? ¿Quién podrá decir que esta señora que está a | |
mi lado es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel Caballero de | |
la Triste Figura que anda por ahí en boca de la fama? Ahora no hay que | |
dudar, sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos | |
que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a | |
más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras | |
hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no | |
saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir, y a lo que | |
ellos más se atienen, es que los trabajos del espíritu exceden a los del | |
cuerpo, y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su | |
ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas | |
fuerzas; o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se | |
encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos | |
mucho entendimiento; o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene | |
a su cargo un ejército, o la defensa de una ciudad sitiada, así con el | |
espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas | |
corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las | |
estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que | |
todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte | |
alguna el cuerpo. Siendo pues ansí, que las armas requieren espíritu, como | |
las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del | |
guerrero, trabaja más. Y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a | |
que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más | |
que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras..., | |
y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar | |
las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le | |
puede igualar; hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto | |
la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer | |
que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno | |
de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas | |
atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien | |
que los hombres pueden desear en esta vida. Y así, las primeras buenas | |
nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los | |
ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: | |
''Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra, a los hombres de buena | |
voluntad''; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo | |
enseñó a sus allegados y favoridos, fue decirles que cuando entrasen en | |
alguna casa, dijesen: ''Paz sea en esta casa''; y otras muchas veces les | |
dijo: ''Mi paz os doy, mi paz os dejo: paz sea con vosotros'', bien como | |
joya y prenda dada y dejada de tal mano; joya que sin ella, en la tierra ni | |
en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la | |
guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, esta | |
verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al | |
fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a | |
los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores. | |
De tal manera, y por tan buenos términos, iba prosiguiendo en su plática | |
don Quijote que obligó a que, por entonces, ninguno de los que escuchándole | |
estaban le tuviese por loco; antes, como todos los más eran caballeros, a | |
quien son anejas las armas, le escuchaban de muy buena gana; y él prosiguió | |
diciendo: | |
-Digo, pues, que los trabajos del estudiante son éstos: principalmente | |
pobreza (no porque todos sean pobres, sino por poner este caso en todo el | |
estremo que pueda ser); y, en haber dicho que padece pobreza, me parece que | |
no había que decir más de su mala ventura, porque quien es pobre no tiene | |
cosa buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en | |
frío, ya en desnudez, ya en todo junto; pero, con todo eso, no es tanta que | |
no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que se usa, aunque sea de las | |
sobras de los ricos; que es la mayor miseria del estudiante éste que entre | |
ellos llaman andar a la sopa; y no les falta algún ajeno brasero o | |
chimenea, que, si no callenta, a lo menos entibie su frío, y, en fin, la | |
noche duermen debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias, | |
conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad | |
y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena | |
suerte les depara algún banquete. Por este camino que he pintado, áspero y | |
dificultoso, tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a | |
caer acá, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos | |
visto que, habiendo pasado por estas Sirtes y por estas Scilas y Caribdis, | |
como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto | |
mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, | |
su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera en | |
reposar en holandas y damascos: premio justamente merecido de su virtud. | |
Pero, contrapuestos y comparados sus trabajos con los del mílite guerrero, | |
se quedan muy atrás en todo, como ahora diré. | |
Capítulo XXXVIII. Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de | |
las armas y las letras | |
Prosiguiendo don Quijote, dijo: | |
-Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es | |
más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma | |
pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o | |
nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y | |
de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto | |
acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se | |
suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, | |
con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por | |
averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que | |
espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades, | |
en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de | |
estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y | |
revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. | |
Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su | |
ejercicio; lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la | |
cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá | |
pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto | |
no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, | |
podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea | |
menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de | |
todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras | |
veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son | |
los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, | |
habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a | |
cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres | |
letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados; porque, de | |
faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse. | |
Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. | |
Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados | |
que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles | |
oficios, que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no | |
se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y | |
esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto | |
aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la | |
preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está | |
por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, | |
entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían | |
sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta | |
a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A | |
esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, | |
porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, | |
se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de | |
cosarios; y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, | |
las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos | |
al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y | |
tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón | |
averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. | |
Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, | |
hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras | |
cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar | |
uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el | |
estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada | |
paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza | |
puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, | |
que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en | |
algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la | |
parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir | |
el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar | |
noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna | |
contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente | |
ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si | |
éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventajas el de | |
embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales | |
enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede | |
dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante | |
de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de | |
artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una | |
lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los | |
profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrépido corazón, | |
llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta | |
arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo | |
que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar | |
hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también | |
cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin | |
dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que | |
se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos | |
benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos | |
endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí | |
que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, | |
con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un | |
valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del | |
coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una | |
desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor | |
que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un | |
instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. | |
Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber | |
tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es | |
esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mí ningún peligro me pone | |
miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de | |
quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y | |
filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el | |
cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo | |
que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los | |
caballeros andantes de los pasados siglos. | |
Todo este largo preámbulo dijo don Quijote, en tanto que los demás cenaban, | |
olvidándose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le había | |
dicho Sancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir todo lo | |
que quisiese. En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver | |
que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en | |
todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en | |
tratándole de su negra y pizmienta caballería. El cura le dijo que tenía | |
mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él, | |
aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer. | |
Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su | |
hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, | |
donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se | |
recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su | |
vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las | |
muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida. A lo | |
cual respondió el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le mandaba, | |
y que sólo temía que el cuento no había de ser tal, que les diese el gusto | |
que él deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le | |
contaría. El cura y todos los demás se lo agradecieron, y de nuevo se lo | |
rogaron; y él, viéndose rogar de tantos, dijo que no eran menester ruegos | |
adonde el mandar tenía tanta fuerza. | |
-Y así, estén vuestras mercedes atentos, y oirán un discurso verdadero, a | |
quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado | |
artificio suelen componerse. | |
Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grande | |
silencio; y él, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, | |
con voz agradable y reposada, comenzó a decir desta manera: | |
Capítulo XXXIX. Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos | |
-«En un lugar de las Montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien | |
fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la | |
estrecheza de aquellos pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y | |
verdaderamente lo fuera si así se diera maña a conservar su hacienda como | |
se la daba en gastalla. Y la condición que tenía de ser liberal y gastador | |
le procedió de haber sido soldado los años de su joventud, que es escuela | |
la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si | |
algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras | |
veces. Pasaba mi padre los términos de la liberalidad, y rayaba en los de | |
ser pródigo: cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado, y que | |
tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi | |
padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir | |
estado. Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no podía irse a la mano | |
contra su condición, quiso privarse del instrumento y causa que le hacía | |
gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismo | |
Alejandro pareciera estrecho. | |
»Y así, llamándonos un día a todos tres a solas en un aposento, nos dijo | |
unas razones semejantes a las que ahora diré: ''Hijos, para deciros que os | |
quiero bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que | |
os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a | |
conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendáis desde aquí adelante | |
que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro, | |
quiero hacer una cosa con vosotros que ha muchos días que la tengo pensada | |
y con madura consideración dispuesta. Vosotros estáis ya en edad de tomar | |
estado, o, a lo menos, de elegir ejercicio, tal que, cuando mayores, os | |
honre y aproveche. Y lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro | |
partes: las tres os daré a vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin | |
exceder en cosa alguna, y con la otra me quedaré yo para vivir y | |
sustentarme los días que el cielo fuere servido de darme de vida. Pero | |
querría que, después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca | |
de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay un refrán en | |
nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser | |
sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo | |
digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", como si más claramente dijera: | |
"Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando | |
el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque | |
dicen: "Más vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque | |
querría, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro | |
la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso | |
entrar a servirle en su casa; que, ya que la guerra no dé muchas riquezas, | |
suele dar mucho valor y mucha fama. Dentro de ocho días, os daré toda | |
vuestra parte en dineros, sin defraudaros en un ardite, como lo veréis por | |
la obra. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que os | |
he propuesto''. Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, | |
después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que | |
gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber | |
ganarla, vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir | |
el ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo | |
hermano hizo los mesmos ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, | |
llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que yo | |
creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, o irse a acabar | |
sus comenzados estudios a Salamanca. Así como acabamos de concordarnos y | |
escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó a todos, y, con la | |
brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y, dando a | |
cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil | |
ducados, en dineros (porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la | |
pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo día | |
nos despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo, | |
pareciéndome a mí ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca | |
hacienda, hice con él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, | |
porque a mí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había menester un | |
soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil | |
ducados: de modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más | |
tres mil, que, a lo que parece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso | |
vender, sino quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos despedimos | |
dél y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y | |
lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber, todas las veces | |
que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos, prósperos o adversos. | |
Prometímosselo, y, abrazándonos y echándonos su bendición, el uno tomó el | |
viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve | |
nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova. | |
»Éste hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre, y en todos | |
ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dél ni de mis | |
hermanos nueva alguna. Y lo que en este discurso de tiempo he pasado lo | |
diré brevemente. Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a | |
Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas | |
galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y, | |
estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran | |
duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en | |
las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de | |
Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado | |
Diego de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo | |
nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de felice | |
recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, | |
que es el Turco; el cual, en aquel mesmo tiempo, había ganado con su armada | |
la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio del veneciano: y | |
pérdida lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general desta | |
liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey | |
don Felipe. Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía. Todo lo | |
cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se | |
esperaba; y, aunque tenía barruntos, y casi promesas ciertas, de que en la | |
primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar | |
todo y venirme, como me vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el | |
señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles | |
a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina. | |
»Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho | |
capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más | |
que mis merecimientos. Y aquel día, que fue para la cristiandad tan | |
dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error | |
en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en | |
aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, | |
entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los | |
cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo | |
solo fui el desdichado, pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en | |
los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a | |
tan famoso día con cadenas a los pies y esposas a las manos. | |
»Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalí, rey de Argel, atrevido y | |
venturoso cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres | |
caballeros quedaron vivos en ella, y éstos malheridos, acudió la capitana | |
de Juan Andrea a socorrella, en la cual yo iba con mi compañía; y, haciendo | |
