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@ZeusAFK
Created September 16, 2018 17:46
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Un espantoso chirrido metálico se extendió sobre los campos. En el exterior, una niebla antinatural ocultó la luna y las estrellas, y el zumbido de los insectos se sumió de pronto en un completo silencio.
Thresh se acercaba a una destartalada cabaña. Levantó su linterna, no para ver lo que lo rodeaba sino para mirar en el interior del cristal. Más allá de este se veía algo que parecía un firmamento estrellado, con millares de minúsculos orbes ardientes. Cada uno de ellos zumbó frenéticamente, como si quisieran escapar a la mirada de Thresh. Los labios de este se retorcieron en una grotesca sonrisa y su dentadura resplandeció a la luz. Cada uno de aquellos orbes le era muy preciado.
Tras la puerta sollozaba un hombre. Thresh percibió su dolor y se sintió atraído por él. Conocía el sufrimiento del hombre como si fuera un viejo amigo.
Solo se había aparecido al hombre en una ocasión, décadas antes, pero desde entonces le había arrebatado todo aquello que amaba: de su caballo favorito a su madre, su hermano y, en los últimos tiempos, un criado que se había convertido en su confidente. El espectro no se había molestado en fingir que las muertes habían tenido causas naturales. Quería que el hombre supiera quién era el responsable de cada una de ellas.
Atravesó las puertas, acompañado por el chirrido de las cadenas que arrastraba. Las paredes estaban llenas de humedades y cubiertas por años de mugre. Y el hombre tenía un aspecto aún peor: el pelo crecido y enredado, y la piel salpicada de costras en carne viva, abiertas por sus propias uñas. Su ropa, antaño un traje de buen terciopelo, no era ahora más que un montón de andrajos.
El hombre se apartó dando un respingo del fulgor verde y se tapó los ojos. Con un violento estremecimiento, retrocedió hasta el rincón de la cabaña.
'Por favor. Por favor, tú no', susurró.
'Hace tiempo te reclamé como mío', siseó Thresh con una voz tan cascada como si llevara una eternidad sin pronunciar palabra alguna. 'Es la hora de la recolección…'
'Me estoy muriendo', respondió el hombre con un hilo de voz. 'Si has venido a matarme, más vale que te apresures. Hizo un esfuerzo por mirar directamente a Thresh'.
El espectro sonrió aún más. 'No es tu muerte lo que deseo'.
Dejó entreabierta la portilla de cristal de su linterna. Unos sonidos extraños salían de su interior, como una cacofonía de gritos.
El hombre no reaccionó, al menos al principio. Las voces eran tan numerosas que se fundían como el chirrido de infinitos fragmentos de cristal. Pero el hombre abrió los ojos de par en par al oír que salían de la linterna las súplicas de algunas que reconocía. Oyó a su madre, a su hermano, a su amigo del alma y, por fin, lo que más temía: las voces de sus hijos, aullando como si los estuvieran quemando vivos.
'¿Qué has hecho?', exclamó. Sus manos buscaron a tientas hasta encontrar algo, una silla rota, y se la lanzaron a Thresh con todas sus fuerzas. Pero la silla atravesó al espectro sin tocarlo y Thresh respondió con una carcajada desprovista de toda alegría.
El hombre se abalanzó sobre él con los ojos inflamados de furia. Las cadenas del espectro se pusieron en movimiento como serpientes. Los garfios alcanzaron al mortal en el pecho, le abrieron las costillas de par en par y atravesaron su corazón. El hombre cayó de rodillas, con el rostro contraído de deliciosa agonía.
'Los abandoné para mantenerlos a salvo', sollozó. Un reguero de sangre cayó de su boca.
Thresh tiró con fuerza de las cadenas. Durante un instante, el hombre no se movió. Entonces comenzó el desgarro. Como una sábana de hilo convertida lentamente en trapos, fue arrancado de sí mismo. Su cuerpo se convulsionó con violencia y su sangre regó las paredes.
'Empecemos, pues', dijo Thresh. Tiró del alma cautiva, que brillaba con palpitante intensidad a un extremo de la cadena, y la introdujo en la linterna. El cadáver del hombre, ya vacío, se desplomó al tiempo que Thresh se marchaba.
El espectro se alejó de la choza en compañía de la ensortijada Niebla Negra, con la linterna en lo alto. Solo después de que se hubiera ido, una vez disipada la niebla, reanudaron los insectos su nocturno coro y volvieron a brillar las estrellas en el firmamento.
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