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QueueTest
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#!/usr/bin/python | |
# -*- coding: utf-8 -*- | |
import time | |
import threading | |
__author__ = 'otger' | |
class Pusher(object): | |
def __init__(self, q, b, filepath='./quijote.txt'): | |
self.q = q | |
self.b = b | |
self.filepath = filepath | |
self.wordcount = 0 | |
self.t = threading.Thread(target=self.read) | |
def read(self): | |
with open(self.filepath, 'r', encoding='latin-1', errors='ignore') as f: | |
content = f.readlines() | |
content = [x.strip('\n') for x in content] | |
content = [x.strip().lower() for x in content if x] | |
for ch in [',', '.', '!', '¡', '?', '¿', ';', ')', '(']: | |
content = [x.replace(ch, '') for x in content] | |
self.b.wait() | |
for l in content: | |
for w in l.split(): | |
self.q.put(w) | |
self.wordcount += 1 | |
def start(self): | |
self.t.start() | |
class Puller(object): | |
def __init__(self, q, b): | |
self.q = q | |
self.b = b | |
self.wordcount = 0 | |
self.words = {} | |
self.t = threading.Thread(target=self.pull) | |
self.exit = False | |
def start(self): | |
self.t.start() | |
def pull(self): | |
self.b.wait() | |
while self.exit is False: | |
try: | |
while True: | |
w = self.q.get(block=False, timeout=1) | |
if w not in self.words: | |
self.words[w] = 0 | |
self.words[w] += 1 | |
self.wordcount += 1 | |
self.q.task_done() | |
except queue.Empty: | |
continue | |
class TimerClass(threading.Thread): | |
def __init__(self, target, interval, iterations=0): | |
threading.Thread.__init__(self) | |
self.event = threading.Event() | |
self.iterations = iterations | |
self.count = 1 | |
self.interval = interval | |
self.target = target | |
def run(self): | |
while self.count != self.iterations and not self.event.is_set(): | |
self.target() | |
self.event.wait(self.interval) | |
def stop(self): | |
self.event.set() | |
if __name__ == "__main__": | |
import queue | |
import operator | |
q = queue.Queue() | |
b = threading.Barrier(3) | |
pusher = Pusher(q, b) | |
start = time.time() | |
def print_status(): | |
print('{0} - pusher_words: {1} - puller_words: {2} - queue: {3}'.format(time.time()-start, | |
pusher.wordcount, | |
puller.wordcount, | |
puller.q.qsize(), | |
)) | |
puller = Puller(q, b) | |
timer = TimerClass(print_status, 0.5) | |
pusher.start() | |
puller.start() | |
timer.start() | |
b.wait() | |
start = time.time() | |
pusher.t.join() | |
puller.exit = True | |
puller.t.join() | |
timer.stop() | |
print(puller.words) | |
sorted_x = sorted(puller.words.items(), key=operator.itemgetter(1)) | |
sorted_x.reverse() | |
print(sorted_x) | |
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EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA | |
Miguel de Cervantes Saavedra | |
Cap�tulo primero | |
Que trata de la condici�n y ejercicio del famoso hidalgo D. | |
Quijote de la | |
Mancha | |
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero | |
acordarme, no ha mucho tiempo que viv�a un hidalgo de los de | |
lanza en astillero, adarga antigua, roc�n flaco y galgo | |
corredor. Una olla de algo m�s vaca que carnero, salpic�n las | |
m�s noches, duelos y quebrantos los s�bados, lentejas los | |
viernes, alg�n palomino de a�adidura los domingos, consum�an las | |
tres partes de su hacienda. El resto della conclu�an sayo de | |
velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de | |
lo mismo, los d�as de entre semana se honraba con su vellori de | |
lo m�s fino. Ten�a en su casa una ama que pasaba de los | |
cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo | |
de campo y plaza, que as� ensillaba el roc�n como tomaba la | |
podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta | |
a�os, era de complexi�n recia, seco de carnes, enjuto de rostro; | |
gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que ten�a el | |
sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna | |
diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por | |
conjeturas veros�miles se deja entender que se llama Quijana; | |
pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la | |
narraci�n d�l no se salga un punto de la verdad. | |
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos | |
que estaba ocioso (que eran los m�s del a�o) se daba a leer | |
libros de caballer�as con tanta afici�n y gusto, que olvid� casi | |
de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administraci�n | |
de su hacienda; y lleg� a tanto su curiosidad y desatino en | |
esto, que vendi� muchas hanegas de tierra de sembradura, para | |
comprar libros de caballer�as en que leer; y as� llev� a su casa | |
todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parec�an | |
tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: | |
porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones | |
suyas, le parec�an de perlas; y m�s cuando llegaba a leer | |
aquellos requiebros y cartas de desaf�o, donde en muchas partes | |
hallaba escrito: la raz�n de la sinraz�n que a mi raz�n se hace, | |
de tal manera mi raz�n enflaquece, que con raz�n me quejo de la | |
vuestra fermosura, y tambi�n cuando le�a: los altos cielos que | |
de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se | |
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la | |
vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perd�a el pobre | |
caballero el juicio, y desvel�base por entenderlas, y | |
desentra�arles el sentido, que no se lo sacara, ni las | |
entendiera el mismo Arist�teles, si resucitara para s�lo ello. | |
No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y | |
recib�a, porque se imaginaba que por grandes maestros que le | |
hubiesen curado, no dejar�a de tener el rostro y todo el cuerpo | |
lleno de cicatrices y se�ales; pero con todo alababa en su autor | |
aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable | |
aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y | |
darle fin al pie de la letra como all� se promete; y sin duda | |
alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y | |
continuos pensamientos no se lo estorbaran. | |
Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que | |
era hombre docto graduado en Sig�enza), sobre cu�l hab�a sido | |
mejor caballero, Palmer�n de Inglaterra o Amad�s de Gaula; mas | |
maese Nicol�s, barbero del mismo pueblo, dec�a que ninguno | |
llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le pod�a | |
comparar, era don Galaor, hermano de Amad�s de Gaula, porque | |
ten�a muy acomodada condici�n para todo; que no era caballero | |
melindroso, ni tan llor�n como su hermano, y que en lo de la | |
valent�a no le iba en zaga. En resoluci�n, �l se enfrasc� tanto | |
en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en | |
claro, y los d�as de turbio en turbio, y as�, del poco dormir y | |
del mucho leer, se le sec� el cerebro, de manera que vino a | |
perder el juicio. Llen�sele la fantas�a de todo aquello que le�a | |
en los libros, as� de encantamientos, como de pendencias, | |
batallas, desaf�os, heridas, requiebros, amores, tormentas y | |
disparates imposibles, y asent�sele de tal modo en la | |
imaginaci�n que era verdad toda aquella m�quina de aquellas | |
so�adas invenciones que le�a, que para �l no hab�a otra historia | |
m�s cierta en el mundo. | |
Dec�a �l, que el Cid Ruy D�az hab�a sido muy buen | |
caballero; pero que no ten�a que ver con el caballero de la | |
ardiente espada, que de s�lo un rev�s hab�a partido por medio | |
dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo | |
del Carpio, porque en Roncesvalle hab�a muerto a Rold�n el | |
encantado, vali�ndose de la industria de H�rcules, cuando ahog� | |
a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Dec�a mucho | |
bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generaci�n | |
gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, �l solo era | |
afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos | |
de Montalb�n, y m�s cuando le ve�a salir de su castillo y robar | |
cuantos topaba, y cuando en Allende rob� aquel �dolo de Mahoma, | |
que era todo de oro, seg�n dice su historia. Diera �l, por dar | |
una mano de coces al traidor de Galal�n, al ama que ten�a y aun | |
a su sobrina de a�adidura. | |
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el m�s | |
extra�o pensamiento que jam�s dio loco en el mundo, y fue que le | |
pareci� convenible y necesario, as� para el aumento de su honra, | |
como para el servicio de su rep�blica, hacerse caballero | |
andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a | |
buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que �l | |
hab�a le�do, que los caballeros andantes se ejercitaban, | |
deshaciendo todo g�nero de agravio, y poni�ndose en ocasiones y | |
peligros, donde acab�ndolos, cobrase eterno nombre y fama. | |
Imagin�base el pobre ya coronado por el valor de su brazo | |
por lo menos del imperio de Trapisonda: y as� con estos tan | |
agradables pensamientos, llevado del estra�o gusto que en ellos | |
sent�a, se di� priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo | |
primero que hizo, fue limpiar unas armas, que hab�an sido de sus | |
bisabuelos, que, tomadas de or�n y llenas de moho, luengos | |
siglos hab�a que estaban puestas y olvidadas en un rinc�n. | |
Limpi�las y aderez�las lo mejor que pudo; pero vi� que ten�an | |
una gran falta, y era que no ten�a celada de encaje, sino | |
morri�n simple; mas a esto supli� su industria, porque de | |
cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el | |
morri�n, hac�a una apariencia de celada entera. Es verdad que | |
para probar si era fuerte, y pod�a estar al riesgo de una | |
cuchillada, sac� su espada, y le di� dos golpes, y con el | |
primero y en un punto deshizo lo que hab�a hecho en una semana: | |
y no dej� de parecerle mal la facilidad con que la hab�a hecho | |
pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo torn� a hacer de | |
nuevo, poni�ndole unas barras de hierro por de dentro de tal | |
manera, que �l qued� satisfecho de su fortaleza; y, sin querer | |
hacer nueva experiencia de ella, la diput� y tuvo por celada | |
fin�sima de encaje. Fue luego a ver a su roc�n, y aunque ten�a | |
m�s cuartos que un real, y m�s tachas que el caballo de Gonela, | |
que tantum pellis, et ossa fuit, le pareci� que ni el Buc�falo | |
de Alejandro, ni Babieca el del Cid con �l se igualaban. Cuatro | |
d�as se le pasaron en imaginar qu� nombre le podr�a: porque, | |
seg�n se dec�a �l a s� mismo, no era raz�n que caballo de | |
caballero tan famoso, y tan bueno �l por s�, estuviese sin | |
nombre conocido; y as� procuraba acomod�rsele, de manera que | |
declarase quien hab�a sido, antes que fuese de caballero | |
andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en raz�n, | |
que mudando su se�or estado, mudase �l tambi�n el nombre; y le | |
cobrase famoso y de estruendo, como conven�a a la nueva orden y | |
al nuevo ejercicio que ya profesaba: y as� despu�s de muchos | |
nombres que form�, borr� y quit�, a�adi�, deshizo y torn� a | |
hacer en su memoria e imaginaci�n, al fin le vino a llamar | |
ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de | |
lo que hab�a sido cuando fue roc�n, antes de lo que ahora era, | |
que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto | |
nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso pon�rsele a s� | |
mismo, y en este pensamiento, dur� otros ocho d�as, y al cabo se | |
vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron | |
ocasi�n los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda | |
se deb�a llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron | |
decir. Pero acord�ndose que el valeroso Amad�s, no s�lo se hab�a | |
contentado con llamarse Amad�s a secas, sino que a�adi� el | |
nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llam� | |
Amad�s de Gaula, as� quiso, como buen caballero, a�adir al suyo | |
el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con | |
que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la | |
honraba con tomar el sobrenombre della. | |
Limpias, pues, sus armas, hecho del morri�n celada, puesto | |
nombre a su roc�n, y confirm�ndose a s� mismo, se di� a entender | |
que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien | |
enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era �rbol | |
sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Dec�ase �l: si yo por | |
malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por | |
ah� con alg�n gigante, como de ordinario les acontece a los | |
caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto | |
por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, �no | |
ser� bien tener a qui�n enviarle presentado, y que entre y se | |
hinque de rodillas ante mi dulce se�ora, y diga con voz humilde | |
y rendida: yo se�ora, soy el gigante Caraculiambro, se�or de la | |
�nsula Malindrania, a quien venci� en singular batalla el jam�s | |
como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual | |
me mand� que me presentase ante la vuestra merced, para que la | |
vuestra grandeza disponga de m� a su talante? �Oh, c�mo se holg� | |
nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y m�s | |
cuando hall� a qui�n dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se | |
cree, que en un lugar cerca del suyo hab�a una moza labradora de | |
muy buen parecer, de quien �l un tiempo anduvo enamorado, aunque | |
seg�n se entiende, ella jam�s lo supo ni se di� cata de ello. | |
Llam�base Aldonza Lorenzo, y a esta le pareci� ser bien darle | |
t�tulo de se�ora de sus pensamientos; y busc�ndole nombre que no | |
desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de | |
princesa y gran se�ora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, | |
porque era natural del Toboso, nombre a su parecer m�sico y | |
peregrino y significativo, como todos los dem�s que a �l y a sus | |
cosas hab�a puesto. | |
Cap�tulo segundo | |
Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el | |
ingenioso D. Quijote | |
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar m�s | |
tiempo a poner en efecto su pensamiento, apret�ndole a ello la | |
falta que �l pensaba que hac�a en el mundo su tardanza, seg�n | |
eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, | |
sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que | |
satisfacer; y as�, sin dar parte a persona alguna de su | |
intenci�n, y sin que nadie le viese, una ma�ana, antes del d�a | |
(que era uno de los calurosos del mes de Julio), se arm� de | |
todas sus armas, subi� sobre Rocinante, puesta su mal compuesta | |
celada, embraz� su adarga, tom� su lanza, y por la puerta falsa | |
de un corral, sali� al campo con grand�simo contento y alborozo | |
de ver con cu�nta facilidad hab�a dado principio a su buen | |
deseo. Mas apenas se vi� en el campo, cuando le asalt� un | |
pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la | |
comenzada empresa: y fue que le vino a la memoria que no era | |
armado caballero, y que, conforme a la ley de caballer�a, ni | |
pod�a ni deb�a tomar armas con ning�n caballero; y puesto qeu lo | |
fuera, hab�a de llevar armas blancas, como novel caballero, sin | |
empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. | |
Estos pensamientos le hicieron titubear en su prop�sito; | |
mas pudiendo m�s su locura que otra raz�n alguna, propuso de | |
hacerse armar caballero del primero que topase, a imitaci�n de | |
otros muchos que as� lo hicieron, seg�n �l hab�a le�do en los | |
libros que tal le ten�an. En lo de las armas blancas pensaba | |
limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen m�s que | |
un armi�o: y con esto se quiet� y prosigui� su camino, sin | |
llevar otro que el que su caballo quer�a, creyendo que en | |
aquello consist�a la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, | |
caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo | |
mismo, y diciendo: �Qui�n duda sino que en los venideros | |
tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia de mis famosos | |
hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue | |
a contar esta mi primera salida tan de ma�ana, de esta manera? | |
"Apenas hab�a el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha | |
y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, | |
y apenas los peque�os y pintados pajarillos con sus arpadas | |
lenguas hab�an saludado con dulce y meliflua armon�a la venida | |
de la rosada aurora que dejando la blanda cama del celoso | |
marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los | |
mortales se mostraba, cuando el famoso caballero D. Quijote de | |
la Mancha, dejando las ociosas plumas, subi� sobre su famoso | |
caballo Rocinante, y comenz� a caminar por el antiguo y conocido | |
campo de Montiel." (Y era la verdad que por �l caminaba) y | |
a�adi� diciendo: "dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde | |
saldr�n a luz las famosas haza�as m�as, dignas de entallarse en | |
bronce, esculpirse en m�rmoles y esculpirse en m�rmoles y | |
pintarse en tablas para memoria en lo futuro. �Oh t�, sabio | |
encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser | |
coronista de esta peregrina historia! Ru�gote que no te olvides | |
de mi buen Rocinante compa�ero eterno m�o en todos mis caminos y | |
carreras." Luego volv�a diciendo, como si verdaderamente fuera | |
enamorado: "�Oh, princesa Dulcinea, se�ora de este cautivo | |
coraz�n! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y | |
reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer | |
ante la vuestra fermosura. Pl�gaos, se�ora, de membraros de este | |
vuestro sujeto coraz�n, que tantas cuitas por vuestro amor | |
padece." | |
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de | |
los que sus libros le hab�an ense�ado, imitando en cuanto pod�a | |
su lenguaje; y con esto caminaba tan despaico, y el sol entraba | |
tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle | |
los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel d�a camin� sin | |
acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, | |
poerque quisiera topar luego, con quien hacer experiencia del | |
valor de su fuerte brazo. | |
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino | |
fue la de Puerto L�pice; otros dicen que la de los molinos de | |
viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo | |
que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que �l | |
anduvo todo aquel d�a, y al anochecer, su roc�n y �l se hallaron | |
cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por | |
ver si descubrir�a alg�n castillo o alguna majada de pastores | |
donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, | |
vi� no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si | |
viera una estrella, que a los portales, si no a los alc�zares de | |
su redenci�n, le encaminaba. Di�se priesa a caminar, y lleg� a | |
ella a tiempo que anochec�a. Estaban acaso a la puerta dos | |
mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban | |
a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche | |
acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo | |
cuanto pensaba, ve�a o imaginaba, le parec�a ser hecho y pasar | |
al modo de lo que hab�a le�do, luego que vi� la venta se le | |
represent� que era un castillo con sus cuatro torres y | |
chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y | |
honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes | |
castillos se pintan. | |
Fuese llegando a la venta (que a �l le parec�a castillo), y | |
a poco trecho de ella detuvo las riendas a Rocinante, esperando | |
que alg�n enano se pusiese entre las almenas a dar se�al con | |
alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero como | |
vi� que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a | |
la caballeriza, se lleg� a la puerta de la venta, y vi� a las | |
dos distra�das mozas que all� estaban, que a �l le parecieron | |
dos hermosas doncellas, o dos graciosas damas, que delante de la | |
puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedi� acaso | |
que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una | |
manada de puercos (que sin perd�n as� se llaman), toc� un | |
cuerno, a cuya se�al ellos se recogen, y al instante se le | |
represent� a D. Quijote lo que deseaba, que era que alg�n enano | |
hac�a se�al de su venida, y as� con extra�o contento lleg� a la | |
venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de | |
aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se | |
iban a entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo por su | |
huida su miedo, alz�ndose la visera de papel�n y descubriendo su | |
seco y polvoso rostro, con gentil talante y voz reposada les | |
dijo: non fuyan las vuestras mercedes, nin teman desaguisado | |
alguno, ca a la �rden de caballer�a que profeso non toca ni | |
ata�e facerle a ninguno, cuanto m�s a tan altas doncellas, como | |
vuestras presencias demuestran. | |
Mir�banle las mozas y andaban con los ojos busc�ndole el | |
rostro que la mala visera le encubr�a; mas como se oyeron llamar | |
doncellas, cosa tan fuera de su profesi�n, no pudieron tener la | |
risa, y fue de manera, que Don Quijote vino a correrse y a | |
decirles: Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha | |
sandez adem�s la risa que de leve causa procede; pero non vos lo | |
digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el m�o | |
non es de al que de serviros. | |
El lenguaje no entendido de las se�oras, y el mal talle de | |
nuestro caballero, acrecentaba en ellas la risa y en �l el | |
enojo; y pasara muy adelante, si a aquel punto no saliera el | |
ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pac�fico, el cual, | |
viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan | |
desiguales, como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no | |
estuvo en nada en acompa�ar a las doncellas en las muestras de | |
su contento; mas, en efecto, temiendo la m�quina de tantos | |
pertrechos, determin� de hablarle comedidamente, y as� le dijo: | |
si vuestra merced, se�or caballero, busca posada, am�n del lecho | |
(porque en esta venta no hay ninguno), todo lo dem�s se hallar� | |
en ella en mucha abundancia. Viendo Don Quijote la humildad del | |
alcaide de la fortaleza (que tal le pareci� a �l el ventero y la | |
venta), respondi�: para m�, se�or castellano, cualquiera cosa | |
basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, | |
etc. | |
Pens� el hu�sped que el haberle llamado castellano hab�a | |
sido por haberle parecido de los senos de Castilla, aunque �l | |
era andaluz y de los de la playa de Sanl�car, no menos ladr�n | |
que Caco, ni menos maleante que estudiante o paje. Y as� le | |
respondi�: seg�n eso, las camas de vuestra merced ser�n duras | |
pe�as, y su dormir siempre velar; y siendo as�, bien se puede | |
apear con seguridad de hallar en esta choza ocasi�n y ocasiones | |
para no dormir en todo un a�o, cuanto m�s en una noche. Y | |
diciendo esto, fue a tener del estribo a D. Quijote, el cual se | |
ape� con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo | |
aquel d�a no se hab�a desayunado. Dijo luego al hu�sped que le | |
tuviese mucho cuidad de su caballo, porque era la mejor pieza | |
que com�a pan en el mundo. | |
Mir�le el ventero, y no le pareci� tan bueno como Don | |
Quijote dec�a, ni aun la mitad; y acomod�ndole en la | |
caballeriza, volvi� a ver lo que su hu�sped mandaba; al cual | |
estaban desarmando las doncellas (que ya se hab�an reconciliado | |
con �l), las cuales, aunque le hab�an quitado el peto y el | |
espaldar, jam�s supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni | |
quitarle la contrahecha celada, que tra�a atada con unas cintas | |
verdes, y era menester cortarlas, por no poderse queitar los | |
nudos; mas �l no lo quiso consentir en ninguna manera; y as� se | |
qued� toda aquella noche con la celada puesta, que era la m�s | |
graciosa y extra�a figura que se pudiera pensar; y al desarmarle | |
(como �l se imaginaba que aquellas tra�das y llevadas que le | |
desarmaban, eran algunas principales se�oras y damas de aquel | |
castillo), les dijo con mucho donaire: | |
Nunca fuera caballero | |
de damas tan bien servido, | |
como fuera D. Quijote | |
cuando de su aldea vino; | |
doncellas curaban d�l, | |
princesas de su Rocino. | |
O Rocinante, que este es el nombre, se�oras m�as, de mi | |
caballo, y Don Quijote de la Mancha el m�o; que puesto que no | |
quisiera descubrirme fasta que las faza�as fechas en vuestro | |
servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al | |
prop�sito presente este romance viejo de Lanzarote, ha sido | |
causa que sep�is mi nombre antes de toda saz�n; pero tiempo | |
vendr� en que las vuestras se�or�as me manden, y yo obedezca, y | |
el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. | |
Las mozas, que no estaban hechas a o�r semejantes ret�ricas, no | |
respond�an palabra; s�lo le preguntaron si quer�a comer alguna | |
cosa. Cualquiera yantar�a yo, respondi� D. Quijote, porque a lo | |
que entiendo me har�a mucho al caso. A dicha acert� a ser | |
viernes aqu�l d�a, y no hab�a en toda la venta sino unas | |
raciones de un pescado, que en Castilla llaman abadejo, y en | |
Andaluc�a bacalao, y en otras partes curadillo, y en otras | |
truchuela. | |
Pregunt�ronle si por ventura comer�a su merced truchuela, | |
que no hab�a otro pescado que darle a comer. Como haya muchas | |
truchuelas, respondi� D. Quijote, podr�n servir de una trueba; | |
porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que una | |
pieza de a ocho. Cuanto m�s, que podr�a ser que fuesen estas | |
truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el | |
cabrito que el cabr�n. Pero sea lo que fuere, venga luego, que | |
el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el | |
gobierno de las tripas. Pusi�ronle la mesa a la puerta de la | |
venta por el fresco, y tr�jole el hu�sped una porci�n de mal | |
remojado, y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento | |
como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, | |
porque como ten�a puesta la celada y alzada la visera, no pod�a | |
poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y | |
pon�a; y as� una de aquellas se�oras ser�a de este menester; mas | |
el darle de beber no fue posible, ni lo fuera si el ventero no | |
horadara una ca�a, y puesto el un cabo en la boca, por el otro, | |
le iba echando el vino. Y todo esto lo recib�a en paciencia, a | |
trueco de no romper las cintas de la celada. | |
Estando en esto, lleg� acaso a la venta un castrador de | |
puercos, y as� como lleg� son� su silbato de ca�as cuatro o | |
cinco veces, con lo cual acab� de confirmar Don Quijote que | |
estaba en alg�n famoso castillo, y que le serv�an con m�sica, y | |
que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras | |
damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por | |
bien empleada su determinaci�n y salida. Mas lo que m�s le | |
fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no | |
se podr�a poner leg�timamente en aventura alguna sin recibir la | |
�rden de caballer�a. | |
Cap�tulo tercero | |
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en | |
armarse | |
caballero. | |
Y as�, fatigado de este pensamiento, abrevi� su venteril y | |
limitada cena, la cual acabada llam� al ventero, y encerr�ndose | |
con �l en la caballeriza, se hinc� de rodillas ante �l, | |
dici�ndole, no me levantar� jam�s de donde estoy, valeroso | |
caballero, fasta que la vuestra cortes�a, me otorgue un don que | |
pedirle quiero, el cual redundar� en alabanza vuestra y en pro | |
del g�nero humano. El ventero que vi� a su hu�sped a sus pies, y | |
oy� semejantes razones, estaba confuso mir�ndole, sin saber qu� | |
hacerse ni decirle, y porfiaba con �l que se levantase; y jam�s | |
quiso, hasta que le hubo de decir que �l le otorgaba el don que | |
le ped�a. No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, | |
se�or m�o, respondi� D. Quijote; y as� os digo que el don que os | |
he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que | |
ma�ana, en aquel d�a, me hab�is de armar caballero, y esta noche | |
en la capilla de este vuestro castillo velar� las armas; y | |
ma�ana, como tengo dicho, se cumplir� lo que tanto deseo, para | |
poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo | |
buscando las aventuras en pro de los menesterosos, como est� a | |
cargo de la caballer�a y de los caballeros andantes, como yo | |
soy, cuyo deseo a semejantes faza�as es inclinado. El ventero, | |
que como est� dicho, era un poco socarr�n, y ya ten�a algunos | |
barruntos de la falta de juicio de su hu�sped, acab� de creerlo | |
cuando acab� de o�r semejantes razones, y por tener que re�r | |
aquella noche, determin� seguirle el humor; as� le dijo que | |
andaba muy acertado en lo qeu deseaba y ped�a, y que tal | |
prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan | |
principales como �l parec�a, y como su gallarda presencia | |
mostraba, y que �l ansimesmo, en los a�os de su mocedad se hab�a | |
dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del | |
mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los | |
percheles de M�laga, islas de Riar�n, comp�s de Sevilla, | |
azoguejo de Segovia, la olivera de Valencia, rondilla de | |
Granada, playa de Sanl�car, potro de C�rdoba, y las ventillas de | |
Toledo, y otras diversas partes donde hab�a ejercitado la | |
ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos | |
tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas | |
doncellas, y enga�ando a muchos pupilos, y finalmente, d�ndose a | |
conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda | |
Espa�a; y que a lo �ltimo se hab�a venido a recoger a aquel su | |
castillo, donde viv�a con toda su hacienda y con las ajenas, | |
recogiendo en �l a todos los caballeros andantes de cualquiera | |
calidad y condici�n que fuesen, s�lo por la mucha afici�n que | |
les ten�a, y porque partiesen con �l de su shaberes en pago de | |
su buen deseo. D�jole tambi�n que en aquel su castillo no hab�a | |
capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba | |
derribada para hacerla de nuevo; pero en caso de necesidad �l | |
sab�a que se pod�an velar donde quiera, y que aquella noche las | |
podr�a velar en un patio del castillo; que a la ma�ana, siendo | |
Dios servido, se har�an las debidas ceremonias de manera que �l | |
quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser m�s | |
en el mundo. Pregunt�le si tra�a dineros: respondi� Don Quijote | |
que no tra�a blanca, porque �l nunca hab�a le�do en las | |
historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese | |
tra�do. A esto dijo el ventero que se enga�aba: que puesto caso | |
que en las historias no se escrib�a, por haberles parecido a los | |
autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara | |
y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias, | |
no por eso se hab�a de creer que no los trajeron; y as� tuviese | |
por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes (de | |
que tantos libros est�n llenos y atestados) llevaban bien | |
erradas las bolsas por lo que pudiese sucederles, y que asimismo | |
llevaban camisas y una arqueta peque�a llena de ung�entos para | |
curar las heridas que recib�an, porque no todas veces en los | |
campos y desiertos, donde se combat�an y sal�an heridos, hab�a | |
quien los curase, si ya no era que ten�an alg�n sabio encantador | |
por amigo que luego los socorr�a, trayendo por el aire, en | |
alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua | |
de tal virtud, que en gustando alguna gota de ella, luego al | |
punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno | |
no hubiesen tenido; mas que en tanto que esto no hubiese, | |
tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus | |
escuderos fuesen prove�dos de dineros y de otras cosas | |
necesarias, como eran hilas y ung�entos para curarse; y cuando | |
suced�a que los tales caballeros no ten�an escuderos (que eran | |
pocas y raras veces), ellos mismos lo llevaban todo en unas | |
alforjas muy sutiles, que casi no se parec�an a las ancas del | |
caballo, como que era otra cosa de m�s importancia; porque no | |
siendo por ocasi�n semejante, esto de llevar alforjas no fue muy | |
admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por | |
consejo (pues a�n se lo pod�a mandar como a su ahijado, que tan | |
presto lo hab�a de ser), que no caminase de all� adelante sn | |
dineros y sin las prevenciones referidas, y que ver�a cu�n bien | |
se hallaba con ellas cuando menos se pensase. Prometi�le don | |
Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y | |
as� se di� luego orden como velase las armas en un corral | |
grande, que a un lado de la venta estaba, y recogi�ndolas Don | |
Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo | |
estaba, y embrazando su adarga, asi� de su lanza, y con gentil | |
continente se comenz� a pasear delante de la pila; y cuando | |
comenz� el paseo, comenzaba a cerrar la noche. | |
Cont� el ventero a todos cuantos estaban en la venta la | |
locura de su hu�sped, la vela de las armas y la armaz�n de | |
caballer�a que esperaba. Admir�ndose de tan extra�o g�nero de | |
locura, fu�ronselo a mirar desde lejos, y vieron que, con | |
sosegado adem�n, unas veces se paseaba, otras arrimado a su | |
lanza pon�a los ojos en las armas sin quitarlos por un buen | |
espacio de ellas. Acab� de cerrar la noche; pero con tanta | |
claridad de la luna, que pod�a competir con el que se le | |
prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hac�a era bien | |
visto de todos. | |
Antoj�sele en esto a uno de los arrieros que estaban en la | |
venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas | |
de Don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual, vi�ndole | |
llegar, en voz alta le dijo: �Oh t�, quienquiera que seas, | |
atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del m�s | |
valeroso andante que jam�s se ci�� espada, mira lo que haces, y | |
no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu | |
atrevimiento! No se cur� el arriero de estas razones (y fuera | |
mejor que se curara, porque fuera curarse en salud); antes, | |
trabando de las correas, las arroj� gran trecho de s�, lo cual | |
visto por Don Quijote, alz� los ojos al cielo, y puesto el | |
pensamiento (a lo que pareci�) en su se�ora Dulcinea, dijo: | |
acorredme, se�ora m�a, en esta primera afrenta que a este | |
vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este | |
primero trance vuestro favor y amparo: y diciendo estas y otras | |
semejantes razones, soltando la adarga, alz� la lanza a dos | |
manos y di� con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que | |
le derrib� en el suelo tan maltrecho, que, si secundara con | |
otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, | |
recogi� sus armas, y torn� a pasearse con el mismo reposo que | |
primero. Desde all� a poco, sin saberse lo que hab�a pasado | |
(porque a�n estaba aturdido el arriero), lleg� otro con la misma | |
intenci�n de dar agua a sus mulos; y llegando a quitar las armas | |
para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra, y sin | |
pedir favor a nadie, solt� otra vez la adarga, y alz� otra vez | |
la lanza, y sin hacerla pedazos hizo m�s de tres la cabeza del | |
segundo arriero, porque se la abri� por cuatro. Al ruido acudi� | |
toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto | |
Don Quijote, embraz� su adarga, y puesta mano a su espada, dijo: | |
�Oh, se�ora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado | |
coraz�n m�o, ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza | |
a este tu cautivo caballero, que tama�a aventura est� | |
atendiendo! Con esto cobr� a su parecer tanto �nimo, que si le | |
acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie | |
atr�s. Los compa�eros de los heridos que tales los vieron, | |
comenzaron desde lejos a llover piedras sobre Don Quijote, el | |
cual lo mejor que pod�a se reparaba con su adarga y no se osaba | |
apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba | |
voces que le dejasen, porque ya les hab�a dicho como era loco, y | |
que por loco se librar�a, aunque los matase a todos. Tambi�n Don | |
Quijote las daba mayores, llam�ndolos de alevosos y traidores, y | |
que el se�or del castillo era un foll�n y mal nacido caballero, | |
pues de tal manera consent�a que se tratasen los andantes | |
caballeros, y que si �l hubiera recibido la orden de caballer�a, | |
que �l le diera a entender su alevos�a; pero de vosotros, soez y | |
baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y | |
ofendedme en cuanto pudi�redes, que vosotros ver�is el pago que | |
llev�is de vuestra sandez y demas�a. Dec�a esto con tanto br�o y | |
denuedo, que infundi� un terrible temor en los que le acomet�an; | |
y as� por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron | |
de tirar, y �l dej� retirar a los heridos, y torn� a la vela de | |
sus armas con la misma quietud y sosiego que primero. | |
No le parecieron bien al ventero las burlas de su hu�sped, | |
y determin� abreviar y darle la negra orden de caballer�a luego, | |
antes que otra desgracia sucediese; y as�, lleg�ndose a �l se | |
disculp� de la insolencia que aquella gente baja con �l hab�a | |
usado, sin que �l supiese cosa alguna; pero que bien castigado | |
quedaban de su atrevimiento. D�jole, como ya le hab�a dicho, que | |
en aquel castillo no hab�a capilla, y para lo que restaba de | |
hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado | |
caballero consist�a en la pescozada y en el espaldarazo, seg�n | |
�l ten�a noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en | |
mitad de un campo se pod�a hacer; y que ya hab�a cumplido con lo | |
que tocaba al elar de las armas, que con solas dos horas de vela | |
se cumpl�a, cuanto m�s que �l hab�a estado m�s de cuatro. | |
Todo se lo crey� Don Quijote, y dijo que �l estaba all� | |
pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad | |
que pudiese; porque si fuese otra vez acometido, y se viese | |
armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, | |
excepto aquellas que �l le mandase, a quien por su respeto | |
dejar�a. Advertido y medroso de esto el castellano, trajo luego | |
un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los | |
arrieros, y con un cabo de vela que le tra�a un muchacho, y con | |
las dos ya dichas doncellas, se vino a donde Don Quijote estaba, | |
al cual mand� hincar de rodillas, y leyendo en su manual como | |
que dec�a alguna devota oraci�n, en mitad de la leyenda alz� la | |
mano, y di�le sobre el cuello un buen golpe, y tras �l con su | |