lo que debía en ocasión semejante, salté en la galera contraria, la cual, | |
desviándose de la que la había embestido, estorbó que mis soldados me | |
siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quien no pude | |
resistir, por ser tantos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya | |
habréis, señores, oído decir que el Uchalí se salvó con toda su escuadra, | |
vine yo a quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos | |
alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil | |
cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, que todos | |
venían al remo en la turquesca armada. | |
»Lleváronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la | |
mar a mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado | |
por muestra de su valor el estandarte de la religión de Malta. Halléme el | |
segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la | |
capitana de los tres fanales. Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no | |
coger en el puerto toda el armada turquesca, porque todos los leventes y | |
jenízaros que en ella venían tuvieron por cierto que les habían de embestir | |
dentro del mesmo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son sus | |
zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto | |
era el miedo que habían cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó | |
de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros | |
regía, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite | |
Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen. | |
»En efeto, el Uchalí se recogió a Modón, que es una isla que está junto a | |
Navarino, y, echando la gente en tierra, fortificó la boca del puerto, y | |
estúvose quedo hasta que el señor don Juan se volvió. En este viaje se tomó | |
la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel | |
famoso cosario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, | |
regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel | |
venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa | |
Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa. | |
Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, | |
así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando | |
y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su | |
capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y | |
pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco | |
más que pasó del árbol ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como | |
he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían. | |
»Volvimos a Constantinopla, y el año siguiente, que fue el de setenta y | |
tres, se supo en ella cómo el señor don Juan había ganado a Túnez, y | |
quitado aquel reino a los turcos y puesto en posesión dél a Muley Hamet, | |
cortando las esperanzas que de volver a reinar en él tenía Muley Hamida, el | |
moro más cruel y más valiente que tuvo el mundo. Sintió mucho esta pérdida | |
el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su casa tienen, | |
hizo paz con venecianos, que mucho más que él la deseaban; y el año | |
siguiente de setenta y cuatro acometió a la Goleta y al fuerte que junto a | |
Túnez había dejado medio levantado el señor don Juan. En todos estos | |
trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no | |
esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de no escribir las | |
nuevas de mi desgracia a mi padre. | |
»Perdióse, en fin, la Goleta; perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas | |
hubo de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y | |
alárabes de toda la Africa, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan | |
gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con | |
tantos gastadores, que con las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir | |
la Goleta y el fuerte. Perdióse primero la Goleta, tenida hasta entonces | |
por inexpugnable; y no se perdió por culpa de sus defensores, los cuales | |
hicieron en su defensa todo aquello que debían y podían, sino porque la | |
experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheas en | |
aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos | |
no la hallaron a dos varas; y así, con muchos sacos de arena levantaron las | |
trincheas tan altas que sobrepujaban las murallas de la fuerza; y, | |
tirándoles a caballero, ninguno podía parar, ni asistir a la defensa. Fue | |
común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino | |
esperar en campaña al desembarcadero; y los que esto dicen hablan de lejos | |
y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el | |
fuerte apenas había siete mil soldados, ¿cómo podía tan poco número, aunque | |
más esforzados fuesen, salir a la campaña y quedar en las fuerzas, contra | |
tanto como era el de los enemigos?; y ¿cómo es posible dejar de perderse | |
fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y | |
porfiados, y en su mesma tierra? Pero a muchos les pareció, y así me | |
pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España | |
en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella | |
gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho | |
se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla | |
ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; como si fuera menester | |
para hacerla eterna, como lo es y será, que aquellas piedras la | |
sustentaran. | |
»Perdióse también el fuerte; pero fuéronle ganando los turcos palmo a | |
palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y | |
fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en | |
veinte y dos asaltos generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano de | |
trecientos que quedaron vivos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, | |
y de lo bien que se habían defendido y guardado sus plazas. Rindióse a | |
partido un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad del estaño, a cargo | |
de don Juan Zanoguera, caballero valenciano y famoso soldado. Cautivaron a | |
don Pedro Puertocarrero, general de la Goleta, el cual hizo cuanto fue | |
posible por defender su fuerza; y sintió tanto el haberla perdido que de | |
pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. | |
Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio | |
Cervellón, caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado. | |
Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue | |
una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, | |
como lo mostró la summa liberalidad que usó con su hermano, el famoso Juan | |
de Andrea de Oria; y lo que más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a | |
manos de unos alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se | |
ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o | |
casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la | |
pesquería del coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la | |
trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos | |
nuestro refrán castellano: "Que aunque la traición aplace, el traidor se | |
aborrece"; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le | |
trujeron el presente, porque no se le habían traído vivo. | |
»Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don | |
Pedro de Aguilar, natural no sé de qué lugar del Andalucía, el cual había | |
sido alférez en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento: | |
especialmente tenía particular gracia en lo que llaman poesía. Dígolo | |
porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi | |
mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este | |
caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro | |
al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir, porque los sé de memoria y | |
creo que antes causarán gusto que pesadumbre.» | |
En el punto que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró | |
a sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegó a decir de los | |
sonetos, dijo el uno: | |
-Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese | |
don Pedro de Aguilar que ha dicho. | |
-Lo que sé es -respondió el cautivo- que, al cabo de dos años que estuvo en | |
Constantinopla, se huyó en traje de arnaúte con un griego espía, y no sé si | |
vino en libertad, puesto que creo que sí, porque de allí a un año vi yo al | |
griego en Constantinopla, y no le pude preguntar el suceso de aquel viaje. | |
-Pues lo fue -respondió el caballero-, porque ese don Pedro es mi hermano, | |
y está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos. | |
-Gracias sean dadas a Dios -dijo el cautivo- por tantas mercedes como le | |
hizo; porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se | |
iguale a alcanzar la libertad perdida. | |
-Y más -replicó el caballero-, que yo sé los sonetos que mi hermano hizo. | |
-Dígalos, pues, vuestra merced -dijo el cautivo-, que los sabrá decir mejor | |
que yo. | |
-Que me place -respondió el caballero-; y el de la Goleta decía así: | |
Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo | |
Soneto | |
Almas dichosas que del mortal velo | |
libres y esentas, por el bien que obrastes, | |
desde la baja tierra os levantastes | |
a lo más alto y lo mejor del cielo, | |
y, ardiendo en ira y en honroso celo, | |
de los cuerpos la fuerza ejercitastes, | |
que en propia y sangre ajena colorastes | |
el mar vecino y arenoso suelo; | |
primero que el valor faltó la vida | |
en los cansados brazos, que, muriendo, | |
con ser vencidos, llevan la vitoria. | |
Y esta vuestra mortal, triste caída | |
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo | |
fama que el mundo os da, y el cielo gloria. | |
-Desa mesma manera le sé yo -dijo el cautivo. | |
-Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo -dijo el caballero-, dice así: | |
Soneto | |
De entre esta tierra estéril, derribada, | |
destos terrones por el suelo echados, | |
las almas santas de tres mil soldados | |
subieron vivas a mejor morada, | |
siendo primero, en vano, ejercitada | |
la fuerza de sus brazos esforzados, | |
hasta que, al fin, de pocos y cansados, | |
dieron la vida al filo de la espada. | |
Y éste es el suelo que continuo ha sido | |
de mil memorias lamentables lleno | |
en los pasados siglos y presentes. | |
Mas no más justas de su duro seno | |
habrán al claro cielo almas subido, | |
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes. | |
No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró con las nuevas que de | |
su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo: | |
-«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos dieron orden en | |
desmantelar la Goleta, porque el fuerte quedó tal, que no hubo qué poner | |
por tierra, y para hacerlo con más brevedad y menos trabajo, la minaron por | |
tres partes; pero con ninguna se pudo volar lo que parecía menos fuerte, | |
que eran las murallas viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la | |
fortificación nueva que había hecho el Fratín, con mucha facilidad vino a | |
tierra. En resolución, la armada volvió a Constantinopla, triunfante y | |
vencedora: y de allí a pocos meses murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban | |
Uchalí Fartax, que quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiñoso, | |
porque lo era; y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna | |
falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es porque no | |
hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que decienden de la casa | |
Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las | |
tachas del cuerpo y ya de las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el | |
remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y | |
cuatro de sus edad renegó, de despecho de que un turco, estando al remo, | |
le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor | |
que, sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del | |
Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y después, a ser general de la | |
mar, que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de | |
nación, y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a | |
sus cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, | |
se repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que | |
también es hijo heredero de cuantos mueren, y entra a la parte con los más | |
hijos que deja el difunto) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado | |
veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivó el Uchalí, y le quiso | |
tanto, que fue uno de los más regalados garzones suyos, y él vino a ser el | |
más cruel renegado que jamás se ha visto. Llamábase Azán Agá, y llegó a ser | |
muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo | |
contento, por estar tan cerca de España, no porque pensase escribir a nadie | |
el desdichado suceso mío, sino por ver si me era más favorable la suerte en | |
Argel que en Constantinopla, donde ya había probado mil maneras de huirme, | |
y ninguna tuvo sazón ni ventura; y pensaba en Argel buscar otros medios de | |
alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de | |
tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra no | |
correspondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía y | |
buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca. | |
»Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los | |
turcos llaman baño, donde encierran los cautivos cristianos, así los que | |
son del rey como de algunos particulares; y los que llaman del almacén, que | |
es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras | |
públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy | |
dificultosa su libertad, que, como son del común y no tienen amo | |
particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan. En estos | |
baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos particulares | |
del pueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allí los tienen | |
holgados y seguros hasta que venga su rescate. También los cautivos del rey | |
que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando | |
se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más | |
ahínco, les hacen trabajar y ir por leña con los demás, que es un no | |
pequeño trabajo. | |
»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, | |
puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada | |
para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. | |
Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; | |
y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente | |
principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y | |
desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos | |
fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas | |
crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, | |
empalaba a éste, desorejaba aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin | |
ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser | |
natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Sólo libró | |
bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber | |
hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, | |
y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le | |
dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos | |
que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera | |
porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado | |
hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el | |
cuento de mi historia. | |
»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de | |
la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las | |
de los moros, más eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con | |
celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un | |
terrado de nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas de | |
saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque | |
todos los demás cristianos habían salido a trabajar, alcé acaso los ojos y | |
vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho parecía una caña, y | |
al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y | |
moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a tomarla. Miramos en | |
ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por | |
ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, así como llegó, alzaron la caña | |
y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse | |
el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que | |
primero. Fue otro de mis compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero. | |
Finalmente, fue el tercero y avínole lo que al primero y al segundo. Viendo | |
yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y, así como llegué a ponerme | |
debajo de la caña, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baño. Acudí | |
luego a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez | |
cianíis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una | |
vale diez reales de los nuestros. Si me holgué con el hallazgo, no hay para | |
qué decirlo, pues fue tanto el contento como la admiración de pensar de | |
donde podía venirnos aquel bien, especialmente a mí, pues las muestras de | |
no haber querido soltar la caña sino a mí claro decían que a mí se hacía la | |
merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la | |
ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano, que la abrían y | |
cerraban muy apriesa. Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer | |
que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y, en | |
señal de que lo agradecíamos, hecimos zalemas a uso de moros, inclinando la | |
cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a | |
poco sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego | |
la volvieron a entrar. Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana | |
debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; | |
pero la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo | |
este pensamiento, puesto que imaginamos que debía de ser cristiana | |
renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus | |
mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en más que las | |
de su nación. | |
»En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso; y así, | |
todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por | |
norte a la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña; pero | |
bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra | |
señal alguna. Y, aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber | |
quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, | |
jamás hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allí vivía un moro | |
principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido de La Pata, | |
que es oficio entre ellos de mucha calidad. Mas, cuando más descuidados | |
estábamos de que por allí habían de llover más cianíis, vimos a deshora | |
parecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto | |
fue a tiempo que estaba el baño, como la vez pasada, solo y sin gente. | |
Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los | |
mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a mí, | |
porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta | |
escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo | |
escrito hecha una grande cruz. Besé la cruz, tomé los escudos, volvíme al | |
terrado, hecimos todos nuestras zalemas, tornó a parecer la mano, hice | |
señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y | |
alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros no entendía el | |
arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel | |
contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese. | |
»En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que | |
se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos, que le | |
obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos | |
renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, | |
traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la | |
forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha | |
hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión | |
que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención, | |
otros se sirven dellas acaso y de industria: que, viniendo a robar a tierra | |
de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y | |
dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual | |
era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con | |
los demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu, y se | |
reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y, cuando veen la | |
suya, se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan | |
destos papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra de | |
cristianos. | |
»Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía | |
firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era | |
posible; y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe | |
que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, | |
antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel papel, | |
que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abrióle, y estuvo un | |
buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes. | |
Preguntéle si lo entendía; díjome que muy bien, y, que si quería que me lo | |
declarase palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, porque mejor lo | |
hiciese. Dímosle luego lo que pedía, y él poco a poco lo fue traduciendo; | |
y, en acabando, dijo: ''Todo lo que va aquí en romance, sin faltar letra, | |
es lo que contiene este papel morisco; y hase de advertir que adonde dice | |
Lela Marién quiere decir Nuestra Señora la Virgen María''. | |
»Leímos el papel, y decía así: | |
Cuando yo era niña, tenía mi padre una esclava, la cual en mi lengua me | |
mostró la zalá cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién. La | |
cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego, sino con Alá, porque después | |
la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela | |
Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto | |
por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo soy muy | |
hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si | |
puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no | |
quisieres, no se me dará nada, que Lela Marién me dará con quien me case. | |
Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, | |
porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te | |
descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un | |
pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la | |
respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que | |
Lela Marién hará que te entienda. Ella y Alá te guarden, y esa cruz que yo | |
beso muchas veces; que así me lo mandó la cautiva. | |
»Mirad, señores, si era razón que las razones deste papel nos admirasen y | |
alegrasen. Y así, lo uno y lo otro fue de manera que el renegado entendió | |
que no acaso se había hallado aquel papel, sino que realmente a alguno de | |
nosotros se había escrito; y así, nos rogó que si era verdad lo que | |
sospechaba, que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él aventuraría su | |
vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto, sacó del pecho un crucifijo de | |
metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen | |
representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, | |
de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos descubrirle, | |
porque le parecía, y casi adevinaba que, por medio de aquella que aquel | |
papel había escrito, había él y todos nosotros de tener libertad, y verse | |
él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa | |
Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado | |
por su ignorancia y pecado. | |
»Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el | |
renegado, que todos de un mesmo parecer consentimos, y venimos en | |
declararle la verdad del caso; y así, le dimos cuenta de todo, sin | |
encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la caña, y él | |
marcó desde allí la casa, y quedó de tener especial y gran cuidado de | |
informarse quién en ella vivía. Acordamos, ansimesmo, que sería bien | |
responder al billete de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, | |
luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, | |
que puntualmente fueron las que diré, porque de todos los puntos | |
sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la | |
memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida. | |
»En efeto, lo que a la mora se le respondió fue esto: | |
El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la | |
verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a | |
tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruégale tú que se sirva de | |
darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda, que ella es | |
tan buena que sí hará. De mi parte y de la de todos estos cristianos que | |
están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta | |
morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te | |
responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que | |
sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así | |
que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que | |
dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te | |
lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que | |
prometen mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, sean en tu guarda, | |
señora mía. | |
»Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el baño | |
solo, como solía, y luego salí al paso acostumbrado del terradillo, por ver | |
si la caña parecía, que no tardó mucho en asomar. Así como la vi, aunque no | |
podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a entender que | |
pusiesen el hilo, pero ya venía puesto en la caña, al cual até el papel, y | |
de allí a poco tornó a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera de | |
paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcé yo, y hallé en el paño, en toda | |
suerte de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los cuales | |
cincuenta veces más doblaron nuestro contento y confirmaron la esperanza de | |
tener libertad. | |
»Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo que había sabido | |
que en aquella casa vivía el mesmo moro que a nosotros nos habían dicho que | |
se llamaba Agi Morato, riquísimo por todo estremo, el cual tenía una sola | |
hija, heredera de toda su hacienda, y que era común opinión en toda la | |
ciudad ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los | |
virreyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se | |
había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que | |
ya se había muerto; todo lo cual concertaba con lo que venía en el papel. | |
Entramos luego en consejo con el renegado, en qué orden se tendría para | |
sacar a la mora y venirnos todos a tierra de cristianos, y, en fin, se | |
acordó por entonces que esperásemos el aviso segundo de Zoraida, que así se | |
llamaba la que ahora quiere llamarse María; porque bien vimos que ella, y | |
no otra alguna era la que había de dar medio a todas aquellas dificultades. | |
Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos pena, que | |
él perdería la vida o nos pondría en libertad. | |
»Cuatro días estuvo el baño con gente, que fue ocasión que cuatro días | |
tardase en parecer la caña; al cabo de los cuales, en la acostumbrada | |
soledad del baño, pareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo | |
parto prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo, hallé en él otro papel | |
y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, | |
dímosle a leer el papel dentro de nuestro rancho, el cual dijo que así | |
decía: | |
Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos vamos a España, ni Lela Marién | |
me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que | |
yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con | |
ellos y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allá | |
una barca y vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de mi | |
padre, que está a la puerta de Babazón, junto a la marina, donde tengo de | |
estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, | |
me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi | |
marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de | |
nadie que vaya por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás | |
mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y | |
cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho | |
dinero. Alá te guarde, señor mío. | |
»Esto decía y contenía el segundo papel. Lo cual visto por todos, cada uno | |
se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda | |
puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el | |
renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de | |
libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había | |
mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el | |
cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos | |
principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, | |
con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían | |
rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor | |
de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones | |
del mundo. Y, en confirmación de la verdad que nos decía, nos contó | |
brevemente un caso que casi en aquella mesma sazón había acaecido a unos | |
caballeros cristianos, el más estraño que jamás sucedió en aquellas partes, | |
donde a cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiración. | |
»En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el | |
dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él | |
para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y | |
tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la barca, | |
fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos. | |
Cuanto más, que si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarlos | |
a todos, que, estando libres, era facilísima cosa aun embarcarse en la | |
mitad del día; y que la dificultad que se ofrecía mayor era que los moros | |
no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel | |
grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca, | |
principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra de | |
cristianos; pero que él facilitaría este inconveniente con hacer que un | |
moro tagarino fuese a la parte con él en la compañía de la barca y en la | |
ganancia de las mercancías, y con esta sombra él vendría a ser señor de la | |
barca, con que daba por acabado todo lo demás. | |
»Y, puesto que a mí y a mis camaradas nos había parecido mejor lo de enviar | |
por la barca a Mallorca, como la mora decía, no osamos contradecirle, | |
temerosos que, si no hacíamos lo que él decía, nos había de descubrir y | |
poner a peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de Zoraida, | |
por cuya vida diéramos todos las nuestras. Y así, determinamos de ponernos | |
en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo punto se le | |
respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo cuanto nos aconsejaba, | |
porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, | |
y que en ella sola estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra. | |
Ofrecímele de nuevo de ser su esposo, y, con esto, otro día que acaeció a | |
estar solo el baño, en diversas veces, con la caña y el paño, nos dio dos | |
mil escudos de oro, y un papel donde decía que el primer jumá, que es el | |
viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría | |
más dinero, y que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos | |
daría cuanto le pidiésemos: que su padre tenía tantos, que no lo echaría | |
menos, cuanto más, que ella tenía la llaves de todo. | |
»Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con | |
ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a | |
la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre | |
su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia | |
pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al | |
rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el | |
mercader, por sus granjerías, lo había callado. Finalmente, mi amo era tan | |
caviloso que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el | |
dinero. El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir | |
al jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome | |
que, si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que en todo | |
caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves palabras que | |
así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con | |
todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado. | |
»Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se | |
rescatasen, por facilitar la salida del baño, y porque, viéndome a mí | |
rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se alborotasen y les | |
persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; | |
que, puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con | |
todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y así, los hice rescatar | |
por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al | |
mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al | |
cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había. | |
Capítulo XLI. Donde todavía prosigue el cautivo su suceso | |
»No se pasaron quince días, cuando ya nuestro renegado tenía comprada una | |
muy buena barca, capaz de más de treinta personas: y, para asegurar su | |
hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se | |
llamaba Sargel, que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán, en | |
el cual hay mucha contratación de higos pasos. Dos o tres veces hizo este | |
viaje, en compañía del tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en | |
Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares; y en el | |
reino de Fez llaman a los mudéjares elches, los cuales son la gente de | |
quien aquel rey más se sirve en la guerra. | |
»Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta | |
que estaba no dos tiros de ballesta del jardín donde Zoraida esperaba; y | |
allí, muy de propósito, se ponía el renegado con los morillos que bogaban | |
el remo, o ya a hacer la zalá, o a como por ensayarse de burlas a lo que | |
pensaba hacer de veras; y así, se iba al jardín de Zoraida y le pedía | |
fruta, y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque él quisiera hablar a | |
Zoraida, como él después me dijo, y decille que él era el que por orden mía | |
le había de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, | |
nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni | |
turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. De cristianos | |
cautivos se dejan tratar y comunicar, aun más de aquello que sería | |
razonable; y a mí me hubiera pesado que él la hubiera hablado, que quizá la | |
alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, | |
que lo ordenaba de otra manera, no dio lugar al buen deseo que nuestro | |
renegado tenía; el cual, viendo cuán seguramente iba y venía a Sargel, y | |
que daba fondo cuando y como y adonde quería, y que el tagarino, su | |
compañero, no tenía más voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo | |
estaba ya rescatado, y que sólo faltaba buscar algunos cristianos que | |
bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuáles quería traer conmigo, fuera | |
de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde | |
tenía determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablé a doce | |
españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que más | |
libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en | |
aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían | |
llevado toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su | |
amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía | |
en astillero. A los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer | |
viernes en la tarde se saliesen uno a uno, disimuladamente, y se fuesen la | |
vuelta del jardín de Agi Morato, y que allí me aguardasen hasta que yo | |
fuese. A cada uno di este aviso de por sí, con orden que, aunque allí | |
viesen a otros cristianos, no les dijesen sino que yo les había mandado | |
esperar en aquel lugar. | |
»Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra, que era la que más me | |
convenía: y era la de avisar a Zoraida en el punto que estaban los | |
negocios, para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se | |
sobresaltase si de improviso la asaltásemos antes del tiempo que ella podía | |
imaginar que la barca de cristianos podía volver. Y así, determiné de ir al | |
jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un | |
día, antes de mi partida, fui allá, y la primera persona con quién encontré | |
fue con su padre, el cual me dijo, en lengua que en toda la Berbería, y aun | |
en Costantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni | |
castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas | |
con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de | |
lenguaje me preguntó que qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. | |
Respondíle que era esclavo de Arnaúte Mamí (y esto, porque sabía yo por muy | |
cierto que era un grandísimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas, | |
para hacer ensalada. Preguntóme, por el consiguiente, si era hombre de | |
rescate o no, y que cuánto pedía mi amo por mí. Estando en todas estas | |
preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la | |
cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera | |
hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como | |
ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; | |
antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó | |
que llegase. | |
»Demasiada cosa sería decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el | |
gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostró a mis ojos: | |
sólo diré que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y | |
cabellos, que cabellos tenía en la cabeza. En las gargantas de los sus | |
pies, que descubiertas, a su usanza, traía, traía dos carcajes (que así se | |
llamaban las manillas o ajorcas de los pies en morisco) de purísimo oro, | |
con tantos diamantes engastados, que ella me dijo después que su padre los | |
estimaba en diez mil doblas, y las que traía en las muñecas de las manos | |
valían otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la | |
mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar, | |
y así, hay más perlas y aljófar entre moros que entre todas las demás | |
naciones; y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores | |
que en Argel había, y de tener asimismo más de docientos mil escudos | |
españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. Si con todo | |
este adorno podía venir entonces hermosa, o no, por las reliquias que le | |
han quedado en tantos trabajos se podrá conjeturar cuál debía de ser en las | |
prosperidades. Porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene | |
días y sazones, y requiere accidentes para diminuirse o acrecentarse; y es | |
natural cosa que las pasiones del ánimo la levanten o abajen, puesto que | |
las más veces la destruyen. | |
»Digo, en fin, que entonces llegó en todo estremo aderezada y en todo | |
estremo hermosa, o, a lo menos, a mí me pareció serlo la más que hasta | |
entonces había visto; y con esto, viendo las obligaciones en que me había | |
puesto, me parecía que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida a | |
la tierra para mi gusto y para mi remedio. Así como ella llegó, le dijo su | |
padre en su lengua como yo era cautivo de su amigo Arnaúte Mamí, y que | |
venía a buscar ensalada. Ella tomó la mano, y en aquella mezcla de lenguas | |
que tengo dicho me preguntó si era caballero y qué era la causa que no me | |
rescataba. Yo le respondí que ya estaba rescatado, y que en el precio podía | |
echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues había dado por mí mil y | |
quinientos zoltanís. A lo cual ella respondió: ''En verdad que si tú fueras | |
de mi padre, que yo hiciera que no te diera él por otros dos tantos, porque | |
vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto decís, y os hacéis pobres | |
por engañar a los moros''. ''Bien podría ser eso, señora -le respondí-, mas | |
en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato y la trataré con | |
cuantas personas hay en el mundo''. ''Y ¿cuándo te vas?'', dijo Zoraida. | |
''Mañana, creo yo -dije-, porque está aquí un bajel de Francia que se hace | |
mañana a la vela, y pienso irme en él''. ''¿No es mejor -replicó Zoraida-, | |
esperar a que vengan bajeles de España, y irte con ellos, que no con los de | |
Francia, que no son vuestros amigos?'' ''No -respondí yo-, aunque si como | |
hay nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, todavía yo le | |
aguardaré, puesto que es más cierto el partirme mañana; porque el deseo que | |
tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto | |
que no me dejará esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea''. | |
''Debes de ser, sin duda, casado en tu tierra -dijo Zoraida-, y por eso | |
deseas ir a verte con tu mujer''. ''No soy -respondí yo- casado, mas tengo | |
dada la palabra de casarme en llegando allá''. ''Y ¿es hermosa la dama a | |
quien se la diste?'', dijo Zoraida. ''Tan hermosa es -respondí yo- que para | |