misma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre | |
dientes como que rezaba. Hecho esto, mand� a una de aquellas | |
damas que le ci�ese la espada, la cual lo hizo con mucha | |
desenvoltura y discreci�n, porque no fue menester poca para no | |
reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las | |
proezas que ya hab�an visto del novel caballero les ten�a la | |
risa a raya. Al ce�irle la espada dijo la buena se�ora: Dios | |
haga a vuestra merced muy venturoso caballero, y le d� ventura | |
en lides. Don Quijote le pregunt� como se llamaba, porque �l | |
supiese de all� adelante a qui�n quedaba obligado por la merced | |
recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que | |
alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondi� con mucha | |
humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un | |
remend�n, natural de Toledo, que viv�a a las tendillas de Sancho | |
Bienaya, y que donde quiera que ella estuviese le servir�a y le | |
tendr�a por se�or. Don Quijote le replic� que por su amor le | |
hiciese merced, que de all� en adelante se pusiese don, y se | |
llamase do�a Tolosa. Ella se lo prometi�; y la otra le calz� la | |
espuela, con la cual le pas� casi el mismo coloquio que con la | |
de la espada. Pregunt�le su nombre, y dijo que se llamaba la | |
Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a | |
la cual tambi�n rog� Don Quijote que se pusiese don, y se | |
llamase do�a Molinera, ofreci�ndole nuevos servicios y mercedes. | |
Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta all� nunca | |
vistas ceremonias, no vi� la hora Don Quijote de verse a caballo | |
y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante, | |
subi� en �l, y abrazando a su hu�sped, le dijo cosas tan | |
extra�as, agradeci�ndole la merced de haberle armado caballero, | |
que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya | |
fuera de la venta, con no menos ret�ricas, aunque con m�s breves | |
palabras, respondi� a las suyas, y sin pedirle la costa de la | |
posada, le dej� ir a la buena hora. | |
Cap�tulo cuarto | |
De lo que le sucedi� a nuestro caballero cuando sali� de la | |
venta | |
La del alba ser�a cuando Don Quijote sali� de la venta, tan | |
contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado | |
caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. | |
Mas vini�ndole a la memoria los consejos de su hu�sped acerca de | |
las prevenciones tan necesarias que hab�a de llevar consigo, en | |
especial la de los dineros y camisas, determin� volver a su casa | |
y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de | |
recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, | |
pero muy a prop�sito para el oficio escuderil de la caballer�a. | |
Con este pensamiento gui� a Rocinante hacia su aldea, el cual | |
casi conociendo la querencia, con tanta gana comenz� a caminar, | |
que parec�a que no pon�a los pies en el suelo. No hab�a andado | |
mucho, cuando le pareci� que a su diestra mano, de la espesura | |
de un bosque que all� estaba, sal�an unas voces delicadas, como | |
de persona que se quejaba; y apenas las hubo o�do, cuando dijo: | |
gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto | |
me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que | |
debo a mi profesi�n, y donde pueda coger el fruto de mis buenos | |
deseos: estas voces sin duda son de alg�n menesteroso o | |
menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las | |
riendas encamin� a Rocinante hacia donde le pareci� que las | |
voces sal�an; y a pocos pasos que entr� por el bosque, vi� atada | |
una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de | |
medio cuerpo arriba, de edad de quince a�os, que era el que las | |
voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una | |
pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le | |
acompa�aba con una reprensi�n y consejo, porque dec�a: la lengua | |
queda y los ojos listos. Y el muchacho respond�a: no lo har� | |
otra vez, se�or m�o; por la pasi�n de Dios, que no lo har� otra | |
vez, y yo prometo de tener de aqu� adelante m�s cuidado con el | |
hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: | |
descort�s caballero, mal parece tomaros con quien defender no se | |
puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, (que | |
tambi�n ten�a una lanza arrimada a la encina, adonde estaba | |
arrendada la yegua) que yo os har� conocer ser de cobardes lo | |
que est�is haciendo. | |
El labrador, que vi� sobre s� aquella figura llena de | |
armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, t�vose por muerto, y | |
con buenas palabras respondi�: se�or caballero, este muchacho | |
que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar | |
una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es | |
tan descuidado que cada d�a me falta una, y porque castigo su | |
descuido o bellaquer�a, dice que lo hago de miserable, por no | |
pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi �nima que | |
miente. �Miente, delante de m�, ruin villano? dijo Don Quijote. | |
Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a | |
parte con esta lanza: pagadle luego sin m�s r�plica; si no, por | |
el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: | |
desatadlo luego. El labrador baj� la cabeza, y sin responder | |
palabra desat� a su criado, al cual pregunt� Don Quijote que | |
cu�nto le deb�a su amo. El dijo que nueve meses, a siete reales | |
cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote, y hall� que montaban | |
sesenta y tres reales, y d�jole al labrador que al momento los | |
desembolsase, si no quer�a morir por ello. Respondi� el medroso | |
villano, que por el paso en que estaba y juramento que hab�a | |
hecho (y a�n no hab�a jurado nada), que no eran tantos, porque | |
se le hab�a de descontar y recibir en cuenta tres pares de | |
zapatos que le hab�a dado, y un real de dos sangr�as que le | |
hab�an hecho estando enfermo. Bien est� todo eso, replic� Don | |
Quijote; pero qu�dense los zapatos y las sangr�as por los azotes | |
que sin culpa le hab�is dado, que si �l rompi� el cuero de los | |
zapatos que vos pag�steis, vos le hab�is rompido el de su | |
cuerpo, y si le sac� el barbero sangre estando enfermo, vos en | |
sanidad se la hab�is sacado; as� que por esta parte no os debe | |
nada. El da�o est�, se�or caballero, en que no tengo aqu� | |
dineros: v�ngase Andr�s conmigo a mi casa, que yo se los pagar� | |
un real sobre otro. | |
�Irme yo con �l, dijo el muchacho, m�s? �Mal a�o! No, | |
se�or, ni por pienso, porque en vi�ndose solo me desollar� como | |
a un San Bartolom�. No har� tal, replic� Don Quijote; basta que | |
yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que �l me lo | |
jure por la ley de caballer�a que ha recibido, le dejar� ir | |
libre y asegurar� la paga. Mire vuestra merced, se�or, lo que | |
dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha | |
recibido orden de caballer�a alguna, que es Juan Haldudo el | |
rico, vecino del Quintanar. Importa poco eso, respondi� Don | |
Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto m�s que | |
cada uno es hijo de sus obras. As� es verdad, dijo Andr�s; pero | |
este mi amo, �de qu� obras es hijo, pues me niega mi soldada y | |
mi sudor y trabajo? No niego, hermano Andr�s, respondi� el | |
labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro, por | |
todas las �rdenes de caballer�as hay en el mundo, de pagaros, | |
como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados. Del | |
sahumerio os hago gracia, dijo Don Quijote, d�dselos en reales, | |
que con esto me contento; y mirad que lo cumpl�is como lo hab�is | |
jurado; si no, por el mismojuramento os juro de volver a | |
buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar aunque os | |
escond�is m�s que una lagartija. Y si quer�is saber qui�n os | |
manda esto, para quedar con m�s veras obligado a cumplirlo, | |
sabed que yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el | |
desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os | |
parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena | |
pronunciada. | |
Y en diciendo esto pic� a su Rocinante, y en breve espacio | |
se apart� de ellos. Sigui�le el labrador con los ojos, y cuando | |
vi� que hab�a traspuesto el bosque y que ya no parec�a, volvi�se | |
a su criado Andr�s y d�jole: Venid ac�, hijo m�o, que os quiero | |
pagar lo que os debo, como aquel desfacedor de agravios me dej� | |
mandado. Eso juro yo, dijo Andr�s, y como que andar� vuestra | |
merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen | |
caballero, que mil a�os viva, que seg�n es de valeroso y de buen | |
jue, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que | |
dijo. Tambi�n lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho | |
que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la | |
paga. Y asi�ndolo del brazo, le torn� a atar a la encina, donde | |
le di� tantos azotes, que le dej� por muerto. Llamad, se�or | |
Andr�s, ahora, dec�a el labrador, al desfacedor de agravios, | |
ver�is c�mo no desface aqueste, aunque creo que no est� acabado | |
de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos | |
tem�ades. | |
Pero al fin le desat�, y le di� licencia que fuese a buscar | |
a su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andr�s se | |
parti� algo mohino, jurando de ir a buscar al valeroso Don | |
Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que hab�a | |
pasado, y que se lo hab�a de pagar con setenas, pero con todo | |
esto, �l se parti� llorando y su amo se qued� riendo. | |
Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso Don | |
Quijote, el cual, content�simo de lo sucedido, pareci�ndole que | |
hab�a dado felic�simo y alto principio a sus caballer�as, con | |
gran satisfacci�n de s� mismo iba caminando hacia su aldea, | |
diciendo a media voz: Bien te puedes llamar dichosas sobre | |
cuantas hoy viven en la tierra, oh sobre las bellas, bella | |
Dulcinea del Toboso, pues te cupo en suerte tener sujeto y | |
rendido a toda tu voluntad y talante a un tan valiente y tan | |
nombrado caballero, como lo es y ser� Don Quijote de la Mancha, | |
el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibi� la orden de | |
caballer�a, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que | |
form� la sinraz�n y cometi� la crueldad; hoy quit� el l�tigo de | |
la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasi�n | |
valpuleaba a aquel delicado infante. En esto lleg� a un camino | |
que en cuatro se divid�a, y luego se le vino a la imaginaci�n | |
las encrucijadas donde los caballeros andantes se pon�an a | |
pensar cu�l camino de aquellos tomar�an; y por imitarlos, estuvo | |
un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado solt� la | |
rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del roc�n la suya, el | |
cual sigui� su primer intento, que fue el irse camino de su | |
caballeriza, y habiendo andado como dos millas, descubri� Don | |
Quijote un gran tropel de gente que, como despu�s se supo, eran | |
unos mercaderes toledanos, que iban a comprar a Murcia. Eran | |
seis, y ven�an con sus quitasoles, con otros cuatro criados a | |
caballo y tres mozos de mulas a pie. | |
Apenas les divis� Don Quijote, cuando se imagin� ser cosa | |
de nueva aventura, y por imitar en todo, cuanto a �l le parec�a | |
posible, los pasos que hab�a le�do en su s libros, le pareci� | |
venir all� de molde uno que pensaba hacer; y as� con gentil | |
continente y denuedo se afirm� bien en los estribos, apret� la | |
lanza, lleg� la adarga al pecho, y puesto en la mitad del camino | |
estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que | |
ya �l por tales los ten�a y juzgaba); y cuando llegaron a trecho | |
que se pudieron ver y o�r, levant� Don Quijote la voz, y con | |
adem�n arrogante dijo: todo el mundo se tenga, si todo el mundo | |
no confiesa que no hay en el mundo todo doncella m�s hermosa que | |
la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. | |
Par�ronse los mercaderes al son de estas razones, y al ver | |
la estra�a figura del que las dec�a, y por la figura y por ellas | |
luego echaron de ver la locura de su due�o, mas quisieron ver | |
despacio en qu� paraba aquella confesi�n que se les ped�a; y uno | |
de ellos, que era un poco burl�n y muy mucho discreto, le dijo: | |
se�or caballero, nosotros no conocemos qui�n es esa buena se�ora | |
que dec�s; mostr�dnosla, que si ella fuere de tanta hermosura | |
como signific�is, de buena gana y sin apremio alguno | |
confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. Si | |
os la mostrara, replic� Don Quijote, �qu� hici�rades vosotros en | |
confesar una verdad tan notoria? La importancia est� en que sin | |
verla lo hab�is de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; | |
donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: | |
que ahora veng�is uno a uno, como pide la orden de caballer�a, | |
ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de | |
vuestra ralea, aqu� os aguardo y espero, confiado en la raz�n | |
que de mi parte tengo. Se�or caballero, replic� el mercader, | |
suplico a vuestra merced en nombre de todos estos pr�ncipes que | |
aqu� estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias, | |
confesando una cosa por nosotros jam�s vista ni o�da, y m�s | |
siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del | |
Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de | |
mostrarnos alg�n retrato de esa se�ora, aunque sea tama�o como | |
un grano de trigo, que por el hilo se sacar� el ovillo, y | |
quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merce | |
quedar� contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su | |
parte, que aunque su retrato nos muestre que es turerta de un | |
ojo, y que del otro le mana bermell�n y piedra azufre, con todo | |
eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo | |
que quisiere. No le mana, canalla infame, respondi� Don Quijote | |
encendido en c�lera, no le mana, digo, eso que dec�s, sino �mbar | |
y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcobada, sino m�s | |
derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagar�is la | |
grande blasfemia que hab�is dicho contra tama�a beldad, como es | |
la de mi se�ora. Y en diciendo esto, arremeti� con la lanza baja | |
contra el que lo hab�a dicho, con tanta furia y enojo, que si la | |
buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara | |
Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cay� Rocinante, y | |
fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queri�ndose | |
levantar, jam�s pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas | |
y celada, con el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que | |
pugnaba por levantarse y no pod�a, estaba diciendo: non fuy�is, | |
gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa m�a, sino | |
de mi caballo, estoy aqu� tendido. Un mozo de mulas de los que | |
all� ven�an, que no deb�a de ser muy bien intencionado, oyendo | |
decir al pobre ca�do tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin | |
darle la respuesta en las costillas. Y lleg�ndose a �l, tom� la | |
lanza, y despu�s de haberla hecho pedazos, con uno de ellos | |
comenz� a dar a nuestro Don Quijote tantos palos, que a despecho | |
y pesar de sus armas le moli� como cibera. D�banle voces sus | |
amos que no le diese tanto, y que le dejase; pero estaba ya el | |
mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el | |
resto de su c�lera; y acudiendo por los dem�s trozos de la | |
lanza, los acab� de deshacer sobre el miserable ca�do, que con | |
toda aquella tempestad de palos que sobre �l lov�a, no cerraba | |
laboca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, | |
que tal le parec�an. Cans�se el mozo, y los mercaderes siguieron | |
su camino, llevando que contar en todo �l del pobre apaleado, el | |
cual, despu�s que se vi� solo, torn� a probar si pod�a | |
levantarse; pero, si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, �c�mo | |
lo har�a molido y casi deshecho? Y a�n se ten�a por dichoso, | |
pareci�ndole que aquella era propia desgracia de caballeros | |
andantes, y toda la atribu�a a la falta de su caballo; y no era | |
posible levantarse, seg�n ten�a abrumado todo el cuerpo. | |
Cap�tulo quinto | |
Donde se prosigue la narraci�n de la desgracia de nuestro | |
caballero | |
Viendo, pues, que en efecto no pod�a menearse, acord� de | |
acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en alg�n paso de | |
sus libros, y tr�jole su c�lera a la memoria aquel de Baldovinos | |
y del marqu�s de Mantua, cuando Carloto le dej� herido en la | |
monta�a... historia sabida de los ni�os, no ignorada de los | |
mozos, celebrada y aun cre�da de viejos, y con todo esto no m�s | |
verdadera que los milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareci� a | |
�l que le ven�a de molde para el paso en que se hallaba, y as� | |
con muestras de grande sentimiento, se comenz� a volcar por la | |
tierra, y a decir con debilitado aliento lo mismo que dicen | |
dec�a el herido caballero del bosque: | |
�Donde est�is, se�ora m�a, | |
que no te duele mi mal? | |
O no lo sabes, se�ora, | |
o eres falsa y desleal. | |
Y de esta manera fue prosiguiendo el romance hasta aquellos | |
versos que dicen: | |
Oh noble marqu�s de Mantua, | |
mi t�o y se�or Carnal. | |
Y quiso la suerte que cuando lleg� a este verso acert� a | |
pasar por all� un labrador de su mismo lugar, y vecino suyo, que | |
ven�a de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo | |
aquel hombre all� tendido, se lleg� a �l y le pregunt� que qui�n | |
era y qu� mal sent�a que tan tristemente se quejaba. Don Quijote | |
crey� sin duda que aquel era el marqu�s de Mantua su t�o, y as� | |
no le respondi� otra cosa sino fue proseguir en su romance, | |
donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo | |
del Emperante con su esposa, todo de la misma manera que el | |
romance lo canta. El labrador estaba admirado oyendo aquellos | |
disparates, y quit�ndole la visera, que ya estaba hecha pedazos | |
de los palos, le limpi� el rostro que lo ten�a lleno de polvo; y | |
apenas le hubo limpiado, cuando le conoci� y le dijo: se�or | |
Quijada (que as� se deb�a de llamar cuando �l ten�a juicio, y no | |
hab�a pasado de hidalgo sosegado a caballero andante) �qui�n ha | |
puesto a vuestra merced de esta suerte? Pero �l, segu�a con su | |
romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo | |
mejor que pudo le quit� el peto y espaldar, para ver si ten�a | |
alguna herida; pero no vi� sangre ni se�al alguna. Procur� | |
levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subi� sobre su | |
jumento, por parecerle caballer�a m�s sosegada. Recogi� las | |
armas hasta las astillas de la lanza, y li�las sobre Rocinante, | |
al cual tom� de la rienda, y del cabestro al asno, y se encamin� | |
hacia su pueblo, bien pensativo de o�r los disparates que Don | |
Quijote dec�a; y no menos iba Don Quijote, que de puro molido y | |
quebrantado no se pod�a tener sobre el borrico, y de cuando en | |
cuando daba unos suspiro que los pon�a en el cielo, de modo que | |
de nuevo oblig� a que el labrador le preguntase le dijese qu� | |
mal sent�a; y no parece sino que el diablo le tra�a a la memoria | |
los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, | |
olvid�ndose de Baldovinos, se acord� del moro Abindarr�ez cuando | |
el alcaide de Antequera Rodrigo de Narv�ez le prendi�, y llev� | |
cautivo a su alcaid�a. De suerte que cuando el labrador le | |
volvi� a preguntar c�mo estaba y qu� sent�a, le respondi� las | |
mismas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respond�a a | |
Rodrigo de Narv�ez, del mismo modo que �l hab�a le�do la | |
historia en la Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe; | |
aprovech�ndose de ella tan de prop�sito que el labrador se iba | |
dando al diablo de o�r tanta m�quina de necedades; por donde | |
conoci� que su vecino estaba loco, y d�base priesa a llegar al | |
pueblo, por excusar el enfado que Don Quijote le causaba con su | |
larga arenga. Al cabo de lo cual dijo; sepa vuestra merced, | |
se�or Don Rodrigo de Narv�ez, que esta hermosa Jarifa, que he | |
dicho, es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he | |
hecho, hago y har� los m�s famosos hechos de caballer�as que se | |
han visto, vean, ni ver�n en el mundo. | |
A esto respondi� el labrador: mire vuestra merced, se�or, | |
�pecador de m�! que yo no soy don Rodrigo de Narv�ez, ni el | |
marqu�s de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra | |
merced es Baldominos, ni Abindarr�ez, sino el honrado hidalgo | |
del se�or Quijada; yo s� quien soy, respondi� Don Quijote, y s� | |
que puedo ser, no s�lo los que he dicho, sino todos los doce | |
Pares de Francia, y a�n todos los nueve de la fama, pues a todas | |
las haza�as que ellos todos juntos y cada uno de por s� | |
hicieron, se aventajar�n las m�as. | |
En estas pl�ticas y otras semejantes llegaron al lugar a la | |
hora que anochec�a; pero el labrador aguard� a que fuese algo | |
m�s noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. | |
Llegada, pues, la hora que le pareci�, entr� en el pueblo y en | |
casa de Don Quijote, la cual hall� toda alborotada, y estaban en | |
ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de | |
Don Quijote, que estaba dici�ndoles su ama a voces: �qu� le | |
parece a vuestra merced, se�or licenciado, Pero P�rez, que as� | |
se llamaba el cura, de la desgracia de mi se�or? Seis d�as ha | |
que no parecen �l, ni el roc�n, ni la adarga, ni la lanza, ni | |
las armas. �Desventurada de m�! que me doy a entender, y as� es | |
ello la verdad como nac� para morir, que estos malditos libros | |
de caballer�as que �l tiene, y suele leer tan de ordinario, le | |
han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle o�do decir | |
muchas veces hablando entre s�, que quer�a hacerse caballero | |
andante, e irse a buscar las aventuras por esos mundos. | |
Encomendados sean a Satan�s y a Barrab�s tales libros, que as� | |
han echado a perder el m�s delicado entendimiento que hab�a en | |
toda la Mancha. La sobrina dec�a lo mismo, y a�n dec�a m�s: | |
sepa, se�or maese Nicol�s, que este era el nombre del barbero, | |
que muchas veces le aconteci� a mi se�or t�o estarse leyendo en | |
estos desalmados libros de desventuras dos d�as con sus noches: | |
al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y pon�a | |
mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes; y | |
cuando estaba muy cansado, dec�a que hab�a muerto a cuatro | |
gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio | |
dec�a que era sangre de las feridas que hab�a recibido en la | |
batalla; y beb�ase luego un gan jarro de agua fr�a, y quedaba | |
sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una precios�sisma | |
bebida que le hab�a tra�do el sabio Esquife, un grande | |
encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que | |
no avis� a vuestras mercedes de los disparates de mi se�or t�o, | |
para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y | |
quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene muchos), | |
que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes. Esto | |
digo yo tambi�n, dijo el cura, y a fe que no se pase el d�a de | |
ma�ana sin que de ellos no se haga auto p�blico, y sean | |
condenados al fuego, porque no den ocasi�n a quien los leyere de | |
hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho. | |
Todo esto estaban oyendo el labrador y Don Quijote, con que | |
acab� de entender el labrador la enfermedad de su vecino, y as� | |
comenz� a decir a voces: abran vuestras mercedes al se�or | |
Baldovinos y al se�or marqu�s de Mantua, que viene mal ferido, y | |
al se�or moro Abindarr�ez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo | |
de Narv�ez, alcaide de Antequera. A estas voces salieron todos, | |
y como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y t�o, | |
que a�n no se hab�a apeado del jumento, porque no pod�a, | |
corrieron a abrazarle. El dijo: t�nganse todos, que vengo mal | |
ferido por la culpa de mi caballo; ll�venme a mi lecho, y | |
ll�mese si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate | |
mis feridas. Mirad en hora mala, dijo a este punto el ama, si me | |
dec�a a m� bien mi coraz�n del pie que cojeaba mi se�or. Suba | |
vuestra merced en buena hora, que sin que venga esa Urganda le | |
sabremos aqu� curar. Malditos, digo, sean otra vez y otras | |
ciento estos libros de caballer�a que tal han parado a vuestra | |
merced. | |
Llev�ronle luego a la cama, y cat�ndole las feridas, no le | |
hallaron ninguna; y �l dijo que todo era molimiento, por haber | |
dado una gran ca�da con Rocinante, su caballo, combati�ndose con | |
diez jayanes, los m�s desaforados y atrevidos que pudieran | |
fallar en gran parte de la tierra. Ta, Ta, dijo el cura; | |
�jayanes hay en la danza? para m� santiguada, que yo los queme | |
ma�ana antes de que llegue la noche. Hici�ronle a Don Quijote | |
mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa, sino que | |
le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que m�s le | |
importaba. H�zose as�, y el cura se inform� muy a la larga del | |
labrador, del modo que hab�a hallado a Don Quijote. El se lo | |
cont� todo con los disparates que al hallarle y al traerle hab�a | |
dicho, que fue poner m�s deseo en el licenciado de hacer lo que | |
el otro d�a hizo, que fue llevar a su amigo el barbero maese | |
Nicol�s, con el cual se vino a casa de Don Quijote. | |
Cap�tulo sexto | |
Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero | |
hicieron en la | |
librer�a de nuestro ingenioso hidalgo | |
El cual a�n todav�a dorm�a. Pidi� las llaves a la sobrina | |
del aposento donde estaban los libros autores del da�o, y ella | |
se las di� de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama | |
con ellos, y hallaron m�s de cien cuerpos de libros grandes muy | |
bien encuadernados, y otros peque�os; y as� como el ama los vi�, | |
volvi�se a salir del aposento con gran priesa, y torn� luego con | |
una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: tome vuestra | |
merced, se�or licenciado; roc�e este aposento, no est� aqu� | |
alg�n encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos | |
encanten en pena de la que les queremos dar ech�ndolos del | |
mundo. Caus� risa al licenciado la simplicidad del ama, y mand� | |
al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para | |
ver de qu� trataban, pues pod�a ser hallar algunos que no | |
mereciesen castigo de fuego. No, dijo la sobrina, no hay para | |
qu� perdonar a ninguno, porque todos han sido los da�adores, | |
mejor ser� arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un | |
rimero de ellos, y pegarles fuego, y si no, llevarlos al corral, | |
y all� se har� la hoguera, y no ofender� el humo. Lo mismo dijo | |
el ama: tal era la gana que las dos ten�an de la muerte de | |
aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer | |
siquiera los t�tulos. Y el primero que maese Nicol�s le di� en | |
las manos, fue los cuatro de Amad�s de Gaula, y dijo el cura: | |
parece cosa de misterio esta, porque, seg�n he o�do decir, este | |
libro fue el primero de caballer�as que se imprimi� en Espa�a, y | |
todos los dem�s han tomado principio y origen de este; y as� me | |
parece que como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos | |
sin excusa alguna condenar al fuego. No, se�or, dijo el barbero, | |
que tambi�n he o�do decir que es el mejor de todos los libros | |
que de este g�nero se han compuesto, y as�, como a �nico en su | |
arte, se debe perdonar. As� es verdad, dijo el cura, y por esa | |
raz�n se le otorga la vida por ahora. Veamos ese otro que est� | |
junto a �l. Es, dijo el barbero, Las sergas de Esplandi�n, hijo | |
leg�timo de Amad�s de Gaula. Pues es verdad, dijo el cura, que | |
no le ha de valer al hijo la bondad del padre; tomad, se�ora am, | |
abrid esa ventana y echadle al corral, y d� principio al mont�n | |
de la hoguera que se ha de hacer. H�zolo as� el ama con mucho | |
contento, y el bueno de Esplandi�n fue volando al corral, | |
esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. | |
Adelante, dijo el cura. Este que viene, dijo el barbero, es | |
Amad�s de Grecia, y aun todos los de este lado, a lo que creo, | |
son del mismo linaje de Amad�s. Pues vayan todos al corral, dijo | |
el cura, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al | |
pastor Darinel, y a sus �glogas, y a las endiabladas y revueltas | |
razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendr�, | |
si anduviera en figura de caballero andante. De ese parecer soy | |
yo, dijo el barbero. Y aun yo, a�adi� la sobrina. Pues as� es, | |
dijo el ama, vengan, y al corral con ellos. Di�ronselos, que | |
eran muchos, y ella ahorr� la escalera, y di� con ellos por la | |
ventana abajo. �Qui�n es ese tonel? dijo el cura. Este es, | |
respondi� el barbero, Don Olicante de Laura. El autor de ese | |
libro, dijo el cura, fue el mismo que compuso a Jard�n de | |
Flores, y en verdad que no sepa determinar cu�l de los dos | |
libros es m�s verdadero, o por decir mejor, menos mentiroso; | |
solo s� decir que este ir� al corral por disparatado y | |
arrogante. Este que sigue es Florismarte de Hircania, dijo el | |
barbero. �Ah� est� el se�or Florismarte? replic� el cura. Pues a | |
fe que ha de parar presto en el corral a pesar de su extra�o | |
nacimiento y so�adas aventuras, que no da lugar a otra cosa la | |
dureza y sequedad de su estilo; al corral con �l, y con ese | |
otro, se�ora ama. Que me place, se�or m�o, respondi� ella... y | |
con mucha alegr�a ejecutaba lo que era mandado. Este es El | |
caballero Platir, dijo el barbero. Antiguo libro es ese, dijo el | |
cura, y no hallo en �l cosa que merezca venia; acompa�e a los | |
dem�s sin r�plica... Y as� fue hecho. Abri�se otro libro, y | |
vieron que ten�a por t�tulo El caballero de la Cruz. Por nombre | |
tan santo como este libro tiene, se pod�a perdonar su | |
ignorancia; mas tambi�n se suele decir tras la cruz est� el | |
diablo: vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dijo: Este | |
es Espejo de Caballer�as. Ya conozco a su merced, dijo el cura: | |
ah� anda el se�or Reinaldos del Montalban con sus amigos y | |
compa�eros, m�s ladrones que Caco, y los doce Pares con el | |
verdadero historiador Turpin; y en verdad que estoy por | |
condenarlos no m�s que a destierro perpetuo, siquiera porque | |
tienen parte de la invenci�n del famoso Mato Boyardo, de donde | |
tambi�n teji� su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al | |
cual, si aqu� le hallo, ya que habla en otra lengua que la suya, | |
no le guardar� respeto alguno; pero si habla en su idioma, le | |
pondr� sobre mi cabeza. Pues yo le tengo en italiano, dijo el | |
barbero, mas no le entiendo. Ni aun fuera bien que vos le | |
entendi�rais, respondi� el cura; y aqu� le perdon�ramos al se�or | |
capit�n, que no le hubiera tra�do a Espa�a, y hecho castellano; | |
que le quit� mucho de su natural valor, y lo mismo har�n todos | |
aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra | |
lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que | |
muestren, jam�s llegar�n al punto que ellos tienen en su primer | |
nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se | |
hallaren, que tratan de estas cosas de Francia, se echen y | |
depositen en un pozo seco, hasta que con m�s acuerdo se vea lo | |
que se ha de hacer de ellos, exceptuando a un Bernardo del | |
Carpio, que anda por ah�, y a otro llamado Roncesvalles, que | |
estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del alma, y | |
de ellas en las del fuego, sin remisi�n alguna. Todo lo confirm� | |
el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por | |
entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la | |
verdad, que no dir�a otra cosa por todas las del mundo. Y | |
abriendo otro libro, vi� que era Palmer�n de Oliva, y junto a �l | |
estaba otro que se llamaba Palmer�n de Inglaterra, lo cual, | |
visto por el licenciado, dijo: esa oliva se haga luego rajas y | |
se queme, que aun no queden de ella las cenizas, y esa palma de | |
Inglaterra se guarde y se conserve como cosa �nica, y se haga | |
para ella otra caja como la que hall� Alejandro en los despojos | |
de Dar�o, que la diput� para guardar en ellas las obras del | |
poeta Homero. Este libro, se�or compadre, tiene autoridad por | |
dos cosas: la una porque �l por s� es muy bueno, y la otra, | |
porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas | |
las aventuras del castillo de Miraguarda son bon�simas y de | |
grande artificio, las razones cortesanas y claras que guardan y | |
miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y | |
entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, se�or | |
maese Nicol�s, que este y Amad�s de Gaula queden libres del | |
fuego, y todos los dem�s, sin hacer m�s cala y cata, perezcan. | |
No, se�or compadre, replic� el Barbero, que este que aqu� tengo | |
es el afamado Don Belian�s. Pues ese, replic� el cura, con la | |
segunda y tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de | |
ruibarbo para purgar la demasiada c�lera suya, y es menester | |
quitarles todo aquello del castillo de la fama, y otras | |
impertinencias de m�s importancia, para lo cual se les da | |
t�rmino ultramarino, y como se enmendaren, as� se usar� con | |
ellos de misericordia o de justicia; y en tanto tenedlos vos, | |
compadre, en vuestra casa; mas no lo dej�is leer a ninguno. Que | |
me place, respondi� el barbero, y sin querer cansarse m�s en | |
leer libros de caballer�as, mand� al ama que tomase todos los | |
grandes, y diese con ellos en el corral. No lo dijo a tonta ni a | |
sorda, sin o a quien ten�a m�s gana de quemarlos que de echar | |
una tela por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de | |
una vez, los arroj� por la ventana. Por tomar muchos juntos se | |
le cay� uno a los pies del barbero, que le tom� gana de ver de | |
qui�n era, y vi� que dec�a: Historia del famoso caballero | |
Tirante el Blanco. V�lame Dios dijo el cura, dando una gran voz; | |
�que aqu� est� Tirante Blanco! D�dmele ac�, compadre, que hago | |
cuenta que he hallado en �l un tesoro de contento y una mina de | |
pasatiempos. Aqu� est� don Kirieleison de Montalv�n, valeroso | |
caballero, y su hermano Tom�s de Montalv�n y el caballero | |
Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con | |
Alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los | |
amores y embustes de la viuda Reposada, y la se�ora emperatriz | |
enamorada de Hip�lito su escudero. D�goos verdad, se�or | |
compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; | |
aqu� comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y | |
hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que | |
todos los dem�s libros de este g�nero carecen. Con todo eso, os | |
digo que merec�a el que lo compuso, pues no hizo tantas | |
necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los | |
d�as de su vida. Llevadle a casa y leedle, y ver�is que es | |
verdad cuanto de �l os he dicho. As� ser�, respondi� el barbero; | |
pero �qu� haremos de estos peque�os libros que quedan? Estos, | |
dijo el cura, no deben de ser de caballer�as, sino de poes�a; y | |
abriendo uno, vi� que era la Diana, de Jorge de Montemayor, y | |
dijo (creyendo que todos los dem�s eran del mismo g�nero:) estos | |
no merecen ser quemados como los dem�s, porque no hacen ni har�n | |
el da�o que los de caballer�as han hecho, que son libros de | |
entretenimiento, sin perjuicio de tercero. �Ay, se�or!, dijo la | |
sobrina. Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los | |
dem�s, porque no ser�a mucho que habiendo sanado mi se�or t�o de | |
la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de | |
hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y | |
ta�endo, y lo que ser�a peor, hacerse poeta, que, seg�n dicen, | |
es enfermedad incurable y pegadiza. Verdad dice esta doncella, | |
dijo el cura, y ser� bien, quitarle a nuestro amigo este | |
tropiezo y ocasi�n de delante. Y pues comenzamos por la Diana de | |
Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite | |
todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua | |
encantada, y casi todos los versos mayores, y qu�desele en hora | |
buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros. | |
Este que se sigue, dijo el barbero, es la Diana llamada Segunda | |
del Salmantino; y este otro, que tiene el mismo nombre, cuyo | |
autor es Gil Polo. Pues la del Salmantino, respondi� el cura, | |
acompa�e y acreciente el n�mero de los condenados al corral, y | |
la de Gil Polo se guarde como si fuera del mismo Apolo; y pase | |
adelante, se�or compadre, y d�monos priesa, que se va haciendo | |
tarde. Este libro es, dijo el barbero abriendo otro, los diez | |
libros de Fortuna de Amor, compuesto por Antonio de Lofraso, | |
poeta sardo. Por las �rdenes que recib�, dijo el cura, que desde | |
que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan | |
gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y | |
que por su camino es el mejor y el m�s �nico de cuantos de este | |
g�nero han salido a la luz del mundo; y el que no le ha le�do | |
puede hacer cuenta que no ha le�do jam�s cosa de gusto. D�dmele | |
ac�, compadre, que precio m�s de haberle hallado, que si me | |
dieran una sotana de raja de Florencia. P�sole aparte con | |
grand�simo gusto, y el Barbero prosigui� diciendo: Estos que | |
siguen son el Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desenga�o de | |
Zelos. Pues no hay m�s que hacer, dijo el cura, sino | |
entreg�rselos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el | |
porqu�, que ser�a nunca acabar. Este que viene es el Pastor de | |
Filida. No es ese pastor, dijo el cura, sino muy discreto | |
cortesano; gu�rdese como joya preciosa. Este grande que aqu� | |
viene se intitula, dijo el barbero, Tesoro de varias poes�as. | |
Como ellas no fueran tantas, dijo el cura, fueran m�s estimadas; | |
menester es que este libro se escarde y limpie de algunas | |
bajezas que entre sus grandezas tiene; gu�rdese, porque su autor | |
es amigo m�o, y por respeto de otras m�s heroicas y levantadas | |
obras que ha escrito. Este es, sigui� el barbero, el Cancionero | |
de L�pez Maldonado. Tambi�n el autor de ese libro, replic� el | |
cura, es grande amigo m�o, y sus versos en su boca admiran a | |
quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, | |
que encanta; algo largo es en las �glogas, pero nunca lo bueno | |