encarecella y decirte la verdad, te parece a ti mucho''. Desto se riyó muy | |
de veras su padre, y dijo: ''Gualá, cristiano, que debe de ser muy hermosa | |
si se parece a mi hija, que es la más hermosa de todo este reino. Si no, | |
mírala bien, y verás cómo te digo verdad''. Servíanos de intérprete a las | |
más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que, | |
aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más | |
declaraba su intención por señas que por palabras. | |
»Estando en estas y otras muchas razones, llegó un moro corriendo, y dijo, | |
a grandes voces, que por las bardas o paredes del jardín habían saltado | |
cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba madura. | |
Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zoraida, porque es común y casi | |
natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los | |
soldados, los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los | |
moros que a ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos | |
suyos. Digo, pues, que dijo su padre a Zoraida: ''Hija, retírate a la casa | |
y enciérrate, en tanto que yo voy a hablar a estos canes; y tú, cristiano, | |
busca tus yerbas, y vete en buen hora, y llévete Alá con bien a tu | |
tierra''. Yo me incliné, y él se fue a buscar los turcos, dejándome solo | |
con Zoraida, que comenzó a dar muestras de irse donde su padre la había | |
mandado. Pero, apenas él se encubrió con los árboles del jardín, cuando | |
ella, volviéndose a mí, llenos los ojos de lágrimas, me dijo: ''Ámexi, | |
cristiano, ámexi''; que quiere decir: "¿Vaste, cristiano, vaste?" Yo la | |
respondí: ''Señora, sí, pero no en ninguna manera sin ti: el primero jumá | |
me aguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas; que sin duda alguna iremos | |
a tierra de cristianos''. | |
»Yo le dije esto de manera que ella me entendió muy bien a todas las | |
razones que entrambos pasamos; y, echándome un brazo al cuello, con | |
desmayados pasos comenzó a caminar hacia la casa; y quiso la suerte, que | |
pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo | |
los dos de la manera y postura que os he contado, con un brazo al cuello, | |
su padre, que ya volvía de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y | |
manera que íbamos, y nosotros vimos que él nos había visto; pero Zoraida, | |
advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó | |
más a mí y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, | |
dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a | |
entender que la sostenía contra mi voluntad. Su padre llegó corriendo | |
adonde estábamos, y, viendo a su hija de aquella manera, le preguntó que | |
qué tenía; pero, como ella no le respondiese, dijo su padre: ''Sin duda | |
alguna que con el sobresalto de la entrada de estos canes se ha | |
desmayado''. Y, quitándola del mío, la arrimó a su pecho; y ella, dando un | |
suspiro y aún no enjutos los ojos de lágrimas, volvió a decir: ''Ámexi, | |
cristiano, ámexi'': "Vete, cristiano, vete". A lo que su padre respondió: | |
''No importa, hija, que el cristiano se vaya, que ningún mal te ha hecho, y | |
los turcos ya son idos. No te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que | |
pueda darte pesadumbre, pues, como ya te he dicho, los turcos, a mi ruego, | |
se volvieron por donde entraron''. ''Ellos, señor, la sobresaltaron, como | |
has dicho -dije yo a su padre-; mas, pues ella dice que yo me vaya, no la | |
quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y, con tu licencia, volveré, si | |
fuere menester, por yerbas a este jardín; que, según dice mi amo, en | |
ninguno las hay mejores para ensalada que en él''. ''Todas las que | |
quisieres podrás volver -respondió Agi Morato-, que mi hija no dice esto | |
porque tú ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que, por decir que | |
los turcos se fuesen, dijo que tú te fueses, o porque ya era hora que | |
buscases tus yerbas''. | |
»Con esto, me despedí al punto de entrambos; y ella, arrancándosele el | |
alma, al parecer, se fue con su padre; y yo, con achaque de buscar las | |
yerbas, rodeé muy bien y a mi placer todo el jardín: miré bien las entradas | |
y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podía ofrecer | |
para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto, me vine y di cuenta de | |
cuanto había pasado al renegado y a mis compañeros; y ya no veía la hora de | |
verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zoraida la | |
suerte me ofrecía. | |
»En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el día y plazo de nosotros tan | |
deseado; y, siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta | |
consideración y largo discurso, muchas veces habíamos dado, tuvimos el buen | |
suceso que deseábamos; porque el viernes que se siguió al día que yo con | |
Zoraida hablé en el jardín, nuestro renegado, al anochecer, dio fondo con | |
la barca casi frontero de donde la hermosísima Zoraida estaba. Ya los | |
cristianos que habían de bogar el remo estaban prevenidos y escondidos por | |
diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y | |
alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que a los | |
ojos tenían; porque ellos no sabían el concierto del renegado, sino que | |
pensaban que a fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, | |
quitando la vida a los moros que dentro de la barca estaban. | |
»Sucedió, pues, que, así como yo me mostré y mis compañeros, todos los | |
demás escondidos que nos vieron se vinieron llegando a nosotros. Esto era | |
ya a tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña | |
ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir | |
primero por Zoraida, o rendir primero a los moros bagarinos que bogaban el | |
remo en la barca. Y, estando en esta duda, llegó a nosotros nuestro | |
renegado diciéndonos que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que | |
todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo. Dijímosle | |
en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir | |
primero el bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro | |
alguno, y que luego podíamos ir por Zoraida. Pareciónos bien a todos lo que | |
decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, | |
y, saltando él dentro primero, metió mano a un alfanje, y dijo en morisco: | |
''Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la | |
vida''. Ya, a este tiempo, habían entrado dentro casi todos los cristianos. | |
Los moros, que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera a su | |
arráez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano a | |
las armas, que pocas o casi ningunas tenían, se dejaron, sin hablar alguna | |
palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo | |
hicieron, amenazando a los moros que si alzaban por alguna vía o manera la | |
voz, que luego al punto los pasarían todos a cuchillo. | |
»Hecho ya esto, quedándose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los | |
que quedábamos, haciéndonos asimismo el renegado la guía, fuimos al jardín | |
de Agi Morato, y quiso la buena suerte que, llegando a abrir la puerta, se | |
abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y así, con gran | |
quietud y silencio, llegamos a la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la | |
bellísima Zoraida aguardándonos a una ventana, y, así como sintió gente, | |
preguntó con voz baja si éramos nizarani, como si dijera o preguntara si | |
éramos cristianos. Yo le respondí que sí, y que bajase. Cuando ella me | |
conoció, no se detuvo un punto, porque, sin responderme palabra, bajó en un | |
instante, abrió la puerta y mostróse a todos tan hermosa y ricamente | |
vestida que no lo acierto a encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una | |
mano y la comencé a besar, y el renegado hizo lo mismo, y mis dos | |
camaradas; y los demás, que el caso no sabían, hicieron lo que vieron que | |
nosotros hacíamos, que no parecía sino que le dábamos las gracias y la | |
reconocíamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua | |
morisca si estaba su padre en el jardín. Ella respondió que sí y que | |
dormía. ''Pues será menester despertalle -replicó el renegado-, y | |
llevárnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor este hermoso | |
jardín.'' ''No -dijo ella-, a mi padre no se ha de tocar en ningún modo, y | |
en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien | |
habrá para que todos quedéis ricos y contentos; y esperaros un poco y lo | |
veréis''. Y, diciendo esto, se volvió a entrar, diciendo que muy presto | |
volvería; que nos estuviésemos quedos, sin hacer ningún ruido. Preguntéle | |
al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a quien yo | |
dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; | |
la cual ya que volvía cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, | |
tantos, que apenas lo podía sustentar, quiso la mala suerte que su padre | |
despertase en el ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y, | |
asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran | |
cristianos; y, dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó a decir | |
en arábigo: ''¡Cristianos, cristianos! ¡Ladrones, ladrones!''; por los | |
cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusión. | |
Pero el renegado, viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le | |
importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima | |
presteza, subió donde Agi Morato estaba, y juntamente con él fueron algunos | |
de nosotros; que yo no osé desamparar a la Zoraida, que como desmayada se | |
había dejado caer en mis brazos. En resolución, los que subieron se dieron | |
tan buena maña que en un momento bajaron con Agi Morato, trayéndole atadas | |
las manos y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar | |
palabra, amenazándole que el hablarla le había de costar la vida. Cuando su | |
hija le vio, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, | |
ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos. Mas, | |
entonces siendo más necesarios los pies, con diligencia y presteza nos | |
pusimos en la barca; que ya los que en ella habían quedado nos esperaban, | |
temerosos de algún mal suceso nuestro. | |
»Apenas serían dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en | |
la barca, en la cual se le quitó al padre de Zoraida la atadura de las | |
manos y el paño de la boca; pero tornóle a decir el renegado que no hablase | |
palabra, que le quitarían la vida. Él, como vio allí a su hija, comenzó a | |
suspirar ternísimamente, y más cuando vio que yo estrechamente la tenía | |
abrazada, y que ella sin defender, quejarse ni esquivarse, se estaba queda; | |
pero, con todo esto, callaba, porque no pusiesen en efeto las muchas | |
amenazas que el renegado le hacía. Viéndose, pues, Zoraida ya en la barca, | |
y que queríamos dar los remos al agua, y viendo allí a su padre y a los | |
demás moros que atados estaban, le dijo al renegado que me dijese le | |
hiciese merced de soltar a aquellos moros y de dar libertad a su padre, | |
porque antes se arrojaría en la mar que ver delante de sus ojos y por causa | |
suya llevar cautivo a un padre que tanto la había querido. El renegado me | |
lo dijo; y yo respondí que era muy contento; pero él respondió que no | |
convenía, a causa que, si allí los dejaban apellidarían luego la tierra y | |
alborotarían la ciudad, y serían causa que saliesen a buscallos con algunas | |
fragatas ligeras, y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no | |
pudiésemos escaparnos; que lo que se podría hacer era darles libertad en | |
llegando a la primera tierra de cristianos. En este parecer venimos todos, | |
y Zoraida, a quien se le dio cuenta, con las causas que nos movían a no | |
hacer luego lo que quería, también se satisfizo; y luego, con regocijado | |
silencio y alegre diligencia, cada uno de nuestros valientes remeros tomó | |
su remo, y comenzamos, encomendándonos a Dios de todo corazón, a navegar la | |
vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de cristianos más cerca. | |
»Pero, a causa de soplar un poco el viento tramontana y estar la mar algo | |
picada, no fue posible seguir la derrota de Mallorca, y fuenos forzoso | |
dejarnos ir tierra a tierra la vuelta de Orán, no sin mucha pesadumbre | |
nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa | |
cae sesenta millas de Argel. Y, asimismo, temíamos encontrar por aquel | |
paraje alguna galeota de las que de ordinario vienen con mercancía de | |
Tetuán, aunque cada uno por sí, y todos juntos, presumíamos de que, si se | |
encontraba galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, | |
que no sólo no nos perderíamos, mas que tomaríamos bajel donde con más | |
seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto que se | |
navegaba, puesta la cabeza entre mis manos, por no ver a su padre, y sentía | |
yo que iba llamando a Lela Marién que nos ayudase. | |
»Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres | |
tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin | |
nadie que nos descubriese; pero, con todo eso, nos fuimos a fuerza de | |
brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada; y, | |
habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles en | |
tanto que comíamos algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que | |
bogaban dijeron que no era aquél tiempo de tomar reposo alguno, que les | |
diesen de comer los que no bogaban, que ellos no querían soltar los remos | |
de las manos en manera alguna. Hízose ansí, y en esto comenzó a soplar un | |
viento largo, que nos obligó a hacer luego vela y a dejar el remo, y | |
enderezar a Orán, por no ser posible poder hacer otro viaje. Todo se hizo | |
con muchísima presteza; y así, a la vela, navegamos por más de ocho millas | |
por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que | |
de corso fuese. | |
»Dimos de comer a los moros bagarinos, y el renegado les consoló | |
diciéndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasión les darían | |
libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondió: | |
''Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y | |
buen término, ¡oh cristianos!, mas el darme libertad, no me tengáis por tan | |
simple que lo imagine; que nunca os pusistes vosotros al peligro de | |
quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quién soy | |
yo, y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese, si | |
le queréis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes | |
por mí y por esa desdichada hija mía, o si no, por ella sola, que es la | |
mayor y la mejor parte de mi alma''. En diciendo esto, comenzó a llorar tan | |
amargamente que a todos nos movió a compasión, y forzó a Zoraida que le | |
mirase; la cual, viéndole llorar, así se enterneció que se levantó de mis | |
pies y fue a abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo, | |
comenzaron los dos tan tierno llanto que muchos de los que allí íbamos le | |
acompañamos en él. Pero, cuando su padre la vio adornada de fiesta y con | |
tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ''¿Qué es esto, hija, que ayer | |
al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos | |
vemos, te vi con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas | |
tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva alegre de | |
solenizalle con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores | |
vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fue la ventura más favorable? | |
Respóndeme a esto, que me tiene más suspenso y admirado que la misma | |
desgracia en que me hallo''. | |
»Todo lo que el moro decía a su hija nos lo declaraba el renegado, y ella | |
no le respondía palabra. Pero, cuando él vio a un lado de la barca el | |
cofrecillo donde ella solía tener sus joyas, el cual sabía él bien que le | |
había dejado en Argel, y no traídole al jardín, quedó más confuso, y | |
preguntóle que cómo aquel cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo | |
que venía dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le | |
respondiese, le respondió: ''No te canses, señor, en preguntar a Zoraida, | |
tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te responda te satisfaré a | |
todas; y así, quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido | |
la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va | |
aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este | |
estado, como el que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida | |
y de la pena a la gloria''. ''¿Es verdad lo que éste dice, hija?'', dijo el | |
moro. ''Así es'', respondió Zoraida. ''¿Que, en efeto -replicó el viejo-, | |
tú eres cristiana, y la que ha puesto a su padre en poder de sus | |
enemigos?'' A lo cual respondió Zoraida: ''La que es cristiana yo soy, pero | |
no la que te ha puesto en este punto, porque nunca mi deseo se estendió a | |
dejarte ni a hacerte mal, sino a hacerme a mí bien''. ''Y ¿qué bien es el | |
que te has hecho, hija?'' ''Eso -respondió ella- pregúntaselo tú a Lela | |
Marién, que ella te lo sabrá decir mejor que no yo''. | |
»Apenas hubo oído esto el moro, cuando, con una increíble presteza, se | |
arrojó de cabeza en la mar, donde sin ninguna duda se ahogara, si el | |
vestido largo y embarazoso que traía no le entretuviera un poco sobre el | |
agua. Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, | |
asiéndole de la almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que | |
recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un | |
tierno y doloroso llanto. Volvímosle boca abajo, volvió mucha agua, tornó | |
en sí al cabo de dos horas, en las cuales, habiéndose trocado el viento, | |
nos convino volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir | |
en ella; mas quiso nuestra buena suerte que llegamos a una cala que se hace | |
al lado de un pequeño promontorio o cabo que de los moros es llamado el de | |
La Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir La mala mujer cristiana; | |
y es tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, | |
por quien se perdió España, porque cava en su lengua quiere decir mujer | |
mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agüero llegar allí a dar | |
fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; | |
puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de | |
nuestro remedio, según andaba alterada la mar. | |
»Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamás los remos de la | |
mano; comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a | |
Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para | |
que felicemente diésemos fin a tan dichoso principio. Diose orden, a | |
suplicación de Zoraida, como echásemos en tierra a su padre y a todos los | |
demás moros que allí atados venían, porque no le bastaba el ánimo, ni lo | |
podían sufrir sus blandas entrañas, ver delante de sus ojos atado a su | |
padre y aquellos de su tierra presos. Prometímosle de hacerlo así al tiempo | |
de la partida, pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, que era | |
despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones que no fuesen oídas del | |
cielo; que, en nuestro favor, luego volvió el viento, tranquilo el mar, | |
convidándonos a que tornásemos alegres a proseguir nuestro comenzado viaje. | |
»Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los pusimos en tierra, de | |
lo que ellos se quedaron admirados; pero, llegando a desembarcar al padre | |
de Zoraida, que ya estaba en todo su acuerdo, dijo: ''¿Por qué pensáis, | |
cristianos, que esta mala hembra huelga de que me deis libertad? ¿Pensáis | |
que es por piedad que de mí tiene? No, por cierto, sino que lo hace por el | |
estorbo que le dará mi presencia cuando quiera poner en ejecución sus malos | |
deseos; ni penséis que la ha movido a mudar religión entender ella que la | |
vuestra a la nuestra se aventaja, sino el saber que en vuestra tierra se | |
usa la deshonestidad más libremente que en la nuestra''. Y, volviéndose a | |
Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque | |
algún desatino no hiciese, le dijo: ''¡Oh infame moza y mal aconsejada | |
muchacha! ¿Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, | |
naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, y | |
malditos sean los regalos y deleites en que te he criado!'' Pero, viendo yo | |
que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, | |
y desde allí, a voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando a | |
Mahoma rogase a Alá que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, | |
por habernos hecho a la vela, no podimos oír sus palabras, vimos sus obras, | |
que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el | |
suelo; mas una vez esforzó la voz de tal manera que podimos entender que | |