fue mucho, gu�rdese con los escogidos. Pero �qu� libro es ese | |
que est� junto a �l? La Galatea de Miguel de Cervantes, dijo el | |
barbero. Muchos a�os ha que es grande amigo m�o ese Cervantes, y | |
s� que es m�s versado en desdichas que en versos. Su libro tiene | |
algo de buena invenci�n, propone algo y no concluye nada. Es | |
menester esperar la segunda parte que promete; quiz� con la | |
enmienda alcanzar� del todo la misericordia que ahora se le | |
niega; y entre tanto que esto se v�, tenedle recluso en vuestra | |
posada, se�or compadre. Que me place, respondi� el barbero; y | |
aqu� vienen tres todos juntos: la Araucana de don Alonso de | |
Ercilla; la Austr�ada de don Juan Rufo, jurado de C�rdoba y el | |
Montserrat de Crist�bal de Virues, poeta valenciano. Todos estos | |
tres libros, dijo el cura, son los mejores que en verso heroico, | |
en lengua castellana est�n escritos, y pueden competir con los | |
m�s famosos de Italia: gu�rdense como las m�s ricas prendas de | |
poes�a que tiene Espa�a. Cans�se el cura de ver m�s libros, y | |
as� a carga cerrada, quiso que todos los dem�s se quemasen; pero | |
ya ten�a abierto uno el barbero que se llamaba Las l�grimas de | |
Ang�lica. Llor�ralas yo, dijo el cura en oyendo el nombre, si | |
tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los | |
famosos poetas del mundo, no s�lo de Espa�a, y fue felic�simo en | |
la traducci�n de algunas f�bulas de Ovidio. | |
Cap�tulo s�ptimo | |
De la segunda salida de nuestro buen caballero D. Quijote | |
de la Mancha | |
Estando en esto, comenz� a dar voces Don Quijote, diciendo: | |
aqu�, aqu�, valerosos caballeros, aqu� es menester mostrar la | |
fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan | |
lo mejor del torneo. Por acudir a este ruido y estruendo no se | |
pas� adelante con el escrutinio de los dem�s libros que | |
quedaban, y as� se cree que fueron al fuego sin ser vistos ni | |
o�dos, la Carolea y Le�n de Espa�a, con los Hechos del | |
emperador, compuestos por don Luis de Avila, que sin duda deb�an | |
de estar entre los que quedaban, y quiz�, si el cura los viera, | |
no pasaran por tan rigurosa sentencia. Cuando llegaron a Don | |
Quijote, ya �l estaba levantado de la cama, y prosegu�a en sus | |
voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas | |
partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. | |
Abraz�ronse con �l, y por fuerza le volvieron al lecho; y | |
despu�s que hubo sosegado un poco, volvi�ndose a hablar con el | |
cura, le dijo: por cierto, se�or Arzobispo Turpin, que es gran | |
mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar tan sin m�s ni | |
m�s llevar la victoria de este torneo a los caballeros | |
cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez, en | |
los tres d�as antecedentes. Calle vuestra merced, se�or | |
compadre, dijo el cura, que Dios ser� servido que la suerte se | |
mude, y que lo que hoy se pierde se gane ma�aa; y atienda | |
vuestra merced a su salud por ahora, que me parece que debe de | |
estar demasiadamente cansado, si ya no es que est� mal ferido. | |
Ferido no, dijo Don Quijote; pero molido y quebrantado no hay | |
duda en ello, porque aquel astardo de don Rold�n me ha molido a | |
palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve | |
que yo solo soy el opuesto de sus valent�as; mas no me llamar�a | |
yo Reinaldos de Montalb�n, si en levant�ndome de este lecho no | |
me lo pagare, a pesar de todos sus encantamientos; y por ahora | |
tr�igame de yantar, que s� que es lo que m�s me har� al caso, y | |
qu�dese lo del vengarme a mi cargo. Hici�ronlo as�, di�ronle de | |
comer, y qued�se otra vez dormido, y ellos admirados de su | |
locura. | |
Aquella noche quem� y abras� el ama cuantos libros hab�a en | |
el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder, que | |
merec�an guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permiti� su | |
suerte y la pereza del escrutinador, y as� se cumpli� el refr�n | |
en ellos, de que pagan a veces justos por pecadores. Uno de los | |
remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el | |
mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de | |
los libros, porque cuando se levantase no los hallase (quiz� | |
quitando la causa cesar�a el efecto), y que dijesen que uun | |
encantador se los hab�a llevado, y el aposento y todo. Y as� fue | |
hecho con mucha presteza. De all� a dos d�as se levant� Don | |
Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como | |
no hallaba el aposento donde le hab�a dejado, andaba de una a | |
otra parte busc�ndole. Llegaba adonde sol�a tener la puerta, y | |
tent�bala con las manos, y volv�a y revolv�a los ojos sin decir | |
palabra; pero al cabo de una buena pieza, pregunt� a su ama que | |
hac�a qu� parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya | |
estaba bien advertida de lo que hab�a de responder, le dijo: | |
�qu� aposento, o qu� anda buscando vuestra merced? Ya no hay | |
aposento ni libros en esta casa porque todo se lo llev� el mismo | |
diablo. No era el diablo, replic� la sobrina, sino un encantador | |
que vino sobre una nube una noche despu�s del d�a que vuestra | |
merced de aqu� se parti�, y ape�ndose de una sierpe en que ven�a | |
caballero, entr� en el aposento; y no s� lo que hizo dentro, que | |
a cabo de poca pieza sali� volando por el tejado, y dej� la casa | |
llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, | |
no vimos libros ni aposento alguno; s�lo se nos acuerda muy bien | |
a m� y al ama, que al tiempo de partirse aquel mal viejo, dijo | |
en altas voces, que por enemistad secreta que ten�a al due�o de | |
aquellos libros y aposento, dejaba hecho el da�o en aquella casa | |
que despu�s se ver�a; dijo tambi�n qeu se llamaba el sabio | |
Mu�at�n. Frist�n dir�a, dijo Don Quijote. No s�, respondi� el | |
ama, si se llamaba Frest�n o Frit�n; s�lo s� que acab� en ton su | |
nombre. As� es, dijo Don Quijote, que ese es un sabio | |
encantador, grande enemigo m�o, que me tiene ojeriza porque | |
sabe, por sus artes y letras, que tengo de venir, andando los | |
tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien | |
�l favorece, y le tengo de vencer sin que �l lo pueda estorbar, | |
y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y | |
m�ndole yo, qu� mal podr� �l contradecir ni evitar lo que por el | |
cielo est� ordenado. �Qui�n duda de eso? dijo la sobrina. Pero | |
�qui�n le mete a vuestra merced, se�or t�o, en esas pendencias? | |
�No ser� mejor estarse pac�fico en su casa, y no irse por el | |
mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van | |
por lana y vuelven trasquilados? �Oh, sobrina m�a, respondi� Don | |
Quijote, y cu�n mal que est�s en la cuenta! Primero que a m� me | |
trasquilen, tendr� peladas y quitadas las barbas a cuantos | |
imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello. No quisieron | |
las dos replicarle m�s, porque vieron que se le encend�a la | |
c�lera. Es, pues, el caso que �l estuvo quince d�as en casa muy | |
sosegado, sin dar muestras de querer secundar sus primeros | |
devaneos, en los cuales d�as pas� gracios�simos cuentos con sus | |
dos compadres el cura y el barbero, sobre que �l dec�a que la | |
cosa de que m�s necesidad ten�a el mundo era de caballeros | |
andantes, y de que en �l se resucitase la caballer�a andantesca. | |
El cura algunas veces le contradec�a y otras conced�a, porque si | |
no guardaba este artificio, no hab�a poder averiguarse con �l. | |
En este tiempo solicit� Don Quijote a un labrador vecino suyo, | |
hombre de bien (si es que ese t�tulo se puede dar al que es | |
pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resoluci�n, tanto | |
le dijo, tanto le persuadi� y prometi�, que el pobre villano se | |
determin� de salir con �l y servirle de escudero. Dec�ale entre | |
otras cosas Don Quijote, que se dispusiese a ir con �l de buena | |
gana, porque tal vez le pod�a suceder aventura que ganase en | |
qu�tame all� esas pajas, alguna �nsula, y le dejase a �l por | |
gobernador de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho | |
Panza (que as� se llamaba el labrador) dej� su mujer e hijos, y | |
asent� por escudero de su vecino. Di� luego Don Quijote orden en | |
buscar dineros; y vendiendo una cosa, y empe�ando otra, y | |
malbarat�ndolas todas, alleg� una razonable cantidad. Acomod�se | |
asimismo de una rodela que pidi� prestada a un su amigo, y | |
pertrechando a su rota celada lo mejor que pudo, avis� a su | |
escudero Sancho del d�a y la hora que pensaba ponerse en camino, | |
para que �l se acomodase de lo que viese que m�s le era | |
menester; sobre todo, le encarg� que llevase alforjas. El dijo | |
que s� llevar�a, y que asimismo pensaba llevar un asno que ten�a | |
muy bueno, porque �l no estaba ducho a andar mucho a pie. En lo | |
del asno repar� un poco Don Quijote, imaginando si se le | |
acordaba si alg�n caballero andante hab�a traido escudero | |
caballero asnalmente; pero nunca le vino alguno a la memoria; | |
mas con todo esto, determin� que le llevase, con presupuesto de | |
acomodarle de m�s honrada caballer�a en habiendo ocasi�n para | |
ello, quit�ndole el caballo al primer descort�s caballero que | |
topase. Provey�se de camisas y de las dem�s cosas que �l pudo, | |
conforme al consejo que el ventero le hab�a dado. | |
Todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus | |
hijos y mujer, ni Don Quijote de su ama y sobrina, una noche se | |
salieron del lugar sin que persona los viese, en la cual | |
caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que | |
no los hallar�an aunque les buscasen. Iba Sancho Panza sobre su | |
jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con | |
mucho deseo de verse ya gobernador de la �nsula que su amo le | |
hab�a prometido. Acert� Don Quijote a tomar la misma derrota y | |
camino que el que �l hab�a antes tomado en su primer viaje, que | |
fue por el Campo de Montiel, por el cual caminaba con menos | |
pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de lama�ana | |
y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigaban. Dijo | |
en esto Sancho Panza a su amo: mire vuestra merced, se�or | |
caballero andante, que no se le olvide lo que de la �nsula me | |
tiene prometido, que yo la sabr� gobernar por grande que sea. A | |
lo cual le respondi� Don Quijote: has de saber, amigo Sancho | |
Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes | |
antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las �nsulas o | |
reinos que ganaban; y yo tengo determinado de que por m� no | |
falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella, | |
porque ellos algunas veces, y quiz� las m�s, esperaban a que sus | |
escuderos fuesen viejos, y ya despu�s de hartos de servir, y de | |
llevar malos d�as y peores noches, les daban alg�n t�tulo de | |
conde; o por lo menos de marqu�s de alg�n valle o provincia de | |
poco m�s o menos; pero si t� vives y yo vivo, bien podr�a ser | |
que antes de seis d�as ganase yo tal reino, que tuviese otros a | |
�l adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de | |
uno de ellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos | |
acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni | |
pensados, que con facilidad te podr�a dar a�n m�s de lo que te | |
prometo. De esa manera, respondi� Sancho Panza, si yo fuese rey | |
por alg�n milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos | |
Juana Guti�rrez, mi oislo, vendr�a a ser reina y mis hijos | |
infantes. �Pues qui�n lo duda? respondi�n Don Quijote. Yo lo | |
dudo, respondi� Sancho Panza, porque tengo para m� que aunque | |
lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentar�a bien | |
sobre la cabeza de Mari Guti�rrez. Sepa, se�or, que no vale dos | |
maraved�s para reina; condesa le caer� mejor, y a�n Dios y | |
ayuda. Encomi�ndalo t� a Dios, Sancho, respondi� Don Quijote, | |
que �l le dar� lo que m�s le conventa; pero no apoques tu �nimo | |
tanto que te vengas a contentar con menos que con ser | |
adelantado. No har�, se�or m�o, respondi� Sancho, y m�s teniendo | |
tan principal amo en vuestra merced, que me sabr� dar todo | |
aquello que me est� bien y yo pueda llevar. | |
Cap�tulo octavo | |
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la | |
espantable y | |
jam�s imaginada aventura de los molinos de viento, con | |
otros sucesos | |
dignos de felice recordaci�n | |
En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento | |
que hay en aquel campo, y as� como Don Quijote los vi�, dijo a | |
su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo | |
que acert�ramos a desear; porque ves all�, amigo Sancho Panza, | |
donde se descubren treinta o poco m�s desaforados gigantes con | |
quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con | |
cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena | |
guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de | |
sobre la faz de la tierra. �Qu� gigantes? dijo Sancho Panza. | |
Aquellos que all� ves, respondi� su amo, de los brazos | |
largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire | |
vuestra merced, respondi� Sancho, que aquellos que all� se | |
parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en | |
ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento | |
hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondi� Don | |
Quijote, que no est�s cursado en esto de las aventuras; ellos | |
son gigantes, y si tienes miedo qu�tate de ah�, y ponte en | |
oraci�n en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y | |
desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo | |
Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le | |
daba, advirti�ndole que sin duda alguna eran molinos de viento, | |
y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero �l iba tan | |
puesto en que eran gigantes, que ni o�a las voces de su escudero | |
Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que | |
eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y | |
viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. | |
Levant�se en esto un poco de viento y las grandes aspas | |
comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues | |
aunque mov�is m�s brazos que los del gigante Briareo, me lo | |
hab�is de pagar. | |
Y en diciendo esto, y encomend�ndose de todo coraz�n a su | |
se�ora Dulcinea, pidi�ndole que en tal trance le socorriese, | |
bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremeti� a | |
todo el galope de Rocinante, y embisti� con el primer molino que | |
estaba delante; y d�ndole una lanzada en el aspa, la volvi� el | |
viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llev�ndose | |
tras s� al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho | |
por el campo. Acudi� Sancho Panza a socorrerle a todo el correr | |
de su asno, y cuando lleg�, hall� que no se pod�a menear, tal | |
fue el golpe que dio con �l Rocinante. �V�lame Dios! dijo | |
Sancho; �no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que | |
hac�a, que no eran sino molinos de viento, y no los pod�a | |
ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, | |
amigo Sancho, respondi� Don Quijote, que las cosas de la guerra, | |
m�s que otras, est�n sujetas a continua mudanza, cuanto m�s que | |
yo pienso, y es as� verdad, que aquel sabio Frest�n, que me rob� | |
el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos | |
por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad | |
que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas | |
artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, | |
respondi� Sancho Panza. Y ayud�ndole a levantar, torn� a subir | |
sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la | |
pasada aventura, siguieron el camino del puerto L�pice, porque | |
all� dec�a Don Quijote que no era posible dejar de hallarse | |
muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino | |
que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza y dici�ndoselo | |
a su escudero, dijo: yo me acuerdo haber le�do que un caballero | |
espa�ol, llamado Diego P�rez de Vargas, habi�ndosele en una | |
batalla roto la espada, desgaj� de una encina un pesado ramo o | |
tronco, y con �l hizo tales cosas aquel d�a, y machac� tantos | |
moros, que le qued� por sobrenombre Machuca, y as� �l, como sus | |
descendientes, se llamaron desde aquel d�a en adelante Vargas y | |
Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble | |
que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como | |
aquel, que me imagino y pienso hacer con �l tales haza�as, que | |
t� te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a | |
verlas, y aser testigo de cosas que apenas podr�n ser cre�das. A | |
la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo as� como vuestra | |
merced lo dice; pero ender�cese un poco, que parece que va de | |
medio lado, y debe de ser del molimiento de la ca�da. As� es la | |
verdad, respondi� Don Quijote; y si no me quejo del dolor, es | |
porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida | |
alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. Si eso es as�, | |
no tengo yo que replicar, respondi� Sancho; pero sabe Dios si yo | |
me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le | |
doliera. De m� s� decir, que me he de quejar del m�s peque�o | |
dolor que tenga, si ya no se entiende tambi�n con los escuderos | |
de los caballeros andantes eso del no quejarse. | |
No se dej� de re�r Don Quijote de la simplicidad de su | |
escudero; y as� le declar� que pod�a muy bien quejarse, como y | |
cuando quisiese, sin gana o con ella, que hasta entonces no | |
hab�a le�do cosa en contrario en la orden de caballer�a. D�jole | |
Sancho que mirase que era hora de comer. Respondi�le su amo que | |
por entonces no le hac�a menester; que comiese �l cuando se le | |
antojase. Con esta licencia se acomod� Sancho lo mejor que pudo | |
sobre su jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas | |
hab�a puesto, iba caminando y comiendo detr�s de su amo muy | |
despacio, y de cuando en cuando empinaba la bota con tanto | |
gusto, que le pudiera envidiar el m�s regalado bodegonero de | |
M�laga. Y en tanto que �l iba de aquella manera menudeando | |
tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le | |
hubiese hecho, ni ten�a por ning�n trabajo, sino por mucho | |
descanso, andar buscando las aventuras por peligrosas que | |
fuesen. En resoluci�n, aquella noche la pasaron entre unos | |
�rboles, y del uno de ellos desgaj� Don Quijote un ramo seco, | |
que casi le pod�a servir de lanza, y puso en �l el hierro que | |
quit� de la que se le hab�a quebrado. Toda aquella noche no | |
durmi� Don Quijote, pensando en su se�ora Dulcinea, por | |
acomodarse a lo que hab�a le�do en sus libros, cuando los | |
caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y | |
despoblados, entretenidos en las memorias de sus se�oras. | |
No la pas� as� Sancho Panza, que como ten�a el est�mago | |
lleno, y no de agua de chicoria, de un sue�o se la llev� toda, y | |
no fueran parte para despertarle, si su amo no le llamara, los | |
rayos del sol que le daban en el rostro, ni el canto de las | |
aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo d�a | |
saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hall�la algo | |
m�s flaca que la noche antes, y afligi�sele el coraz�n por | |
parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su | |
falta. No quiso desayunarse Don Quijote porque como est� dicho, | |
dio en sustentarse de sabrosas memorias. | |
Tornaron a su comenzado camino del puerto L�pice, y a hora | |
de las tres del d�a le descubrieron. Aqu�, dijo en vi�ndole Don | |
Quijote, podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta | |
los codos en esto que llaman aventuras, mas advierte que, aunque | |
me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano | |
a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me | |
ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes | |
ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es | |
l�cito ni concedido por las leyes de caballer�a que me ayudes, | |
hasta que seas armado caballero. Por cierto, se�or, respondi� | |
Sancho, que vuestra merced ser� muy bien obedecido en esto, y | |
m�s que yo de m�o me soy pac�fico y enemigo de meterme en ruidos | |
y pendencias; bien es verdad que en lo que tocare a defender mi | |
persona no tendr� mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas | |
y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere | |
agraviarle. No digo yo menos, respondi� Don Quijote; pero en | |
esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus | |
naturales �mpetus. Digo que s� lo har�, respondi� Sancho, y que | |
guardar� ese precepto tan bien como el d�a del domingo. Estando | |
en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden | |
de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran m�s | |
peque�as dos mulas en que ven�an. Tra�an sus anteojos de camino | |
y sus quitasoles. Detr�s de ellos ven�a un coche con cuatro o | |
cinco de a caballo que les acompa�aban, y dos mozos de mulas a | |
pie. Ven�a en el coche, como despu�s se supo, una se�ora | |
vizca�na que ia a Sevilla, donde estaba su marido que pasaba a | |
las Indias con muy honroso cargo. No ven�an los frailes con | |
ella, aunque iban el mismo camino; mas apenas los divis� Don | |
Quijote, cuando dijo a su escudero: o yo me enga�o, o esta ha de | |
ser la m�s famosa aventura que se haya visto, porque aquellos | |
bultos negros que all� parecen, deben ser, y son sin duda, | |
algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel | |
coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poder�o. | |
Peor ser� esto que los molinos de viento, dijo Sancho. Mire | |
se�or, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe | |
de ser de alguna gente pasajera: mire que digo que mire bien lo | |
que hace, no sea el diablo que le enga�e. Ya te he dicho, | |
Sancho, respondi� Don Quijote, que sabes poco de achaques de | |
aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo ver�s. Y | |
diciendo esto se adelant�, y se puso en la mitad del camino por | |
donde los frailes ven�an, y en llegando tan cerca que a �l le | |
pareci� que le pod�an o�r lo que dijese, en alta voz dijo: gente | |
endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas | |
princesas que en ese coche llev�is forzadas, si no, aparej�os a | |
recibir presta muerte por justo castigo de vuestras malas obras. | |
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, | |
as� de la figura de Don Quijote, como de sus razones; a las | |
cuales respondieron: se�or caballero, nosotros no somos | |
endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito, | |
que vamos a nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen | |
o no ningunas forzadas princesas. Para conmigo no hay palabras | |
blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla, dijo Don | |
Quijote. Y sin esperar m�s respuesta, pic� a Rocinante, y la | |
lanza baja arremeti� contra el primer fraile con tanta furia y | |
denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, �l le | |
hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun mal ferido si no | |
cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que | |
trataban a su compa�ero, puso piernas al castillo de su buena | |
mula, y comenz� a correr por aquella campa�a m�s ligero que el | |
mismo viento. Sancho Panza que vio en el suelo al fraile, | |
ape�ndose ligeramente de su asno, arremeti� a �l y le comenz� a | |
quitar los h�bitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y | |
pregunt�ronle que por qu� le desnudaba. Respondi�les Sancho que | |
aquello le tocaba a �l leg�timamente, como despojos de la | |
batalla que su se�or Don Quijote hab�a ganado. Los mozos, que no | |
sab�an de burla, ni entend�an aquello de despojos ni batallas, | |
viendo que ya Don Quijote estaba desviado de all�, hablando con | |
las que en el coche ven�an, arremetieron con Sancho, y dieron | |
con �l en el suelo; y sin dejarle pelo en las barbas le molieron | |
a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido: | |
y sin detenerse un punto, torn� a subir el fraile, todo temeroso | |
y acobardado y sin color en el rostro y cuando se vio a caballo | |
pic� tras su compa�ero, que un buen espacio de all� le estaba | |
aguardando, y esperando en qu� paraba aquel sobresalto; y sin | |
querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron | |
su camino haci�ndose m�s cruces que si llevaran el diablo a las | |
espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la | |
se�ora del coche, dici�ndole: la vuestra fermosura, se�ora m�a, | |
puede facer de su persona lo que m�s le viniera en talante, | |
porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo | |
derribada por este mi fuerte brazo; y porque no pen�is por saber | |
el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don | |
Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo | |
de la sin par y hermosa do�a Dulcinea del Toboso; y en pago del | |
beneficio que de m� hab�is recibido o quiero otra cosa sino que | |
volv�is al Toboso, y que de mi parte os present�is ante esta | |
se�ora, y le dig�is lo que por vuestra libertad he fecho. Todo | |
esto que Don Quijote dec�a, escuchaba un escudero de los que el | |
coche acompa�aban, que era vizca�no; el cual, viendo que no | |
quer�a dejar pasar el coche adelante, sino que dec�a que luego | |
hab�a de dar la vuelta al Toboso, se fue para Don Quijote, y | |
asi�ndole de la lanza le dijo en mala lengua castellana, y peor | |
vizca�na, de esta manera: anda, caballero, que mal andes; por el | |
Dios que cri�me, que si no dejas coche, as� te matas como est�s | |
ah� vizca�no. Entendi�le muy bien Don Quijote, y con mucho | |
sosiego le respondi�: si fueras caballero, como no lo eres, ya | |
yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. | |
A lo cual replic� el vizca�no: �yo no caballero? juro a Dios tan | |
mientes como cristiano; si lanza arrojas y espada sacas, el agua | |
cu�n presto ver�s que el gato llevas; vizca�no por tierra, | |
hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes, que mira si | |
otra dices cosa. Ahora lo veredes, dijo Agraves, respondi� Don | |
Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sac� su espada y | |
embraz� su rodela, y arremeti� al vizca�no con determinaci�n de | |
quitarle la vida. | |
El vizca�no, que as� le vio venir, aunque quisiera apearse | |
de la mula, que por ser de las malas de alquiler, no hab�a que | |
fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero | |
av�nole bien que se hall� junto al coche, de donde pudo tomar | |
una almohada que le sirvi� de escudo, y luego fueron el uno para | |
el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La dem�s gente | |
quisiera ponerlos en paz; mas no pudo, porque dec�a el vizca�no | |
en sus mal trabadas razones, que si no le dejaban acabar su | |
batalla, que �l mismo hab�a de matar a su ama y a toda la gente | |
que se lo estorbase. La se�ora del coche, admirada y temerosa de | |
lo que ve�a, hizo al cochero que se desviase de all� alg�n poco, | |
y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el | |
discurso de la cual dio el vizca�no una gran cuchillada a Don | |
Quijote encima de un hombro por encima de la rodela, que a | |
d�rsela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, | |
que sinti� la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran | |
voz, diciendo: �oh se�ora de mi alma, Dulcinea, flor de la | |
fermosura, socorred a este vuestro caballero, que por satisfacer | |
a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla! El | |
decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su | |
rodela, y el arremeter al vizca�no, todo fue en un tiempo, | |
llevando determinaci�n de aventurarlo todo a la de un solo | |
golpe. El vizca�no, que as� le vio venir contra �l, bien | |
entendi� por su denuedo su coraje, y determin� hacer lo mismo | |
que Don Quijote: y as� le aguard� bien cubierto de su almohada, | |
sin poder rodear la mula a una ni a otra parte, que ya de puro | |
cansada, y no hecha a semejantes ni�er�as, no pod�a dar un paso. | |
Ven�a, pues, como se ha dicho, Don Quijote contra el cauto | |
vizca�no con la espada en alto, con determinaci�n de abrirle por | |
medio, y el vizca�no le aguardaba asimismo, levantada la espada | |
y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban | |
temerosos y colgados de lo que hab�a de suceder de aquellos | |
tama�os golpes con que se amenazaban, y la se�ora del coche y | |
las dem�s criadas suyas estaban haciendo mil votos y | |
ofrecimientos a todas las im�genes y casas de devoci�n de | |
Espa�a, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan | |
grande peligro en que se hallaban. Pero est� el da�o de todo | |
esto, que en este punto y t�rmino deja el autor de esta historia | |
esta batalla, disculp�ndose que no hall� m�s escrito destas | |
haza�as de Don Quijote, de las que deja referidas. Bien es | |
verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan | |
curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni | |
que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha | |
que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos | |
papeles que de este famoso caballero tratasen; y as�, con esta | |
imaginaci�n, no se desesper� de hallar el fin de esta apacible | |
historia, el cual, si�ndole el cielo favorable, le hall� del | |
modo que se contar� en el siguiente cap�tulo. | |
Cap�tulo noveno | |
Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el | |
gallardo vizca�no y | |
el valiente manchego tuvieron | |
Dejamos en el anterior cap�tulo al valeroso vizca�no y al | |
famoso Don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de | |
descargar dos furibundos fendientes, tales que si en lleno se | |
acertaban, por lo menos se dividir�an y hender�an de arriba | |
abajo, y abrir�an como una granada, y que en aquel punto tan | |
dudoso par� y qued� destroncada tan sabrosa historia, sin que | |
nos diese noticia su autor d�nde se podr�a hallar lo que de ella | |
faltaba. Caus�me esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber | |
leido tan poco, se volv�a en disgustos de pensar el mal camino | |
que se ofrec�a para hallar lo mucho que a mi parecer faltaba de | |
tan sabroso cuento. Pareci�me cosa imposible y fuera de toda | |
buena costumbre, que a tan buen caballero le hubiese faltado | |
alg�n sabio que tomara a cargo en escribir sus nunca vistas | |
haza�as; cosa que no falt� a ninguno de los caballeros andantes, | |
de los que dicen las gentes que van a sus aventuras: porque cada | |
uno de ellos ten�a uno o dos sabios como de molde, que no | |
solamente escrib�an sus hechos, sino que pintaban sus m�s | |
m�nimos pensamientos y ni�er�as por m�s escondidas que fuesen; y | |
no hab�a de ser tan desdichado tan buen caballero, que le | |
faltase a �l lo que sobr� a Platir y a otros semejantes. Y as� | |
no pod�a inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese | |
quedado manca y estropeada, y echada la culpa a la malignidad | |
del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual o | |
la ten�a oculta o consumida. Por otra parte, me parec�a que pues | |
entre sus libros se hab�an hallado tan modernos como Desenga�o | |
de celos, y Ninfas y pastores de Henares, que tamb�en su | |
historia deb�a de ser moderna, y que ya que no estuviese | |
escrita, estar�a en la memoria de la gente de su aldea y de las | |
a ellas circunvecinas. Esta imaginaci�n me tra�a confuso y | |
deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros | |
de nuestro famoso espa�ol Don Quijote de la Mancha, luz y espejo | |
de la caballer�a manchega, y el primero que en nuestra edad y en | |
estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de | |
las andantes armas, y el de desfacer agravios, socorrer viudas, | |
amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y | |
palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en | |
monte y de valle en valle; que si no era que alg�n foll�n, o | |
alg�n villano de hacha y capellina, o alg�n descomunal gigante | |
las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que al cabo de | |
ochenta a�os, que en todos ellos no durmi� un d�a debajo de | |
tejado, se fue tan entera a la sepultura como la madre que la | |
hab�a parido. Digo, pues, que por estos y otros muchos respetos | |
es digno nuestro gallardo Don Quijote de continuas y memorables | |
alabanzas, y aun a m� no se me deben negar, por el trabajo y | |
diligencia que puse en buscar el fin de esta agradable historia; | |
aunque bien s� que si el cielo, el caso y la fortuna no me | |
ayudaran, el mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto, | |
que bien casi dos horas podr� tener el que con atenci�n la | |
leyere. Pas�, pues, el hallarla en esta manera: estando yo un | |
d�a en el Alcan� de Toledo, lleg� un muchacho a vender unos | |
cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como soy aficionado | |
a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado de | |
esta mi natural inclinaci�n tom� un cartapacio de los que el | |
muchacho vend�a; vile con caracteres que conoc� ser ar�bigos, y | |
puesto que, aunque los conoc�a, no los sab�a leer, anduve | |
mirando si parec�a por all� alg�n morisco aljamiado que los | |
leyese; y no fue muy dificultoso hallar int�rprete semejante, | |
pues aunque le buscara de otra mejor y m�s antigua lengua le | |
hallara. En fin, la suerte me depar� uno, que dici�ndole mi | |
deseo, y poni�ndole el libro en las manos le abri� por medio, y | |
leyendo un poco en �l se comenz� a re�r: pregunt�le que de qu� | |
se re�a, y respondi�me que de una cosa que ten�a aquel libro | |
escrita en la margen por anotaci�n. D�jele que me la dijese, y | |
�l sin dejar la risa dijo: est�, como he dicho, aqu� en el | |
margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en | |
esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar | |
puercos que otra mujer de toda la Mancha. Cuando yo o� decir | |
Dulcinea del Toboso, qued� at�nito y suspenso, porque luego se | |
me represent� que aquellos cartapacios conte�an la historia de | |
Don Quijote. con esta imaginaci�n le di priesa que leyese el | |
principio; y haci�ndolo as�, volviendo de improviso el ar�bigo | |
en castellano, dijo que dec�a: Historia de Don Quijote de la | |
Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador ar�bigo. | |
Mucha discreci�n fue menester para disimular el contento | |
que recib� cuando lleg� a mis o�dos el t�tulo del libro; y | |
salte�ndosele al sedero, compr� al muchacho todos los papeles y | |
cartapacios por medio real, que si �l tuviera discreci�n, y | |
supiera que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar | |
m�s de seis reales de la compra. Apart�me luego con el morisco | |
por el claustro de la iglesia mayor, y rogu�le me volviese | |
aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en | |
lengua castellana, sin quitarles ni a�adirles nada, ofreci�ndole | |
la paga que �l quisiese. Content�se con dos arrobas de pasas y | |
dos fanegas de trigo, y prometi� de traducirlos bien y | |
fielmente, y con mucha brevedad, pero yo, por facilitar m�s el | |
negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le traje a | |
mi casa, donde en poco m�s de mes y medio la tradujo toda del | |
mismo modo que aqu� se refiere. Estaba en el primer cartapacio | |
pintada muy al natural la batalla de Don Quijote con el | |
vizca�no, puestos en la misma postura que la historia cuenta, | |
levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de | |
la almohada, y la mula del vizca�no tan al vivo, que estaba | |
mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Ten�a a los pies | |
el vizca�no un t�tulo que dec�a: Don Sancho de Azpeitia que sin | |
duda deb�a de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba | |
otro, que dec�a: Don Quijote: estaba Rocinante maravillosamente | |
pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto | |
espinazo, tan h�tico confirmado, que mostraba bien al | |
descubierto con cu�nta advertencia y propiedad se le hab�a | |
puesto el nombre de Rocinante. Junto a �l estaba Sancho Panza, | |
que te�a del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro | |
r�tulo, que dec�a: Sancho Zancas; y deb�a de ser que ten�a, a lo | |
que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto, y | |
las zancas largas, y por esto se le debi� de poner nombre de | |
Panza y Zancas, que con estos dos sobrenombres se le llama | |
algunas veces la historia. Otras algunas menudencias hab�a que | |
advertir; pero todas son de poca importancia y que no hacen al | |
caso a la verdadera relaci�n de la historia, que ninguna es mala | |
como sea verdadera. | |
Si a esta se le puede poner alguna objeci�n acerca de su | |
verdad, no podr� ser otra sino haber sido su autor ar�bigo, | |
siendo muy propio de los de aquella naci�n ser mentirosos aunque | |
por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber | |
quedado falto en ella que demasiado: y as� me parece a m�, pues | |
cuando pudiera y debiera extender la pluma en las alabanzas de | |
tan buen caballero, parece que de industria las pasa en | |
silencio; cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser | |
los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y | |
que ni el inter�s ni el miedo, el rencor ni la afici�n, no les | |
haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, | |
�mula del tiempo, dep�sito de las acciones, testigo de lo | |
pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo | |
porvenir. En esta s� que se hallar� todo lo que se acertare a | |
desear en la m�s apacible; y si algo bueno en ella faltare, para | |
m� tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por | |
falta del sujeto. | |
En fin, su segunda parte siguiendo la traducci�n, | |
continuaba de esta manera: puestas y levantadas en alto las | |
cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, | |
no parec�a sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y | |
al abismo: tal era el denuedo y continente que ten�an. Y el | |
primero que fue a descargar el golpe fue el col�rico vizca�no, | |
el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia, que a no | |
volv�rsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera | |
bastante para dar fin a su rigurosa contienda, y a todas las | |
aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para | |
mayores cosas le ten�a guardado, torci� la espada de su | |
contrario, de modo que aunque le acert� en el hombro izquierdo, | |
no le hizo otro da�o qeu desarmarle todo aquel lado, llev�ndole | |
de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que | |
todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dej�ndole muy | |
maltrecho. �V�lame Dios, y qui�n ser� aquel que buenamente pueda | |
contar ahora la rabia que entr� en el coraz�n de nuestro | |
manchego, vi�ndose parar de aquella manera! No se diga m�s, sino | |
que fue de manera que se alz� de nuevo en los estribos, y | |
apretando m�s la espada en las dos manos, con tal furia descarg� | |
sobre el vizca�no, acert�ndole de lleno sobre la almohada y | |
sobre la cabeza, que sin ser parte tan buena defensa, como si | |
cayera sobre �l una monta�a, comenz� a echar sangre por las | |
narices, y por la boca, y por los o�dos, y a dar muestras de | |
caer de la mula abajo, de donde cayera sin duda, si no se | |
abrazara con el cuello; pero con todo eso sac� los pies de los | |
estribos, y luego solt� los brazos, y la mula espantada del | |
terrible golpe dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio | |
con su due�o en tierra. Est�baselo con mucho sosiego mirando Don | |
Quijote, y como lo vio caer, salt� de su caballo y con mucha | |
ligereza se lleg� a �l, y poni�ndole la punta de la espada en | |
los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le cortar�a la | |
cabeza. | |
Estaba el vizca�no tan turbado que no pod�a responder | |
palabra, y �l lo pasara mal, seg�n estaba ciego Don Quijote, si | |
las se�oras del coche, que hasta entonces con gran desmayo | |
hab�an mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le | |
pidieran con mucho encarecimiento les hiciera tan grande merced | |
y favor de perdonar la vida a aquel su escudero; a lo cual Don | |
Quijote respondi� con mucho entono y gravedad: por cierto, | |
fermosas se�oras, yo soy muy contento de hacer lo que me ped�s; | |
mas ha de ser con una condici�n y concerto, y es que este | |
caballero ma ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y | |
presentarse de mi parte ante la sin par do�a Dulcinea, para que | |
ella haga de �l lo que m�s fuere de su voluntad. Las temerosas y | |
desconsoladas se�oras, sin entrar en cuenta de lo que Don | |
Quijote ped�a, y sin preguntar qui�n Dulcinea fuese, le | |
prometieron que el escudero har�a todo aquello que de su parte | |
le fuese mandado: pues en fe de esa palabra, yo no le har� m�s | |
da�o, puesto que me lo ten�a bien merecido. | |
Parte primera: Cap�tulo d�cimo | |
De los graciosos razonamientos que pasaron entre D. Quijote | |
y Sancho | |
Panza su escudero. | |
Ya en este tiempo se hab�a levantado Sancho Panza algo | |
maltratado de los mozos de los frailes, y hab�a estado atento a | |
la batalla de su se�or Don Quijote, y rogaba a Dios en su | |
coraz�n fuese servido de darle victoria y que en ella ganase | |
alguna �nsula de donde le hiciese gobernador, como se lo hab�a | |
prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo | |
volv�a a subir sobre Rocinante, lleg� a tenerle el estribo, y | |
antes que subiese se hinc� de rodillas delante de �l, y | |
asi�ndole de la mano, se la bes� y le dijo: sea vuestra merced | |
servido, se�or Don Quijote m�o, de darme el gobierno de la | |
�nsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por | |
grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal | |
y tan bien como otro que haya gobernado �nsulas en el mundo. A | |
lo cual respondi� Don Quijote: advertid, hermano Sancho, que | |
esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de | |
�nsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra | |
cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos; tened | |
paciencia, que aventuras se ofrecer�n, donde no solamente os | |
pueda hacer gobernador, sino m�s adelante. Agradeci�selo mucho | |
Sancho, y bes�ndole otra vez la mano y la falda de la loriga, le | |
ayud� a subir sobre Rocinante, y �l subi� sobre su asno, y | |
comenz� a seguir a su se�or, que a paso tirado, sin despedirse | |
ni hablar m�s con las del coche, se entr� por un bosque que all� | |
junto estaba. | |
Segu�ale Sancho a todo trote de su jumento; pero caminaba | |
tanto Rocinante, que, vi�ndose quedar atr�s, le fue forzoso dar | |
voces a su amo, que se aguardase. H�zolo as� Don Quijote, | |
teniendo las riendas a Rocinante hasta que llegase su cansado | |
escudero, el cual en llegando le dijo: par�ceme, se�or, que | |
ser�a acertado irnos a retraer a alguna iglesia, que, seg�n | |
qued� maltrecho aquel con quien combatisteis, no ser� mucho que | |
den noticia del caso a la Santa Hermandad, y nos prendan; y a fe | |
que si lo hacen, que primero que salgamos de la c�rcel, que nos | |
ha de sudar el hopo. Calla, dijo Don Quijote. �Y d�nde has visto | |
t� o le�do jam�s que caballero andante haya sido puesto ante la | |
justicia, por m�s homicidios que haya cometido? Yo no s� nada de | |
omecillos, respondi� Sancho, ni en mi vida le cat� a ninguno; | |
s�lo s� que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean | |
en el campo, y en esotro no me entremeto. Pues no tengas pena, | |
amigo, respondi� Don Quijote, que yo te sacar� de las manos de | |
los caldeos, cuanto m�s de las de la Hermandad. Pero dime por tu | |
vida: �has t� visto m�s valeroso caballero que yo en todo lo | |
descubierto de la tierra? �Has le�do en historias otro que tenga | |
ni haya tenido m�s br�o en acometer, m�s aliento en el | |
perseverar, m�s destreza en el herir, ni m�s ma�a en el | |
derribar? La verdad sea, respondi� Sancho, que yo no he le�do | |
ninguna historia jam�s, porque ni s� leer ni escribir; mas lo | |
que osar� apostar es que m�s atrevido amo que vuestra merced yo | |
no le he servido en todos los d�as de mi vida, y quiera Dios que | |
estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le | |
ruego a vuestra merced es que se cure, que se le va mucha sangre | |
de esa oreja, que aqu� traigo hilas y un poco de ung�ento blanco | |
en las alforjas. | |
Todo esto fuera bien escusado, respondi� Don Quijote, si a | |
m� se me acordara de hacer una redoma del b�lsamo de Fierabr�s, | |
que con s�lo una gota se ahorraran tiempo y medicinas. �Qu� | |
redoma y qu� b�lsamo es ese? dijo Sancho Panza. De un b�lsamo, | |
respondi� Don Quijote, de quien tengo la receta en la memoria, | |
con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que | |
pensar morir de ferida alguna; y as�, cuando yo le haga y te le | |
d�, no tienes m�s que hacer sino que cuando vieres que en alguna | |
batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces | |
suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere | |
ca�do en el suelo, y con mucha sutileza, antes que la sangre se | |
hiele, la pondr�s sobre la otra mitad que quedare en la silla, | |
advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me dar�s a | |
beber solos dos tragos del b�lsamo que he dicho, y ver�sme | |
quedar m�s sano que una manzana. Si eso hay, dijo Panza, yo | |
renuncio desde aqu� el gobierno de la prometida �nsula, y no | |
quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino | |
que vuestra merced me dj� la receta de ese estremado licor, que | |
para m� tengo que valdr� la onza donde quiera m�s de dos reales, | |
y no he menester yo m�s para pasar esta vida honrada y | |
descansadamente; pero es de saber ahora si tiene mucha costa el | |
hacella. Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres, | |
respondi� Don Quijote. �Pecador de m�! replic� Sancho. �Pues a | |
qu� aguarda vuestra merced a hacelle y a ense��rmele? Calla, | |
amigo, respondi� Don Quijote, que mayores secretos pienso | |
ense�arte, y mayores mercedes hacerte; y por ahora cur�monos, | |
que la oreja me duele m�s de lo que yo quisiera. | |
Sac� Sancho de las alforjas hilas y ung�ento; mas cuando | |
Don Quijote lleg� a ver rota su celada, pens� perder el juicio, | |
y puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo: | |
yo hago juramento al criador de todas las cosas, y a los santos | |
cuatro Evangelios, donde m�s largamente est�n escritos, de hacer | |
la vida que hizo el grande marqu�s de Mantua, cuando jur� de | |
vengar la muerte de su sobrino Baldovinos, que fue de no comer | |
pan a manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas, que, | |
aunque de ellas no me acuerdo, las doy aqu� por espresadas, | |
hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo. | |
Oyendo esto Sancho, le dijo: advierta vuestra merced, se�or Don | |
Quijote, que si el caballero cumpli� lo que se le dej� ordenado | |
de irse a presentar ante mi se�ora Dulcinea del Toboso, ya habr� | |
cumplido con lo que deb�a, y no merece otra pena si no comete | |
nuevo delito. Has hablado y apuntado muy bien, repondi� Don | |
Quijote; y as� anulo el juramento en lo que toca a tomar de �l | |
nueva venganza; pero h�gole y conf�rmole de nuevo de hacer la | |
vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada | |
tal y tan buena como esta a alg�n caballero; y no pienses, | |
Sancho, que as�, a humo de pajas, hago esto, que bien tengo a | |
quien imitar en ello, que esto mismo pas� al pie de la letra | |
sobre el yelmo del Mambrino, que tan caro le cost� a Sacripante. | |
Que d� al diablo vuestra merced tales juramentos, se�or m�o, | |
replic� Sancho, que son muy en da�o de la salud y muy en | |
perjuicio de la conciencia. Si no, d�game ahora si acaso en | |
muchos d�as no topamos hombre armado con celada, �qu� hemos de | |
hacer? �Hase de cumplir el juramento a despecho de tantos | |
inconvenientes e incomodidades, como ser� el dormir vestido, y | |
el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que conten�a el | |
juramento de aquel loco viejo del marqu�s de Mantua, que vuestra | |
merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien que por | |
todos estos caminos no andan hombres armados sino arrieros y | |
carreteros, que no s�lo no traen celadas, pero quiz� no las han | |
o�do nombrar en todos los d�as de su vida. Enga�aste en eso, | |
dijo Don Quijote, porque no habremos estado dos horas por estas | |
encrucijadas, cuando veamos m�s armados que los que vinieron | |
sobre Albraca a la conquista de Ang�lica la Bella. Alto, pues; | |
sea as�, dijo Sancho y a Dios prazga que nos suceda bien, y que | |
se llegue ya el tiempo de ganar esa �nsula, que tan cara me | |
cuesta, y mu�rame yo luego. Ya te he dicho, Sancho, que no te d� | |
eso cuidado alguno, que cuando faltare �nsula, ah� est� el reino | |
de Dinamarca, o el de Sobradisa, que te vendr�n como anillo al | |
dedo, y m�s que, por ser en tierra firme, te debes de alegrar. | |
Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas | |
alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de alg�n | |
castillo donde alojemos esta noche, y hagamos el b�lsamo que te | |
he dicho, porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la | |
oreja. | |
Aqu� trayo una cebolla y un poco de queso, y no s� cu�ntos | |
mendrugos de pan, dijo Sancho; pero no son manjares que | |
pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced. Que mal | |
lo entiendes, respondi� Don Quijote: h�gote saber, Sancho, que | |
es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que | |
coman, sea de aquello que hallaren m�s a mano: y esto se te | |
hiciera cierto, si hubieras le�do tantas historias como yo, que | |
aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha | |
relaci�n de que los caballeros andantes comiesen, si no era | |
acaso, y en algunos suntuosos banquetes que les hac�an, y los | |
dem�s d�as se los pasaban en flores. Y aunque se deja entender | |
que no pod�an pasar sin comer y sin hacer todos los otros | |
menesteres naturales, porque en efecto eran hombres como | |
nosotros, has de entender tambi�n que, andando lo m�s del tiempo | |
de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que | |
su m�s ordinaria comida ser�a de viandas r�sticas, tales como | |
las que t� ahora me ofreces: as� que, Sancho amigo, no te | |
congoje lo que a m� me da gusto, ni quieras t� hacer mundo | |
nuevo, ni sacar la caballer�a andante de sus quicios. Perd�neme | |
vuestra merced, dijo Sancho, que como yo no s� leer ni escribir, | |
como otra vez he dicho, no s� ni he ca�do en las reglas de la | |
profesi�n caballeresca; y de aqu� adelante yo proveer� las | |
alforjas de todo g�nero de fruta seca para vuestra merced, que | |
es caballero, y para m� las proveer�, pues no lo soy, de otras | |
cosas vol�tiles y de m�s sustancia. No digo yo, Sancho, replic� | |
Don Quijote, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer | |
otra cosa que esas frutas que dices; sino que su m�s ordinario | |
sustento deb�a ser de ellas, y de algunas yerbas que hallaban en | |
los campos, que ellos conoc�an, y yo tambi�n conozco. Virtud es, | |
respondi� Sancho, conocer esas yerbas, que seg�n yo me voy | |
imaginando, alg�n d�a ser� menester usar de ese conocimiento. | |
Y sacando en esto lo que dijo que tra�a, comieron los dos | |
en buena paz y compa��a; pero deseosos de buscar donde alojar | |
aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca | |
comida. Subieron luego a caballo, y di�ronse priesa por llegar a | |
poblado, antes que anocheciese; pero falt�les el sol y la | |
esperanza de alcanzar lo que deseaban junto a unas chozas de | |
unos cabreros, y as� determinaron de pasar all� la noche que | |
cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, fue de | |
contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por | |
parecerle que cada vez que esto le suced�a era hacer un acto | |
posesivo que facilitaba la prueba de su caballer�a. | |
Parte primera: Cap�tulo und�cimo | |
De lo que sucedi� a Don Quijote con unos cabreros | |
Fue recogido de los cabreros con buen �nimo, y habiendo Sancho | |
lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue | |
tras el olor que desped�an de s� ciertos tasajos de cabra que | |
hirviendo al fuego en un caldero estaban; y aunque �l quisiera | |
en aquel mismo punto ver si estaban en saz�n de trasladarlos del | |
caldero al est�mago, lo dej� de hacer porque los cabreros los | |
quitaron del fuego, y tendiendo por el suelo unas pieles de | |
ovejas, aderezaron con mucha priesa su r�stica mesa, y | |
convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo | |
que ten�an. Sent�ronse a la redonda de las pieles seis de ellos, | |
que eran los que en la majada hab�a, habiendo primero con | |
groseras ceremonias rogado a Don Quijote que se sentase sobre un | |
dornajo que vuelto al rev�s le pusieron. Sent�se Don Quijote, y | |
qued�base Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de | |
cuerno. Vi�ndole en pie su amo, le dijo: porque veas, Sancho, el | |
bien que en s� encierra la andante caballer�a, y cu�n a pique | |
est�n los que en cualquiera ministerio de ella se ejercitan, de | |
venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero | |
que aqu� a mi lado, y en compa��a de esta buena gente, te | |
sientes, y que seas una misma cosa conmigo que soy tu amo y | |
natural se�or, que comas en mi plato y bebas por donde yo | |
bebiere; porque de la caballer�a andante se puede decir lo mismo | |
que del amor que se dice, que todas las cosas iguala. �Gran | |
merced! dijo Sancho; pero s� decir a vuestra merced, que como yo | |
tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comer�a en pie y a | |
mis solas, como sentado a par de un emperador. Y a�n si va a | |
decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rinc�n sin | |
melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los | |
gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, | |
beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me | |
viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad | |
traen consigo. As� que, se�or m�o, estas honras que vuestra | |
merced quiere darme, por ser ministro y adherente de la | |
caballer�a andante, como lo soy siendo escudero de vuestra | |
merced, convi�rtalas en otras cosas que me sean de m�s c�modo y | |
provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las | |
renuncio para desde aqu� al fin del mundo. Con todo eso, te has | |
de sentar, porque a quien se humilla Dios le ensalza. Y | |
asi�ndole por el brazo, le forz� a que junto a �l se sentase. No | |
entend�an los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de | |
caballeros andantes, y no hac�an otra cosa que comer y callar y | |
mirar a sus hu�spedes, que con mucho donaire y gana embaulaban | |
tasajo como pu�o. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre | |
las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente | |
pusieron un medio queso, m�s duro que si fuera hecho de | |
argamasa. No estaba en esto ocioso el cuerno, porque andaba a la | |
redonda tan a menudo, ya lleno, ya vac�o, como arcaduz de noria, | |
que con facilidad vaci� un zaque de dos que estaban de | |
manifiesto. Despu�s que Don Quijote hubo bien satisfecho su | |
est�mago, tom� un pu�o de bellotas en la mano, y mir�ndolas | |
atentamente, solt� la voz a semejantes razones: | |
�Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los | |
antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el | |
oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se | |
alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque | |
entonces los que en ella viv�an ignoraban etas dos palabras de | |
tuyo y m�o! | |
Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie | |
le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar | |
otro traajo que lzar la mano, y alcanzarle de las robustas | |
encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y | |
sazonado ruto. Las claras fuentes y corrientes r�os, en | |
magn�fica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les | |
ofrec�an. En las quiebras de las pe�as y en lo hueco de los | |
�rboles formaban su rep�blica las sol�citas y discretas abejas, | |
ofreciendo a cualquiera mano sin inter�s alguno la f�rtil | |
cosecha de su dulc�simo trabajo. Los valientes alcornoques | |
desped�an de s�, sin otro artificio que el de su cortes�a, sus | |
anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las | |
casas sobre r�sticas estacas, sustentadas no m�s que para | |
defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, | |
todo amistad, todo concordia: a�n no se hab�a atrevido la pesada | |
reja del corvo arado a abrir ni visitar las entra�as piadosas de | |
nuestra primera madre, que ella sin ser forzada, ofrec�a por | |
todas partes de su f�rtil y espacioso seno lo que pudiese | |
hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la | |
pose�an. Entonces s� que andaban las simples y hermosas | |
zagalejas de valle en valle, y de otero en otero, en trenza y en | |
cabello, sin m�s vestidos de aquellos que eran menester para | |
cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido | |
siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se | |
usan, a quien la p�rpura de Tiro y la por tantos modos | |
martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas de verdes | |
lampazos y hiedra entretejidas, con lo que quiz� iban tan | |
pomposas y compuestas, como van ahora nuestras cortesanas con | |
las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les | |
ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos amorosos del | |
alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella | |
los conceb�a, sin buscar artificioso rodeo de palabras para | |
encarecerlos. No hab�an la fraude, el enga�o ni la malicia | |
mezcl�dose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en | |
sus propios t�rminos, sin que la osasen turbar ni ofender los | |
del favor y los del inter�s, que tanto ahora la menoscaban, | |
turban y persiguen. La ley del encaje a�n no se hab�a sentado en | |
el entendimiento del juez, porque entonces no hab�a qu� juzgar | |
ni qui�n fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, | |
como tengo dicho, por donde quiera, solas y se�oras, sin temor | |
que la ajena desenvoltura y lascivo intento las menoscabasen, y | |
su perdici�n nac�a de su gusto y propia voluntad. Y ahora en | |
estos nuestros detestables siglos no est� segura ninguna, aunque | |
la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque | |
all� por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita | |
solicitud, se les entra la amorosa pestilencia, y les hace dar | |
con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando | |
m�s los tiempos y creciendo m�s la malicia, se instituy� la | |
orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, | |
amparar las viudas y socorrer a los hu�rfanos y a los | |
menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, aquien | |
agradezco el agasajo y buen acogimiento que hac�is a m� y a mi | |
escudero; que aunque por ley natural est�n todos los que viven | |
obligados a favorecer a los caballeros andantes, todav�a por | |
saber que, sin saber vosotros esta obligaci�n, me acog�steis y | |
regal�steis, es raz�n que con la voluntad a m� posible os | |
agradezca la vuestra. | |
Toda esta larga arenga (que se pudiera muy bien excusar) | |
dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le | |
trujeron a la memoria la edad dorada, y antoj�sele hacer aquel | |
in�til razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle | |
palabra, embobados y suspensos le estuvieron escuchando. Sancho | |
asimismo callaba, y com�a bellotas y visitaba muy amenudo el | |
segundo zaque, que porque se enfriase el vino lo ten�an colgado | |
de un alcornoque. M�s tard� en hablar Don Quijote que en acabar | |
la cena, al fin de la cual uno de los cabreros dijo: para que | |
con m�s veras pueda vuestra merced decir, se�or caballero | |
andante, que le agasajamos con pronta y buena voluntad, queremos | |
darle solaz y contento con hacer que cante un compa�ero nuestro, | |
que no tardar� mucho en estar aqu�, el cual es un zagal muy | |
entendido y muy enamorado, y que sobre todo sabe leer y | |
escribir, y es m�sico de un rabel, que no hay m�s que desear. | |
Apenas hab�a el cabrero acabado de decir esto, cuando lleg� a | |
sus o�dos el son del rabel y de all� a poco lleg� el que le | |
ta��a, que era un mozo de hasta veintid�s a�os, de muy buena | |
gracia. Pregunt�ronle sus compa�eros si hab�a cenado, y | |
respondiendo que s�, el que hab�a hecho los ofrecimientos le | |
dijo: de esa manera, Antonio, bien podr�s hacernos placer de | |
cantar un poco, porque vea este se�or hu�sped que tenemos, que | |
tambi�n por los montes y selvas hay quien sepa de m�sica. | |
H�mosle dicho tus buenas habilidades, y deseamos que las | |
muestres y nos saques verdaderos; y as� te ruego por tu vida que | |
te sientes y cantes el romance de tus amores, que te compuso el | |
beneficiado tu t�o, que en el pueblo ha parecido muy bien. Que | |
me place, dijo el mozo; y sin hacerse m�s de rogar, se sent� en | |
el tronco de una desmochada encina, y templando su rabel, de | |
all� a poco, con muy buena gracia, comenz� a cantar, diciendo de | |
esta manera: | |
ANTONIO | |
Yo s�, Olalla, que me adoras, | |
puesto que no me lo has dicho | |
ni a�n con los ojos siquiera, | |
mudas lenguas de amor�os. | |
Porque s� que eres sabida, | |
en que me quieres me afirmo, | |
que nunca fue desdichado | |
amor que fue conocido. | |
Bien es verdad que tal vez, | |
Olalla, me has dado indicio | |
que tienes de bronce el alma, | |
y el blanco pecho de risco. | |
M�s all�, entre sus reproches | |
y honest�simos desv�os | |
tal vez la esperanza muestra | |
la orilla de su vestido. | |
Abal�nzase al se�uelo | |
mi fe que nunca ha podido | |
ni menguar por no llamado | |
ni crecer por escogido. | |
Si el amor es cortes�a, | |
de la que tienes colijo | |
que al fin de mis esperanzas | |
ha de ser cual imagino. | |
Y si son servicios parte | |
de hacer un pecho benigno, | |
algunos de los que he hecho | |
fortalecen mi partido. | |
Porque, si has mirado en ello, | |
m�s de una vez habr�s visto | |
que me he vestido en los lunes | |
lo que me honraba el domingo. | |
Como el amor y la gala | |
andan un mismo camino, | |
en todo tiempo a tus ojos | |
quise mostrarme polido. | |
Dejo el bailar por tu causa, | |
ni las m�sicas te pinto, | |
que has escuchado a deshoras | |
y al canto del gallo primo. | |
No cuento las alabanzas | |
que de tu belleza he dicho, | |
que, aunque verdaderas, hacen | |
ser yo de algunas mal quisto. | |
Teresa del Berrocal, | |
yo alab�ndote, me dijo: | |
Tal piensa que adora un �ngel, | |
y viene a adorar a un jimio. | |
Merced a los mucho dijes | |
y a los cabellos postizos, | |
y a hip�critas hermosuras | |
que enga�an al amor mismo. | |
Desment�la, y enoj�se, | |
volvi� por ella su primo, | |
desafi�me, y ya sabes, | |
lo que yo hice y �l hizo. | |
No te quiero yo a mont�n, | |
ni te pretendo y te sirvo | |
por lo de barragan�a, | |
que m�s bueno es mi designio. | |
Coyundas tiene la iglesia, | |
que son lazadas de sirgo, | |
pon tu cuello en la gamella, | |
ver�s c�mo pongo yo el m�o. | |
Donde no, desde aqu� juro | |
por el santo m�s bendito, | |
de no salir destas tierras | |
sino para capuchino. | |
Con esto dio el cabrero fin a su canto, y aunque Don | |
Quijote le rog� que algo m�s cantase, no lo consinti� Sancho | |
Panza, porque estaba m�s para dormir que para o�r canciones. Y | |
as� dijo a su amo: bien puede vuestra merced acomodarse desde | |
luego a donde ha de pasar esta noche, que el trabajo de estos | |
buenos hombres tienen todo el d�a no permite que pasen las | |
noches cantando. Ya te entiendo, Sancho, respondi� Don Quijote, | |
que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden m�s | |
recompensa de sue�o que de m�sica. A todos nos sabe bien, | |
bendito sea Dios, respondi� Sancho. No lo lo niego, replic� Don | |
Quijote; pero acom�date t� donde quisieres, que los de mi | |
profesi�n mejor parecen velando que durmiendo; pero con todo eso | |
ser�a bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va | |
doliendo m�s de lo que es menester. Hizo Sancho lo que se le | |
mandaba; y viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no | |
tuviese pena, que �l pondr�a remedio con que f�cilmente se | |
sanase; y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por all� | |
hab�a, las masc� y las mezcl� con un poco de sal, y | |
aplic�ndoselas a la oreja, se las vend� muy bien, asegur�ndole | |
que no hab�a menester otra medicina. Y as� fue la verdad. | |
Parte primera: Cap�tulo duod�cimo | |
De lo que cont� un cabrero a los que estaban con Don | |
Quijote | |
Estando en esto lleg� otro mozo de los que les tra�an de la | |
aldea el bastimento, y dijo: �sab�is lo que pasa en el lugar, | |
compa�eros? �c�mo lo podemos saber? respondi� uno de ellos. Pues | |
sabed, prosigui� el mozo, que muri� esta ma�ana aquel famoso | |
pastor estudiante llamado Gris�stomo, y se murmura que ha muerto | |
de amores de aquella endiablada moza de la aldea, la hija de | |
Guillermo el rico, aquella que se anda en h�bito de pastora por | |
esos andurriales. Por Marcela dir�s, dijo uno. Por esa digo, | |
respondi� el cabrero; y es lo bueno, que mand� en su testamento | |
que le enterrasen en el campo como si fuera moro, y que sea al | |
pie de la pe�a donde est� la fuente del alcornoque, porque | |
seg�n es fama (y �l dicen que lo dijo) aquel lugar es adonde �l | |
la vio la vez primera. Y tambi�n mand� otras cosas tales, que | |
los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir ni es bien | |
que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual | |
responde aquel gran su amigo Ambrosio el estudiante, que | |
tambi�n se visti� de pastor con �l, que se ha de cumplir todo | |
sin faltar nada como lo dej� mandado Gris�stomo, y sobre esto | |
anda el pueblo alborotado, mas a lo que se dice, en fin se har� | |
lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y | |
ma�ana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho; | |
y tengo para m� que ha de ser cosa muy de ver, a lo menos yo no | |
dejar� de ir a verla, si supiese no volver ma�ana al lugar. | |
Todos haremos lo mismo, respondieron los cabreros, y echaremos | |
suertes a quien ha de quedar a guardar las cabras de todos. | |
Bien dices Pedro, dijo uno de ellos, aunque no ser� menester | |
usar de esa diligencia, que yo me quedar� por todos; y no lo | |
atribuyas a virtud y a poca curiosidad m�a, sino a que no me | |
deja andar el garrancho que el otro d�a me pas� este pie. Con | |
todo esto, te lo agradecemos, respondi� Pedro. | |
Y Don Quijote rog� a Pedro le dijese qu� muerto era aquel y | |
qu� pastora aquella. A lo cual Pedro respondi�, que lo que | |
sab�a era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un | |
lugar que estaba en aquellas sierras, el cual hab�a sido | |
estudiante muchos a�os en Salamanca, al cabo de los cuales | |
hab�a vuelto a su lugar con opini�n de muy sabio y muy le�do. | |
Principalmente dec�an que sab�a la ciencia de las estrellas, y | |
de lo que pasaban all� en el cielo el sol y la luna, porque | |
puntualmente nos dec�a el cris del sol y de la luna. Eclipse se | |
llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares | |
mayores, dijo Don Quijote. Mas Pedro, no reparando en ni�er�as, | |
prosigui� su cuento, diciendo: asimesmo adivinaba cuando hab�a | |
de ser el a�o abundante o estil. Est�ril quer�is decir, amigo, | |
dijo Don Quijote. Est�ril, o estil, respondi� Pedro, todo se | |
sale all�. Y digo que, con esto que dec�a, se hicieron su padre | |
y sus amigos que le daban cr�dito muy ricos, porque hac�an lo | |
que �l les aconsejaba, dici�ndoles: sembrad este a�o cebada, no | |
trigo; en este pod�is sembrar garbanzos, y no cebada; el que | |
viene ser� de guilla de aceite; los tres siguientes no se | |
coger� gota. Esa ciencia se llama Astrolog�a, dijo Don Quijote. | |
No s� yo c�mo se llama, replic� Pedro, mas s� que todo esto | |
sab�a y a�n m�s. Finalmente no pasaron muchos meses despu�s que | |
vino de Salamanca, cuando un d�a remaneci� vestido de pastor | |
con su cayado y pellico, habi�ndose quitado los h�bitos largos | |
que como escolar tra�a, y juntamente se visti� con �l de pastor | |
otro su grande amigo llamado Ambrosio, que hab�a sido su | |
compa�ero en los estudios. Olvid�baseme decir c�mo Gris�stomo | |
el difunto fue grande hombre de componer coplas, tanto que �l | |
hac�a los villancicos para la noche del Nacimiento del Se�or, y | |
los autos para el d�a de Dios, que los representaban los mozos | |
de nuestro pueblo, y todos dec�an que eran por el cabo. Cuando | |
los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a | |
los dos escolares, quedaron admirados y no pod�an adivinar la | |
causa que les hab�a movido a hacer tan extra�a mudanza. Ya en | |
este tiempo era muerto el padre de nuestro Gris�stomo, y �l | |
qued� heredado en mucha cantidad de hacienda, ans� en muebles | |
como en ra�ces, y en no peque�a cantidad de ganado mayor y | |
menor, y en gran cantidad de dineros: de todo lo cual qued� el | |
mozo se�or desoluto; y en verdad que todo lo merec�a, que era | |
muy buen compa�ero y caritativo y amigo de los buenos, y ten�a | |
una cara como una bendici�n. Despu�s se vino a entender que el | |
haberse mudado de traje no hab�a sido por otra cosa que por | |
andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela | |
que nuestro zagal nombr� denantes, de la cual se hab�a enamorado | |
el difunto de Gris�stomo. Y qui�roos decir ahora, porque es bien | |
que lo sep�is, qu�n es esta rapaza; quiz� y aun sin quiz� no | |
habr�is o�do semejante cosa en todos los d�as de vuestra vida, | |
aunque viv�is m�s a�os que sarna. Decid Sarra, replic� Don | |
Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del | |
cabrero. Harto vive la sarna, respondi� Pedro; y si es, se�or, | |
que me hab�is de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no | |
acabaremos en un a�o. Perdonad, amigo, dijo Don Quijote, que | |
por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero | |
vos respond�steis muy bien, porque vive m�s sarna que Sarra, y | |
proseguid vuestra historia, que no os replicar� m�s en nada. | |
Digo, pues, se�or de mi alma, dijo el cabrero, que en | |
nuestra aldea hubo un labrador a�n m�s rico que el padre de | |
Gris�stomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, | |
am�n de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto | |
muri� su madre, que fue la m�s honrada mujer que hubo en todos | |
estos contornos; no parece sino que ahora la veo con aquella | |
cara, que del un cabo ten�a el sol y del otro la luna, y sobre | |
todo hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe | |
de estar su �nima a la hora de hora gozando de Dios en el otro | |
mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer muri� su marido | |
Guillermo, dejando a su hija Marcela muchacha y rica en poder | |
de un t�o suyo, sacerdote, y beneficiado en nuestro lugar. | |
Creci� la ni�a con tanta belleza, que nos hac�a acordar de la | |
de su madre, que la tuvo muy grande, y con todo esto se juzgaba | |
que le hab�a de pasar la de la hija; y as� fue, que cuando | |
lleg� a edad de catorce a quince a�os, nadie la miraba que no | |
bendec�a a Dios, que tan hermosa la hab�a criado, y los m�s | |
quedaban enamorados y perdidos por ella. Guard�bala su t�o con | |
mucho recato y con mucho encerramiento, pero con todo esto, la | |
fama de su mucha hermosura se extendi� de manera, que as� por | |
ella, como por sus muchas riquezas, no solamente de los de | |
nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de | |
los mejores de ellos, era rogado, solicitado e importunado su | |
t�o se la diese por mujer. Mas �l, que a las derechas es buen | |
cristiano, aunque quisiera casarla luego, as� como la v�a de | |
edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a | |
la ganancia y granjer�a que le ofrec�a el tener la hacienda de | |
la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en | |
m�s de un corrillo en el pueblo en alabanza del buen sacerdote. | |
Que quiero que sepa, se�or andante, que en estos lugares cortos | |
de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como | |
yo tengo para m�, que debe de ser demasiadamente bueno el | |
cl�rigo que obliga a sus feligreses a que digan bien d�l, | |
especialmente en las aldeas. | |
As� es la verdad, dijo Don Quijote, y proseguid adelante, | |
que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le cont�is con | |
mucha gracia. | |
La del Se�or no me falte, que es la que hace al caso. Y en | |
lo dem�s, sabr�is que aunque el t�o propon�a a la sobrina, y le | |
dec�a las calidades de cada uno, en particular de los muchos | |
que por mujer la ped�an, rog�ndole que se casase y escogiese a | |
su gusto, jam�s ella respondi� otra cosa sino que por entonces | |
no quer�a casarse, y que por ser tan muchacha no se sent�a | |
h�bil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que | |
daba al parecer justas excusas, dejaba el t�o de importunarla, | |
y esperaba que entrase algo m�s en edad y ella supiese escoger | |
compa��a a su gusto. Porque dec�a �l, y dec�a muy bien, que no | |
hab�an de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. | |
Pero h�telo aqu�, cuando no me cato, que remanece un d�a la | |
melindrosa Marcela hecha pastora; y sin ser parte su t�o ni | |
todos los del pueblo que se lo desaconsejaban, dio en irse al | |
campo con las dem�s zagalas del lugar, y dio en guardar su | |
mesmo ganado. Y as� como ella sali� en p�blico, y su hermosura | |
se vio al descubierto, no os sabr� buenamente decir cu�ntos | |
ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de | |
Gris�stomo, y la andan requebrando por estos campos. Uno de los | |
cuales, como ya est� dicho, fue nuestro difunto, del cual | |
dec�an que la dejaba de querer y la adoraba. Y no se piense que | |
porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta, y | |
de tan poco o de ning�n recogimiento, que por eso ha dado | |
indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su | |
honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que | |
mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno | |
se ha alabado, ni con verdad se podr� alabar, que le haya dado | |
alguna peque�a esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que | |
no huye ni es esquiva de la compa��a y conversaci�n de los | |
pastores, y los trata cort�s y amigablemente, en llegando a | |
descubrirle su intenci�n cualquiera dellos, aunque sea tan | |
justa y santa como la del matrimonio, los arroja de s� como con | |
un trabuco. Y con esta manera de condici�n hace m�s da�o en | |
esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su | |
afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la | |
tratan a servirla y a amarla; pero su desd�n y desenga�o los | |
conduce a t�rminos de desesperarse, y as� no saben qu� decirle | |
sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros t�tulos | |
a este semejantes, que bien la calidad de su condici�n | |
manifiestan; y si aqu� estuvi�redes, se�ores, alg�n d�a, | |
ver�ades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos | |
de los desenga�ados que la siguen. No est� muy lejos de aqu� un | |
sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay | |
ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el | |
nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el | |
mesmo �rbol, como si m�s claramente dijera su amante que | |
Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aqu� | |
suspira un pastor, all� se queja otro, acull� se oyen amorosas | |
canciones, ac� desesperadas endechas. Cual hay que pasa todas | |
las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o | |
pe�asco, y all�, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y | |
trasportado en sus pensamientos, le halla el sol a la ma�ana; y | |
cual hay que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad | |
del ardor de la m�s enfadosa siesta del verano tendido sobre la | |
ardiente arena, env�a sus quejas al piadoso cielo; y deste y de | |
aquel, y de aquellos y destos, libre y desenfadadamente triunfa | |
la hermosa Marcela. Y todos los que la conocemos estamos | |
esperando en qu� ha de parar su altivez, y qui�n ha de ser el | |
dichoso que ha de venir a dome�ar condici�n tan terrible, y | |
gozar de hermosura tan extremada. Por ser todo lo que he | |
contado tan averiguada verdad, me doy a entender que tambi�n lo | |
es la que nuestro zagal dijo que se dec�a de la causa de la | |
muerte de Gris�stomo. Y as� os aconsejo, se�or, que no dej�is | |
de hallaros ma�ana a su entierro, que ser� muy de ver, porque | |
Gris�stomo tiene muchos amigos, y no est� deste lugar a aquel | |
donde manda enterrarse media legua. | |
En cuidado me lo tengo, dijo Don Quijote, y agrad�zcoos el | |
gusto que me hab�is dado con la narraci�n de tan sabroso | |
cuento. �Oh! replic� el cabero. Aun no s� yo la mitad de los | |
casos sucedidos a los amantes de Marcela; mas podr�a ser que | |
ma�ana top�semos en el camino alg�n pastor que nos lo dijese; y | |