decía: ''¡Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; | |
entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a | |
este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le | |
dejas!'' Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no | |
supo decirle ni respondelle palabra, sino: ''Plega a Alá, padre mío, que | |
Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele | |
en tu tristeza. Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he | |
hecho, y que estos cristianos no deben nada a mi voluntad, pues, aunque | |
quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, | |
según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta que a mí me | |
parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas por mala''. Esto dijo, a | |
tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros ya le veíamos; y así, consolando | |
yo a Zoraida, atendimos todos a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el | |
proprio viento, de tal manera que bien tuvimos por cierto de vernos otro | |
día al amanecer en las riberas de España. | |
»Mas, como pocas veces, o nunca, viene el bien puro y sencillo, sin ser | |
acompañado o seguido de algún mal que le turbe o sobresalte, quiso nuestra | |
ventura, o quizá las maldiciones que el moro a su hija había echado, que | |
siempre se han de temer de cualquier padre que sean; quiso, digo, que | |
estando ya engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, | |
yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos, porque el | |
próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de | |
la luna, que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel | |
redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el | |
timón, delante de nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue | |
forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de | |
timón para darnos lugar que pasásemos. | |
»Habíanse puesto a bordo del bajel a preguntarnos quién éramos, y adónde | |
navegábamos, y de dónde veníamos; pero, por preguntarnos esto en lengua | |
francesa, dijo nuestro renegado: ''Ninguno responda; porque éstos, sin | |
duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa''. Por este | |
advertimiento, ninguno respondió palabra; y, habiendo pasado un poco | |
delante, que ya el bajel quedaba sotavento, de improviso soltaron dos | |
piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas venían con cadenas, porque | |
con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con la vela en | |
la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de | |
nuestra barca, de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero, | |
como nosotros nos vimos ir a fondo, comenzamos todos a grandes voces a | |
pedir socorro y a rogar a los del bajel que nos acogiesen, porque nos | |
anegábamos. Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, | |
entraron en él hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y | |
cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y, viendo cuán pocos | |
éramos y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber | |
usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello. | |
Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con él en | |
la mar, sin que ninguno echase de ver en lo que hacía. En resolución, todos | |
pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse informado de todo | |
aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales | |
enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron | |
hasta los carcajes que traía en los pies. Pero no me daba a mí tanta | |
pesadumbre la que a Zoraida daban, como me la daba el temor que tenía de | |
que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosísimas joyas al | |
quitar de la joya que más valía y ella más estimaba. Pero los deseos de | |
aquella gente no se estienden a más que al dinero, y desto jamás se vee | |
harta su codicia; lo cual entonces llegó a tanto, que aun hasta los | |
vestidos de cautivos nos quitaran si de algún provecho les fueran. Y hubo | |
parecer entre ellos de que a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una | |
vela, porque tenían intención de tratar en algunos puertos de España con | |
nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos, serían castigados, | |
siendo descubierto su hurto. Mas el capitán, que era el que había despojado | |
a mi querida Zoraida, dijo que él se contentaba con la presa que tenía, y | |
que no quería tocar en ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de | |
Gibraltar de noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde había | |
salido; y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo | |
lo necesario para la corta navegación que nos quedaba, como lo hicieron | |
otra día, ya a vista de tierra de España, con la cual vista, todas nuestras | |
pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran | |
pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida. | |
»Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos | |
barriles de agua y algún bizcocho; y el capitán, movido no sé de qué | |
misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida, le dio hasta cuarenta | |
escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos | |
vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel; dímosles las | |
gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos más agradecidos que | |
quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; | |
nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba | |
delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estábamos tan | |
cerca que bien pudiéramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy | |
noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse | |
escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa | |
segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo | |
que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque | |
así aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí | |
anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería | |
y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se | |
vuelven a dormir a sus casas. Pero, de los contrarios pareceres, el que se | |
tomó fue que nos llegásemos poco a poco, y que si el sosiego del mar lo | |
concediese, desembarcásemos donde pudiésemos. | |
»Hízose así, y poco antes de la media noche sería cuando llegamos al pie de | |
una disformísima y alta montaña, no tan junto al mar que no concediese un | |
poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, | |
salimos a tierra, besamos el suelo, y, con lágrimas de muy alegrísimo | |
contento, dimos todos gracias a Dios, Señor Nuestro, por el bien tan | |
incomparable que nos había hecho. Sacamos de la barca los bastimentos que | |
tenía, tirámosla en tierra, y subímonos un grandísimo trecho en la montaña, | |
porque aún allí estábamos, y aún no podíamos asegurar el pecho, ni | |
acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que ya nos sostenía. | |
Amaneció más tarde, a mi parecer, de lo que quisiéramos. Acabamos de | |
subir toda la montaña, por ver si desde allí algún poblado se descubría, o | |
algunas cabañas de pastores; pero, aunque más tendimos la vista, ni | |
poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, | |
determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podría ser menos sino | |
que presto descubriésemos quien nos diese noticia della. Pero lo que a mí | |
más me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas asperezas, que, | |
puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le cansaba a ella mi | |
cansancio que la reposaba su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel | |
trabajo tomase; y, con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo | |
siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debíamos de haber | |
andado, cuando llegó a nuestros oídos el son de una pequeña esquila, señal | |
clara que por allí cerca había ganado; y, mirando todos con atención si | |
alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con | |
grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos | |
voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente en pie, y, a lo que | |
después supimos, los primeros que a la vista se le ofrecieron fueron el | |
renegado y Zoraida, y, como él los vio en hábito de moros, pensó que todos | |
los de la Berbería estaban sobre él; y, metiéndose con estraña ligereza por | |
el bosque adelante, comenzó a dar los mayores gritos del mundo diciendo: | |
''¡Moros, moros hay en la tierra! ¡Moros, moros! ¡Arma, arma!'' | |
»Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabíamos qué hacernos; pero, | |
considerando que las voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que | |
la caballería de la costa había de venir luego a ver lo que era, acordamos | |
que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un | |
gilecuelco o casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se | |
quedó en camisa; y así, encomendándonos a Dios, fuimos por el mismo camino | |
que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuándo había de dar | |
sobre nosotros la caballería de la costa. Y no nos engañó nuestro | |
pensamiento, porque, aún no habrían pasado dos horas cuando, habiendo ya | |
salido de aquellas malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta | |
caballeros, que con gran ligereza, corriendo a media rienda, a nosotros se | |
venían, y así como los vimos, nos estuvimos quedos aguardándolos; pero, | |
como ellos llegaron y vieron, en lugar de los moros que buscaban, tanto | |
pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó si éramos | |
nosotros acaso la ocasión por que un pastor había apellidado al arma. | |
''Sí'', dije yo; y, queriendo comenzar a decirle mi suceso, y de dónde | |
veníamos y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venían | |
conoció al jinete que nos había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme a mí | |
decir más palabra: ''¡Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena | |
parte nos ha conducido!, porque, si yo no me engaño, la tierra que pisamos | |
es la de Vélez Málaga, si ya los años de mi cautiverio no me han quitado de | |
la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntáis quién somos, | |
sois Pedro de Bustamante, tío mío''. Apenas hubo dicho esto el cristiano | |
cautivo, cuando el jinete se arrojó del caballo y vino a abrazar al mozo, | |
diciéndole: ''Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he | |
llorado por muerto yo, y mi hermana, tu madre, y todos los tuyos, que aún | |
viven; y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de | |
verte: ya sabíamos que estabas en Argel, y por las señales y muestras de | |
tus vestidos, y la de todos los desta compañía, comprehendo que habéis | |
tenido milagrosa libertad''. ''Así es -respondió el mozo-, y tiempo nos | |
quedará para contároslo todo''. | |
»Luego que los jinetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se | |
apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para | |
llevarnos a la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. | |
Algunos dellos volvieron a llevar la barca a la ciudad, diciéndoles dónde | |
la habíamos dejado; otros nos subieron a las ancas, y Zoraida fue en las | |
del caballo del tío del cristiano. Saliónos a recebir todo el pueblo, que | |
ya de alguno que se había adelantado sabían la nueva de nuestra venida. No | |
se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la | |
gente de aquella costa está hecha a ver a los unos y a los otros; pero | |
admirábanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazón | |
estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino como con la alegría de | |
verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le | |
había sacado al rostro tales colores que, si no es que la afición entonces | |
me engañaba, osaré decir que más hermosa criatura no había en el mundo; a | |
lo menos, que yo la hubiese visto. | |
»Fuimos derechos a la iglesia, a dar gracias a Dios por la merced recebida; | |
y, así como en ella entró Zoraida, dijo que allí había rostros que se | |
parecían a los de Lela Marién. Dijímosle que eran imágines suyas, y como | |
mejor se pudo le dio el renegado a entender lo que significaban, para que | |
ella las adorase como si verdaderamente fueran cada una dellas la misma | |
Lela Marién que la había hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un | |
natural fácil y claro, entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le | |
dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron a todos en diferentes casas del | |
pueblo; pero al renegado, Zoraida y a mí nos llevó el cristiano que vino | |
con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de | |
los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo. | |
»Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su | |
información de cuanto le convenía, se fue a la ciudad de Granada, a | |
reducirse por medio de la Santa Inquisición al gremio santísimo de la | |
Iglesia; los demás cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le | |
pareció; solos quedamos Zoraida y yo, con solos los escudos que la cortesía | |
del francés le dio a Zoraida, de los cuales compré este animal en que ella | |
viene; y, sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, | |
vamos con intención de ver si mi padre es vivo, o si alguno de mis hermanos | |
ha tenido más próspera ventura que la mía, puesto que, por haberme hecho el | |
cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera | |
venir, por buena que fuera, que más la estimara. La paciencia con que | |
Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que | |
muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me admira y me | |
mueve a servirla todo el tiempo de mi vida, puesto que el gusto que tengo | |
de verme suyo y de que ella sea mía me lo turba y deshace no saber si | |
hallaré en mi tierra algún rincón donde recogella, y si habrán hecho el | |
tiempo y la muerte tal mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos | |
que apenas halle quien me conozca, si ellos faltan.» No tengo más, señores, | |
que deciros de mi historia; la cual, si es agradable y peregrina, júzguenlo | |
vuestros buenos entendimientos; que de mí sé decir que quisiera habérosla | |
contado más brevemente, puesto que el temor de enfadaros más de cuatro | |
circustancias me ha quitado de la lengua. | |
Capítulo XLII. Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras | |
muchas cosas dignas de saberse | |
Calló, en diciendo esto, el cautivo, a quien don Fernando dijo: | |
-Por cierto, señor capitán, el modo con que habéis contado este estraño | |
suceso ha sido tal, que iguala a la novedad y estrañeza del mesmo caso. | |
Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden | |
a quien los oye; y es de tal manera el gusto que hemos recebido en | |
escuchalle, que, aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el | |
mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara. | |
Y, en diciendo esto, don Fernando y todos los demás se le ofrecieron, con | |
todo lo a ellos posible para servirle, con palabras y razones tan amorosas | |
y tan verdaderas que el capitán se tuvo por bien satisfecho de sus | |
voluntades. Especialmente, le ofreció don Fernando que si quería volverse | |
con él, que él haría que el marqués, su hermano, fuese padrino del bautismo | |
de Zoraida, y que él, por su parte, le acomodaría de manera que pudiese | |
entrar en su tierra con el autoridad y cómodo que a su persona se debía. | |
Todo lo agradeció cortesísimamente el cautivo, pero no quiso acetar ninguno | |
de sus liberales ofrecimientos. | |
En esto, llegaba ya la noche, y, al cerrar della, llegó a la venta un | |
coche, con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada; a quien la | |
ventera respondió que no había en toda la venta un palmo desocupado. | |
-Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habían entrado-, no | |
ha de faltar para el señor oidor que aquí viene. | |
A este nombre se turbó la güéspeda, y dijo: | |
-Señor, lo que en ello hay es que no tengo camas: si es que su merced del | |
señor oidor la trae, que sí debe de traer, entre en buen hora, que yo y mi | |
marido nos saldremos de nuestro aposento por acomodar a su merced. | |
-Sea en buen hora -dijo el escudero. | |
Pero, a este tiempo, ya había salido del coche un hombre, que en el traje | |
mostró luego el oficio y cargo que tenía, porque la ropa luenga, con las | |
mangas arrocadas, que vestía, mostraron ser oidor, como su criado había | |
dicho. Traía de la mano a una doncella, al parecer de hasta diez y seis | |
años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a | |
todos puso en admiración su vista; de suerte que, a no haber visto a | |
Dorotea y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra | |
tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse. Hallóse | |
don Quijote al entrar del oidor y de la doncella, y, así como le vio, dijo: | |
-Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, | |
que, aunque es estrecho y mal acomodado, no hay estrecheza ni incomodidad | |
en el mundo que no dé lugar a las armas y a las letras, y más si las armas | |
y letras traen por guía y adalid a la fermosura, como la traen las letras | |
de vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sólo abrirse y | |
manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y devidirse y | |
abajarse las montañas, para dalle acogida. Entre vuestra merced, digo, en | |
este paraíso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que | |
vuestra merced trae consigo; aquí hallará las armas en su punto y la | |
hermosura en su estremo. | |
Admirado quedó el oidor del razonamiento de don Quijote, a quien se puso a | |
mirar muy de propósito, y no menos le admiraba su talle que sus palabras; | |
y, sin hallar ningunas con que respondelle, se tornó a admirar de nuevo | |
cuando vio delante de sí a Luscinda, Dorotea y a Zoraida, que, a las nuevas | |
de los nuevos güéspedes y a las que la ventera les había dado de la | |
hermosura de la doncella, habían venido a verla y a recebirla. Pero don | |
Fernando, Cardenio y el cura le hicieron más llanos y más cortesanos | |
ofrecimientos. En efecto, el señor oidor entró confuso, así de lo que veía | |
como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bienllegada | |
a la hermosa doncella. | |
En resolución, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la | |
que allí estaba; pero el talle, visaje y la apostura de don Quijote le | |
desatinaba; y, habiendo pasado entre todos corteses ofrecimientos y | |
tanteado la comodidad de la venta, se ordenó lo que antes estaba ordenado: | |
que todas las mujeres se entrasen en el camaranchón ya referido, y que los | |
hombres se quedasen fuera, como en su guarda. Y así, fue contento el oidor | |
que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas señoras, lo que | |
ella hizo de muy buena gana. Y con parte de la estrecha cama del ventero, y | |
con la mitad de la que el oidor traía, se acomodaron aquella noche mejor de | |
lo que pensaban. | |
El cautivo, que, desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazón | |
y barruntos de que aquél era su hermano, preguntó a uno de los criados que | |
con él venían que cómo se llamaba y si sabía de qué tierra era. El criado | |
le respondió que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que había | |
oído decir que era de un lugar de las montañas de León. Con esta relación y | |
con lo que él había visto se acabó de confirmar de que aquél era su | |
hermano, que había seguido las letras por consejo de su padre; y, | |
alborotado y contento, llamando aparte a don Fernando, a Cardenio y al | |
cura, les contó lo que pasaba, certificándoles que aquel oidor era su | |
hermano. Habíale dicho también el criado como iba proveído por oidor a las | |
Indias, en la Audiencia de Méjico. Supo también como aquella doncella era | |
su hija, de cuyo parto había muerto su madre, y que él había quedado muy | |
rico con el dote que con la hija se le quedó en casa. Pidióles consejo qué | |
modo tendría para descubrirse, o para conocer primero si, después de | |
descubierto, su hermano, por verle pobre, se afrentaba o le recebía con | |
buenas entrañas. | |
-Déjeseme a mí el hacer esa experiencia -dijo el cura-; cuanto más, que no | |
hay pensar sino que vos, señor capitán, seréis muy bien recebido; porque el | |
valor y prudencia que en su buen parecer descubre vuestro hermano no da | |
indicios de ser arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber poner los | |
casos de la fortuna en su punto. | |
-Con todo eso -dijo el capitán- yo querría, no de improviso, sino por | |
rodeos, dármele a conocer. | |