por ahora bien ser� que os vais a dormir debajo de techado, | |
porque el sereno os podr�a da�ar la herida, puesto que es tal | |
la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de | |
contrario accidente. | |
Sancho Panza que ya daba al diablo el tanto hablar del | |
cabrero, solicit� por su parte que su amo se entrase a dormir | |
en la choza de Pedro. H�zolo as� y todo lo m�s de la noche se | |
la pas� en memorias de su se�ora Dulcinea, a imitaci�n de los | |
amantes de Marcela. Sancho Panza se acomod� entre Rocinante y | |
su jumento, y durmi�, no como enamorado desfavorecido, sino | |
como hombre molido a coces. | |
Parte primera: Cap�tulo d�cimotercero | |
Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros | |
sucesos | |
Mas apenas comenz� a descubrirse el d�a por los balcones | |
del Oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron | |
y fueron a despertar a Don Quijote, y a decille si estaba | |
todav�a con prop�sito de ir a ver el famoso entierro de | |
Gris�stomo, y que ellos le har�an compa��a. Don Quijote, que | |
otra cosa no deseaba, se levant� y mand� a Sancho que ensillase | |
y enalbardase al momento, lo cual �l hizo con mucha diligencia, | |
y con la misma se pusieron luego todos en camino. | |
Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando al cruzar | |
de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis pastores | |
vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con | |
guirnaldas de cipr�s y de amarga adelfa. Tra�a cada uno un | |
grueso bast�n de acebo en la mano; ven�an con ellos asimismo dos | |
gentiles hombres de a caballo tan bien aderezados de camino, con | |
otros tres mozos de a pie que los acompa�aban. | |
En lleg�ndose a juntar se saludaron cort�smente, y | |
pregunt�ndose los unos a los otros d�nde iban, supieron que | |
todos se encaminaban al lugar del entierro, y as� comenzaron a | |
caminar todos juntos. Uno de los de a caballo, hablando con su | |
compa�ero le dijo: - Par�ceme, se�or Vivaldo, que habemos de dar | |
por bien empleada la tardanza que hici�remos en ver este famoso | |
entierro que no podr� dejar de ser famoso, seg�n estos pastores | |
nos han contado extra�ezas, as� del muerto pastor como de la | |
pastora homicida. As� me lo parece a m�, respondi� Vivaldo, y no | |
digo yo hacer tardanza de un d�a, pero de cuatro la hiciera a | |
trueco de verle. Pregunt�les Don Quijote qu� era lo que hab�an | |
o�do de Marcela y de Gris�stomo. El caminante dijo que aquella | |
madrugada hab�an encontrado con aquellos pastores, y que por | |
haberles visto en aquel tan triste traje les hab�an preguntado | |
la ocasi�n por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo | |
cont�, contando las eztra�ezas y hermosura de una pastora | |
llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con | |
la muerte de aquel Gris�stomo a cuyo entierro iban. Finalmente, | |
�l cont� lo que Pedro a Don Quijote hab�a contado. | |
Ces� esta pl�tica y comenz�se otra, preguntando el que se | |
llamaba Vivaldo a Don Quijote, qu� era la ocasi�n que le mov�a a | |
andar armado de aquella manera por tierra tan pac�fica. A lo | |
cual respondi� Don Quijote: - La profesi�n de mi ejercicio no | |
consiente ni permite que yo ande de otra manera; el buen paso, | |
el regalo y el reposo all� se inventaron para los blandos | |
cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas s�lo se | |
inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama | |
caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el | |
menor de todos. Apenas oyeron esto, cuando todos le tuvieron por | |
loco, y por averiguarlo m�s y ver qu� g�nero de locura era el | |
suyo, le torn� a preguntar Vivaldo qu� quer�a decir caballeros | |
andantes. - �No han vuestras mercedes le�do, respondi� Don | |
Quijote, los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan | |
las famosas faza�as del rey Arturo, que continuamente en nuestro | |
romance castellano llamamos el rey Art�s, de quien es tradici�n | |
antigua y com�n en todo aquel reino de la Gran Breta�a, que este | |
rey no muri�, sino que por arte de encantamiento se convirti� en | |
cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a | |
cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probar� que desde | |
aquel tiempo a este haya ning�n ingl�s muerto cuervo alguno? | |
Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa | |
orden de caballer�a de los caballeros de la Tabla Redonda, y | |
pasaron sin faltar un punto los amores que all� se cuentan de | |
Don lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siend medianera | |
dellos y sabidora aquella tan honrada dua�a Quita�ona, de donde | |
naci� aquel famoso romance, y tan decantado en nuestra Espa�a | |
de: | |
Nunca fuera caballero | |
de damas tan bien servido, | |
como lo fue Lanzarote | |
cuando de Breta�a vino; | |
con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y | |
fuertes fechos. Pues desde entonces, de mano en mano fue aquella | |
orden de caballer�a extendi�ndose y dilat�ndose por muchas y | |
diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos | |
por sus fechos el valiente Amad�s de Gaula con todos sus hijos y | |
nietos hasta la quinta generaci�n, y el valeroso Felixmarte de | |
Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y | |
casi que en nuestros d�as vimos y comunicamos y o�mos al | |
invencible y valeroso caballero don Belian�s de Grecia. Esto, | |
pues, se�ores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la | |
orden de su caballer�a, en la cual, como otra vez he dicho, yo, | |
aunque pecador, he hecho profesi�n, y lo mismo que profesaron | |
los caballeros referidos, profeso yo; y as� me voy por estas | |
soledades y despoblados buscando las aventuras, con �nimo | |
deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la m�s peligrosa | |
que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos. | |
Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los | |
caminantes que era Don Quijote falto de juicio, y del g�nero de | |
locura que se�oreaba, de lo cual recibieron la misma admiraci�n | |
que recib�an todos aquellos qeu de nuevo ven�an en conocimiento | |
della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre | |
condici�n, por pasar sin pesadumbre el poco camino qeu dec�an | |
que les faltaba a llegar a la sierra del entierro, quiso darle | |
ocasi�n a que pasase m�s adelante con sus disparates. Y as� le | |
dijo: par�ceme, se�or caballero andante, que vuestra merced ha | |
profesado una de las m�s estrechas profesiones que hay en la | |
tierra, y tengo para m� que a�n la de los frailes cartujos no es | |
tan estrecha. Tan estrecha bien pod�a ser, respondi� nuestro Don | |
Quijote; pero tan necesaria en el mundo, no estoy en dos dedos | |
de ponello en duda. Porque si va a decir verdad, no hace menos | |
el soldado que pone en ejecuci�n lo que su capit�n le manda, que | |
el mismo capit�n que se lo ordena. Quiero decir, que los | |
religiosos con toda paz y sosiego piden al cielo el bien de la | |
tierra; pero los soldados y cablleros ponemos en ejecuci�n lo | |
que ellos piden, defendi�ndola con el valor de nuestros brazos y | |
filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo | |
abierto, puesto por blanco de los insufribles rayos del sol en | |
el verano, y de los erizados hielos del invierno. As� que somos | |
ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en | |
ello su justicia. Y como las cosas de la guerra, y las a ellas | |
tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecuci�n sino | |
sudando, afanando y trabajando excesivamente, s�guese que | |
aquellos que la profesan tienen sin duda mayor trabajo que | |
aquellos que en sosegada paz y reposo est�n rogando a Dios | |
favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa | |
por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante | |
como el de encerrado religioso; s�lo quiero inferir, por lo que | |
yo padezco, que sin duda es m�s trabajoso y aporreado, y m�s | |
hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, porque no hay | |
duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha mala | |
ventura en el discurso de su vida. Y si algunos subieron a ser | |
emperadores por el valor de su brazo, a fe que les cost� buen | |
porqu� de su sangre y de su sudor; y que as� a los que tal grado | |
subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, | |
que ellos quedar�n bien defraudados de sus deseos y bien | |
enga�ados de sus esperanzas. | |
De ese parecer estoy yo, replic� el caminante; pero una | |
cosa entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros | |
andantes, y es que cuando se ven en ocasi�n de acometer una | |
grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de | |
perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se | |
acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano est� | |
obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a | |
sus damas con tanta gana y devoci�n, como si ellas fueran su | |
Dio: cosa que me parece que huele algo a gentilidad. | |
Se�or, respondi� Don Quijote, eso no puede ser menos en | |
ninguna manera, y caer�a en mal caso el caballero andante que | |
otra cosa hiciese; que ya est� en uso y costumbre en la | |
caballer�a andantesca que el caballero andante, que al acometer | |
alg�n gran fecho de armas tuvise su se�ora delante, vuelva a | |
ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos | |
le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si | |
nadie le oye, est� obligado a decir algunas palabras entre | |
dientes, en que de todo coraz�n se le encomiende, y desto | |
tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de | |
entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que | |
tiempo y lugar les queda para hacello en el discurso de la obra. | |
Con todo eso, replic� el caminante, me queda un escr�pulo, y es | |
que muchas veces he le�do que se traban palabras entre dos | |
andantes caballeros, y de una en otra se les viene a encender la | |
c�lera, y a volver los caballos, y a tomar una buena pieza del | |
campo, y luego sin m�s ni m�s, a todo el correr dellos se | |
vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a | |
sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno | |
cae por las ancas del caballo pasado con lalanza del contrario | |
de parte a parte, y al otro le aviene tambi�n que a no tenerse a | |
las crines del suyo no pudiera dejar de venir al suelo; y no s� | |
yo c�mo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el | |
discurso de esta tan celebrada obra; mejor fuera que las | |
palabras que en la carrera gast� encomend�ndose a su dama, las | |
gastara en lo que deb�a, y estaba obligado como cristiano; | |
cuanto m�s que yo tengo para m� que no todos los caballeros | |
andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son | |
enamorados. | |
Eso no puede ser, respondi� Don Quijote: digo que no puede | |
ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan | |
natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener | |
estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde | |
se halle caballero andante sin amores, y por el mismo caso que | |
estuviese sin ellos, no ser�a tenido por leg�timo caballero, | |
sino por bastardo, y que entr� en la fortaleza de la caballer�a | |
dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y | |
ladr�n. Como todo eso dijo el caminante, me parece, si mal no me | |
acuerdo, haber le�do que don Galaor, hermano del valeroso Amad�s | |
de Gaula, nunca tuvo dama se�alada a quien pudiese encomendarse, | |
y con todo esto no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y | |
famoso caballero. A lo cual respondi� nuestro Don Quijote: | |
Se�or, una golondrina sola no hace verano; cuanto m�s que yo s� | |
que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera de | |
aquello de querer a todas bien, cuantas bien le parec�an, era | |
condici�n natural a quien no pod�a ir a la mano. Pero en | |
resoluci�n, averiguado est� muy bien que �l ten�a una sola a | |
quien le hab�a hecho se�ora de su voluntad; a la cual se | |
encomendabaq muy a menudo y muy secretamente, porque se preci� | |
de secreto caballero. | |
Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de | |
ser enamorado, dijo el caminante, bien se puede creer que | |
vuestra merced lo es, pues de la profesi�n, y si es que vuestra | |
merced no se precia de ser tan secreto como Don Galaor, con las | |
veras que puedo, le suplico, en nombre de toda esta compa��a y | |
en el m�o, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su | |
dama, que ella se tendr� por dichosa de que todo el mundo sepa | |
que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced | |
parece. Aqu� dio un gran suspiro Don Quijote y dijo: yo no podr� | |
afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa | |
que yo la sirvo; s�lo s� decir, respondiendo a lo que con tanto | |
comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea, su patria el | |
Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser | |
princesa, pues es reina y se�ora m�a; su hermosura sobrehumana, | |
pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y | |
quim�ricos atributos de belleza qeu los poetas dan a sus damas; | |
que sus cabellos son oro, su frente campos el�seos, sus cejas | |
arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios | |
corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, m�rmol su | |
pecho, marfil sus manos, su blacura nieve; y las partes que a la | |
vista humana encubri� la honestidad son tales, seg�n yo pienso y | |
entiendo, que sola la discreta consideraci�n puede encarecerlas | |
y no compararlas. El linaje, prosapia y alcurnia querr�amos | |
saber, replic� Vivaldo. A lo cual respondi�n Don Quijote: no es | |
de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los | |
modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesens de | |
Catalu�a, ni menos de los Rebellas y Villenovas de Valencia, y | |
Palafoxes Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, | |
Foces y Gurreas de Arag�n; Cerdas, Manriques, Mendozas y | |
Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; | |
pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, | |
tal que puede dar generoso principio a las m�s ilustres familias | |
de los venideros siglos; y no se me replique en esto, si no | |
fuere con las condiciones que puso Cerbino al pie del trofeo de | |
las armas de Orlando, que dec�a: | |
Nadie las mueva | |
que estar no pueda | |
con Rold�n a prueba. | |
Aunque el m�o es de los Cachopines de Laredo, respondi� el | |
caminante, no le osar� yo poner con el del Toboso de la Mancha | |
puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no | |
ha llegado a mis o�dos. Como ese no habr� llegado, replic� Don | |
Quijote. | |
Con gran atenci�n iban escuchando todos los dem�s la | |
pl�tica de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y pastores | |
conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro Don Quijote. | |
Sancho Panza pensaba que cuanto su amo dec�a era verdad, | |
sabiendo �l qui�n era, habi�ndole conocido desde su nacimiento; | |
y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda | |
Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa | |
hab�a llegado jam�s a su noticia, aunque viv�a tan cerca del | |
Toboso. | |
En estas pl�ticas iban cuando vieron que por la quiebra que | |
dos altas monta�as hac�an, bajaban hasta veinte pastores, todos | |
con pellicos de negra lana vestidos, y coronados con guirnaldas | |
que, a lo que despu�s pareci�, eran cual de tejo y cual de | |
cipr�s. Entre seis dellos tra�an unas andas, cubiertas de mucha | |
diversidad de flores y de ramos. Lo cual, visto por uno de los | |
cabreros, dijo: aquellos que all� vienen son los que traen el | |
cuerpo de Gris�stomo, y el pie de aquella monta�a es el lugar | |
donde �l mand� que le enterrasen. Por eso se dieron priesa a | |
llegar, y fue a tiempo que ya los que ven�an hab�an puesto las | |
andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos, estaban | |
cavando la sepultura a un lado de una dura pe�a. Recibi�ronse | |
los unos y los otros cort�smente, y luego, Don Quijote, y los | |
que con �l ven�an, se pusieron a mirar las andas, y en ellas | |
vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, y vestido como | |
pastor, de edad al parecer de treinta a�os; y aunque muerto, | |
mostraba que vivo hab�a sido de rostro hermoso y de disposici�n | |
gallarda. Alrededor d�l ten�a en las mismas andas algunos libros | |
y muchos papeles abiertos y cerrados; y as� los que estos | |
miraban como los que abr�an la sepultura, y todos los dem�s que | |
all� hab�a, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de | |
los que al muerto trujeron dijo a otro: mirad bien, Ambrosio, si | |
es este el lugar que Gris�stomo dijo, ya que quer�is que tan | |
puntualmente se cumpla lo que dej� mandado en su testamento. | |
Esto es, repondi� Ambrosio, que muchas veces en �l me cont� mi | |
desdichado amigo la historia de su desventura. All� me dijo �l | |
que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje | |
humano, y all� fue tambi�n donde la primera vez le declar� su | |
pensamiento tan honesto como enamorado, y all� fue la �ltima vez | |
donde Marcela le acab� de desenga�ar y desde�ar; de suerte que | |
puso fin a la tragedia de su miserable vida y aqu�, en memoria | |
de tantas desdichas, quiso �l que le depositasen en las entra�as | |
del eterno olvido. Y volvi�ndose a Don Quijote y a los | |
caminantes, prosigui� diciendo: ese cuerpo, se�ores, que con | |
piadosos ojos est�is mirando, fue depositario de un alma en | |
quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ese es el | |
cuerpo de Gris�stomo, que fue �nico en el ingenio, s�lo en la | |
cortes�a, extremo en la gentileza, f�nix en la amistad, | |
magn�fico sin tasa, grave sin presunci�n, alegre sin bajeza, y | |
finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo | |
en todo lo que fue sr desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; | |
ador�, fue desde�ado; rog� a una fiera, importun� a un m�rmol, | |
corri� tras el viento, dio voces a la soledad, sirvi� a la | |
ingratitud, de quien alcanz� por premio ser despojo de la muerte | |
en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una | |
pastora, a quien �l procuraba eternizar para que viviera en la | |
memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien estos | |
papeles que est�is mirando, si �l no me hubiera mandado que los | |
entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. | |
De mayor rigor y crueldad usar�is vos con ellos, dijo Vivaldo, | |
que su mismo due�o, pues no es justo ni acertado que se cumpla | |
la voluntad de quien lo ordena y afuera de todo razonable | |
discurso; y no le tuviera bueno Augusto C�sar, si consintiera | |
que se pusiera en ejecuci�n lo que el divino Mantuano dej� en su | |
testamento mandado. As� que, se�or Ambrosio, ya que deis el | |
cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no quer�is dar sus escritos | |
al olvido; que si �l orden� como agraviado, no es bien que vos | |
cumpl�is como indiscreto, antes haced, dando la vida a estos | |
papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que | |
sirva de ejemplo en los tiempos que est�n por venir a los | |
vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes | |
despe�aderos; que ya s� yo y los que aqu� venimos la historia | |
deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la | |
amistad vuestra y la ocasi�n de su muerte, y lo que dej� mandado | |
al acabar de la vida: de la cual lamentable historia se puede | |
sacar cuanta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de | |
Gris�stomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que | |
tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el | |
desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la | |
muerte de Gris�stomo, y que en este lugar hab�a de ser | |
enterrado, y as� de curiosidad y de l�stima dejamos nuestro | |
derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que | |
tanto nos hab�a lastimado en o�llo; y en pago desta l�stima y | |
del deseo que en nosotros naci� de remedialla si pudi�ramos, os | |
rogamos, oh discreto Ambrosio, a lo menos yo os lo suplico de mi | |
parte, que dejando de abrasar estos papeles, me dej�is llevar | |
algunos dellos. Y sin aguardar que el pastor respondiese, alarg� | |
la mano y tom� algunos de los que m�s cerca estaban. Viendo lo | |
cual Ambrosio, dijo: por cortes�a consentir� que os qued�is, | |
se�or, con los que ya hab�is tomado; pero pensar que dejar� de | |
quemar los que quedan es pensamiento vano. Vivaldo, que deseaba | |
ver lo que los papeles dec�an, abri� luego el uno dellos, y vio | |
que ten�a por t�tulo: Canci�n desesperada. Oy�lo Ambrosio y | |
dijo: ese es el �ltimo papel que escribi� el desdichado y porque | |
ve�is, se�or, en el t�rmino que le ten�an sus desventuras, | |
leedle de modo que se�is o�do, ue bien os dar� lugar a ello el | |
que se tardare en abrir la sepultura. Eso har� yo de muy buena | |
gana, dijo Vivaldo. Y como todos los circunstantes ten�an el | |
mismo deseo, se pusieron a la redonda, y �l, leyendo en voz | |
clara, vio que as� dec�a: | |
no al concertado son, sino al ruido | |
que de lo hondo de mi amargo pecho, | |
llevado de un forzoso desvar�o, | |
por gusto m�o sale y tu despecho. | |
El rugir del le�n, del lobo fiero | |
el temeroso aullido, el silbo horrendo | |
de escamosa serpiente, el espantable | |
Bbaladro de alg�n monstruo, el agorero | |
graznar de la corneja, y el estruendo | |
del viento contrastado en mar inestable: | |
Del ya vencido toro el implacable | |
bramido, y de la viuda tortolilla | |
el sensible arrullar, el triste canto | |
del enviudado buho, con el llanto | |
de toda la infernal negra cuadrilla, | |
Salgan con la doliente �nima fuera, | |
mezclados en un son de tal manera | |
que se confundan los sentidos todos, | |
pues la pena cruel que en m� se halla | |
para contarla pide nuevos modos. | |
De tanta confusi�n, no las arenas | |
del padre Tajo oir�n los tristes ecos, | |
ni del famoso Betis las olivas: | |
que all� se esparcir�n mis duras penas | |
en altos riscos y en profundos huecos, | |
con muerta lengua y con palabras vivas; | |
O ya en oscuros valles o en esquivas | |
playas desnudas de contrato humano, | |
o adonde el sol jam�s mostr� su lumbre, | |
o entre la venenosa muchedumbre, | |
de fieras que alimenta el Nislo llano: | |
Que puestos en los p�ramos desiertos | |
los ecos roncos de mi mal inciertos | |
suenen con tu rigor tan sin segundo, | |
por privilegio de mis cortos hados | |
ser�n llevados por el ancho mundo. | |
Mata un desd�n, aterrada paciencia | |
o verdadera o falsa una sospecha; | |
mata los celos con rigor tan fuerte; | |
Desconcierta la vida larga ausencia; | |
contra un temor de olvido no aprovecha | |
firme esperanza de dichosa suerte. | |
En todo hay cierta, inevitable muerte; | |
mas yo, �milagro nunca visto! vivo | |
celoso, ausente, desde�ado y cierto | |
de las sospechas que me tienen muerto: | |
y en el olvido en quien mi fuego avivo. | |
Y entre tantos tormentos, nunca alcanza | |
mi vista a ver en sombra a la esperanza; | |
ni yo desesperado la procuro, | |
antes por extremarme en mi querella, | |
estar sin ella eternamente juro. | |
�Pu�dese por ventura en un instante | |
esperar y temer, o es bien hacello, | |
siendo las causas del temor m�s ciertas? | |
�Tengo, si el duro celo est� delante, | |
de cerrar estos ojos, si he de vello | |
por mil heridas en el alma abiertas? | |
�Qui�n no abrir� de par en par las puertas | |
a la desconfianza, cuando mira | |
descubierto el desd�n, y las sospechas | |
�Oh amarga conversi�n! verdades hechas, | |
y la limpia verdad vuelta en mentira? | |
�Oh en el reino de amor fieros tiranos | |
celos! ponedme un hierro en estas manos. | |
Dam, desd�n, una torcida soga. | |
�Mas ay de m�! que con cruel victoria | |
vuestra memoria el sufrimiento ahoga. | |
Yo muero, en fin, y porque nunca espere, | |
buen suceso en la muerte ni en la vida, | |
pertinaz estar� en mi fantas�a: | |
Dir� que va acertado el que bien quiere | |
y que es m�s libre el alma m�s rendida | |
a la de amor antigua tiran�a. | |
Dir� que la enemiga siempre m�a, | |
hermosa el alma como el cuerpo tiene, | |
y que su olvido de mi culpa nace, | |
y que en fe de los males que nos hace | |
amor su imperio en justa paz mantiene. | |
Y con esta opini�n y un duro lazo, | |
acelerando el miserable plazo | |
a que me han conducido sus desdenes, | |
ofrecer� a los vientos cuerpo y alma | |
sin lauro o palma de futuros bienes. | |
T�, que con tantas sinrazones muestras | |
la raz�n que me fuerza a que la haga | |
a la cansada vida que aborrezco; | |
pues ya ves que te da notorias muestras | |
esta del coraz�n profunda llaga, | |
de c�mo alegre a tu rigor me ofrezco; | |
Si por dicha conoces que merezco | |
que el cielo claro de tus bellos ojos | |
en mi muerte se turbe, no lo hagas, | |
que no quiero que en nada satisfagas | |
al darte de mi alma los despojos. | |
Antes con risa en la ocasi�n funesta | |
descubre que el fin m�o fue tu fiesta. | |
Mas gran simpleza es avisarte desto, | |
pues s� que est� tu gloria conocida | |
en que mi vida llegue al fin tan presto. | |
Venga, es tiempo ya, del hondo abismo | |
t�ntalo con su sed, S�sifo venga | |
con el peso terrible de su canto. | |
Ticio traiga un buitre, y asimismo | |
con su rueda Egi�n no se detenga, | |
ni las hermanas que trabajan tanto. | |
Y todos juntos su mortal quebranto | |
traslaen en mi pecho, y en voz baja | |
(si y a un desesperado son debidas) | |
canten obsequias tristes, doloridas, | |
al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja. | |
Y el portero infernal de los tres rostros, | |
con otras mil quimeras y mil mostruos | |
lleven en doloroso contrapunto, | |
que otra pompa mejor no me parece | |
que la merece un amador difunto. | |
Canci�n desesperada, no te quejes | |
cuando mi triste compa��a dejes; | |
antes, pues, que la causa do naciste | |
con mi desdicha aumenta su ventura, | |
aun en la sepultura no est�s triste. | |
Bien les pareci� a los que escuchado hab�an la canci�n de | |
Gris�stomo, puesto, que el que la ley� dijo que no le parec�a | |
que conformaba con la relaci�n que �l hab�a o�do del recato y | |
bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Gris�stomo de | |
celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen | |
cr�ditto y buena fama de Marcela, a lo cual respondi� Ambrosio, | |
como aquel que sab�a bien los m�s escondidos pensamientos de su | |
amigo; para que, se�or, os satisfag�is desa duda, es bien que | |
sep�is que cuando este desdichado escribi� esta canci�n estaba | |
ausente de Marcela, de quien se hab�a ausentado por su voluntad, | |
por ver si usaba con �l la ausencia de sus ordinarios fueros; y | |
como al enamorado ausente no hay cosa que no lo fatigue, ni | |
temor que no le d� alcance, as� le fatigaban a Gris�stomo los | |
celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran | |
verdaderas; y con esto queda en su punto la verdad que la fama | |
pregona de la bondad de Marcela; la cual fuera de ser cruel y un | |
poco arrogante, y un mucho desde�osa, la misma envidia ni debe | |
ni puede ponerle falta alguna. As� es la verdad, respondi� | |
Vivaldo; y queriendo leer otro papel de loos que hab�a reservado | |
del fuego, lo estorb� una maravillosa visi�n (que tal parec�a | |
ella) que improvisamente se les ofreci� a los ojos, y fue que, | |
por cima de la pe�a donde se cavaba la sepultura, pareci� la | |
pastora Marcela tan hermosa, que pasaba a su fama en hermosura. | |
Los que hasta entonces no la hab�an visto la miraban con | |
admiraci�n y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a | |
verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la hab�an | |
visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de | |
�nimo indignado, le dijo: �vienes a ver por ventura, oh fiero | |
basilisco destas monta�as, si con tu presencia vierten sangre | |
las heridas deste miserable a quien tu crueldad quit� la vida; o | |
vienes a ufanarte en las crueles haza�as de tu condici�n, o a | |
ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de | |
su abrasada Roma, o a pisar arrogante este desdichado cad�ver, | |
como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo | |
que vienes, o qu� es aquello de que m�s gustas, que por saber yo | |
que los pensamientos de Gris�stomo jam�s dejaron de obedecerte | |
en vida, har� que, aun �l muerto, te obedezcan los de todos | |
aquellos que se llamaron sus amigos. | |
No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, | |
respondi� Marcela, sino a volver por m� misma, y a dar a | |
entender cu�n fuera de raz�n van todos aquellos que de sus penas | |
y de la muerte de Gris�stomo me culpan. Y as� ruego a todos los | |
que aqu� est�is me est�is atentos, que no ser� menester mucho | |
tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los | |
discretos. H�zome el cielo, seg�n vosotros dec�s, hermosa, y de | |
tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me am�is os | |
mueve mi hermosura, y por el amor que me mostr�is dec�s y aun | |
quer�is que est� yo obligada a amaros. Yo conozco con el natural | |
entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es | |
amable; mas no alcanzo que por raz�n de eser amado, est� | |
obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama; y | |
m�s que podr�a acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, | |
y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir | |
qui�rote por hermosa, hazme de amar aunque sea feo. Pero puesto | |
caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de | |
correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, | |
que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si | |
todas las bellezas enamorasen y rindiesen, ser�a un andar las | |
voluntades confusas y descaminadas sin saber en cu�l hab�an de | |
parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos | |
hab�an de ser los deseos; y seg�n yo he o�do decir, el verdadero | |
amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. Siendo | |
esto as�, como yo creo que lo es, �por qu� quer�is que rinda mi | |
voluntad por fuerza, obligada no m�s de que dec�s que me quer�is | |
bien? Sino, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera | |
fea, �fuera justo que me quejara de vosotros porque no me | |
am�bades? Cuanto m�s que hab�is de considerar que yo no escog� | |
la hermosura que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio de | |
gracia sin yo pedirla ni escogella; y as� como la v�bora no | |
merece ser culpada por la ponzo�a que tiene, puesto que con ella | |
mata, por hab�rsela dado naturaleza, tampoco yo merrezco ser | |
reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta | |
es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni �l | |
quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y | |
las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, | |
aunque lo sea, no debe parecer hermoso; pues si la honestidad es | |
una de las virtudes que al cuerpo y alma m�s adornan y | |
hermosean, �por qu� la ha de perder la que es amada por hermosa, | |
por corresponder a la intenci�n de aqu�l que por solo su gusto | |
con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo | |
nac� libre, y para poder libre escog� la soledad de los campos; | |
los �rboles destas monta�as son mi compa��a, las claras aguas | |
destos arroyos mis espejos; con los �rboles y con las aguas | |
comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y | |
espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he | |
desenga�ado con las palabras; y si los deseos se sustentan con | |
esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Gris�stomo, ni a otro | |
alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es | |
obra m�a que antes le mat� su porf�a que mi crueldad; y si me | |
hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto | |
estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese | |
mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubri� la | |
bondad de su intenci�n, le dije yo que la m�a era vivir en | |
perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi | |
recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si �l con todo | |
este desenga�o quiso porfiar contra la esperanza y navegar | |
contra el viento, �qu� mucho que se anegase en la mitad del | |
golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le | |
contentara, hiciera contra mi mejor intenci�n y prosupuesto. | |
Porfi� desenga�ado, desesper� sin ser aborrecido: mirad ahora si | |
ser� raz�n que de su pena se me d� a m� la culpa. Qu�jese el | |
enga�ado, desesp�rese aqu�l a quien le faltaron las prometidas | |
esperanzas, confiese el qeu yo llamare, uf�nese el qeu yo | |
admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo | |
no prometo, enga�o, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora | |
no ha querido que yo llame por destino, y el pensar que tengo | |
que amar por elecci�n es excusado. Este general desenga�o sirva | |
a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y | |
enti�ndase de aqu� adelante, que si alguno por m� muriere, no | |
muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a | |
ninguno debe dar celos, que los desenga�os no se han de tomar en | |
cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, d�jeme | |
como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me | |
sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me | |
siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y | |
esta desconocida, ni los buscar�, servir�, conocer�, ni seguir�, | |
en ninguna manera. Que si a Gris�stomo mat� su impaciencia y | |
arrojado deseo, �por qu� se ha de culpar mi honesto proceder y | |
recato? Si yo conservo mi limpieza con la compa��a de los | |
�rboles, �por qu� ha de querer que la pierda, el que quiera que | |
la tenga, con los hombres� Yo, como sab�is, tengo riquezas | |
propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condici�n, y no | |
gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no enga�o a | |
este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo | |
con el otro. La conversaci�n honesta de las zagalas destas | |
aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis | |
deseos por t�rmino estas monta�as, y si de aqu� salen, es a | |
contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma, | |
a su morada primera. | |
Y en diciendo esto, sin querer o�r respuesta alguna, volvi� | |
las espaldas y se entr� por lo m�s cerrado de un monte que all� | |
cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreci�n como de | |
su hermosura, a todos los que all� estaban. | |
Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa | |
flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de | |
quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desenga�o que | |
hab�an o�do. Lo cual visto por Don Quijote, pareci�ndole qeu | |
all� ven�a bien usar de su caballer�a socorriendo a las | |
doncellas menesterosas, puesta la mano en el pu�o de su espada, | |
en altas e inteligibles voces, dijo: ninguna persona, de | |
cualquier estado y condici�n que sea, se atreva a seguir a la | |
hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignaci�n m�a. | |
Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que | |
ha tenido en la muerte de Gris�stomo, y cu�n ajena vive de | |
condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya | |
causa es justo qeu en lugar de ser seguida y perseguida, sea | |
honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra | |
que en �l ella es sola la que con tan honesta intenci�n vive. O | |
ya que fuese por las amenazas de Don Quijote, o porque Ambrosio | |
les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo deb�an, | |
ninguno de los pastores se movi� ni apart� de all�, hasta que, | |
acabada la sepultura, y abrasados los papeles de Gris�stomo, | |
pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas l�grimas de los | |
circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa pe�a, en | |
tanto que se acababa una losa que, seg�n Ambrosio dijo, pensaba | |
mandar hacer un epitafio, que hab�a de decir de esta manera: | |
Yace aqu� de un amador | |
el m�sero cuerpo helado, | |
que fue pastor de ganado, | |
perdido por desamor. | |
Muri� a manos del rigor | |
de una esquiva hermosa ingrata, | |
con quien su imperio dilata | |
la tiran�a de amor. | |
Luego esparcieron por encima de la sepultura muchas flores | |
y ramos, y dando todos el p�same a su amigo Ambrosio se | |
despidieron d�l. Lo mismo hicieron Vivaldo y su compa�ero, y Don | |
Quijote se despidi� de sus hu�spedes y de los caminantes, los | |
cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar | |
tan acomodado a hallar aventuras que en cada calle y tras cada | |
esquina se ofrecen m�s que en otro alguno. Don Quijote les | |
agradeci� el aviso y el �nimo que mostraban de hacerle merced, y | |
dijo que por entonces no quer�a ni deb�a ir a sevilla, hasta que | |
hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones | |
malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo | |
su buena determinaci�n, no quisieron los caminantes | |
importunarles m�s, sino torn�ndose a despedir de nuevo, le | |
dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les falt� de qu� | |
tratar, as� de la historia de Marcela y Gris�stomo, como de las | |
locuras de Don Quijote; el cual determin� de ir a buscar a la | |
pastora Marcela, y ofrecerle todo lo que �l pod�a en su | |
servicio. Mas no le avino como �l pensaba, seg�n se cuenta en el | |
discurso desta verdadera historia. | |
Parte primera: Cap�tulo decimoquinto | |
Donde se cuenta la desgraciada aventura que se top� Don | |
Quijote en | |
topar con unos desalmados yang�eses | |
Cuanta el sabio Cide Hamete Benengeli, que as� como Don | |
Quijote se despidi� de sus hu�spedes y de todos los que se | |
hallaron al entierro del pastor Gris�stomo, �l y su escudero se | |
entraron por el mismo bosque donde vieron que se hab�a entrado | |
la pastora Marcela, y habiendo andado m�s de dos horas por �l, | |
busc�ndola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a | |
parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corr�a | |
un arroyo apacible y fresco, tanto que convid� y forz� a pasar | |
all� las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a | |
entrar. Ape�ronse Don Quijote y Sancho, y dejando al jumento y | |
a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que all� | |
hab�a, dieron saco a las alforjas, y sin ceremonia alguna, en | |
buena paz y compa��a, amo y mozo comieron lo que en ellas | |
hallaron. No se hab�a curado Sancho de echar sueltas a | |
Rocinante, seguro de que le conoc�a por tan manso y tan poco | |
rijoso que todas las yeguas de la dehesa de C�rdoba no le | |
hicieran tomar mal siniestro. Orden�, pues, la suerte y el | |
diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle | |
paciendo una manada de jacas galicianas de unos arrieros | |
yang�eses, de los cuales es costumbre sestear con su recua en | |
lugares y sitios de yerba y agua; y aquel donde acert� a | |
hallarse Don Quijote era muy a prop�sito de los yang�eses. | |
Sucedi�, pues, que a Rocinante le vino en deseo de | |
refocilarse con las se�oras jacas, y saliendo, as� como las | |
oli�, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su | |
due�o, tom� un trotillo algo pacadillo, y se fue a comunicar su | |
necesidad con ellas; mas ellas, que a lo que pareci�, deb�an de | |
tener m�s gana de pacer que de �l, recibi�ronle con las | |
herraduras y con los dientes, de tal manera que a poco espacio | |
se le rompieron las cinchas, y qued� sin silla en pelota; pero | |
lo que �l debi� m�s de sentir fue que viendo los arrieros la | |
fuerza que a sus yeguas se les hac�a, acudieron con estacas, y | |
tantos palos le dieron, que le derribaron mal parado en el | |
suelo. Ya en esto Don Quijote y Sancho, que la paliza de | |
Rocinante hab�an visto, llegaban hijadeando, y dijo Don Quijote | |
a Sancho: A lo que veo, amigo Sancho, estos no son caballeros, | |
sino gente soez y de baja ralea; d�golo, porque bien me puedes | |
ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de | |
nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante. �Qu� diablos de | |
venganza hemos de tomar, respondi� Sancho, si estos son m�s de | |
veinte, y nosotros no m�s de dos, y aun quiz� no somos sino uno | |
y medio? Yo valgo por ciento, respondi� Don Quijote. Y sin | |
hacer m�s discursos, ech� mano a su espada y arremeti� a los | |
yang�eses, y lo mismo hizo Sancho Panza, incitado y movido del | |
ejemplo de su amo; y a las primeras dio Don Quijote una | |
cuchillada a uno que le abri� un sayo de cuero de que ven�a | |
vestido con gran parte de la espalda. Los yang�eses que se | |
vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos | |
tantos, acudieron a sus estacas; y cogiendo a los dos en medio, | |
comenzaron a menudear sobre ellos con grande ah�nco y | |
vehemencia; verdad es que el segundo toque dieron con Sancho en | |
el suelo, y lo mismo le avino a Don Quijote, sin que le valiese | |
su destreza y buen �nimo; quiso su ventura que viniese a caer a | |
los pies de Rocinante, que a�n no se hab�a levantado: donde se | |
echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos | |
r�sticas y enojadas. | |
Viendo, pues, los yang�eses el mal recado que hab�an hecho, | |
con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y | |
siguieron su camino, dejando a los dos aventureros de mala | |
traza y de peor talante. El primero que se resinti� fue Sancho | |
Panza, y hall�ndose junto a su se�or, con voz enferma y | |
lastimada dijo: Se�or Don Quijote, �ah, Se�or Don Quijote! �Qu� | |
quieres, Sancho hermano? respondi� Don Quijote con el mismo | |
tono afeminado y doliente que Sancho. Querr�a, si fuese | |
posible, respondi� Sancho Panza, que vuestra merced me diese | |
dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene | |
vuestra merced ah� a mano; quiz� ser� de provecho para los | |
quebrantamientos de huesos, como lo es para las feridas. Pues a | |
tenerla yo aqu�, desgraciado yo, �qu� nos faltaba? respondi� | |
Don Quijote. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero | |
andante, que antes que pasasen dos d�as, si la fortuna no | |
ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han | |
de andar las manos. �Pues en cu�ntos le parece a vuestra merced | |
que podremos mover los pies? replic� Sancho Panza. De m� s� | |
decir, dijo el molido caballero Don Quijote, que no sabr� poner | |
t�rmino a esos d�as; mas yo no tengo la culpa de todo, que no | |
hab�a de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen | |
armados caballeros como yo; y as� creo que en pena de haber | |
pasado las leyes de la caaller�a ha permitido el dios de las | |
batallas que se me diese este castigo; por lo cual, hermano | |
Sancho, conviene que est�s advertido en esto que ahora te dir�, | |
porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando | |
veas que semejante canalla nos hace alg�n agravio, no aguardes | |
a que yo ponga mano a la espada para ellos, porque no lo har� | |
en ninguna manera, sino pon t� mano a tu espada y cast�galos | |
muy a tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren | |
caballeros, yo te sabr� defender y ofendellos con todo mi | |
poder, que ya habr�s visto por mil se�ales y experiencias hasta | |
d�nde se extiende el valor de este mi fuerte brazo. Tal qued� | |
de arrogante el pobre se�or con el vencimiento del valiente | |
vizca�no. Mas no le pareci� tan bien a Sancho Panza el aviso de | |
su amo, que dejase de responder, diciendo: Se�or, yo soy hombre | |
pac�fico, manso, sosegado, y s� disimular cualquiera injuria, | |
porque tengo mujer e hijos que sustentar y criar; as� que s�ale | |
a vuestra merced tambi�n de aviso, pues no puede ser mandato, | |
que en ninguna manera pondr� mano a la espada, ni contra | |
villano, ni contra caballero, y que desde aqu� para delante de | |
Dedios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora | |
me los haya hecho o haga, o haya de hacer persona alta o baja, | |
rico o pobre, hidalgo o pechero, sin exceptuar estado ni | |
condici�n alguna. | |
Lo cual o�do por su amo, le respondi�: Quisiera tener | |
aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor | |
que tengo en esta costilla se apacara tanto cuanto, para darte | |
a entender, Panza, en el error en que est�s. Ven ac�, pecador: | |
si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en | |
nuestro favor se vuelve, llen�ndonos las velas del deseo para | |
que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna | |
de las �nsulas que te tengo prometida, �qu� ser�a de ti si, | |
gan�ndola yo, te hiciese se�or della? Pues lo vendr�s a | |
imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener | |
valor ni intenci�n de vengar tus injurias y defender tu | |
se�or�a; porque has de saber que en los reinos y provincias | |
nuevamente conquistados, nunca est�n tan quietos los �nimos de | |
sus naturales, ni tan de parte del nuevo se�or, que no se tenga | |
temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo | |
las cosas y volver como dicen, a probar ventura; y as� es | |
menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saber | |
gobernar, y valor para ofender y defenderse en cualquier | |
acontecimiento. En este que ahora nos ha acontecido, respondi� | |
Sancho, quisiera yo tener este entendimiento y ese valor que | |
vuestra merced dice; mas yo le juro a fe de pobre hombre, que | |
m�s estoy para bizma que para pl�ticas. Mire vuestra merced si | |
se puede levantar y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo | |
merece, porque �l fue la causa principal de todo este | |
molimiento; jam�s tal cre� de Rocinante, que le ten�a por | |
persona casta y tan pac�fica como yo. En fin, bien dicen que es | |
menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que | |
no hay cosa segura en esta vida. �Qui�n dijera que tras de | |
aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a | |
aquel desdichado andante, hab�a de venir por la posta y en | |
seguimiento suyo esta tan grande tempestad de palos que ha | |
descargado sobre nuestras espaldas? Aun las tuyas, Sancho, | |
replic� Don Quijote, deben de estar hechas a semejantes | |
nublados; pero las m�as, criadas entre sinabafas y holandas, | |
claro est� que sentir�n m�s el dolor de esta desgracia; y si no | |
fuese porque imagino, qu� digo imagino; s� muy cierto que todas | |
estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, | |
aqu� me dejar�a morir de puro enojo. A esto replic� el | |
escudero: Se�or, ya que estas desgracias son de la cosecha de la | |
caballer�a, d�game vuestra merced si suceden muy a menudo, o si | |
tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a | |
m� que a dos cosechas quedaremos in�tiles para la tercera, si | |
Dios por su infinita misericordia no nos socorre. S�bete, amigo | |
Sancho, respondi� Don Quijote, que la vida de los caballeros | |
andantes est� sujeta a mil peligros y desventuras, y ni m�s ni | |
menos est� en potencia propincua de ser los caballeros andantes | |
reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en | |
muchos y diversos caballeros de cuyas historias yo tengo entera | |
noticia. Y pudi�rate contar ahora, si el dolor me diera lugar, | |
de algunos que s�lo por el valor de su brazo han subido a los | |
altos grados que he contado, y estos mismos se vieron antes y | |
despu�s en diversas calamidades y miserias, porque el valeroso | |
Amad�s de Gaula se vi� en poder de su mortal enemigo Arcal�us | |
el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, | |
teni�ndole preso, m�s de doscientos azotes con las riendas de | |
su caballo, atado a una columna de un patio; y aun hay un autor | |
secreto y de no poco cr�dito que dice, que habiendo cogido al | |
caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundi� | |
debajo de los pies en un cierto castillo, al caer se hall� en | |
una honda sima debajo de la tierra, atado de pies y manos, y | |
all� le echaron una destas que llaman melecinas de agua de | |
nieve y arena, de lo que lleg� muy al cabo, y si no fuera | |
socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, | |
lo pasara muy mal el pobre caballero... | |
Parte primera: Cap�tulo decimosexto | |
De lo que le sucedi� al ingenioso hidalgo en la venta que | |
�l | |
imaginaba ser castillo. | |
El ventero que vi� a Don Quijote atravesado en el asno, | |
pregunt� a Sancho qu� mal tra�a. Sancho le respondi� que no era | |
nada, sino que hab�a dado una ca�da de una pe�a abajo, y que | |
ten�a algo brumadas las costillas. Ten�a el ventero por mujer a | |
una, no de la condici�n que suelen tener las de semejante trato, | |
porque naturalmente era caritativa y se dol�a de las calamidades | |
de sus pr�jimos, y as� acudi� luego a curar a Don Quijote, e | |
hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer, | |
la ayudase a curar a su hu�sped. Serv�a a la venta asimismo una | |
moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, | |
del un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es que la | |
gallard�a del cuerpo supl�a las dem�s faltas; no ten�a siete | |
palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que alg�n tanto | |
le cargaban, la hac�an mirar al suelo m�s de lo que ella | |
quisiera. Esta gentil moza, pues, ayud� a la doncella, y las dos | |
hicieron una muy mala cama a Don Quijote en un caramanch�n, que | |
otros tiempos daba manifiestos indicios que hab�a servido de | |
pajar muchos a�os, en el cual tambi�n alojaba un arriero que | |
ten�a su cama hecha un poco m�s all� de la de nuestro Don | |
Quijote, y aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, | |
hac�a mucha ventaja a la de Don Quijote, que s�lo conten�a | |
cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un | |
colch�n que en lo sutil parec�a colcha, lleno de bodoques, que a | |
no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento en la | |
dureza semejaban de guijarro, y dos s�banas hechas de cuero de | |
adarga, y una frazada cuyos hilos, si se quisieran contar, no se | |
perdiera uno solo en la cuenta. En esta maldita cama se acost� | |
Don Quijote; luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba | |
a abajo, alumbr�ndoles Maritornes, que as� se llamaba la | |
asturiana, y como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado | |
a partes a Don Quijote, dijo que aquellos m�s parec�an golpes | |
que ca�da. | |
No fueron golpes, dijo Sancho, sino que la pe�a ten�a | |
muchos picos y tropezones, y que que cada uno hab�a hecho su | |
cardenal. Y tambi�n le dijo: Haga vuestra merced, se�ora, de | |
manera que queden algunas estopas, que no faltar� quien las haya | |
menester, que tambi�n me duelen a m� un poco los lomos. �De esa | |
manera, respondi� la ventera, tambi�n deb�steis vos de caer? No | |
ca�, dijo Sancho Panza, sino que de el sobresalto que tom� de | |
ver caer a mi amo, de tal manera me duele a m� el cuerpo, que me | |
parece que me han dado mil palos. Bien podr�a ser eso, dijo la | |
doncella, que a m� me ha acontecido muchas veces so�ar que ca�a | |
de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo y | |
cuando despertaba del sue�o hallarme tan molida y quebrantada | |
como si verdaderamente hubiera ca�do. Ah� est� el toque, se�ora, | |
respondi� Sancho Panza, que yo sin so�ar nada, sino estando m�s | |
despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos cardenales | |
que mi se�or Don Quijote. | |
�C�mo se llama este caballero? pregunt� la asturiana | |
Maritornes. Don Quijote de la Mancha, respondi� Sancho Panza, y | |
es caballero aventurero y de los mejores y m�s fuertes que de | |
luengos tiempos ac� se han visto en el mundo. �Qu� es caballero | |
aventurero? replic� la moza. �Tan nueva sois en el mundo que no | |
lo sabeis vos? respondi� Sancho Panza: Pues sabed, hermana m�a, | |
que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve | |
apaleado y emperador; hoy est� la m�s desdichada criatura del | |
mundo y la m�s menesterosa, y ma�ana tendr� dos o tres coronas | |
de reinos que dar a su escudero. Pues �c�mo vos, siendo de este | |
tan buen se�or, dijo la ventera, no ten�is a lo que parece | |
siquiera algun condado? A�n es temprano, respondi� Sancho, | |
porque no ha sino un mes que andamos buscando las aventuras, y | |
hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez | |
hay que se busca una cosa y se halla otra; verdad es que si mi | |
se�or Don Quijote sana de esta herida o ca�da, y yo quedo | |
contrecho della, no trocar�a mis esperanzas con el mejor t�tulo | |
de Espa�a. | |
Todas estas pl�ticas estaba escuchando muy atento Don | |
Quijote, y sent�ndose en el lecho como pudo, tomando de la mano | |
a la ventera, le dijo: Creedme, fermosa se�ora, que os podeis | |
llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi | |
persona, que es tal, que si no la alabo es por lo que suele | |
decirse, que la alabanza propia envilece, pero mi escudero os | |
dir� quien soy; s�lo os digo que tendr� eternamente escrito en | |
mi memoria el servicio que me habedes fecho para agradec�roslo | |
mientras la vida me durase; y pluguiera a los altos cielos que | |
el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y | |
los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes, | |
que los de esta fermosa doncella fueran se�ores de mi libertad. | |
Confusas estaban la ventera y su hija, y la buena de | |
Maritornes, oyendo las razones del andante caballero, que as� | |
las entend�an como si hablara en griego; aunque bien alcanzaron | |
que todas se encaminaban a ofrecimientos y requiebros: y como no | |
usadas a semejante lenguaje, mir�banle y admir�banse, y | |
parec�ales otro hombre de los que se usaban; y agradeci�ndoles | |
con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron, y la | |
asturiana Maritornes cur� a Sancho, que no menos lo hab�a | |
menester que su amo. Hab�a el arriero concertado con ella que | |
aquella noche se refocilar�an juntos, y ella le hab�a dado su | |
palabra de que en estando sosegados los hu�spedes, y durmiendo | |
sus amos, le ir�a a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le | |
mandase. Y cu�ntase de esta buena moza, que jam�s di� semejantes | |
palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y | |
sin testigo alguno, porque presum�a muy de hidalga, y no ten�a | |
por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta; | |
porque dec�a ella que desgracias y malos sucesos la hab�an | |
tra�do a aquel estado. El duro, estrecho, apocado y fementido | |
lecho de Don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado | |
establo; y luego junto a �l hizo el suyo Sancho, que s�lo | |
conten�a una estera de enea y una manta, que antes mostraba ser | |
de angeo tundido que de lana; suced�a a estos dos lechos el del | |
arriero, fabricado, como se ha dicho de las enjalmas y de todo | |
el adorno de los dos mejores mulos que tra�a, aunque eran doce, | |
lucios, muy gordos y famosos, porque era uno de los ricos | |
arrieros de Ar�valo, seg�n lo dice el autor de esta historia, | |
que de este arriero hace particular menci�n, porque le conoc�a | |
muy bien, y a�n quieren decir que era algo pariente suyo. | |
Fuera de que Cide Hamete Benengeli fue historiador muy | |
curioso y puntual en todas cosas, y �chase bien de ver, pues las | |
que quedan referidas con ser tan m�nimas y tan raras, no las | |
quiso pasar en silencio, de donde podr�n tomar ejemplo los | |
historiadores graves que nos cuentan las acciones tan corta y | |
sucintamente, que apenas nos llegan a los labios, dej�ndose en | |
el tintero, ya por descu�do, por malicia o ignorancia, lo m�s | |
sustancial de la obra. Bien haya mil veces el autor de | |
"Tablante", de "Ricamonte", y aquel del otro libro donde se | |
cuentan los hechos del "Conde Tomillas", �y con qu� puntualidad | |
lo describen todo! Digo, pues, que despu�s de haber visitado el | |
arriero a su recua y d�dole el segundo pienso, se tendi� en sus | |
enjalmas y se di� a esperar a su puntual�sima Maritornes. Ya | |
estaba Sancho bizmado y acostado, y aunque procuraba dormir no | |
lo consent�a el dolor de sus costillas; y Don Quijote con el | |
dolor de las suyas ten�a los ojos abiertos como liebre. | |
Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no hab�a | |
otra luz que la daba una l�mpara, que colgada en medio del | |
portal ard�a. Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que | |
siempre nuestro caballero tra�a de los sucesos que a cada paso | |
se cuentan en los libros, autores de su desgracia, le trujo a la | |
imaginaci�n una de las extra�as locuras que buenamente | |
imaginarse pueden; y fue que el se imagin� haber llegado a un | |
famoso castillo (que, como se ha dicho, castillos eran a su | |
parecer todas las ventas donde alojaba), y que la hija del | |
ventero lo era del se�or del castillo, la cual, vencida de su | |
gentileza, se hab�a enamorado de �l y prometido que aquella | |
noche a furto de sus padres vendr�a a yacer con �l una buena | |
pieza; y teniendo toda esta quimera, que �l se hab�a fabricado, | |
por firme y valedera, se comenz� a acuitar y a pensar en el | |
peligroso trance en que su honestidad se hab�a de ver, y propuso | |
en su coraz�n de no cometer alevos�a a su se�ora Dulcinea del | |
Toboso, aunque la misma reina Ginebra con su dama Quinta�ona se | |
le pusiesen delante. | |
Pensando, pues, en estos disparates, se lleg� el tiempo y | |
la hora (que para �l fue menguada) de la venida de la asturiana, | |
la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una | |
albanega de fustan, con t�citos y atentados pasos, entr� en el | |
aposento donde los tres alojaban en busca del arriero; pero | |
apenas lleg� a la puerta cuando Don Quijote la sinti�, y | |
sent�ndose en la cama a pesar de sus bizmas, y con dolor de sus | |
costillas, tendi� los brazos para recibir a su fermosa doncella | |
la asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos | |
adelante buscando a su querido. Top� con los brazos de Don | |
Quijote, el cual la asi� fuertemente de una mu�eca, y tir�ndola | |
hacia s�, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar | |
sobre la cama, tent�le la camisa y ella era de arpillera, a �l | |
le pareci� ser de fin�simo y delgado cendal. Tra�a en las | |
mu�ecas unas cuentas de vidrio; pero a �l le dieron vislumbres | |
de preciosas piedras orientales; los cabellos que en alguna | |
manera tiraban a crines, �l los marc� por hebras de lucid�simo | |
oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol oscurec�a; y el | |
aliento que, sin duda alguna ol�a a ensalada fiambre y | |
trasnochada, a �l pareci� que arrojaba de su boca un olor suave | |
y arom�tico; y finalmente, �l la pint� en su imaginaci�n de la | |
misma traza y modo que lo hab�a le�do en sus libros de la otra | |
princesa que vino a ver al mal ferido caballero vencido de sus | |
amores, con todos los adornos que aqu� van puestos; y era tanta | |
la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni | |
otras cosas que tra�a en s� la buena doncella, no le | |
desenga�aban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no | |
fuera arriero; antes le parec�a que ten�a en sus brazos a la | |
diosa de la hermosura; y teni�ndola bien asida, con voz amorosa | |
y baja le comenz� a decir: Quisiera hallarme en t�rminos, | |
fermosa y alta se�ora, de poder pagar tama�a merced como la que | |
con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha | |
querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, | |
ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que | |
aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera | |
imposible; y m�s que se a�ade a esta imposibilidad otra mayor, | |
que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del | |
Toboso, �nica se�ora de mis m�s escondidos pensamientos; que si | |
�sto no hubiera de por medio, no fuera yo tan s�ndio caballero | |
que dejara pasar en blanco la venturosa ocasi�n en que vuestra | |
gran bondad me ha puesto. | |
Maritornes estaba congojad�sima y trasudando de verse tan | |
asida de Don Quijote, y sin entender, ni estar atenta a las | |
razones que le dec�a, procuraba sin hablar palabra desasirse. El | |
bueno del arriero, a quien ten�an despiertos sus malos deseos, | |
desde el punto que entr� su coima por la puerta, la sinti�, | |
estuvo atentamente escuchando todo lo que Don Quijote dec�a, y | |
celoso de que la asturiana le hubiese faltado a la palabra por | |
otro, se fu� llegando m�s al lecho de Don Quijote, y est�vose | |
quedo hasta ver en que paraban aquellas razones que �l no pod�a | |
entender; pero como vi� que la moza forcejeaba por desasirse, y | |
Don Quijote trabajaba por tenerla, pareci�ndole mal la burla, | |
enarbol� el brazo en alto, y descarg� tan terrible pu�ada sobre | |
las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le ba�� toda | |
la boca en sangre, y no contento con esto se le subi� encima de | |
las costillas, y con los pi�s m�s que de trote se las pase� | |
todas de cabo a cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no | |
firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la a�adidura del arriero, | |
di� consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despert� el ventero, | |
y luego imagin� que deb�an de ser pendencias de Maritornes, | |
porque habi�ndola llamado a voces no respond�a. Con esta | |
sospecha se levant�, y encendiendo un candil, se fu� hacia donde | |
hab�a sentido la pelea. La moza, viendo que su amo ven�a, y que | |
era de condici�n terrible, toda medrosica y alborotada se acogi� | |
a la cama de Sancho Panza, que a�n dorm�a, y all� se acurruc� y | |
se hizo un ovillo. El ventero entr� diciendo: �Ad�nde estas | |
puta? A buen seguro que son tus cosas �stas. En esto despert� | |
Sancho, y sinti�ndo aquel bulto casi encima de s�, pens� que | |
ten�a la pesadilla, y comenz� a dar pu�adas a una y otra parte, | |
y entre otras alcanz� con no s� cu�ntas a Maritornes, la cual, | |
sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno | |
a Sancho con tantas, que a su despecho le quit� el sue�o; el | |
cual, vi�ndose tratar de aquella manera y sin saber de qui�n, | |
alz�ndose como pudo, se abraz� con Maritornes, y comenzaron | |
entre los dos la m�s re�ida y graciosa escaramuza del mundo. | |
Viendo, pues, el arriero a la lumbre del candil del ventero | |
cual andaba su dama, dejando a Don Quijote, acudi� a dalle el | |
socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero; pero con intenci�n | |
diferente, porque fue a castigar a la moza, creyendo sin duda | |
que ella sola era la ocasi�n de toda aquella armon�a. Y as� como | |
suele decirse, el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda | |
al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a | |
�l, el ventero a la moza y todos menudeaban con tanta priesa, | |
que no daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se | |
le apag� el candil, y como quedaron a oscuras, d�banse tan sin | |
compasi�n todos a bulto, que a do quiera que pon�an la mano no | |
dejaban cosa sana. | |
Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de | |
los que llaman de la Santa Hermandad vieja de Toledo, el cual, | |
oyendo asimismo el extra�o estruendo de la pelea, asi� de su | |
media vara y de la caja de lata de sus t�tulos, y entr� a | |
oscuras en el aposento diciendo: T�ngase a la justicia, t�ngase | |
a la Santa Hermandad. Y el primero con qui�n top� fu� con el | |
apu�eado de Don Quijote, que estaba en su derribado lecho, | |
tendido boca arriba, sin sentido alguno; y ech�ndole, a tiento, | |
mano a las barbas, no cesaba de decir: Favor a la justicia... | |
Pero viendo que el que ten�a asido no se bull�a ni se meneaba, | |
se di� a entender que estaba muerto, y que los que all� dentro | |
estaban eran sus matadores, y con esta sospecha reforz� la voz, | |
diciendo: Ci�rrese la puerta de la venta, miren que no se vaya | |
nadie, que han muerto aqu� a un hombre. | |
Esta voz sobresalt� a todos, y cada cual dej� la pendencia | |
en el grado que le tom� la voz. Retir�se el ventero a su | |
aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; s�lo | |
los desventurados Don Quijote y Sancho no se pudieron mover de | |
donde estaban. Solt� en esto el cuadrillero la barba de Don | |
Quijote, y sali� a buscar luz para buscar y prender los | |
delincuentes; mas no la hall�, porque el ventero de industria | |
hab�a muerto la l�mpara cuando se retir� a su estancia, y fuele | |
preciso acudir a la chimenea, donde con mucho trabajo y tiempo | |
encendi� el cuadrillero otro candil. | |
Parte primera: Cap�tulo decimos�ptimo | |
Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo | |
Don Quijote y | |
su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta, que por | |
su mal | |
pens� que era castillo | |
Hab�a ya vuelto en este tiempo de su parasismo Don Quijote, | |
y con el mismo tono de voz que el d�a antes hab�a llamado a su | |
escudero cuando estaba tendido en el val de las estacas, le | |
comenz� a llamar diciendo: �Sancho amigo, duermes? �Duermes, | |
amigo Sancho? Qu� tengo de dormir, pesia a m�, respondi� Sancho | |
lleno de pesadumbre y de despecho, que no parece sino que todos | |
los diablos han andado conmigo esta noche. Pu�deslo creer as� | |
sin duda, respondi� Don Quijote, porque o yo s� poco, o este | |
castillo es encantado, porque has de saber... mas esto que ahora | |
quiero decirte, hasme de jurar que lo tendras secreto hasta | |
despu�s de mi muerte. S� juro, respondi� Sancho. | |
D�golo, respondi� Don Quijote, porque soy enemigo de que se | |
quite la honra a nadie. Digo que s� juro, torn� a decir Sancho, | |
que lo callar� hasta despu�s de los d�as de vuestra merced, y | |
plega a Dios que lo pueda descubrir ma�ana. �Tan malas obras te | |
hago, Sancho, respondi� Don Quijote, que me querr�as ver muerto | |
con tanta brevedad? No es por eso, respondi� Sancho, sino que | |
soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querr�a que se me | |
pudriesen de guardadas. Sea por lo que fuere, dijo Don Quijote, | |
que m�s f�o de tu amor y de tu cortes�a; y as� has de saber que | |
esta noche me ha sucedido una de las m�s extra�as aventuras que | |
yo sabr� encarecer, y por cont�rtela en breve, sabr�s que poco | |
ha que a m� vino la hija del se�or de este castillo, que es la | |
m�s apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se | |
puede hallar. �Qu� te podr�a decir del adorno de su persona! | |
�Qu� de su gallardo entendimiento! �Qu� de otras cosas ocultas, | |
que por guardar la fe que debo a mi se�ora Dulcinea del Toboso, | |
dejar� pasar intactas y en silencio! S�lo te quiero decir, que | |
envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me hab�a puesto | |
en las manos, o quiz� (y esto es lo m�s cierto) que, como tengo | |
dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con | |
ella en dulc�simos y amorosos�mos coloquios, sin que yo la | |
viese, ni supiese por d�nde ven�a, vino una mano pegada a alg�n | |
brazo de alg�n descomunal gigante, y asent�ndome una pu�ada en | |
las quijadas, tal que las tengo todas ba�adas en sangre, y | |
despu�s me moli� de tal suerte, que estoy peor que ayer cuando | |
los arrieros por demas�as de Rocinante nos hicieron el agravio | |
que sabes; por donde conjeturo: que el tesoro de la fermosura de | |
esta doncella le debe de guardar alg�n encantado moro, y no debe | |
de ser para m�. | |
Ni para m� tampoco, respondi� Sancho, porque m�s de | |
cuatrocientos moros me han aporreado de manera que el molimiento | |
de las estacas fue tortas y pan pintado; pero d�game, se�or, | |
�c�mo llama a esta buena y rara aventura, habiendo quedado de | |
ella cual quedamos? A�n vuestra merced menos mal, pues tuvo en | |
sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho; pero yo | |
�qu� tuve sino los mayores porrazos que pienso recibir en toda | |
mi vida? Desdichado de m� y de la madre que me pari�, que no soy | |
caballero andante ni lo pienso ser jam�s, y de todas las | |
malandanzas me cabe la mayor parte. �Luego tambi�n est�s t� | |
aporreado? respondi� Don Quijote. �No le he dicho que s�, pese a | |
mi linaje? dijo Sancho. No tengas penas, amigo, dijo Don | |
Quijote, que yo har� ahora el b�lsamo precioso, con que | |
sanaremos en un abrir y cerrar de ojos. | |
Acab� en esto de encender el candil el cuadrillero, y entr� | |
a ver el que pensaba que era muerto, y as� como le vi� entrar | |
Sancho, vi�ndole venir en camisa y con su pa�o a la cabeza y | |
candil en la mano y con una muy mala cara, pregunt� a su amo: | |
Se�or, �si ser� este a dicha el moro encantado que nos vuelve a | |
castigar si se dej� algo en el tintero? No puede ser el moro, | |
respondi� Don Quijote, porque los encantados no se dejan ver de | |
nadie. Si no se dejan ver, d�janse sentir, dijo Sancho; si no | |
d�ganlo mis espaldas. Tambi�n lo podr�an decir las m�as, | |
respondi� Don Quijote; pero no es bastante indicio eso para | |
creer que �ste que se ve sea el encantado moro. | |
Lleg� el cuadrillero, y como los hall� hablando en tan | |
sosegada conversaci�n qued� suspenso. Bien es verdad que Don | |
Quijote se estaba boca arriba sin poderse menear de puro molido | |
y emplastado. Lleg�se a �l el cuadrillero y d�jole: Pues �c�mo | |
va buen hombre? Hablara yo m�s bien criado, respondi� Don | |
Quijote, si fuera que vos; ��sase en esta tierra hablar desa | |
suerte a los caballeros andantes, majadero? | |
El cuadrillero que se vio tratar tan mal de un hombre de | |
tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y alzando el candil con todo | |
su aceite di� a Don Quijote con �l en la cabeza, de suerte que | |
le dej� muy bien descalabrado; y como todo qued� a oscuras, | |
sali�se luego, y Sancho Panza dijo: Sin duda, se�or, que este es | |
el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y | |
para nosotros s�lo guarda las pu�adas y los candilazos. As� es, | |
respondi� Don Quijote, y no hay que hacer caso destas cosas de | |
encantamientos, ni para qu� tomar c�lera ni enojo con ellas, que | |
como son invisibles y fant�sticas, no hallaremos de qui�n | |
vengarnos, aunque m�s lo procuremos.Lev�ntate, Sancho, si | |
puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me | |
d� un poco de aceite, vino, sal y romero, para hacer el | |
salut�fero b�lsamo, que en verdad que creo que lo he bien | |
menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que | |
esta fantasma me ha dado. | |
Levant�se Sancho con harto dolor de sus huesos, y fu� a | |
oscuras donde estaba el ventero, y encontr�ndose con el | |
cuadrillero, que estaba escuchando en qu� paraba su enemigo, le | |
dijo: Se�or, quien quiera que seais, hacednos merced y beneficio | |
de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester | |
para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la | |
tierra, el cual yace en aquella cama mal ferido por las manos | |
del encantado moro que est� en esta venta. Cuando el cuadrillero | |
tal oy�, t�vole por hombre falto de seso; y porque ya comenzaba | |
a amanecer, abri� la puerta de la venta, y llamando al ventero, | |
le dijo lo que aquel buen hombre quer�a. El ventero le provey� | |
de cuanto quiso, y Sancho se lo llev� a Don Quijote, que estaba | |
con las manos en la cabeza quej�ndose del dolor del candilazo, | |
que no le hab�a hecho m�s mal que levantarle dos chichones algo | |
crecidos, y lo que �l pensaba que era sangre, no era sino sudor | |
que sudaba con la congoja de la pasada tormenta. En resoluci�n, | |
�l tom� sus simples, de los cuales hizo un compuesto | |
mezcl�ndolos todos y coci�ndolos un buen espacio hasta que le | |
pareci� que estaban en su punto. Pidi� luego alguna redoma para | |
echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvi� de ponello | |
en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le | |
hizo grata donaci�n; y luego dijo sobre la alcuza m�s de ochenta | |
Pater Noster y otras tantas Ave Mar�as, Salves y Credos, y cada | |
palabra acompa�aba una cruz a modo de bendici�n; a todo lo cual | |
se hallaron presentes Sancho, el ventero y el cuadrillero, que | |
ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio | |
de sus machos. | |
Hecho esto, quis� �l mismo hacer luego la experiencia de la | |
virtud de aquel precioso b�lsamo que �l se imaginaba; y as� se | |
bebi� de lo que no pudo caber en la alcuza, y quedaba en la olla | |
donde se hab�a cocido casi media azumbre, y apenas lo acab� de | |
beber cuando comenz� a vomitar de manera que no le qued� cosa en | |
el est�mago, y con las ansias y agitaci�n del v�mito le di� un | |
sudor copios�simo, por lo cual mand� que lo arropasen y le | |
dejasen solo. Hici�ronlo as�, y qued�se dormido m�s de tres | |
horas, al cabo de las cuales despert�, y se sinti� aliviad�simo | |
del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento, que se | |
tuvo por sano, y verdaderamente crey� que hab�a acertado con el | |
b�lsamo de Fierabr�s, y que con aquel remedio pod�a acometer | |
desde all� adelante sin temor alguno cualesquiera ri�as, | |
batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen. Sancho Panza, | |
que tambi�n tuvo a milagro la mejor�a de su amo, le rog� que le | |
diese a �l lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. | |
Concedi�selo Don Quijote, y �l tom�ndola a dos manos con buena | |
fe y mejor talante, se la ech� a pechos, y se envas� bien poco | |
menos que su amo. Es, pues, el caso que el est�mago del pobre | |
Sancho no deb�a de ser tan delicado como el de su amo, y as� | |
primero que vomitase le dieron tantas ansias y bascas con tantos | |
trasudores y desmayos, que �l pens� bien y verdaderamente que | |
era llegada su �ltima hora, y vi�ndose tan afligido y | |
acongojado, maldec�a el b�lsamo y el ladr�n que se lo hab�a | |
dado. Vi�ndole as� Don Quijote le dijo: Yo creo, Sancho, que | |
todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo | |
para m� que este licor no debe de aprovechar a los que no lo | |
son. Si eso sab�a vuestra merced, replic� Sancho, mal haya yo y | |
toda mi parentela, �para qu� consinti� que lo gustase? | |
En esto hizo su operaci�n el brevaje, y comenz� el pobre | |
escudero a desaguarse por entrambas canales con tanta priesa que | |
la estera de enea, sobre quien se hab�a vuelto a echar, ni la | |
manta de angeo con que se cubr�a fueron m�s de provecho; sudaba | |
y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente | |
�l, sino todos pensaban que se le acababa la vida. Dur�le esta | |
borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no | |
qued� como su amo, sino tan molido y quebrantado que no se pod�a | |
tener; pero Don Quijote, que, como se ha dicho, se sinti� | |
aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras, | |
pareci�ndole que todo el tiempo que all� se tardaba era | |
quit�rsele al mundo y a los en �l menesterosos de su favor y | |
amparo, y m�s con la seguridad y confianza que llevaba en su | |
b�lsamo; y as� forzado deste deseo, �l mismo ensill� a | |
Rocinante, y enalbard� al jumento de su escudero, a qui�n | |
tambi�n ayud� a vestir y subir en el asno; p�sose luego a | |
caballo, y lleg�nose a un rinc�n de la venta, y asi� de un | |
lanz�n que all� estaba para que le sirviese de lanza. | |
Est�banle mirando todos cuanto hab�a en la venta, que | |
pasaban de m�s de veinte personas; mir�bale tambi�n la hija del | |
ventero; y �l tambi�n no quitaba los ojos della, y de cuando en | |
cuando arrojaba un suspiro, que parec�a que le arrancaba de lo | |
profundo de sus entra�as, y todos pensaban que deb�a de ser del | |
dolor que sent�a en las costillas, a lo menos pens�banlo | |
aquellos que la noche antes le hab�an visto bizmar. Ya que | |
estuvieron los dos a caballo, puesto a la puerta de la venta | |
llam� al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo: Muchas | |
y muy grandes son las mercedes, se�or alcaide, que en este | |
vuestro castillo he recibido, y qued� obligad�simo a | |
agradec�roslas todos los d�as de mi vida; si os las puedo pagar | |
en haceros vengado de alg�n soberbio que os haya fecho alg�n | |
agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que | |
poco pueden, vengar a los que reciben tuertos, y castigar | |
alevos�as; recorred vuestra memoria, y si hallais alguna cosa de | |
este jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que yo os | |
prometo por la orden de caballer�a que recib�, de faceros | |
satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad. | |
El ventero le respondi� con el mismo sosiego: Se�or | |
caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue | |
ning�n agravio, porque yo s� tomar la venganza que me parece | |
cuando se me hacen; s�lo he menester que vuestra merced me pague | |
el gasto que ha hecho esta noche en la venta, as� de la paja y | |
cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas. �Luego venta | |
es �sta? replic� Don Quijote. Y muy honrada, respondi� el | |
ventero. Enga�ado he vivido hasta aqu�, respondi� Don Quijote, | |
que en verdad que pens� que era castillo, y no malo, pero, pues | |
es as� que no es castillo sino venta, lo que se podr� hacer por | |
ahora es que perdoneis por la paga, que yo no puedo contravenir | |