-Ya os digo -respondió el cura- que yo lo trazaré de modo que todos | |
quedemos satisfechos. | |
Ya, en esto, estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto | |
el cautivo y las señoras, que cenaron de por sí en su aposento. En la mitad | |
de la cena dijo el cura: | |
-Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en | |
Costantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno | |
de los valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería | |
española, pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso lo tenía de | |
desdichado. | |
-Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? -preguntó el oidor. | |
-Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un | |
lugar de las montañas de León, el cual me contó un caso que a su padre | |
con sus hermanos le había sucedido, que, a no contármelo un hombre tan | |
verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas | |
cuentan el invierno al fuego. Porque me dijo que su padre había dividido su | |
hacienda entre tres hijos que tenía, y les había dado ciertos consejos, | |
mejores que los de Catón. Y sé yo decir que el que él escogió de venir a la | |
guerra le había sucedido tan bien que en pocos años, por su valor y | |
esfuerzo, sin otro brazo que el de su mucha virtud, subió a ser capitán de | |
infantería, y a verse en camino y predicamento de ser presto maestre de | |
campo. Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y | |
tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima | |
jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto. Yo la | |
perdí en la Goleta, y después, por diferentes sucesos, nos hallamos | |
camaradas en Costantinopla. Desde allí vino a Argel, donde sé que le | |
sucedió uno de los más estraños casos que en el mundo han sucedido. | |
De aquí fue prosiguiendo el cura, y, con brevedad sucinta, contó lo que con | |
Zoraida a su hermano había sucedido; a todo lo cual estaba tan atento el | |
oidor, que ninguna vez había sido tan oidor como entonces. Sólo llegó el | |
cura al punto de cuando los franceses despojaron a los cristianos que en la | |
barca venían, y la pobreza y necesidad en que su camarada y la hermosa mora | |
habían quedado; de los cuales no había sabido en qué habían parado, ni si | |
habían llegado a España, o llevádolos los franceses a Francia. | |
Todo lo que el cura decía estaba escuchando, algo de allí desviado, el | |
capitán, y notaba todos los movimientos que su hermano hacía; el cual, | |
viendo que ya el cura había llegado al fin de su cuento, dando un grande | |
suspiro y llenándosele los ojos de agua, dijo: | |
-¡Oh, señor, si supiésedes las nuevas que me habéis contado, y cómo me | |
tocan tan en parte que me es forzoso dar muestras dello con estas lágrimas | |
que, contra toda mi discreción y recato, me salen por los ojos! Ese capitán | |
tan valeroso que decís es mi mayor hermano, el cual, como más fuerte y de | |
más altos pensamientos que yo ni otro hermano menor mío, escogió el honroso | |
y digno ejercicio de la guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro | |
padre nos propuso, según os dijo vuestra camarada en la conseja que, a | |
vuestro parecer, le oístes. Yo seguí el de las letras, en las cuales Dios y | |
mi diligencia me han puesto en el grado que me veis. Mi menor hermano está | |
en el Pirú, tan rico que con lo que ha enviado a mi padre y a mí ha | |
satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi | |
padre con que poder hartar su liberalidad natural; y yo, ansimesmo, he | |
podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios y llegar al | |
puesto en que me veo. Vive aún mi padre, muriendo con el deseo de saber de | |
su hijo mayor, y pide a Dios con continuas oraciones no cierre la muerte | |
sus ojos hasta que él vea con vida a los de su hijo; del cual me maravillo, | |
siendo tan discreto, cómo en tantos trabajos y afliciones, o prósperos | |
sucesos, se haya descuidado de dar noticia de sí a su padre; que si él lo | |
supiera, o alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro | |
de la caña para alcanzar su rescate. Pero de lo que yo agora me temo es de | |
pensar si aquellos franceses le habrán dado libertad, o le habrán muerto | |
por encubrir su hurto. Esto todo será que yo prosiga mi viaje, no con aquel | |
contento con que le comencé, sino con toda melancolía y tristeza. ¡Oh buen | |
hermano mío, y quién supiera agora dónde estabas; que yo te fuera a buscar | |
y a librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los míos! ¡Oh, quién | |
llevara nuevas a nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras | |
en las mazmorras más escondidas de Berbería; que de allí te sacaran sus | |
riquezas, las de mi hermano y las mías! ¡Oh Zoraida hermosa y liberal, | |
quién pudiera pagar el bien que a un hermano hiciste!; ¡quién pudiera | |
hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas, que tanto gusto a todos nos | |
dieran! | |
Estas y otras semejantes palabras decía el oidor, lleno de tanta compasión | |
con las nuevas que de su hermano le habían dado, que todos los que le oían | |
le acompañaban en dar muestras del sentimiento que tenían de su lástima. | |
Viendo, pues, el cura que tan bien había salido con su intención y con lo | |
que deseaba el capitán, no quiso tenerlos a todos más tiempo tristes, y | |
así, se levantó de la mesa, y, entrando donde estaba Zoraida, la tomó por | |
la mano, y tras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la hija del oidor. | |
Estaba esperando el capitán a ver lo que el cura quería hacer, que fue que, | |
tomándole a él asimesmo de la otra mano, con entrambos a dos se fue donde | |
el oidor y los demás caballeros estaban, y dijo: | |
-Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese vuestro deseo de todo el | |
bien que acertare a desearse, pues tenéis delante a vuestro buen hermano y | |
a vuestra buena cuñada. Éste que aquí veis es el capitán Viedma, y ésta, la | |
hermosa mora que tanto bien le hizo. Los franceses que os dije los pusieron | |
en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro | |
buen pecho. | |
Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los | |
pechos por mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le | |
abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que | |
los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas. Las | |
palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, | |
apenas creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse. Allí, en breves | |
razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto | |
la buena amistad de dos hermanos; allí abrazó el oidor a Zoraida; allí la | |
ofreció su hacienda; allí hizo que la abrazase su hija; allí la cristiana | |
hermosa y la mora hermosísima renovaron las lágrimas de todos. | |
Allí don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tan | |
estraños sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería. | |
Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a | |
Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como | |
pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le | |
ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas | |
que de allí a un mes partía la flota de Sevilla a la Nueva España, y | |
fuérale de grande incomodidad perder el viaje. | |
En resolución, todos quedaron contentos y alegres del buen suceso del | |
cautivo; y, como ya la noche iba casi en las dos partes de su jornada, | |
acordaron de recogerse y reposar lo que de ella les quedaba. Don Quijote se | |
ofreció a hacer la guardia del castillo, porque de algún gigante o otro mal | |
andante follón no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de | |
hermosura que en aquel castillo se encerraba. Agradeciéronselo los que le | |
conocían, y dieron al oidor cuenta del humor estraño de don Quijote, de que | |
no poco gusto recibió. | |
Sólo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del recogimiento, y sólo | |
él se acomodó mejor que todos, echándose sobre los aparejos de su jumento, | |
que le costaron tan caros como adelante se dirá. | |
Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás acomodádose como | |
menos mal pudieron, don Quijote se salió fuera de la venta a hacer la | |
centinela del castillo, como lo había prometido. | |
Sucedió, pues, que faltando poco por venir el alba, llegó a los oídos de | |
las damas una voz tan entonada y tan buena, que les obligó a que todas le | |
prestasen atento oído, especialmente Dorotea, que despierta estaba, a cuyo | |
lado dormía doña Clara de Viedma, que ansí se llamaba la hija del oidor. | |
Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una | |
voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía | |
que cantaban en el patio; otras, que en la caballeriza; y, estando en esta | |
confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio y dijo: | |
-Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de | |
tal manera canta que encanta. | |
-Ya lo oímos, señor -respondió Dorotea. | |
Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, | |
entendió que lo que se cantaba era esto: | |
Capítulo XLIII. Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, | |
con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos] | |
-Marinero soy de amor, | |
y en su piélago profundo | |
navego sin esperanza | |
de llegar a puerto alguno. | |
Siguiendo voy a una estrella | |
que desde lejos descubro, | |
más bella y resplandeciente | |
que cuantas vio Palinuro. | |
Yo no sé adónde me guía, | |
y así, navego confuso, | |
el alma a mirarla atenta, | |
cuidadosa y con descuido. | |
Recatos impertinentes, | |
honestidad contra el uso, | |
son nubes que me la encubren | |
cuando más verla procuro. | |
¡Oh clara y luciente estrella, | |
en cuya lumbre me apuro!; | |
al punto que te me encubras, | |
será de mi muerte el punto. | |
Llegando el que cantaba a este punto, le pareció a Dorotea que no sería | |
bien que dejase Clara de oír una tan buena voz; y así, moviéndola a una y a | |
otra parte, la despertó diciéndole: | |
-Perdóname, niña, que te despierto, pues lo hago porque gustes de oír la | |
mejor voz que quizá habrás oído en toda tu vida. | |
Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que | |
Dorotea le decía; y, volviéndoselo a preguntar, ella se lo volvió a decir, | |
por lo cual estuvo atenta Clara. Pero, apenas hubo oído dos versos que el | |
que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño como si | |
de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose | |
estrechamente con Teodora, le dijo: | |
-¡Ay señora de mi alma y de mi vida!, ¿para qué me despertastes?; que el | |
mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los | |
ojos y los oídos, para no ver ni oír a ese desdichado músico. | |
-¿Qué es lo que dices, niña?; mira que dicen que el que canta es un mozo de | |
mulas. | |
-No es sino señor de lugares -respondió Clara-, y el que le tiene en mi | |
alma con tanta seguridad que si él no quiere dejalle, no le será quitado | |
eternamente. | |
Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole | |
que se aventajaban en mucho a la discreción que sus pocos años prometían; y | |
así, le dijo: | |
-Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más y | |
decidme qué es lo que decís de alma y de lugares, y deste músico, cuya voz | |
tan inquieta os tiene. Pero no me digáis nada por ahora, que no quiero | |
perder, por acudir a vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oír al que | |
canta; que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna a su canto. | |
-Sea en buen hora -respondió Clara. | |
Y, por no oílle, se tapó con las manos entrambos oídos, de lo que también | |
se admiró Dorotea; la cual, estando atenta a lo que se cantaba, vio que | |
proseguían en esta manera: | |
-Dulce esperanza mía, | |
que, rompiendo imposibles y malezas, | |
sigues firme la vía | |
que tú mesma te finges y aderezas: | |
no te desmaye el verte | |
a cada paso junto al de tu muerte. | |
No alcanzan perezosos | |
honrados triunfos ni vitoria alguna, | |
ni pueden ser dichosos | |
los que, no contrastando a la fortuna, | |
entregan, desvalidos, | |
al ocio blando todos los sentidos. | |
Que amor sus glorias venda | |
caras, es gran razón, y es trato justo, | |
pues no hay más rica prenda | |
que la que se quilata por su gusto; | |
y es cosa manifiesta | |
que no es de estima lo que poco cuesta. | |
Amorosas porfías | |
tal vez alcanzan imposibles cosas; | |
y ansí, aunque con las mías | |
sigo de amor las más dificultosas, | |
no por eso recelo | |
de no alcanzar desde la tierra el cielo. | |
Aquí dio fin la voz, y principio a nuevos sollozos Clara. Todo lo cual | |
encendía el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto | |
y de tan triste lloro. Y así, le volvió a preguntar qué era lo que le | |
quería decir denantes. Entonces Clara, temerosa de que Luscinda no la | |
oyese, abrazando estrechamente a Dorotea, puso su boca tan junto del oído | |
de Dorotea, que seguramente podía hablar sin ser de otro sentida, y así le | |
dijo: | |
-Este que canta, señora mía, es un hijo de un caballero natural del reino | |
de Aragón, señor de dos lugares, el cual vivía frontero de la casa de mi | |
padre en la Corte; y, aunque mi padre tenía las ventanas de su casa con | |
lienzos en el invierno y celosías en el verano, yo no sé lo que fue, ni lo | |
que no, que este caballero, que andaba al estudio, me vio, ni sé si en la | |
iglesia o en otra parte. Finalmente, él se enamoró de mí, y me lo dio a | |
entender desde las ventanas de su casa con tantas señas y con tantas | |
lágrimas, que yo le hube de creer, y aun querer, sin saber lo que me | |
quería. Entre las señas que me hacía, era una de juntarse la una mano con | |
la otra, dándome a entender que se casaría conmigo; y, aunque yo me | |
holgaría mucho de que ansí fuera, como sola y sin madre, no sabía con quién | |
comunicallo, y así, lo dejé estar sin dalle otro favor si no era, cuando | |
estaba mi padre fuera de casa y el suyo también, alzar un poco el lienzo o | |
la celosía y dejarme ver toda, de lo que él hacía tanta fiesta, que daba | |
señales de volverse loco. Llegóse en esto el tiempo de la partida de mi | |
padre, la cual él supo, y no de mí, pues nunca pude decírselo. Cayó malo, a | |
lo que yo entiendo, de pesadumbre; y así, el día que nos partimos nunca | |
pude verle para despedirme dél, siquiera con los ojos. Pero, a cabo de dos | |
días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de | |
aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan | |
al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible | |
conocelle. Conocíle, admiréme y alegréme; él me miró a hurto de mi padre, | |
de quien él siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mí en los | |
caminos y en las posadas do llegamos; y, como yo sé quién es, y considero | |
que por amor de mí viene a pie y con tanto trabajo, muérome de pesadumbre, | |
y adonde él pone los pies pongo yo los ojos. No sé con qué intención viene, | |
ni cómo ha podido escaparse de su padre, que le quiere estraordinariamente, | |
porque no tiene otro heredero, y porque él lo merece, como lo verá vuestra | |
merced cuando le vea. Y más le sé decir: que todo aquello que canta lo saca | |
de su cabeza; que he oído decir que es muy gran estudiante y poeta. Y hay | |
más: que cada vez que le veo o le oigo cantar, tiemblo toda y me | |
sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca y venga en conocimiento de | |
nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y, con todo eso, le | |
quiero de manera que no he de poder vivir sin él. Esto es, señora mía, todo | |
lo que os puedo decir deste músico, cuya voz tanto os ha contentado; que en | |
sola ella echaréis bien de ver que no es mozo de mulas, como decís, sino | |
señor de almas y lugares, como yo os he dicho. | |
-No digáis más, señora doña Clara -dijo a esta sazón Dorotea, y esto, | |
besándola mil veces-; no digáis más, digo, y esperad que venga el nuevo | |
día, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que | |
tengan el felice fin que tan honestos principios merecen. | |
-¡Ay señora! -dijo doña Clara-, ¿qué fin se puede esperar, si su padre es | |
tan principal y tan rico que le parecerá que aun yo no puedo ser criada de | |
su hijo, cuanto más esposa? Pues casarme yo a hurto de mi padre, no lo haré | |
por cuanto hay en el mundo. No querría sino que este mozo se volviese y me | |
dejase; quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos | |
se me aliviaría la pena que ahora llevo, aunque sé decir que este remedio | |
que me imagino me ha de aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido | |
esto, ni por dónde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan | |
muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad | |
mesma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años; que para el día de San | |
Miguel que vendrá dice mi padre que los cumplo. | |
No pudo dejar de reírse Dorotea, oyendo cuán como niña hablaba doña Clara, | |
a quien dijo: | |
-Reposemos, señora, lo poco que creo queda de la noche, y amanecerá Dios y | |
medraremos, o mal me andarán las manos. | |
Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio; | |
solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes, su criada, las | |
cuales, como ya sabían el humor de que pecaba don Quijote, y que estaba | |
fuera de la venta armado y a caballo haciendo la guarda, determinaron las | |
dos de hacelle alguna burla, o, a lo menos, de pasar un poco el tiempo | |
oyéndole sus disparates. | |
Es, pues, el caso que en toda la venta no había ventana que saliese al | |
campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por defuera. | |
A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que don Quijote | |
estaba a caballo, recostado sobre su lanzón, dando de cuando en cuando tan | |
dolientes y profundos suspiros que parecía, que con cada uno se le | |
arrancaba el alma. Y asimesmo oyeron que decía con voz blanda, regalada y | |
amorosa: | |
-¡Oh mi señora Dulcinea del Toboso, estremo de toda hermosura, fin y remate | |
de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y, | |
ultimadamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en | |
el mundo! Y ¿qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las | |
mientes en tu cautivo caballero, que a tantos peligros, por sólo servirte, | |
de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ¡oh luminaria de | |
las tres caras! Quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando; que, o | |
paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, o ya puesta de | |
pechos sobre algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y | |
grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazón | |
padece, qué gloria ha de dar a mis penas, qué sosiego a mi cuidado y, | |
finalmente, qué vida a mi muerte y qué premio a mis servicios. Y tú, sol, | |
que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir | |
a ver a mi señora, así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes; | |
pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que | |
tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que | |
tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas | |
de Peneo, que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y | |
enamorado. | |
A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero | |
razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó a cecear y a | |
decirle: | |
-Señor mío, lléguese acá la vuestra merced si es servido. | |
A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio, a la luz de la | |
luna, que entonces estaba en toda su claridad, cómo le llamaban del agujero | |
que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las | |
tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y | |
luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, | |
como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, | |
vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento, por no | |
mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas a Rocinante y se | |
llegó al agujero, y, así como vio a las dos mozas, dijo: | |
-Lástima os tengo, fermosa señora, de que hayades puesto vuestras amorosas | |
mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro | |
gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa a este miserable | |
andante caballero, a quien tiene amor imposibilitado de poder entregar su | |
voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron, la | |
hizo señora absoluta de su alma. Perdonadme, buena señora, y recogeos en | |
vuestro aposento, y no queráis, con significarme más vuestros deseos, que | |
yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis halláis en mí | |
otra cosa con que satisfaceros, que el mismo amor no sea, pedídmela; que yo | |