a la orden de los caballeros andantes, de los cuales s� cierto | |
(sin que hasta ahora haya le�do cosa en contrario) que jam�s | |
pagaron posada, ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque | |
se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que | |
se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen | |
buscando las aventuras de noche y de d�a, en invierno y en | |
verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con | |
fr�o, sujetos a todas las inclemencias del cielo, y a todos los | |
inc�modos de la tierra. | |
Poco tengo yo que ver con eso, respondi� el ventero: | |
P�gueseme a m� lo que se me debe, y dej�monos de cuentos ni de | |
caballer�as, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar | |
mi hacienda. Vos sois un sandio y mal hostelero, respondi� Don | |
Quijote. Y poniendo piernas a Rocinante, y terciando su lanz�n, | |
se sali� de la venta sin que nadie le detuviese; y �l, sin mirar | |
si le segu�a su escudero, se along� un buen trecho. El ventero, | |
que le vio ir, y que no le pagaba, acudi� a cobrar de Sancho | |
Panza, el cual dijo, que pues su se�or no hab�a querido pagar, | |
que tampoco �l pagar�a, porque siendo �l escudero de caballero | |
andante como era, la misma regla y raz�n corr�a por �l como por | |
su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. | |
Amohin�se mucho desto el ventero, y amenaz�le que si no le | |
pagaba, lo cobrar�a de modo que le pesase. A lo cual Sancho | |
respondi�, que por la ley de caballer�a que su amo hab�a | |
recibido, no pagar�a un solo cornado aunque le costase la vida, | |
porque no hab�a de perder por �l la buena y antigua usanza de | |
los caballeros andantes, ni se hab�an de quejar de los escuderos | |
de los tales que estaban por venir al mundo, reproch�ndole el | |
quebrantamiento de tan justo fuero. | |
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho, que entre la | |
gente que estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de | |
Segovia, tres agujeros del potro de C�rdoba, y dos vecinos de la | |
heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y | |
juguetona; los cuales casi como instigados y movidos de un mismo | |
esp�ritu, se llegaron a Sancho, y ape�ndole del asno, uno dellos | |
entr� por la manta de la cama del hu�sped, y ech�ndole en ella | |
alzaron los ojos y vieron que el techo era algo m�s bajo de lo | |
que hab�an menester para su obra y determinaron salirse al | |
corral, que ten�a por l�mite el cielo, y all� puesto Sancho en | |
mitad de la manta, comenzaron a levantarla en alto y a holgarse | |
con �l como un perro por carnastolendas. Las voces que el m�sero | |
manteado daba fueron tantas, que llegaron a los o�dos de su amo, | |
el cual, deteni�ndose a escuchar atentamente, crey� que alguna | |
nueva aventura le ven�a, hasta que claramente conoci� que el que | |
gritaba era su escudero, y volviendo las riendas, con un penado | |
golpe lleg� a la venta, y hall�ndola cerrada, la rode� por ver | |
si hallaba por donde entrar; pero no hubo entrado a las paredes | |
del corral, que no eran muy altas, cuando vi� el mal juego que | |
se le hac�a a su escudero. | |
Vi�le bajar y subir por el aire con tanta gracia y | |
presteza, que si la c�lera le dejara, tengo para m� que se | |
riera. Prob� a subir desde el caballo a las bardas; pero estaba | |
tan molido y quebrantado, que a�n apearse no pudo, y as� desde | |
encima del caballo comenz� a decir tantos denuestos y baldones a | |
los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a | |
escribillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su | |
obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con | |
amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco, ni aprovech� | |
hasta que de puro cansados le dejaron. Traj�ronle all� su asno, | |
y subi�ronle encima, le arroparon con su gab�n, y la compasiva | |
de Maritornes, vi�ndole tan fatigado, le pareci� ser bien | |
socorrelle con un jarro de agua, y as� se le trujo del pozo por | |
ser m�s fr�a. Tom�le Sancho, y llev�ndole a la boca, se par� a | |
las voces que su amo le daba, diciendo: Hijo Sancho, no bebas | |
agua, hijo, no la bebas que te matar�; ves, aqu� tengo el | |
sant�simo b�lsamo, y ense��bale la alcuza del brevaje, que con | |
dos gotas que de �l bebas sanar�s sin duda. | |
A estas voces volvi� Sancho los ojos como de trav�s, y dijo | |
con otras mayores: �Por dicha h�sele olvidado a vuestra merced | |
como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las | |
entra�as que me quedaron de anoche? Gu�rdese su licor con todos | |
los diablos, y d�jeme a m�; y el acabar de decir �sto y el | |
comenzar a beber todo fue uno; mas como al primer trago vi� que | |
era agua, no quiso pasar adelante, y rog� a Maritornes que se le | |
trujese de vino; y as� lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo | |
pag� de su mismo dinero, porque en efecto se dice de ella que, | |
aunque estaba en aquel trato, ten�a unas sombras y lejos de | |
cristiana. As� como bebi� Sancho, di� de los carca�os a su asno, | |
y abri�ndole la puerta de la venta de par en par, se sali� della | |
muy contento de no haber pagado nada, y de haber salido con su | |
intenci�n, aunque hab�a sido a costa de sus acostumbrados | |
fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se | |
qued� con sus alforjas en pago de lo que se le deb�a; mas Sancho | |
no las echo menos, seg�n sali� turbado. Quiso el ventero | |
atrancar bien la puerta as� como le vi� fuera; mas no lo | |
consintieron los manteadores, que era gente que, aunque Don | |
Quijote fuera verdaderamente de los caballeros andantes de la | |
Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites. | |
Parte primera: Cap�tulo decimooctavo | |
Donde se cuentan las razones que pas� Sancho Panza con su | |
se�or Don | |
Quijote con otras aventuras dignas de ser contadas. | |
Lleg� Sancho a su amo marchito y desmayado, tanto que no | |
pod�a arrear a su jumento. Cuando as� le vi� Don Quijote, le | |
dijo: Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o | |
venta es encantado sin duda, porque aquellos que tan atrozmente | |
tomaron pasatiempo contigo, �qu� pod�an ser sino fantasmas y | |
gente del otro mundo? Y confirmo �sto, por haber visto que | |
cuando estuve por las bardas del corral mirando los actos de tu | |
triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos | |
pude apearme de Rocinante, porque me deb�an de tener encantado; | |
que te juro por la fe de quien soy, que si pudiera subir o | |
apearme, que yo te hubiera vengado de manera que aquellos | |
follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, | |
aunque en ello supiera contravenir a las leyes de caballer�a, | |
que como ya muchas veces te he dicho, no consienten que | |
caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en | |
defensa de su propia vida y persona en caso de urgente y gran | |
necesidad. | |
Tambi�n me vengara yo si pudiera, dijo Sancho, fuera o no | |
fuera armado caballero; pero no pude, aunque tengo para m� que | |
aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres | |
encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y de | |
hueso como nosotros y todos, seg�n los o� nombrar cuando me | |
volteaban, ten�an sus nombres, que el uno se llamaba Pedro | |
Mart�nez, y el otro Tenorio Hern�ndez, y el ventero o� que se | |
llamaba Juan Palomeque el Zurdo; as� que, se�or, el no poder | |
saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en �l | |
estuvo que en encantamientos; y lo que yo saco en limpio de todo | |
�sto, es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al | |
cabo nos han de traer a tantas desventuras, que no sepamos cu�l | |
es nuestro pie derecho; y lo que ser�a mejor y m�s acertado, | |
seg�n mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, | |
ahora que es tiempo de la siega, y de entender en la hacienda, | |
dej�ndonos de andar de ceca en meca y de zoca en colodra como | |
dicen. | |
�Qu� poco sabes, Sancho, respondi� Don Quijote, de achaque | |
de caballer�a: calla y ten paciencia, que d�a vendr� donde veas | |
por vista de ojos cu�n honrosa cosa es andar en este oficio. | |
Sino dime: �qu� mayor contento puede haber en el mundo, o qu� | |
gusto puede igualarse al de vencer una batalla, y al de triunfar | |
de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna. As� debe de ser, | |
respondi� Sancho, puesto que yo no lo s�; s�lo s� que despu�s | |
que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no | |
hay para qu� me cuenten en tan honroso n�mero) jam�s hemos | |
vencido batalla alguna, si no fue la del vizca�no, y a�n de | |
aquella sali� vuestra merced con media oreja y media celada | |
menos; que despu�s ac� todo ha sido palos y m�s palos, pu�adas y | |
m�s pu�adas, llevando yo de ventaja el manteamiento, y haberme | |
sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, | |
para saber hasta d�nde llega el gusto del vencimiento del | |
enemigo, como vuestra merced dice. | |
Esa es la pena que yo tengo, y la que t� debes tener, | |
Sancho, respondi� Don Quijote; pero de aqu� en adelante yo | |
procurar� haber a las manos alguna espada hecha con tal | |
maestr�a, que al que la trujere consigo no le puedan hacer | |
ning�n g�nero de encantamientos; y a�n podr�a ser que me | |
deparase la ventura aquella de Amad�s, cuando se llamaba el | |
"Caballero de la Ardiente Espada", que fue una de las mejores | |
espadas que tuvo caballero en el mundo; porque, fuera de que | |
ten�a la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no hab�a | |
armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase | |
delante. Yo soy tan venturoso, dijo Sancho, que cuando eso | |
fuese, y vuestra merced viniese a hallar semejante espada, s�lo | |
vendr�a a servir y aprovechar a los armados caballeros como el | |
b�lsamo, y a los escuderos que se los papen duelos. No temas | |
eso, Sancho, dijo Don Quijote, que mejor lo har� el cielo | |
contigo. | |
En estos coloquios iban Don Quijote y su escudero, cuando | |
vio Don Quijote que por el camino que iban ven�a hacia ellos una | |
grande y espesa polvareda, y en vi�ndola se volvi� a Sancho, y | |
le dijo: Este es el d�a, oh Sancho, en el cual se ha de ver el | |
bien que me tiene guardado mi suerte; este es el d�a, digo, en | |
que se ha de mostrar tanto como en otro alguno el valor de mi | |
brazo, y en que tengo de hacer obras que queden escritas en el | |
libro de la fama por todos los venideros siglos. �Ves aquella | |
polvareda que all� se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de | |
un copios�simo ej�rcito que de diversas e innumerables gentes | |
compuesto, por all� viene marchando. A esa cuenta, dos deben de | |
ser, dijo Sancho, porque desta parte contraria se levanta | |
asimesmo otra semejante polvareda. Volvi� a mirarla Don Quijote, | |
y vi� que as� era la verdad; y alegr�ndose sobremanera, pens� | |
sin duda alguna que eran dos ej�rcitos que ven�an a embestirse y | |
a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura, porque | |
ten�a a todas horas y momentos llena la fantas�a de aquellas | |
batallas, encantamientos, sucesos, desatinos, amores, desaf�os, | |
que en los libros de caballer�a se cuentan; y todo cuanto | |
hablaba, pensaba o hac�a, era encaminado a cosas semejantes, y a | |
la polvareda que hab�a visto la levantaban dos grandes manadas | |
de ovejas y carneros, que por el mismo camino de dos diferentes | |
partes ven�an, las cuales con el polvo no se echaron de ver | |
hasta que llegaron cerca; y con tanto ah�nco afirmaba Don | |
Quijote que eran ej�rcito, que Sancho le vino a creer, y a | |
decirle: Se�or, �pues qu� hemos de hacer nosotros? �Qu�? dijo | |
Don Quijote. Favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos; | |
y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente lo | |
conduce y gu�a el gran emperador Alifanfaron, se�or de la grande | |
isla Trapobana; este otro, que a mis espaldas marcha, es el de | |
su enemigo el rey de los Garamantas, Pentapolin del arremangado | |
brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho | |
desnudo. | |
Pues �por qu� se quieren tan mal estos dos se�ores? | |
pregunt� Sancho. Qui�rense mal, respondi� Don Quijote, porque | |
este Alifanfaron es un furibundo pagano, y est� enamorado de la | |
hija de Pentapolin, que es una muy hermosa y adem�s agraciada | |
se�ora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al | |
rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma, | |
y se vuelve a la suya. Para mis barbas, dijo Sancho, si no hace | |
muy bien Pentapolin, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere. | |
En eso har�s lo que debes, Sancho, dijo Don Quijote, porque para | |
entrar en batallas semejantes no requiere ser armado caballero. | |
Bien se me alcanza eso, respondi� Sancho; pero �d�nde pondremos | |
a este asno, que estemos ciertos de hallarle despu�s de pasada | |
la refriega, porque al entrar en ella en semejante caballer�a no | |
creo que est� en uso hasta ahora? As� es verdad, dijo Don | |
Quijote; lo que puedes hacer d�l es dejarle a sus aventuras, | |
ahora se pierda o no, porque ser�n tanto los caballos que | |
tendremos despu�s que salgamos vencedores, que a�n corre peligro | |
Rocinante no le trueque por otro; pero est�me atento y mira, que | |
te quiero dar cuenta de los caballeros m�s principales que en | |
estos dos ej�rcitos vienen, y para que mejor los veas y los | |
notes, retir�monos a aquel altillo que all� se hace, de donde se | |
deben descubrir los dos ej�rcitos. | |
Hici�ronlo as� y pusi�ronse sobre una loma, desde la cual | |
se ve�an bien las dos manadas que a Don Quijote se le hicieron | |
ej�rcito, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y | |
cegara la vista; pero con todo esto, viendo en su imaginaci�n lo | |
que no ve�a ni hab�a, con voz levantada comenz� a decir: Aquel | |
caballero que all� ves de las armas jaldes, que trae en el | |
escudo un le�n coronado rendido a los pies de una doncella, es | |
el valeroso Laurcalco, se�or de la Puente de Plata. El otro de | |
las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres | |
coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran | |
duque de Quirocia. El otro de los miembros gigantes que est� a | |
su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbaran de Boliche, | |
se�or de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de | |
serpiente, y tiene por escudo una puerta, que seg�n es fama, es | |
una de las del templo que derrib� Sanson cuando con su muerte se | |
veng� de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte, y | |
ver�s delante y en la frente de estotro ej�rcito al siempre | |
vencedor y jam�s vencido Timonel de Carcajona, pr�ncipe de la | |
Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a | |
cuarteles azules, verdes, blancos y amarillos, y trae en el | |
escudo un gato de oro en campo leonado con una letra que dice | |
"Miau", que es el principio del nombre de su dama, que seg�n se | |
dice es la sin par Miaulina, hija del duque de Alfe�iquen del | |
Algarbe. El otro, que carga y oprime los lomos de aquella | |
poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas, y el | |
escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de | |
naci�n franc�s, llamado Pierres Papin, se�or de las baron�as de | |
Utrique. El otro, que bate las hijadas con los herrados carca�os | |
a aquella pintada y lijera cebra, y trae las armas de los veros | |
azules, es el poderoso duque de Nervia, Espartafilardo del | |
Bosque, que trae por empresa en el escudo una esparraguera con | |
una letra en castellano, que dice as�: "Rastrea mi suerte". | |
Y desta manera fu� nombrando muchos caballeros del uno y | |
del otro escuadr�n que �l se imaginaba, y a todos les di� sus | |
armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la | |
imaginaci�n de su nunca vista locura, y sin parar prosigui� | |
diciendo: A este escuadr�n frontero forman y hacen gentes de | |
diversas naciones; aqu� est�n los que beben las dulces aguas del | |
famoso Janto, los montuosos que pisan los masil�scos campos, los | |
que criban el fin�simo y menudo oro en la felice Arabia, los que | |
gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte, los | |
que sangran por muchas y diversas v�as al dorado Pactolo, los | |
mumidas dudosos en sus promesas, los persas en arcos y flechas | |
famosos, los partos, los medos, que pelean huyendo, los �rabes | |
de mudables casas, los citas tan crueles como blancos, los | |
et�opes de horadados labios, y otras infinitas naciones cuyos | |
rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En | |
estotro escuadr�n vienen los que beben las corrientes | |
cristalinas del oliv�fero Betis, los que tersan y pulen con el | |
licor del siempre rico y dorado Tajo, los que gozan las | |
provechosas aguas del divino Genil, los que pisan los tartesios | |
campos de pastos abundantes, los que se alegran en el�seos | |
jerezanos prados, los manchegos ricos y coronados de rubias | |
espigas, los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre | |
goda, los que en Pisuerga se ba�an, famoso por la mansedumbre de | |
su corriente, los que su ganado apacientan en las extendidas | |
dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso, | |
los que tiemblan con el fr�o del silboso Pirineo y con los | |
blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la | |
Europa en s� contiene y encierrra. | |
�V�lame Dios, y cu�ntas provincias dijo, cu�ntas naciones | |
nombr�, d�ndole a cada una con maravillosa presteza los | |
atributos que le pertenec�an, todo absorto y empapado en lo que | |
hab�a le�do en sus libros mentirosos! Estaba Sancho Panza | |
colgado de sus palabras sin hablar ninguna, y de cuando en | |
cuando volv�a la cabeza a ver si ve�a los caballeros y gigantes | |
que su amo nombraba, y como no descubr�a a ninguno le dijo: | |
Se�or, encomiendo al diablo, si hombre, ni gigante, ni caballero | |
de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto, a lo menos | |
yo no los veo; quiz� todo esto debe ser encantamiento como las | |
fantasmas de anoche. | |
�C�mo dices eso? respondi� Don Quijote, �no oyes el | |
relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de | |
los atambores? No oigo otra cosa, respondi� Sancho, sino balidos | |
de ovejas y carneros, y as� era la verdad, porque ya llegaban | |
cerca los dos reba�os. El miedo que tienes, dijo Don Quijote, te | |
hace, Sancho, que ni veas ni oigas a derechas, porque uno de los | |
efectos del miedo es turbar los sentidos, y hacer que las cosas | |
no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, ret�rate a una | |
parte y d�jame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte | |
a quien yo diere mi ayuda. Y diciendo �sto puso las espuelas a | |
Rocinante, y puesta la lanza en el ristre baj� de la costezuela | |
como un rayo. Diole voces Sancho, dici�ndole: Vu�lvase vuestra | |
merced, se�or Don Quijote, que voto a Dios que son carneros y | |
ovejas las que va a embestir: vu�lvase, desdichado del padre que | |
me engendr�: �qu� locura es �sta! Mire que no hay gigante ni | |
caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni | |
enteros, ni veros azules ni endiablados. �Qu� es lo que hace? | |
Pecador soy yo a Dios. Ni por esas volvi� Don Quijote, antes en | |
altas voces iba diciendo: Ea, caballeros, los que segu�s y | |
militais debajo de las banderas del poderoso emperador | |
Pentapolin del arremangado brazo, seguidme todos, vereis cu�n | |
facilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfaron de la | |
Trapobana. | |
Esto diciendo, se entr� por medio del escuadr�n de las | |
ovejas, y comenz� de alanceallas con tanto con coraje y denuedo, | |
como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores | |
y ganaderos que con la manada ven�an, d�banle voces que no | |
hiciese aquello; pero viendo que no aprovechaban, desci��ronse | |
las ondas, y comenzaron a saludarle los o�dos con piedras como | |
el pu�o. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes | |
discurriendo a todas partes, dec�a: �Ad�nde est�s, soberbio | |
Alifanfaron? Vente a m�, que un caballero solo soy, que desea de | |
solo a solo probar tus fuerzas y quitarte la vida en pena de la | |
que das al valeroso Pentapolin Garamanta. | |
Lleg� en �sto una peladilla de arroyo, y d�ndole en un | |
lado, le sepult� dos costillas en el cuerpo. Vi�ndose tan | |
maltrecho, crey� sin duda que estaba muerto o mal ferido, y | |
acord�ndose de su licor, sac� su alcuza, y p�sosela a la boca, y | |
comenz� a echar licor en el estomago; mas antes que acabase de | |
envasar lo que a �l le parec�a que era bastante lleg� otra | |
almendra, y di�le en la mano y en la alcuza tan de lleno, que se | |
la hizo pedazos, llev�ndole de camino tres o cuatro dientes y | |
muelas de la boca, y machuc�ndole malamente dos dedos de la | |
mano. | |
Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue | |
forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. | |
Lleg�ronse a �l los pastores, y creyendo que le hab�an muerto, y | |
as� con mucha priesa recogieron su ganado, y cargaron de las | |
reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa | |
se fueron. Est�base todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, | |
mirando las locuras que su amo hac�a, y arranc�base las barbas, | |
maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le hab�a | |
dado a conocer. Vi�ndole, pues, ca�do en el suelo, y que ya los | |
pastores se hab�an ido, baj� de la cuesta y lleg�se a �l, y | |
hall�ndole de muy mal arte, aunque no hab�a perdido el sentido, | |
y d�jole: �No le dec�a yo, se�or Don Quijote, que se volviese, | |
que los que iba a acometer no eran ej�rcitos, sino manadas de | |
carneros? | |
Como �so puede desaparecer y contrahacer aquel ladr�n del | |
sabio mi enemigo, respondi� Don Quijote: s�bete, Sancho, que es | |
muy facil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y | |
este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que v�o que | |
yo hab�a de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de | |
enemigos en manadas de ovejas. Si no haz una cosa, Sancho, por | |
mi vida, porque te desenga�es y veas ser verdad lo que te digo: | |
sube en tu asno y s�guelos bonitamente, y ver�s c�mo, en | |
alej�ndose de aqu� alg�n poco, se vuelven en su ser primero, y | |
dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como te | |
los pint� primero, pero no vayas ahora, que he menester tu favor | |
y ayuda; ll�gate a m�, y mira cu�ntas muelas y dientes me | |
faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca. | |
Lleg�se Sancho tan cerca, que casi le met�a los ojos en la | |
boca, y fue a tiempo que ya hab�a obrado el b�lsamo en el | |
est�mago de Don Quijote, y al tiempo que Sancho lleg� a mirarle | |
la boca, arroj� de s�, m�s recio que una escopeta, cuanto dentro | |
ten�a, y le di� con todo ello en las barbas del compasivo | |
escudero. �Santa Mar�a! dijo Sancho. �Y qu� es �sto que me ha | |
sucedido? Sin duda este pecador est� herido de muerte, pues | |
vomita sangre por la boca. Pero reparando un poco m�s en ello, | |
ech� de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino | |
el b�lsamo de la alcuza que �l le hab�a visto beber; y fu� tanto | |
el asco que tom�, que revolvi�ndosele el est�mago, vomit� las | |
tripas sobre su mismo se�or, y quedaron entrambos como de | |
perlas. Acudi� Sancho a su asno para sacar de las alforjas con | |
qu� limpiarse y con qu� curar a su amo, y como no las hall�, | |
estuvo a punto de perder el juicio; mald�jose de nuevo; y | |
propuso en su coraz�n de dejar a su amo y volverse a su tierra, | |
aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del | |
gobierno de la prometida �nsula. | |
Lev�ntose en esto Don Quijote, y puesta la mano izquierda | |
en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asi� | |
con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se hab�a movido | |
de junto a su amo (tal era de leal y bien acondicionado), y | |
fuese a donde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con | |
la mano en la mejilla en guisa de hombre pensativo, adem�s, y | |
vi�ndole Don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta | |
tristeza, le dijo: S�bete, Sancho, que no es un hombre m�s que | |
otro si no hace m�s que otro: todas esta borrascas que nos | |
suceden son se�ales de que presto ha de serenar el tiempo, y han | |
de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni | |
el bien sean durables, y de aqu� se sigue que, habiendo durado | |
mucho el mal, el bien est� ya cerca, as� que no debes congojarte | |
por las desgracias que a m� me suceden, pues a ti no te cabe | |
parte de ellas. �C�mo no? respondi� Sancho; �por ventura el que | |
ayer mantearon era otro que el hijo de mi padre? �y las alforjas | |
que hoy me faltan, respondi� Sancho. �De ese modo, no tenemos | |
que comer hoy? replic� Don Quijote. Eso fuera, respondi� Sancho, | |
cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced | |
dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan | |
mal aventurados caballeros andantes, como vuestra merced es. | |
Con todo eso, respondi� Don Quijote, tomara yo m�s aina un | |
cuartel de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, | |
que cuantas yerbas describe Diosc�rides, aunque fuera el | |
ilustrado doctor Laguna; mas con todo �sto, sube en tu jumento, | |
Sancho el bueno, y vente tras mi, que Dios, que es proveedor de | |
todas las cosas, no nos ha de faltar, y m�s andando tan en su | |
servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, | |
ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua, | |
y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y | |
malos, y llueve sobre los injustos y justos. M�s bueno era | |
vuestra merced, dijo Sancho, para predicador que para caballero | |
andante. De todo sab�an y han de saber los caballeros andantes, | |
Sancho, dijo Don Quijote, porque caballero andante hubo en los | |
pasados siglos, que as� se paraba a hacer un serm�n o pl�tica en | |
un camino real, como si fuera graduado por la universidad de | |
Par�s, de donde se infiere, que nunca la lanza embot� la pluma, | |
ni la pluma la lanza. Ahora bien, sea as� como vuestra merced | |
dice, respondi� Sancho; vamos ahora de aqu� y procuremos donde | |
alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya | |
mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados, que | |
si los hay, dar� al diablo el hato y el garabato. | |
P�deselo t� a Dios, dijo Don Quijote, gu�a t� por donde | |
quisieres, que esta vez quiero dejar a tu elecci�n el alojarnos; | |
pero dame ac� la mano, y ati�ntame con el dedo, y mira bien | |
cu�ntos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la | |
quijada alta, que all� siento el dolor. Meti� Sancho los dedos, | |
y est�ndole atent�ndo le dijo: �Cu�ntas muelas sol�a vuestra | |
merced tener en esta parte? Cuatro, respondi� Don Quijote, fuera | |
de la cordal todas enteras y muy sanas. Mire vuestra merced bien | |
lo que dice, se�or, respondi� Sancho. Digo cuatro, si no eran | |
cinco, respondi� Don Quijote, porque en toda mi vida me han | |
sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha ca�do, ni comido | |
de neguijon, ni de reuma alguna. Pues en esta parte de abajo, | |
dijo Sancho, no tiene vuestra merced m�s de dos muelas y media, | |
ni ninguna, que toda est� rasa como la palma de la mano. | |
�Sin ventura yo! dijo Don Quijote, oyendo las tristes | |
nuevas que su escudero le daba, que m�s quisiera que me hubieran | |
derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te | |
hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como el molino sin | |
piedra, y en mucho m�s se ha de estimar un diente que un | |
diamante; mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la | |
estrecha orden de la caballer�a. Sube, amigo, y gu�a, que yo te | |
seguir� al paso que quisieres. H�zolo as� Sancho, y encaminose | |
hacia donde le pareci� que pod�a hallar acogimiento, sin salir | |
del camino real, que por all� iba muy seguido. Y�ndose, pues, | |
poco a poco, porque el dolor de las quijadas de Don Quijote no | |
le dejaba sosegar, ni atender a darse priesa, quiso Sancho | |
entretenelle y divertirle dici�ndole alguna cosa, y entre otras | |
que le dijo, fue lo que se dir� en el siguiente cap�tulo. | |
Parte primera: Cap�tulo decimonoveno | |
De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de | |
la aventura | |
que le sucedi� con un cuerpo muerto, con otros | |
acontecimientos famosos. | |
Par�ceme, se�or m�o, que todas estas desventuras que estos | |
d�as nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado | |
cometido por vuestra merced contra la orden de caballer�a, no | |
habiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a | |
manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se | |
sigue y vuestra merced jur� de cumplir, hasta quitar aquel | |
almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo | |
bien. Tienes mucha raz�n, Sancho, dijo Don Quijote; mas para | |
decirte verdad, ello se me hab�a pasado de la memoria y tambi�n | |
puedes tener por cierto que por la culpa de no hab�rmelo t� | |
acordado en tiempo, te sucedi� aquello de la manta; pero yo har� | |
la enmienda, que modos hay de composici�n en la orden de la | |
caballer�a para todo. �Pues jur� yo algo por dicha? respondi� | |
Sancho. No importa que no hayas jurado, dijo Don Quijote; basta | |
que yo entiendo que de participantes no est�s muy seguro, y por | |
s� o por no, no ser� malo proveernos de remedio. Pues si ello es | |
as�, dijo Sancho, mire vuestra merced, no se le torne a olvidar | |
�sto como lo del juramento; quiz� les volver� la gana a los | |
fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y a�n con vuestra | |
merced, si le ven tan pertinaz. | |
En �stas y otras pl�ticas les tom� la noche en mitad del | |
camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se | |
recogiesen, y lo que no hab�a de bueno en ello, era que perec�an | |
de hambre, que con la falta de las alforjas les falt� toda la | |
despensa y matalotaje; y para acabar de confirmar esta | |
desgracia, les una aventura, que sin artificio alguno | |
verdaderamente lo parec�a, y fue que la noche cerr� con alguna | |
oscuridad; pero con todo esto caminaban, creyendo Sancho que, | |
pues aquel camino era real, a una o dos leguas de buena raz�n | |
hallar�a en �l alguna venta. Yendo, pues, desta manera, la noche | |
oscura, el escudero hambriento, y el amo con ganas de comer, | |
vieron que por el mismo camino que iban ven�an hacia ellos gran | |
multitud de lumbres, que no parec�an sino estrellas que se | |
mov�an. | |
Pasm�se Sancho en vi�ndolas, y Don Quijote no las tuvo | |
todas consigo: tir� el uno del cabestro a su asno, y el otro de | |
las riendas a su rocino, y estuvieron quedos mirando atentamente | |
lo que pod�a ser aquello, y vieron que las lumbres se iban | |
acercando a ellos, y mientras m�s se llegaban, mayores parec�an, | |
a cuya vista Sancho comenz� a temblar como un azogado, y los | |
cabellos de la cabeza se le erizaron a Don Quijote, el cual, | |
anim�ndose un poco, dijo: Esta sin duda, Sancho, debe de ser | |
grand�sima y peligros�sima aventura, donde ser� necesario que yo | |
muestre todo mi valor y esfuerzo. �Desdichado de m�! respondi� | |
Sancho. Si acaso esta aventura fuese de fantasmas como me lo va | |
pareciendo, �ad�nde habr� costillas que la sufran? Por m�s | |
fantasmas que sean, dijo Don Quijote, no consentir� yo que te | |
toquen en el pelo de la ropa, que si la otra vez se burlaron | |
contigo, fue porque no pude saltar las paredes del corral, pero | |
ahora estamos en campo raso, donde podr� yo como quisiera | |
esgrimir mi espada. Y si le encantan y entomecen como la otra | |
vez lo hicieron, dijo Sancho, �qu� aprovechar� estar en campo | |
abierto o no? Con todo eso, replic� Don Quijote, te ruego | |
Sancho, que tengas buen �nimo, que la experiencia te dar� a | |
entender el que yo tengo. S� tendr�, si a Dios place, respondi� | |
Sancho, y apart�ndose los dos a un lado del camino, tornaron a | |
mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que | |
caminaban pod�a ser, y de all� a muy poco descubrieron muchos | |
encamisados, cuya temerosa visi�n de todo punto remat� el �nimo | |
de Sancho Panza, el cual comenz� a dar diente con diente como | |
quien tiene fr�o de cuartana; y creci� m�s el batir y dentellear | |
cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron | |
hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas | |
encendidas en las manos, detr�s de los cuales ven�a una litera | |
cubierta de luto, a la cual segu�an otros seis de a caballo | |
enlutados hasta los pi�s de las mulas, que bien vieron que no | |
eran caballos en el sosiego con que caminaban; iban los | |
encamisados murmurando entre s� con una voz baja y compasiva. | |
Esta extra�a visi�n a tales horas y en despoblado bien | |
bastaba para poner miedo en el coraz�n de Sancho, y a�n en el de | |
su amo, y as� fuera en cuanto a Don Quijote, que ya Sancho hab�a | |
dado al trav�s con todo su esfuerzo: lo contrario le avino a su | |
amo, al cual en aquel punto se le represent� en su imaginaci�n | |
al vivo que aquella era una de las aventuras de sus libros; | |
figur�sele que la litera eran andas donde deb�an de ir alg�n mal | |
ferido o muerto caballero, cuya venganza a �l solo estaba | |
reservada, y sin hacer otro discurso enristr� su lanz�n, p�sose | |
bien en la silla, y con el gentil br�o y continente se puso en | |
la mitad del camino por donde los encaminados forzosamente | |
hab�an de pasar, y cuando los vio cerca, alz� la voz y dijo: | |
Deteneos, caballeros, quien quiera que seais, y dadme cuenta de | |
qui�n sois, de d�nde ven�s, a d�nde vais, qu� es lo que en | |
aquellas andas llev�is, que, seg�n las muestras, o vosotros | |
habeis fecho, o vos han fecho alg�n desaguisado, y conviene y es | |
menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que | |
ficisteis, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron. | |
Vamos de priesa, respondi� uno de los encamisados, y est� la | |
venta lejos y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como | |
ped�s. Y picando la mula pas� adelante. Sinti�se desta respuesta | |
grandemente Don Quijote, y trabando a la mula del freno dijo: | |
Deteneos y sed m�s bien criado, y dadme cuenta de lo que os he | |
preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla. | |
Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espant� | |
de manera que alz�ndose en sus pies di� con su due�o por las | |
ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer al | |
encamisado, comenz� a denostar a Don Quijote, el cual, ya | |
encolerizado sin esperar m�s, enristrando su lanz�n arremeti� a | |
uno de los enlutados, y mal ferido dio con �l en tierra, y | |
revolvi�ndose por los dem�s, era cosa de ver con la presteza que | |
los acomet�a y desbarataba, que no parec�a sino que en aquel | |
instante le hab�an nacido alas a Rocinante, seg�n andaba de | |
ligero y orgulloso. Todos los encamisados eran gente medrosa y | |
sin armas, y as� con facilidad en un momento dejaron la | |
refriega, y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas | |
encendidas, que no parec�an sino a los de las mascaras, que en | |
noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimismo | |
revueltos y envueltos en sus faldamentas y lobas, no se pod�an | |
mover; as� que muy a su salvo Don Quijote los apale� a todos, y | |
les hizo dejar su sitio mal de su grado, porque todos pensaron | |
que aquel no era hombre, sino diablo del infierno, que les sal�a | |
a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban. | |
Todo lo miraba Sancho admirado del ardimiento de su se�or, | |
y dec�a entre s�: Sin duda este mi amo es tan valiente y | |
esforzado como �l dice. Estaba un hacha ardiendo en el suelo | |
junto al primero que derrib� la mula, a cuya luz le pudo ver Don | |
Quijote, y lleg�ndose a �l le puso la punta del lanz�n en el | |
rostro, dici�ndole que se rindiese, si no que le matar�a: a lo | |
cual respondi� el ca�do: Harto rendido estoy, pues no me puedo | |
mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, | |
si es caballero cristiano, que no me mate, que cometer� un gran | |
sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras �rdenes. | |
�Pues qui�n diablos os ha tra�do aqu�, dijo Don Quijote, siendo | |
hombre de iglesia? �Qui�n, se�or? replic� �l ca�do. Mi | |
desventura. Pues otra mayor os amenaza, dijo Don Quijote, si no | |
me satisfaceis a todo cuanto primero os pregunte. Con facilidad | |
ser� vuestra merced satisfecho, respondi� el licenciado; y as� | |
sabr� vuestra merced, que denantes dije que yo era licenciado, | |
no soy sino bachiller, y ll�mome Alonso L�pez; soy natural de | |
Alcovendas, vengo de la ciudad de Baeza con otros once | |
sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas, vamos a la | |
ciudad de Segovia, acompa�ando un cuerpo muerto que va en | |
aquella litera, que es de un caballero que muri� en Baeza, donde | |
fue depositado, y ahora como digo, llev�bamos sus huesos a su | |
sepultura, que est� en Segovia, de donde era natural. | |
�Y qui�n le mat�? pregunt� Don Quijote. Dios, por medio de | |
unas calenturas pestilentes que le dieron, respondi� el | |
bachiller. Desa suerte, dijo Don Quijote, quitado me ha nuestro | |
Se�or del trabajo que hab�a de tomar en vengar su muerte, si | |
otro alguno le hubiera muerto: pero habi�ndole muerto quien le | |
mat�, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mismo | |
hiciera si a m� mismo me matara; y quiero que sepa vuestra | |
reverencia, que soy un caballero de la Mancha, llamado Don | |
Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo | |
enderazano tuertos y desfaciendo agravios. No s� c�mo puede ser | |
eso de enderezar tuertos, dijo el bachiller; pues a m� de | |
derecho me habeis vuelto tuerto, dej�ndome una pierna quebrada, | |
la cual no se ver� derecha en todos los d�as de mi vida, y el | |
agravio que en m� habeis deshecho ha sido dejarme agraviado de | |
manera que me quedar� agraviado para siempre, y harta desventura | |
ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras. No todas las | |
cosas, respondi� Don Quijote, suceden de un mismo modo: el da�o | |
estuvo, se�or bachiller Alonso L�pez, en venir como ven�ades de | |
noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas | |
encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente | |
semej�bades cosa mala y del otro mundo, y as� yo no puedo dejar | |
de cumplir con mi obligaci�n acometi�ndoos, y os acomeitera | |
aunque verdaderamente supiera que erades los mismos Satanases | |