os juro, por aquella ausente enemiga dulce mía, de dárosla en continente, | |
si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos | |
culebras, o ya los mesmos rayos del sol encerrados en una redoma. | |
-No ha menester nada deso mi señora, señor caballero -dijo a este punto | |
Maritornes. | |
-Pues, ¿qué ha menester, discreta dueña, vuestra señora? -respondió don | |
Quijote. | |
-Sola una de vuestras hermosas manos -dijo Maritornes-, por poder deshogar | |
con ella el gran deseo que a este agujero la ha traído, tan a peligro de su | |
honor que si su señor padre la hubiera sentido, la menor tajada della fuera | |
la oreja. | |
-¡Ya quisiera yo ver eso! -respondió don Quijote-; pero él se guardará bien | |
deso, si ya no quiere hacer el más desastrado fin que padre hizo en el | |
mundo, por haber puesto las manos en los delicados miembros de su enamorada | |
hija. | |
Parecióle a Maritornes que sin duda don Quijote daría la mano que le habían | |
pedido, y, proponiendo en su pensamiento lo que había de hacer, se bajó del | |
agujero y se fue a la caballeriza, donde tomó el cabestro del jumento de | |
Sancho Panza, y con mucha presteza se volvió a su agujero, a tiempo que don | |
Quijote se había puesto de pies sobre la silla de Rocinante, por alcanzar a | |
la ventana enrejada, donde se imaginaba estar la ferida doncella; y, al | |
darle la mano, dijo: | |
-Tomad, señora, esa mano, o, por mejor decir, ese verdugo de los | |
malhechores del mundo; tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de | |
mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesión de todo mi | |
cuerpo. No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contestura | |
de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de | |
sus venas; de donde sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que | |
tal mano tiene. | |
-Ahora lo veremos -dijo Maritornes. | |
Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca, y, | |
bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar | |
muy fuertemente. Don Quijote, que sintió la aspereza del cordel en su | |
muñeca, dijo: | |
-Más parece que vuestra merced me ralla que no que me regala la mano; no la | |
tratéis tan mal, pues ella no tiene la culpa del mal que mi voluntad os | |
hace, ni es bien que en tan poca parte venguéis el todo de vuestro enojo. | |
Mirad que quien quiere bien no se venga tan mal. | |
Pero todas estas razones de don Quijote ya no las escuchaba nadie, porque, | |
así como Maritornes le ató, ella y la otra se fueron, muertas de risa, y le | |
dejaron asido de manera que fue imposible soltarse. | |
Estaba, pues, como se ha dicho, de pies sobre Rocinante, metido todo el | |
brazo por el agujero y atado de la muñeca, y al cerrojo de la puerta, con | |
grandísimo temor y cuidado, que si Rocinante se desviaba a un cabo o a | |
otro, había de quedar colgado del brazo; y así, no osaba hacer movimiento | |
alguno, puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podía | |
esperar que estaría sin moverse un siglo entero. | |
En resolución, viéndose don Quijote atado, y que ya las damas se habían | |
ido, se dio a imaginar que todo aquello se hacía por vía de encantamento, | |
como la vez pasada, cuando en aquel mesmo castillo le molió aquel moro | |
encantado del arriero; y maldecía entre sí su poca discreción y discurso, | |
pues, habiendo salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se había | |
aventurado a entrar en él la segunda, siendo advertimiento de caballeros | |
andantes que, cuando han probado una aventura y no salido bien con ella, es | |
señal que no está para ellos guardada, sino para otros; y así, no tienen | |
necesidad de probarla segunda vez. Con todo esto, tiraba de su brazo, por | |
ver si podía soltarse; mas él estaba tan bien asido, que todas sus pruebas | |
fueron en vano. Bien es verdad que tiraba con tiento, porque Rocinante no | |
se moviese; y, aunque él quisiera sentarse y ponerse en la silla, no podía | |
sino estar en pie, o arrancarse la mano. | |
Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de | |
encantamento alguno; allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el | |
exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí | |
estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; | |
allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el | |
llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido | |
sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la | |
madre que lo había parido; allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife, que | |
le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, | |
finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba | |
como un toro; porque no esperaba él que con el día se remediara su cuita, | |
porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado. Y hacíale creer esto | |
ver que Rocinante poco ni mucho se movía, y creía que de aquella suerte, | |
sin comer ni beber ni dormir, habían de estar él y su caballo, hasta que | |
aquel mal influjo de las estrellas se pasase, o hasta que otro más sabio | |
encantador le desencantase. | |
Pero engañóse mucho en su creencia, porque, apenas comenzó a amanecer, | |
cuando llegaron a la venta cuatro hombres de a caballo, muy bien puestos y | |
aderezados, con sus escopetas sobre los arzones. Llamaron a la puerta de la | |
venta, que aún estaba cerrada, con grandes golpes; lo cual, visto por don | |
Quijote desde donde aún no dejaba de hacer la centinela, con voz arrogante | |
y alta dijo: | |
-Caballeros, o escuderos, o quienquiera que seáis: no tenéis para qué | |
llamar a las puertas deste castillo; que asaz de claro está que a tales | |
horas, o los que están dentro duermen, o no tienen por costumbre de abrirse | |
las fortalezas hasta que el sol esté tendido por todo el suelo. Desviaos | |
afuera, y esperad que aclare el día, y entonces veremos si será justo o no | |
que os abran. | |
-¿Qué diablos de fortaleza o castillo es éste -dijo uno-, para obligarnos a | |
guardar esas ceremonias? Si sois el ventero, mandad que nos abran, que | |
somos caminantes que no queremos más de dar cebada a nuestras cabalgaduras | |
y pasar adelante, porque vamos de priesa. | |
-¿Paréceos, caballeros, que tengo yo talle de ventero? -respondió don | |
Quijote. | |
-No sé de qué tenéis talle -respondió el otro-, pero sé que decís | |
disparates en llamar castillo a esta venta. | |
-Castillo es -replicó don Quijote-, y aun de los mejores de toda esta | |
provincia; y gente tiene dentro que ha tenido cetro en la mano y corona en | |
la cabeza. | |
-Mejor fuera al revés -dijo el caminante-: el cetro en la cabeza y la | |
corona en la mano. Y será, si a mano viene, que debe de estar dentro alguna | |
compañía de representantes, de los cuales es tener a menudo esas coronas y | |
cetros que decís, porque en una venta tan pequeña, y adonde se guarda tanto | |
silencio como ésta, no creo yo que se alojan personas dignas de corona y | |
cetro. | |
-Sabéis poco del mundo -replicó don Quijote-, pues ignoráis los casos que | |
suelen acontecer en la caballería andante. | |
Cansábanse los compañeros que con el preguntante venían del coloquio que | |
con don Quijote pasaba, y así, tornaron a llamar con grande furia; y fue de | |
modo que el ventero despertó, y aun todos cuantos en la venta estaban; y | |
así, se levantó a preguntar quién llamaba. Sucedió en este tiempo que una | |
de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a | |
Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin | |
moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de carne, aunque parecía | |
de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a | |
hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron | |
los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en | |
el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que | |
creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque | |
él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies | |
besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que | |
le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase | |
cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el | |
tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son | |
causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, | |
engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se | |
estiren llegarán al suelo. | |
Capítulo XLIV. Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta | |
En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que, abriendo de | |
presto las puertas de la venta, salió el ventero, despavorido, a ver quién | |
tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mesmo. Maritornes, | |
que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se | |
fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don | |
Quijote sostenía, y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los | |
caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que tales voces | |
daba. Él, sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y, | |
levantándose en pie, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, enristró su | |
lanzón, y, tomando buena parte del campo, volvió a medio galope, diciendo: | |
-Cualquiera que dijere que yo he sido con justo título encantado, como mi | |
señora la princesa Micomicona me dé licencia para ello, yo le desmiento, le | |
rieto y desafío a singular batalla. | |
Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote, | |
pero el ventero les quitó de aquella admiración, diciéndoles que era don | |
Quijote, y que no había que hacer caso dél, porque estaba fuera de juicio. | |
Preguntáronle al ventero si acaso había llegado a aquella venta un muchacho | |
de hasta edad de quince años, que venía vestido como mozo de mulas, de | |
tales y tales señas, dando las mesmas que traía el amante de doña Clara. El | |
ventero respondió que había tanta gente en la venta, que no había echado de | |
ver en el que preguntaban. Pero, habiendo visto uno dellos el coche donde | |
había venido el oidor, dijo: | |
-Aquí debe de estar sin duda, porque éste es el coche que él dicen que | |
sigue; quédese uno de nosotros a la puerta y entren los demás a buscarle; y | |
aun sería bien que uno de nosotros rodease toda la venta, porque no se | |
fuese por las bardas de los corrales. | |
-Así se hará -respondió uno dellos. | |
Y, entrándose los dos dentro, uno se quedó a la puerta y el otro se fue a | |
rodear la venta; todo lo cual veía el ventero, y no sabía atinar para qué | |
se hacían aquellas diligencias, puesto que bien creyó que buscaban aquel | |
mozo cuyas señas le habían dado. | |
Ya a esta sazón aclaraba el día; y, así por esto como por el ruido que don | |
Quijote había hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, | |
especialmente doña Clara y Dorotea, que la una con sobresalto de tener tan | |
cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir | |
bien mal aquella noche. Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro | |
caminantes hacía caso dél, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba | |
de despecho y saña; y si él hallara en las ordenanzas de su caballería que | |
lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, | |
habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que | |
había prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su | |
grado. Pero, por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva | |
empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse | |
quedo, esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos | |
caminantes; uno de los cuales halló al mancebo que buscaba, durmiendo al | |
lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni | |
menos de que le hallase. El hombre le trabó del brazo y le dijo: | |
-Por cierto, señor don Luis, que responde bien a quien vos sois el hábito | |
que tenéis, y que dice bien la cama en que os hallo al regalo con que | |
vuestra madre os crió. | |
Limpióse el mozo los soñolientos ojos y miró de espacio al que le tenía | |
asido, y luego conoció que era criado de su padre, de que recibió tal | |
sobresalto, que no acertó o no pudo hablarle palabra por un buen espacio. Y | |
el criado prosiguió diciendo: | |
-Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luis, sino prestar paciencia y | |
dar la vuelta a casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi señor | |
la dé al otro mundo, porque no se puede esperar otra cosa de la pena con | |
que queda por vuestra ausencia. | |
-Pues, ¿cómo supo mi padre -dijo don Luis- que yo venía este camino y en | |
este traje? | |
-Un estudiante -respondió el criado- a quien distes cuenta de vuestros | |
pensamientos fue el que lo descubrió, movido a lástima de las que vio que | |
hacía vuestro padre al punto que os echó de menos; y así, despachó a cuatro | |
de sus criados en vuestra busca, y todos estamos aquí a vuestro servicio, | |
más contentos de lo que imaginar se puede, por el buen despacho con que | |
tornaremos, llevándoos a los ojos que tanto os quieren. | |
-Eso será como yo quisiere, o como el cielo lo ordenare -respondió don | |
Luis. | |
-¿Qué habéis de querer, o qué ha de ordenar el cielo, fuera de consentir en | |
volveros?; porque no ha de ser posible otra cosa. | |
Todas estas razones que entre los dos pasaban oyó el mozo de mulas junto a | |
quien don Luis estaba; y, levantándose de allí, fue a decir lo que pasaba a | |
don Fernando y a Cardenio, y a los demás, que ya vestido se habían; a los | |
cuales dijo cómo aquel hombre llamaba de don a aquel muchacho, y las | |
razones que pasaban, y cómo le quería volver a casa de su padre, y el mozo | |
no quería. Y con esto, y con lo que dél sabían de la buena voz que el cielo | |
le había dado, vinieron todos en gran deseo de saber más particularmente | |
quién era, y aun de ayudarle si alguna fuerza le quisiesen hacer; y así, se | |
fueron hacia la parte donde aún estaba hablando y porfiando con su criado. | |
Salía en esto Dorotea de su aposento, y tras ella doña Clara, toda turbada; | |
y, llamando Dorotea a Cardenio aparte, le contó en breves razones la | |
historia del músico y de doña Clara, a quien él también dijo lo que pasaba | |
de la venida a buscarle los criados de su padre, y no se lo dijo tan | |
callando que lo dejase de oír Clara; de lo que quedó tan fuera de sí que, | |
si Dorotea no llegara a tenerla, diera consigo en el suelo. Cardenio dijo a | |
Dorotea que se volviesen al aposento, que él procuraría poner remedio en | |
todo, y ellas lo hicieron. | |
Ya estaban todos los cuatro que venían a buscar a don Luis dentro de la | |
venta y rodeados dél, persuadiéndole que luego, sin detenerse un punto, | |
volviese a consolar a su padre. Él respondió que en ninguna manera lo podía | |
hacer hasta dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma. | |
Apretáronle entonces los criados, diciéndole que en ningún modo volverían | |
sin él, y que le llevarían, quisiese o no quisiese. | |
-Eso no haréis vosotros -replicó don Luis-, si no es llevándome muerto; | |
aunque, de cualquiera manera que me llevéis, será llevarme sin vida. | |
Ya a esta sazón habían acudido a la porfía todos los más que en la venta | |
estaban, especialmente Cardenio, don Fernando, sus camaradas, el oidor, el | |
cura, el barbero y don Quijote, que ya le pareció que no había necesidad de | |
guardar más el castillo. Cardenio, como ya sabía la historia del mozo, | |
preguntó a los que llevarle querían que qué les movía a querer llevar | |
contra su voluntad aquel muchacho. | |
-Muévenos -respondió uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la | |
ausencia deste caballero queda a peligro de perderla. | |
A esto dijo don Luis: | |
-No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas: yo soy libre, y volveré si | |
me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza. | |
-Harásela a vuestra merced la razón -respondió el hombre-; y, cuando ella | |
no bastare con vuestra merced, bastará con nosotros para hacer a lo que | |
venimos y lo que somos obligados. | |
-Sepamos qué es esto de raíz -dijo a este tiempo el oidor. | |
Pero el hombre, que lo conoció, como vecino de su casa, respondió: | |
-¿No conoce vuestra merced, señor oidor, a este caballero, que es el hijo | |
de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en el hábito tan | |
indecente a su calidad como vuestra merced puede ver? | |
Miróle entonces el oidor más atentamente y conocióle; y, abrazándole, dijo: | |
-¿Qué niñerías son éstas, señor don Luis, o qué causas tan poderosas, que | |
os hayan movido a venir desta manera, y en este traje, que dice tan mal con | |
la calidad vuestra? | |
Al mozo se le vinieron las lágrimas a los ojos, y no pudo responder | |
palabra. El oidor dijo a los cuatro que se sosegasen, que todo se haría | |
bien; y, tomando por la mano a don Luis, le apartó a una parte y le | |
preguntó qué venida había sido aquélla. | |
Y, en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la | |
puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huéspedes que aquella | |
noche habían alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo | |
que los cuatro buscaban, habían intentado a irse sin pagar lo que debían; | |
mas el ventero, que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al | |
salir de la puerta y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales | |
palabras, que les movió a que le respondiesen con los puños; y así, le | |
comenzaron a dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces | |
y pedir socorro. La ventera y su hija no vieron a otro más desocupado para | |
poder socorrerle que a don Quijote, a quien la hija de la ventera dijo: | |
-Socorra vuestra merced, señor caballero, por la virtud que Dios le dio, a | |
mi pobre padre, que dos malos hombres le están moliendo como a cibera. | |
A lo cual respondió don Quijote, muy de espacio y con mucha flema: | |
-Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra petición, porque estoy | |
impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima a una | |
en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podré hacer por serviros es | |
lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa | |
batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en | |
tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle | |
en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della. | |
-¡Pecadora de mí! -dijo a esto Maritornes, que estaba delante-: primero que | |
vuestra merced alcance esa licencia que dice, estará ya mi señor en el otro | |
mundo. | |
-Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo -respondió don | |
Quijote-; que, como yo la tenga, poco hará al caso que él esté en el otro | |
mundo; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo que lo contradiga; o, | |
por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que | |
quedéis más que medianamente satisfechas. | |
Y sin decir más se fue a poner de hinojos ante Dorotea, pidiéndole con | |
palabras caballerescas y andantescas que la su grandeza fuese servida de | |
darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que | |
estaba puesto en una grave mengua. La princesa se la dio de buen talante, y | |
él luego, embrazando su adarga y poniendo mano a su espada, acudió a la | |
puerta de la venta, adonde aún todavía traían los dos huéspedes a mal traer | |
al ventero; pero, así como llegó, embazó y se estuvo quedo, aunque | |
Maritornes y la ventera le decían que en qué se detenía, que socorriese a | |
su señor y marido. | |
-Deténgome -dijo don Quijote- porque no me es lícito poner mano a la espada | |
contra gente escuderil; pero llamadme aquí a mi escudero Sancho, que a él | |
toca y atañe esta defensa y venganza. | |
Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y | |
mojicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de | |
Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de | |
don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre. | |
Pero dejémosle aquí, que no faltará quien le socorra, o si no, sufra y | |
calle el que se atreve a más de a lo que sus fuerzas le prometen, y | |
volvámonos atrás cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis respondió | |
al oidor, que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida a pie | |
y de tan vil traje vestido. A lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las | |
manos, como en señal de que algún gran dolor le apretaba el corazón, y | |
derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo: | |
-Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el | |
cielo y facilitó nuestra vecindad que yo viese a mi señora doña Clara, hija | |
vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice dueño de mi voluntad; y | |
si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mesmo día | |
ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse | |
en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al | |
blanco, o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos más de lo | |
que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis | |
ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y como yo | |
soy su único heredero: si os parece que éstas son partes para que os | |
aventuréis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo; | |
que si mi padre, llevado de otros disignios suyos, no gustare deste bien | |
que yo supe buscarme, más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las | |
cosas que las humanas voluntades. | |
Calló, en diciendo esto, el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oírle | |
suspenso, confuso y admirado, así de haber oído el modo y la discreción con | |
que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto | |
que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y | |
así, no respondió otra cosa sino que se sosegase por entonces, y | |
entretuviese a sus criados, que por aquel día no le volviesen, porque se | |
tuviese tiempo para considerar lo que mejor a todos estuviese. Besóle las | |
manos por fuerza don Luis, y aun se las bañó con lágrimas, cosa que pudiera | |
enternecer un corazón de mármol, no sólo el del oidor, que, como discreto, | |
ya había conocido cuán bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto | |
que, si fuera posible, lo quisiera efetuar con voluntad del padre de don | |
Luis, del cual sabía que pretendía hacer de título a su hijo. | |
Ya a esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues, por | |
persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían | |
pagado todo lo que él quiso, y los criados de don Luis aguardaban el fin de | |
la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no | |
duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a | |
quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y Sancho Panza los aparejos | |
del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento | |
a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la | |
albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho, | |
diciendo: | |
-¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos | |
mis aparejos que me robastes! | |
Sancho, que se vio acometer tan de improviso y oyó los vituperios que le | |
decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dio un mojicón al | |
barbero que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto dejó el barbero | |
la presa que tenía hecha en el albarda; antes, alzó la voz de tal manera | |
que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decía: | |
-¡Aquí del rey y de la justicia, que, sobre cobrar mi hacienda, me quiere | |
matar este ladrón salteador de caminos! | |
-Mentís -respondió Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en | |
buena guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos. | |
Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuán bien se | |
defendía y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de | |
pro, y propuso en su corazón de armalle caballero en la primera ocasión que | |
se le ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la orden de la | |
caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la | |
pendencia, vino a decir: | |
-Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la | |
conozco como si la hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no | |
me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo | |
quedaré por infame. Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me | |
quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que | |
era señora de un escudo. | |
Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniéndose entre los | |
dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de | |
manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo: | |
-¡Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que | |
está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de | |
Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con | |
ligítima y lícita posesión! En lo del albarda no me entremeto, que lo que | |
en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar | |
los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; | |
yo se la di, y él los tomó, y, de haberse convertido de jaez en albarda, no | |
sabré dar otra razón si no es la ordinaria: que como esas transformaciones | |
se ven en los sucesos de la caballería; para confirmación de lo cual, | |
corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser | |
bacía. | |
-¡Pardiez, señor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra | |
intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Malino | |
como el jaez deste buen hombre albarda! | |
-Haz lo que te mando -replicó don Quijote-, que no todas las cosas deste | |
castillo han de ser guiadas por encantamento. | |
Sancho fue a do estaba la bacía y la trujo; y, así como don Quijote la vio, | |
la tomó en las manos y dijo: | |
-Miren vuestras mercedes con qué cara podía decir este escudero que ésta es | |
bacía, y no el yelmo que yo he dicho; y juro por la orden de caballería que | |
profeso que este yelmo fue el mismo que yo le quité, sin haber añadido en | |
él ni quitado cosa alguna. | |
-En eso no hay duda -dijo a esta sazón Sancho-, porque desde que mi señor | |
le ganó hasta agora no ha hecho con él más de una batalla, cuando libró a | |
los sin ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara | |
entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance. | |
Capítulo XLV. Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y | |
de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad | |
-¿Qué les parece a vuestras mercedes, señores -dijo el barbero-, de lo que | |
afirman estos gentiles hombres, pues aún porfían que ésta no es bacía, | |
sino yelmo? | |
-Y quien lo contrario dijere -dijo don Quijote-, le haré yo conocer que | |
miente, si fuere caballero, y si escudero, que remiente mil veces. | |
Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido | |
el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino y llevar adelante la | |
burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero: | |
-Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y | |
tengo más ha de veinte años carta de examen, y conozco muy bien de todos | |
los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos | |
fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo, y qué es | |
morrión, y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a | |
los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, | |
remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí | |
delante y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de | |
barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro | |
y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es | |
yelmo entero. | |
-No, por cierto -dijo don Quijote-, porque le falta la mitad, que es la | |
babera. | |
-Así es -dijo el cura, que ya había entendido la intención de su amigo el | |
barbero. | |
Y lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus camaradas; y aun el oidor, | |
si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara, por su | |
parte, a la burla; pero las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso, | |
que poco o nada atendía a aquellos donaires. | |
-¡Válame Dios! -dijo a esta sazón el barbero burlado-; ¿que es posible que | |
tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta | |
que puede poner en admiración a toda una Universidad, por discreta que sea. | |
Basta: si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez | |
de caballo, como este señor ha dicho. | |
-A mí albarda me parece -dijo don Quijote-, pero ya he dicho que en eso no | |
me entremeto. | |
-De que sea albarda o jaez -dijo el cura- no está en más de decirlo el | |
señor don Quijote; que en estas cosas de la caballería todos estos señores | |
y yo le damos la ventaja. | |
-Por Dios, señores míos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan estrañas | |
las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, me han | |
sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que | |
acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto | |
en él se trata va por vía de encantamento. La primera vez me fatigó mucho | |
un moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros | |
sus secuaces; y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber | |
cómo ni cómo no vine a caer en aquella desgracia. Así que, ponerme yo agora | |
en cosa de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio temerario. | |
En lo que toca a lo que dicen que ésta es bacía, y no yelmo, ya yo tengo | |
respondido; pero, en lo de declarar si ésa es albarda o jaez, no me atrevo | |
a dar sentencia difinitiva: sólo lo dejo al buen parecer de vuestras | |
mercedes. Quizá por no ser armados caballeros, como yo lo soy, no tendrán | |
que ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrán los | |
entendimientos libres, y podrán juzgar de las cosas deste castillo como | |
ellas son real y verdaderamente, y no como a mí me parecían. | |
-No hay duda -respondió a esto don Fernando-, sino que el señor don Quijote | |
ha dicho muy bien hoy que a nosotros toca la difinición deste caso; y, | |
porque vaya con más fundamento, yo tomaré en secreto los votos destos | |
señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia. | |
Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote, era todo esto materia | |
de grandísima risa; pero, para los que le ignoraban, les parecía el mayor | |
disparate del mundo, especialmente a los cuatro criados de don Luis, y a | |
don Luis ni más ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habían llegado | |
a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, como, en efeto, lo | |
eran. Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí | |
delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya | |
albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de | |
caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando | |
tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto | |
declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había | |
peleado. Y, después que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote | |
conocían, dijo en alta voz: | |
-El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos | |
pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber que no me | |
diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez | |
de caballo, y aun de caballo castizo; y así, habréis de tener paciencia, | |
porque, a vuestro pesar y al de vuestro asno, éste es jaez y no albarda, y | |
vos habéis alegado y probado muy mal de vuestra parte. | |
-No la tenga yo en el cielo -dijo el sobrebarbero- si todos vuestras | |
mercedes no se engañan, y que así parezca mi ánima ante Dios como ella me | |
parece a mí albarda, y no jaez; pero allá van leyes..., etcétera; y no digo | |
más; y en verdad que no estoy borracho: que no me he desayunado, si de | |
pecar no. | |
No menos causaban risa las necedades que decía el barbero que los | |
disparates de don Quijote, el cual a esta sazón dijo: | |
-Aquí no hay más que hacer, sino que cada uno tome lo que es suyo, y a | |
quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga. | |
Uno de los cuatro dijo: | |
-Si ya no es que esto sea burla pesada, no me puedo persuadir que hombres | |
de tan buen entendimiento como son, o parecen, todos los que aquí están, se | |
atrevan a decir y afirmar que ésta no es bacía, ni aquélla albarda; mas, | |
como veo que lo afirman y lo dicen, me doy a entender que no carece de | |
misterio el porfiar una cosa tan contraria de lo que nos muestra la misma | |
verdad y la misma experiencia; porque, ¡voto a tal! -y arrojóle redondo-, | |
que no me den a mí a entender cuantos hoy viven en el mundo al revés de que | |
ésta no sea bacía de barbero y ésta albarda de asno. | |
-Bien podría ser de borrica -dijo el cura. | |
-Tanto monta -dijo el criado-, que el caso no consiste en eso, sino en si | |
es o no es albarda, como vuestras mercedes dicen. | |
Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habían entrado, que había oído la | |
pendencia y quistión, lleno de cólera y de enfado, dijo: | |
-Tan albarda es como mi padre; y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de | |
estar hecho uva. | |
-Mentís como bellaco villano -respondió don Quijote. | |
Y, alzando el lanzón, que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar | |
tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara | |
allí tendido. El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás | |
cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo | |
favor a la Santa Hermandad. | |
El ventero, que era de la cuadrilla, entró al punto por su varilla y por su | |
espada, y se puso al lado de sus compañeros; los criados de don Luis | |
rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; el barbero, | |
viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo | |
Sancho; don Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. | |
Don Luis daba voces a sus criados que le dejasen a él y acorriesen a don | |
Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don | |
Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, | |
Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara | |
desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don | |
Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se | |
fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le | |
defendía, don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, | |
midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor. El ventero tornó a reforzar | |
la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era | |
llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, | |
cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre. Y, en la mitad | |
deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria de | |
don Quijote que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de | |
Agramante; y así dijo, con voz que atronaba la venta: | |
-¡Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si | |
todos quieren quedar con vida! | |
A cuya gran voz, todos se pararon, y él prosiguió diciendo: | |
-¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna | |
región de demonios debe de habitar en él? En confirmación de lo cual, | |
quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado | |
entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se | |
pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el | |
yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos. Venga, pues, vuestra | |
merced, señor oidor, y vuestra merced, señor cura, y el uno sirva de rey | |
Agramante, y el otro de rey Sobrino, y pónganos en paz; porque por Dios | |
Todopoderoso que es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí | |
estamos se mate por causas tan livianas. | |
Los cuadrilleros, que no entendían el frasis de don Quijote, y se veían | |
malparados de don Fernando, Cardenio y sus camaradas, no querían sosegarse; | |
el barbero sí, porque en la pendencia tenía deshechas las barbas y el | |
albarda; Sancho, a la más mínima voz de su amo, obedeció como buen criado; | |
los cuatro criados de don Luis también se estuvieron quedos, viendo cuán | |
poco les iba en no estarlo. Sólo el ventero porfiaba que se habían de | |
castigar las insolencias de aquel loco, que a cada paso le alborotaba la | |
venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó | |
por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo y la venta por | |
castillo en la imaginación de don Quijote. | |
Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor | |
y del cura, volvieron los criados de don Luis a porfiarle que al momento se | |
viniese con ellos; y, en tanto que él con ellos se avenía, el oidor | |
comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura qué debía hacer en aquel | |
caso, contándoseles con las razones que don Luis le había dicho. En fin, | |
fue acordado que don Fernando dijese a los criados de don Luis quién él era | |
y cómo era su gusto que don Luis se fuese con él al Andalucía, donde de su | |
hermano el marqués sería estimado como el valor de don Luis merecía; porque | |
desta manera se sabía de la intención de don Luis que no volvería por | |
aquella vez a los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos. Entendida, | |
pues, de los cuatro la calidad de don Fernando y la intención de don Luis, | |
determinaron entre ellos que los tres se volviesen a contar lo que pasaba a | |
su padre, y el otro se quedase a servir a don Luis, y a no dejalle hasta | |
que ellos volviesen por él, o viese lo que su padre les ordenaba. | |
Desta manera se apaciguó aquella máquina de pendencias, por la autoridad de | |
Agramante y prudencia del rey Sobrino; pero, viéndose el enemigo de la | |
concordia y el émulo de la paz menospreciado y burlado, y el poco fruto que | |
había granjeado de haberlos puesto a todos en tan confuso laberinto, acordó | |
de probar otra vez la mano, resucitando nuevas pendencias y desasosiegos. | |
Es, pues, el caso que los cuadrilleros se sosegaron, por haber entreoído la | |
calidad de los que con ellos se habían combatido, y se retiraron de la | |
pendencia, por parecerles que, de cualquiera manera que sucediese, habían | |
de llevar lo peor de la batalla; pero uno dellos, que fue el que fue molido | |
y pateado por don Fernando, le vino a la memoria que, entre algunos | |
mandamientos que traía para prender a algunos delincuentes, traía uno | |
contra don Quijote, a quien la Santa Hermandad había mandado prender, por | |
la libertad que dio a los galeotes, y como Sancho, con mucha razón, había | |
temido. | |
Imaginando, pues, esto, quiso certificarse si las señas que de don Quijote | |
traía venían bien, y, sacando del seno un pergamino, topó con el que | |
buscaba; y, poniéndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a | |
cada palabra que leía ponía los ojos en don Quijote, y iba cotejando las | |
señas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y halló que, sin duda | |
alguna, era el que el mandamiento rezaba. Y, apenas se hubo certificado, | |
cuando, recogiendo su pergamino, en la izquierda tomó el mandamiento, y con | |
la derecha asió a don Quijote del cuello fuertemente, que no le dejaba | |
alentar, y a grandes voces decía: | |
-¡Favor a la Santa Hermandad! Y, para que se vea que lo pido de veras, | |
léase este mandamiento, donde se contiene que se prenda a este salteador de | |
caminos. | |
Tomó el mandamiento el cura, y vio como era verdad cuanto el cuadrillero | |
decía, y cómo convenía con las señas con don Quijote; el cual, viéndose | |
tratar mal de aquel villano malandrín, puesta la cólera en su punto y | |
crujiéndole los huesos de su cuerpo, como mejor pudo él, asió al | |
cuadrillero con entrambas manos de la garganta, que, a no ser socorrido de | |
sus compañeros, allí dejara la vida antes que don Quijote la presa. El | |
ventero, que por fuerza había de favorecer a los de su oficio, acudió luego | |
a dalle favor. La ventera, que vio de nuevo a su marido en pendencias, de | |
nuevo alzó la voz, cuyo tenor le llevaron luego Maritornes y su hija, | |
pidiendo favor al cielo y a los que allí estaban. Sancho dijo, viendo lo | |
que pasaba: | |
-¡Vive el Señor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos deste | |
castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en él! | |
Don Fernando despartió al cuadrillero y a don Quijote, y, con gusto de | |
entrambos, les desenclavijó las manos, que el uno en el collar del sayo del | |
uno, y el otro en la garganta del otro, bien asidas tenían; pero no por | |
esto cesaban los cuadrilleros de pedir su preso, y que les ayudasen a | |
dársele atado y entregado a toda su voluntad, porque así convenía al | |
servicio del rey y de la Santa Hermandad, de cuya parte de nuevo les pedían | |
socorro y favor para hacer aquella prisión de aquel robador y salteador de | |
sendas y de carreras. Reíase de oír decir estas razones don Quijote; y, con | |
mucho sosiego, dijo: | |
-Venid acá, gente soez y malnacida: ¿saltear de caminos llamáis al dar | |
libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, | |
alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡Ah gente infame, digna por | |
vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que | |
se encierra en la caballería andante, ni os dé a entender el pecado e | |
ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la | |
asistencia, de cualquier caballero andante! Venid acá, ladrones en | |
cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la | |
Santa Hermandad; decidme: ¿quién fue el ignorante que firmó mandamiento de | |
pr |
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