del infierno, que para tales os juzgu� y tuve siempre. Ya que | |
as� lo ha querido mi suerte, dijo el bachiller, suplic� a | |
vuestra merced, se�or caballero andante, que tan mala andanza me | |
ha dado, me ayude a salir de debajo desta mula, que me tiene | |
tomada una pierna entre el estribo y la silla. Hablara yo para | |
ma�ana, dijo Don Quijote; �y hasta cu�ndo aguard�bades a decirme | |
vuestro af�n? Di� luego voces a Sancho Panza que viniese; pero | |
�l no se cur� de venir, porque andaba ocupado desvalijando una | |
ac�mila de repuesto que tra�an aquellos buenos se�ores bien | |
bastecida de cosa de comer. Hizo Sancho costal de su gab�n y | |
recogiendo adem�s todo lo que pudo y cupo en el talego de la | |
ac�mila, cargo su jumento, y luego acudi� a las voces de su amo | |
y ayud� a sacar al se�or bachiller de la opresi�n de la mula, y | |
poni�ndole encima della, le dio el hacha, y Don Quijote le dijo | |
que siguiese la derrota de sus compa�eros, a quien de su parte | |
pidiese perd�n de el agravio, que no hab�a sido en su mano dejar | |
de haberles hecho. Dij�le tambi�n Sancho: Si acaso quisieren | |
saber esos se�ores qui�n ha sido el valeroso que tales los puso, | |
d�gales vuestra merced que es el famoso Don Quijote de la | |
Mancha, que por otro nombre se llama el "Caballero de la Triste | |
Figura". Con esto se fue el bachiller, y Don Quijote pregunt� a | |
Sancho, que qu� le hab�a movido a llamarle el "Caballero de la | |
Triste Figura", m�s entonces que nunca. Yo se lo dir�, respondi� | |
Sancho, porque le estado mirando un rato a luz de aquella hacha | |
que llevaba aquel mal andante, y verdaderamente tiene vuestra | |
merced la m�s mala figura de poco ac� que jam�s he visto; y | |
d�belo de haber causado o ya el cansancio deste combate, o ya la | |
falta de muelas o dientes. | |
No es eso, respondi� Don Quijote, sino el sabio a cuyo | |
cargo debe de estar el escribir la historia de mis haza�as, le | |
habr� parecido que ser� bien que yo tome alg�n nombre apelativo, | |
como lo tomaban los caballeros pasados: cu�l se llamaba "el de | |
la Ardiente Espada", cu�l "el del Unicornio", aquel "el de las | |
Doncellas", aqueste "el del ave F�nix", el otro "el Caballero | |
del Grifo", estotro "el de la Muerte", y por estos nombres e | |
insignias eran conocidos por la toda la redondez de la tierra; y | |
as� digo que el sabio ya dicho te habr� puesto en la lengua y en | |
el pensamiento ahora que me llamase el "Caballero de la Triste | |
Figura", como pienso llamarme desde hoy en adelante, y para que | |
mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando | |
haya lugar, en mi escudo una muy triste figura. No hay para qu�, | |
se�or, querer gastar tiempo y dineros en hacer esta figura, dijo | |
Sancho, sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced | |
descubra la suya, y d� rostro a los que le miraren, que sin m�s | |
ni m�s, y sin otra imagen ni escudo, le llamar�n "el de la | |
Triste Figura", y cr�ame que le digo la verdad, porque le | |
prometo a vuestra merced, se�or (y esto sea dicho en burlas), | |
que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, | |
que, como ya tengo dicho, se podr� muy bien excusar la triste | |
pintura. Ri�se Don Quijote del donaire de Sancho; pero con todo | |
propuso de llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo | |
o rodela como hab�a imaginado. | |
Olvid�baseme de decir, dijo al marcharse el bachiller a Don | |
Quijote, que advierta a vuestra merced que queda descomulgado | |
por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada, justa | |
ilud: sit quis suadente diabolo, etc. No entiendo este lat�n, | |
respondi� Don Quijote: mas yo s� bien que no puse las manos, | |
sino este lanz�n; cuanto m�s, que yo no pens� que ofend�a a | |
sacerdotes, ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro | |
como cat�lico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y | |
vestiglos del otro mundo; y cuando eso as� fuese, en la memoria | |
tengo lo que le pas� al CId Rui Diaz cuando quebr� la silla del | |
embajador de aquel rey delante de su santidad el Papa, por lo | |
cual le descomulg�, y anduvo aquel d�a el buen Rodrigo de Vivar | |
como muy honrado y valiente caballero. | |
En oyendo �sto el bachiller se fue, como queda dicho, sin | |
replicarle palabra. Quisiera Don Quijote mirar si el cuerpo que | |
ven�a en la litera eran huesos o no; pero no lo consinti� | |
Sancho, diciendole: Se�or, vuestra merced ha acabado esta | |
peligrosa aventura lo m�s a su salvo de todas las que yo he | |
visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podr�a ser que | |
cayese en la cuenta de que los venci� s�lo una persona, y | |
corridos y avergonzados desto volviesen a rehacerse y aa | |
buscarnos, y nos diesen muy bien en que entender. El jumento | |
est� como viene, la monta�a cerca, la hambre carga, no hay que | |
hacer sino retirarnos con gentil comp�s de pi�s, y como dicen, | |
v�yase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza. Y | |
antecogiendo a su asno, rog� a su se�or que le siguiese, el | |
cual, pareci�ndole que Sancho ten�a raz�n, sin volverle a | |
replicar le sigui�. Y a poco trecho que caminaban por entre dos | |
monta�uelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, | |
donde se apearon, y Sancho alivi� el jumento; y tendidos sobre | |
la verde yerba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron, | |
merendaron y cenaron a un mismo punto, satisfaciendo sus | |
est�magos con m�s de una fiambrera que los se�ores cl�rigos del | |
difunto (que pocas veces se dejan mal pasar) en la ac�mila de su | |
repuesto tra�an; mas sucedi�le otra desgracia, que Sancho tuvo | |
por la peor de todas, y fue que no ten�an vino que beber, ni | |
agua que llegar a la boca y acosados de la sed dijo Sancho, | |
viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y | |
menuda yerba, lo que se dir� en el siguiente cap�tulo. | |
Parte primera: Cap�tulo vig�simo | |
De la jam�s vista ni o�da aventura que con m�s poco peligro | |
fue acabada | |
de famoso caballero en el mundo, como la acab� el valeroso | |
D. Quijote de | |
la Mancha | |
No es posible, se�or m�o, sino que estas yerbas dan | |
testimonio de que por aqu� cerca debe de estar alguna fuente o | |
arroyo que humedece, y as� ser� bien que vayamos un poco m�s | |
adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible | |
sed que nos fatiga, que sin duda causa mayor pena que la hambre. | |
Pareci�le bien el consejo a Don Quijote, y tomando de la rienda | |
a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno despu�s de haber | |
puesto sobre �l los relieves que de la cena quedaron, comenzaron | |
a caminar sobre el prado arriba a tiento, porque la oscuridad de | |
la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas no hubieron andado | |
doscientos pasos, cuando lleg� a sus o�dos un gran ruido de | |
agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se | |
despe�aba. Alegr�les el ruido en gran manera, y par�ndose a | |
escuchar hacia que parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo | |
que les agu� el contento del agua, especialmente a Sancho que | |
naturalmente era medroso y de poco �nimo: digo que oyeron que | |
daban unos golpes a comp�s, con un cierto crujir de hierros y | |
cadenas, que acompa�ados del furioso estruendo del agua, | |
pusieron pavor a cualquier otro coraz�n que no fuera el de Don | |
Quijote. | |
Era la noche, como se ha dicho, oscura, y ellos acertaron a | |
estar entre unos �rboles altos, cuyas hojas, movidas del blando | |
viento, hac�an un temeroso y manso ruido; de manera que la | |
soledad, el sitio, la oscuridad, el ruido de la agua con susurro | |
de las hojas, todo causaba horror y espanto, y m�s cuando vieron | |
que ni los golpes cesaban, ni el viento dorm�a, ni la ma�ana | |
llegaba, a�adi�ndose a todo esto el ignorar el lugar donde se | |
hallaban; pero Don Quijote, acompa�ado de su intr�pido coraz�n, | |
salt� sobre Rocinante, y embrazando su rodela, terci� su lanz�n | |
y dijo: Sancho amigo, has de saber que yo nac�, por querer del | |
cielo, en nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de | |
oro o la dorada, como suele llamarse; yo soy aquel para quien | |
est�n guardados los peligros, las grandes haza�as, los valerosos | |
hechos; yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la | |
Tabla Redonda, los doce de Francia y los nueve de la Fama, y el | |
que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, los | |
Olivante y Tirantes, Febos y Belianises, con toda la caterva de | |
los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en | |
este en que me hallo tales grandezas, estra�ezas y fechos de | |
armas, que escurezcan las m�s claras que ellos ficieron. Bien | |
notas, escudero fiel y leal, las tinieblas desta noche, su | |
extra�o silencio, el sordo y confuso estruendo destos �rboles, | |
el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que | |
parece que se despe�a y derrumba desde los altos montes de la | |
luna, y aquel incesante golpear que nos hiere y lastima los | |
o�dos; las cuales cosas todas juntas, y cada una por s�, son | |
bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del | |
mismo Marte, cuanto m�s en aquel que no est� acostumbrado a | |
semejantes acontecimientos y aventuras; pues todo esto que yo te | |
pinto son incentivos y despertadores de mi �nimo, que ya hace | |
que el coraz�n me reviente en el pecho con el deseo que tiene de | |
acometer esta aventura, por m�s dificultosa que se muestra; as� | |
que aprieta un poco las cinchas a Rocinante y qu�date a Dios, y | |
esp�rame aqu� hasta tres d�as no m�s, en los cuales, si no | |
volviere, puedes t� volverte a nuestra aldea, y desde all� por | |
hacerme merced y buena obra, ir�s al Toboso, donde dir�s a la | |
incomparable se�ora m�a Dulcinea, que su cautivo caballero muri� | |
por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. | |
Cuando Sancho oy� las palabras de su amo, comenz� a llorar | |
con la mayor ternura del mundo, y a decirle: Se�or, yo no s� | |
porque quiere vuestra merced acometer esta tan tenebrosa | |
aventura; ahora es de noche, aqu� no nos ve nadie, bien podemos | |
torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en | |
tres d�as; y pues no hay quien nos vea, menos habr� quien nos | |
note de cobardes: cuanto m�s que yo he o�do muchas veces | |
predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced muy bien | |
conoce, que quien busca el peligro perece en �l: as� que no es | |
bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se | |
puede escapar sino por milagro; y basta lo que ha hecho el cielo | |
con vuestra merced en librarle de ser manteado como yo lo fui, y | |
en sacarle vencedor, libre y salvo entre tantos enemigos como | |
acompa�aban al difunto; y cuando todo esto no mueva ni ablande | |
ese duro coraz�n, mu�vale el pensar que apenas se habr� vuestra | |
merced apartado de aqu�, cuando yo de miedo d� mi �nima a quien | |
quisiera llevarla. Yo sal� de mi tierra, y dej� hijos y mujer | |
por venir a servir a vuestra merced, creyendo valer m�s, y no | |
menos; pero como la codicia rompe el saco, a m� me ha rasgado | |
mis esperanzas, pues cuando m�s vivas las ten�a de alcanzar | |
aquella negra y malhadada �nsula que tantas veces vuestra merced | |
me ha prometido, veo que en pago y trueco della me quiere ahora | |
dejar en un lugar tan apartado del trato humano: por un solo | |
Dios, se�or m�o, que non se me faga tal desaguisado; y ya que | |
del todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este | |
fecho, dil�telo a lo menos hasta la ma�ana, que a lo que a m� me | |
muestra la ciencia que aprend� cuando era pastor, no debe de | |
haber desde aqu� al alba tres horas, porque la boca de la bocina | |
est� encima de la cabeza, y hace la medianoche en la l�nea del | |
brazo izquierdo. | |
�C�mo puedes t�, Sancho, dijo Don Quijote, ver donde hace | |
esa l�nea, ni d�nde est� esa boca o ese colodrillo que dices, si | |
hace la noche tan oscura que no parece en todo el cielo estrella | |
alguna? As� es, dijo Sancho; pero tiene el miedo muchos ojos, y | |
ve las cosas debajo de tierra, cuanto m�s encima en el cielo, | |
puesto que por buen discurso, bien se puede entender que hay | |
poco de aqu� al d�a. Falte lo que faltare, respondi� Don | |
Quijote, que no se ha de decir por m� ahora, ni en ning�n | |
tiempo, que l�grimas y ruegos me apartaron de hacer lo que deb�a | |
a estilo de caballero; y as� te ruego, Sancho, que calles, que | |
DIos que me ha puesto en coraz�n de acometer ahora esta tan no | |
vista y tan hermosa aventura, tendr� cuidado de mirar por mi | |
salud, y de consolar tu tristeza; lo que has de hacer es apretar | |
bien las cinchas a Rocinante y quedarte aqu�, que yo dar� la | |
vuelta presto, o vivo o muerto. | |
Viendo, pues, Sancho, la �ltima resoluci�n de su amo, y | |
cu�n poco val�an con �l sus l�grimas, consejos y ruegos, | |
determin� de aprovecharse de su industria, y hacerle esperar | |
hasta el d�a si pudiese; y as�, cuando apretaba las cinchas al | |
caballo, bonitamente y sin ser sentido, at� con el cabestro de | |
su asno ambos pi�s a Rocinante, de manera que cuando Don Quijote | |
se quiso partir no pudo, porque el caballo no se pod�a mover | |
sino a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, | |
dijo: Ea, se�or, que el cielo conmovido de mis l�grimas y | |
plegarias ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos | |
quereis porfiar y espolear y dale, ser� enojar a la fortuna y | |
dar coces, como dicen, contra el aguij�n. Desesper�base con esto | |
DOn Quijote, y por m�s que pon�a las piernas al caballo, no le | |
pod�a mover; y sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por | |
bien de sosegarse, y esperar a que amaneciese, o a que Rocinante | |
se menease, creyendo sin duda que aquello ven�a de otra parte | |
que de la industria de Sancho, y as� le dijo: Pues as� es, | |
Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de | |
esperar a que r�a el alba, aunque yo llore lo que ella tardare | |
en venir. No hay que llorar, respondi� Sancho, que yo | |
entretendr� a vuestra merced contando cuentos desde aqu� al d�a, | |
si ya no es que se quiere apear, y echarse a dormir un poco | |
sobre la verde yerba, a uso de caballeros andantes, para | |
hallarse m�s descansado cuando llegue el d�a a punto de acometer | |
esta tan desemejable aventura que le espera. | |
�A qu� llamas apear, o a qu� dormir? dijo Don Quijote. �Soy | |
yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los | |
peligros? Duerme t� que naciste para dormir, o haz lo que | |
quisieres, que yo har� lo que viere que m�s viene con mi | |
pretensi�n. No se enoje vuestra merced, se�or m�o, respondi� | |
Sancho, que no lo dije por tanto. Y lleg�ndose a �l, puso la una | |
mano en el arz�n delantero y la otra en el otro, de modo que | |
qued� abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse | |
apartar d�l un dedo; tal era el miedo que ten�a a los golpes, | |
que todav�a alternativamente sonaban. D�jole Don Quijote qu | |
contase alg�n cuento para entretenerle, como se lo hab�a | |
prometido, a lo que Sancho dijo que s� hiciera si le dejara el | |
temor de lo que o�a: Pero con todo eso yo me esforzar� a decir | |
una historia, que si la acierto a contar y no me van a la mano, | |
es la mejor de las historias, y est�me vuestra merced atento, | |
que ya comienzo. | |
Erase que se era, el bien que viniera para todos sea, y el | |
mal para quien lo fuere a buscar; y advierta vuestra merced, | |
se�or m�o, que el principio que los antiguos dieron a sus | |
consejas no fue as� como quiera, que fue una sentencia de Caton | |
Zonzorino romano, que dice: "y el mal para quien lo fuere a | |
buscar", que viene aqu� como anillo al dedo, para que vuestra | |
merced se est� quedo, y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, | |
sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza a | |
que sigamos este donde tantos miedos nos sobresaltan. Sigue tu | |
cuento, Sancho, dijo Don Quijote, y del camino que hemos de | |
seguir d�jame a m� el cuidado. | |
Digo, pues, prosigui� Sancho, que en un lugar de | |
Extremadura hab�a un pastor cabrerizo, quiero decir, que | |
guardaba cabras, el cual pastor o cabrerizo, como digo de mi | |
cuento, se llamaba Lope Ruiz, y este Lope Ruiz andaba enamorado | |
de una pastora que se llamaba Torralva, la cual pastora llamda | |
Torralva era hija de un ganadero rico, y este ganadero rico... | |
Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho, dijo Don Quijote, | |
repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabar�s en dos | |
d�as; d�lo seguidamente y cu�ntalo como hombre de entendimiento, | |
y si no, no digas nada. De la misma manera que yo lo cuento, | |
respondi� Sancho, se cuentan en mi tierra todas las consejas, y | |
yo no s� contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida | |
que haga usos nuevos. Di como quisieres, respondi� Don Quijote, | |
que pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, | |
prosigue. | |
As� que, se�or m�o de mi �nima, prosigui� Sancho, que como | |
ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralva la | |
pastora, que era una moza rolliza, zahare�a, y tiraba algo a | |
hombruna, porque ten�a unos pocos bigotes, que parece que ahora | |
la veo. �Luego conoc�stela t�? dijo Don Quijote. No la conoc� | |
yo, respondi� Sancho, pero quien me cont� este cuento me dijo | |
que era tan cierto y verdadero, que pod�a bien cuando lo contase | |
a otro afirmar y jurar que lo hab�a visto todo: as� que yendo | |
d�as y viniendo d�as, el diablo, que no duerme y que todo lo | |
a�asca, hizo de manera que el amor que el pastor ten�a a la | |
pastora se volviese en homecillo y mala voluntad; y la causa | |
fue, seg�n malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que | |
ella le di�, tales que pasaban de la raya y llegaban a lo | |
vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreci� de all� | |
adelante, que por no verla se quiso ausentar de aquella tierra, | |
e irse donde sus ojos no la viesen jam�s. La Torralva que se vio | |
desde�ada del Lope, luego le quiso bien, m�s que nunca le hab�a | |
querido. Esa es natural condici�n de mujeres, dijo Don Quijote, | |
desde�ar a quien las quiere, y amar a quien las aborrece: pasa | |
adelante, Sancho. | |
Sucedi�, dijo Sancho, que le pastor puso por obra su | |
determinaci�n, y antecogiendo sus cabras, se encamin� por los | |
campos de Extremadura para pasarse a los reinos de Portugal: la | |
Torralva, que lo supo, fue tras �l, y segu�ale a pie y descalza | |
desde lejos con un bord�n en la mano y con unas alforjas al | |
cuello, donde llevaba, seg�n es fama, un pedazo de espejo y otro | |
de un peine, y no s� qu� botecillo de mudas para la cara; mas | |
llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en | |
averiguallo, s�lo dir� que dicen que el pastor lleg� con su | |
ganado a pasar el r�o Guadiana, y en aquella saz�n iba crecido y | |
casi fuera de madre, y por la parte que lleg� no hab�a barca ni | |
barco, ni quien le pasase a �l ni a su ganado de la otra parte, | |
de lo que se congoj� mucho, porque ve�a que la Torralva ven�a ya | |
muy cerca, y le hab�a de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y | |
l�grimas, mas tanto anduvo mirando, que vio un pescador que | |
ten�a junto a s� un barco tan peque�o, que solamente pod�an | |
caber en �l una persona y una cabra, y con todo esto le habl� y | |
concert� con �l que le pasase a �l y a trescientas cabras que | |
llevaba. Entr� el pescador en el barco y pas� una cabra, volvi� | |
y pas� otra, torn� a volver y torn� a pasar otra: tenga vuestra | |
merced cuenta con las cabras que el pescador va pasando, porque | |
si se pierde una de la memoria se acabar� el cuento, y no ser� | |
posible contar m�s palabra d�l: sigo, pues, y digo, que el | |
desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y | |
resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver: | |
con todo esto volvi� por otra cabra, y otra y otra. | |
Haz cuenta que las pas� todas, dijo Don Quijote; no andes | |
yendo y viniendo desa manera, que no acabar�s de pasarlas en un | |
a�o. �Cu�ntas han pasado hasta ahora? dijo Sancho. �Yo qu� | |
diablos s�? respondi� Don Quijote. He ah� lo que yo dije que | |
tuviese buena cuenta; pues por Dios que se ha acabado el cuento, | |
que no hay pasar adelante. �C�mo puede ser eso? respondi� Don | |
Quijote. �Tan de esencia de la historia es saber las cabras que | |
han pasado por extenso, que si se yerra una del n�mero no puedes | |
seguir adelante con la historia? No, se�or, en ninguna manera, | |
respondi� Sancho, porque as� como yo pregunt� a vuestra merced | |
que me dijese cu�ntas cabras hab�an pasado, y me respondi� que | |
no sab�a, en aquel mismo instante se me fue a m� de la memoria | |
cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y | |
contento. �De modo, dijo Don Quijote, que ya la historia es | |
acabada? Tan acabada es como mi madre, dijo Sancho. | |
D�gote de verdad, respondi� Don Quijote, que t� has contado | |
una de las m�s nuevas consejas, cuento o historia que nadie pudo | |
pensar en el mundo, y que tal modo de contarla, ni dejarla, | |
jam�s se podr� ver ni habr� visto en toda la vida, aunque no | |
esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, | |
pues quiz� estos golpes, que no cesan, te deben tener turbado el | |
entendimiento. Todo puede ser, respondi� Sancho; mas yo s� que | |
en lo de mi cuento no hay m�s que decir, que all� se acaba do | |
comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras. Acabe | |
norabuena donde quisiere, dijo Don Quijote, y veamos si se puede | |
mover Rocinante. | |
Torn�le a mover las piernas, y �l torn� a dar saltos y a | |
estarse quedo: tanto estaba de bien atado. En esto parece ser, o | |
que el fr�o de la ma�ana que ya ven�a, o que Sancho hubiese | |
cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese una cosa natural | |
(que es lo que m�s se debe creer) a �l le vino en voluntad y | |
deseo de hacer lo que otro no pod�a hacer por �l; mas era tanto | |
el miedo que hab�a entrado en su coraz�n, que no osaba apartarse | |
un negro de u�a de su amo; pues pensar de no hacer lo que ten�a | |
gana, tampoco era posible, y as� lo que hizo por bien de paz fue | |
soltar la mano derecha, que ten�a asida al arz�n trasero, con lo | |
cual bonitamente y sin rumor alguno se solt� la lazada corrediza | |
con que los calzones se sosten�an sin ayuda de otra alguna, y en | |
quit�ndosela dieron luego abajo, y se le quedaron como grillos. | |
Tras esto alz� la camisa lo mejor que pudo, y ech� al aire | |
entrambas posaderas, que no eran muy peque�as. Hecho esto (que | |
�l pens� que era lo m�s que ten�a que hacer para salir de aquel | |
terible aprieto y angustia) le sobrevino otra mayor, que fue que | |
le pareci�, que no pod�a mudarse sin hacer estr�pito y ruido, y | |
comenz� a apretar los dientes y a encoger los hombros, | |
recogiendo en s� el aliento todo cuanto pod�a; pero con todas | |
estas diligencias fu� tan desdichado, que al cabo vino a hacer | |
un poco de ruido, bien diferente de aquel que a �l le pon�a | |
tanto miedo. Oy�lo Don Quijote, y dijo: �Qu� rumor es �se, | |
Sancho? No s�, se�or, respondi� �l. Alguna cosa nueva debe ser, | |
que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco. | |
Torn� otra vez a probar ventura, y sucedi�le tan bien, que | |
sin m�s ruido y alboroto que el pasado, se hall� libre de la | |
carga que tanta pesadumbre le hab�a dado; mas como Don Quijote | |
ten�a el sentido del olfato tan vivo como el de los o�dos, y | |
Sancho estaba tan junto y cosido con �l, que casi por l�nea | |
recta sub�an los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que | |
algunos no se llegasen a sus narices, y apenas hubieron llegado, | |
cuando �l fue al socorro apret�ndolas entre los dos dedos, y con | |
tono algo gangoso, dijo: Par�ceme, Sancho, que tienes mucho | |
miedo. S� tengo, respondi� Sancho: �mas en que lo echa de ver | |
vuestra merced ahora m�s que nunca? En que ahora m�s que nunca | |
hueles, y no a �mbar, respondi� Don Quijote. | |
Bien podr� ser, dijo Sancho; mas yo no tengo la culpa, sino | |
vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no | |
acostumbrados pasos. Ret�rate tres o cuatro all�, amigo, dijo | |
Don Quijote,todo esto sin quitarse los dedos de las narices; y | |
desde aqu� adelante ten m�s en cuenta con tu persona, y con lo | |
que debes a la m�a, que la mucha conversaci�n que tengo contigo | |
ha engendrado este menosprecio. Apostar�, replic� Sancho, que | |
piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa | |
que no deba. Peor es meneallo, amigo Sancho, respondi� Don | |
Quijote. | |
En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo | |
y mozo; mas viendo Sancho que a m�s andar se ven�a la ma�ana, | |
con mucho tiento deslig� a Rocinante y se at� los calzones. | |
Como Rocinante se vi� libre, aunque �l de suyo no era nada | |
brioso, parece que se resinti� y comenz� a dar manotadas, porque | |
corbetas, con perd�n suyo, no las sab�a hacer. Viendo, pues, Don | |
Quijote que ya Rocinante se mov�a, lo tuvo a buena se�al, y | |
crey� que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura. | |
Acab� en esto de descubrirse el alba, y de parecer distintamente | |
las cosas, y vio Don Quijote que estaba entre unos �rboles | |
altos, que eran casta�os, que hacen la sombra muy oscura, sinti� | |
tambi�n que el golpear no cesaba, pero no vio qui�n lo pod�a | |
causar, y as�, sin m�s detenerse, hizo sentir las espuelas a | |
Rocinante, y tornando a despedirse de Sancho, le mand� que all� | |
le aguardase tres d�as a lo m�s largo, como ya otra vez se lo | |
hab�a dicho, y que si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese | |
por cierto que Dios hab�a sido servido de que en aquella | |
peligrosa aventura se le acabasen sus d�as. | |
Torn�le a referir el recado y embajada que hab�a de llevar | |
de su parte a su se�ora Dulcinea, y que en lo que tocaba a la | |
paga de sus servicios no tuviese pena, porque �l hab�a dejado | |
hecho su testamento antes de que saliera de su lugar, donde se | |
hallar�a gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por | |
cantidad del tiempo que hubiese servido; pero que si DIos le | |
sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se pod�a | |
tener por muy m�s que cierta la prometida �nsula. | |
De nuevo torn� a llorar Sancho, oyendo de nuevo las | |
lastimeras razones de su buen se�or, y determin� de no dejarle | |
hasta el �ltimo trance y fin de aquel negocio. Destas l�grimas | |
y determinaci�n tan honrada de Sancho Panza saca el autor desta | |
historia que deb�a de ser bien nacido, y por lo menos cristiano | |
viejo: cuyo sentimiento enterneci� algo a su amo, pero no tanto | |
que mostrase flaqueza alguna, antes, disimulando lo mejor que | |
pudo, comenz� a caminar hacia la parte por donde le pareci� que | |
el ruido del agua y del golpear ven�a. | |
Segu�ale Sancho a pie, llevando, como ten�a de costumbre, | |
del cabestro a su jumento, perpetuo compa�ero de sus pr�speras y | |
adversas fortunas; y habiendo andado una buena pieza por entre | |
aquellos casta�os y �rboles sombr�os, dieron en un pradillo que | |
al pie de unas altas pe�as se hac�a, de las cuales se | |
precipitaba un grand�simo golpe de agua. | |
Al pie de las pe�as estaban unas casas mal hechas, que m�s | |
parec�an ruinas de edificios que casas, de entre las cuales | |
advirtieron que sal�a el ruido y estruendo de aquel golpear, que | |
a�n no cesaba. | |
Alborot�se Rocinante con el estruendo del agua y de los | |
golpes, y soseg�ndole Don Quijote, se fue lleg�ndole poco a poco | |
a las casas; encomend�se de todo coraz�n a su se�ora, | |
suplic�ndole que en aquella temerosa jornada y empresa le | |
favoreciese, y de camino se encomendaba tambi�n a Dios que no le | |
olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba | |
cuanto pod�a el cuello y la vista por entre las piernas de | |
Rocinante, por ver si ver�a ya lo que tan suspenso y medroso le | |
ten�a. | |
Otros cien pasos ser�an los que anduvieron, cuando al | |
doblar de una punta pareci� descubierta y patente la misma | |
causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horr�sono y para ellos | |
espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche les | |
hab�a tenido; y eran (si no lo has, �oh lector! por pesadumbre y | |
enojo) seis mazos de bat�n que con sus alternativos golpes aquel | |
estruendo formaban. | |
Cuando Don Quijote vi� lo que era, enmudeci� y pasm�se de | |
arriba abajo. Mir�le Sancho, y vi� que ten�a la cabeza inclinada | |
sobre el pecho con muestras de estar corrido. Mir� tambi�n Don | |
Quijote a Sancho, y vi�le que ten�a los carrillos hinchados, y | |
la boca llena de risa, con evidentes se�ales de querer reventar | |
con ella, y no pudo su melancol�a tanto con �l, que a la vista | |
de Sancho pudiese dejar de reirse, y como vi� Sancho que su amo | |
hab�a comenzado, solt� la presa de manera que tuvo necesidad de | |
apretarse las hijadas con los pu�os por no reventar riendo. | |
Cuatro veces soseg�, y otras tantas volvi� a su risa con el | |
mismo �mpetu que primero, de lo cual ya se daba al diablo Don | |
Quijote, y m�s cuando le oy� decir como por modo de fisga: Has | |
de saber, �oh Sancho amigo! que yo no nac� por querer del cielo | |
en esta nuestra edad del hierro para resucitar en ella la dorada | |
o de oro; yo soy aquel para quien est�n guardados los peligros, | |
las haza�as grandes, los valerosos fechos. Y por aqu� fue | |
repitiendo todas o las m�s razones que Don Quijote dijo la vez | |
primera que oyeron los temerosos golpes. | |
Viendo, pues, Don Quijote que Sancho hac�a burla d�l, se | |
corri� y enojo en tanta manera, que alz� el lanz�n y le asent� | |
dos palos, tales que si como los recibi� en las espaldas los | |
recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si | |
no fuera a sus herederos. | |
Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con | |
temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha | |
humildad le dijo: Sosi�guese vuestra merced, que por Dios que me | |
burlo. Pues �por qu� os burlais?No me burlo yo, respondi� Don | |
Quijote. Venid ac� se�or alegre: �par�ceos a vos que como si | |
estos fueron mazos de bat�n fueran otra peligrosa aventura, no | |
hab�a yo mostrado el �nimo que conven�a para emprendella y | |
acaballa? �Estoy yo obligado a dicha, siendo como soy caballero, | |
a conocer y distinguir los sones, y saber cuales son los de los | |
batanes o no? Y m�s que podr�a ser, como es verdad, que no los | |
he visto en mi vida, como vos los habr�is visto, como villano | |
ruin que sois, criado y nacido entre ellos; si no, haced vos que | |
estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y ech�dmelos a las | |
barbas uno a uno, o todos juntos, y cuando yo no diere con todos | |
patas arriba, haced de m� la burla que quisi�redes. | |
No haya m�s, se�or m�o, replic� Sancho, que yo confieso que | |
he andado algo risue�o en demas�a; pero d�game vuestra merced, | |
ahora que estamos en paz, as� Dios le saque de todas las | |
aventuras que le sucedieren tan sano y salvo como le ha sacado | |
desta: �no ha sido cosa de re�r, y lo es de contar, el gran | |
miedo que hemos tenido? A lo menos el que yo tuve, que de | |
vuestra merced ya yo s� que no lo conoce, ni sabe que es temor | |
ni espanto. | |
No niego yo, respondi� Don Quijote, que lo que nos ha | |
sucedido no sea cosa digna de risa; pero no es digna de | |
contarse, que no son todas las personas tan discretas que sepan | |
poner en su punto las cosas. | |
A lo menos, respondi� Sancho, supo vuestra merced poner en | |
su punto el lanz�n, apunt�ndome a la cabeza y d�ndome en las | |
espaldas: gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme; | |
pero vaya que todo saldr� en la colada, que yo he o�do decir: | |
ese te quiere bien, que te hace llorar; y m�s, que suelen los | |
principales se�ores tras una mala palabra que dicen a un criado | |
darle luego las calzas, aunque no s� lo que suelen dar tras | |
haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes | |
dan tras palos �nsulas o reinos en tierra firme. | |
Tal podr�a correr el dado, dijo Don Quijote, que todo lo | |
que dices viniese a ser verdad, y perdona lo pasado, pues eres | |
discreto y sabes que los primeros movimientos no son en manos | |
del hombre, y est� advertido de aqu� en adelante en una cosa, | |
para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo, | |
que en cuantos libros de caballer�as he le�do, que son | |
infinitos, jam�s he hallado que ning�n escudero hablase tanto | |
con su se�or como t� con el tuyo, y en verdad que lo tengo a | |
gran falta tuya y m�a: tuya, en que me estimas en poco; m�a, en | |
que no me dejo estimar en m�s: s� que Galadin, escudero de | |
Amad�s de Gaula, conde, fue de la Insula firme, y se le d�l que | |
siempre hablaba a su se�or con la gorra en la mano, inclinada la | |
cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues �qu� diremos de | |
Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado, que para | |
declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, s�lo una | |
vez se nombra su nombre en toda aquella tan grande como | |
maravillosa historia? De todo lo que he dicho has de inferir, | |
Sancho, que es menester hacer diferencia de amo a mozo, de se�or | |
a criado, y de caballero a escudero; as� que desde hoy en | |
adelante nos hemos de tratar con m�s respeto, sin darnos | |
cordelejo, porque de cualquiera manera que yo me enoje con vos | |
ha de ser mal para el c�ntaro. Las mercedes y beneficios que yo | |
os he prometido llegar�n a su tiempo, y si no llegaren, el | |
salario a lo menos no se ha de perder, como ya os he dicho. Esta | |
bien cuanto vuestra merced dice, dijo Sancho; pero yo querr�a | |
saber (por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes, y | |
fuese necesario acudir al de los salarios) cu�nto ganaba un | |
escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se | |
concertaba por meses o por d�as, como peones de alba�il. | |
No creo yo, respondi� Don Quijote, que jam�s los tales | |
escuderos estuvieron a salario, sino a merced; y si yo ahora te | |
le he se�alado a ti en el testamento cerrado que dej� en mi | |
casa, fue por lo que pod�a suceder, que a�n no s� c�mo prueba en | |
estos tan calamitosos tiempos nuestros de la caballer�a, y no | |
querr�a que por pocas cosas penase mi �nima en el otro mundo; | |
porque quiero que sepas, Sancho, que en �l no hay estado m�s | |
peligroso que el de los aventureros. As� es verdad, dijo Sancho, | |
pues s�lo el ruido de los mazos de un bat�n pudo alborotar y | |
desasosegar el coraz�n de un tan valeroso andante aventurero | |
como es vuestra merced; mas bien puede estar seguro que de aqu� | |
adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las | |
cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle como a mi amo | |
y se�or natural. | |
Desa manera, replic� Don Quijote, vivir�s sobre la haz de | |
la tierra, porque despu�s de a los padres, a los amos se ha de | |
respetar como si lo fuesen. | |
Parte primera: Cap�tulo vig�simoprimero | |
Que trata de la alta aventura y rica ganacia del yelmo de | |
Mambrino, con | |
otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero | |
En esto comenz� a llover un poco, y quisiera Sancho que | |
entraran en el molino de los batanes; mas hab�ales cobrado tal | |
aborrecimiento Don Quijote por la pasada burla, que en ninguna | |
manera quiso entrar dentro, y as�, torciendo el camino a la | |
derecha mano, dieron en otro como el que hab�an llevado el d�a | |
antes. | |
De all� a poco descubri� Don Quijote un hombre a caballo, | |
que tra�a en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de | |
oro, y aun �l apenas le hubo visto, cuando se volvi� a Sancho y | |
le dijo: Par�ceme, Sancho, que no hay refr�n que no sea | |
verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma | |
experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel | |
que dice: donde una puerta se cierra otra se abre: d�golo, | |
porque si anoche nos cerr� la ventura la puerta de la que | |
busc�bamos, enga��ndonos con los batanes, ahora nos abre de par | |
en par otra para otra mejor y m�s cierta aventura, que si yo no | |
acertare a entrar por ella, m�a ser� la culpa, sin que la pueda | |
dar a la poca noticia de batanes, ni a la oscuridad de la noche: | |
digo esto, porque si no me enga�o, hacia nosotros viene uno que | |
trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice | |
el juramento que sabes. | |
Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace, | |
dijo Sancho, que no querr�a que fuesen otros batanes que nos | |
acabasen de batanar y aporrear el sentido. V�late el diablo por | |
hombre, replic� Don Quijote. �Qu� va de yelmo a batanes? No s� | |
nada, respondi� Sancho; mas a fe que si yo pudiera hablar tanto | |
como sol�a, que quiz� diera tales razones que vuestra merced | |
viera que se enga�aba en lo que dice. �C�mo me puedo enga�ar en | |
lo que digo, traidor escrupuloso? dijo Don Quijote. Dime, �no | |
ves aquel caballero que hacia nosotros viene sobre un caballo | |
rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? Lo | |
que veo y columbro, respondi� Sancho, no es sino un hombre sobre | |
un asno pardo como el m�o, que trae sobre la cabeza una cosa que | |
relumbra. Pues ese es el yelmo de Mambrino, dijo Don Quijote: | |
ap�rtate a una parte y d�jame con �l a solas, ver�s cu�n sin | |
hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, | |
y queda por m�o el yelmo que tanto he deseado. Yo me tengo en | |
cuidado en cuidado el apartarme, replic� Sancho; mas quiera | |
Dios, torn� a decir, que or�gano sea, y no batanes. Ya os he | |
dicho, hermano, que no me ment�is ni por pienso m�s eso de los | |
batanes, dijo Don Quijote, que voto... y no digo m�s, que os | |
batan�e el alma. Call� Sancho con temor que su amo no cumpliese | |
el voto que le hab�a echado redondo como una bola. | |
Es pues, el caso, que el yelmo, y el caballo y caballero | |
que Don Quijote ve�a, era esto que en aquel contorno hab�a dos | |
lugares, el uno tan peque�o que no ten�a ni botica ni barbero, y | |
el otro, que estaba junto a �l, s�, y as� el barbero del mayor | |
serv�a al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de | |
sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual ven�a el | |
barbero, y tra�a una bac�a de azofar; y quiso la suerte que al | |
tiempo que ven�a comenz� a llover, y por que no se le manchase | |
el sombrero, que deb�a de ser nuevo, se puso la bac�a sobre la | |
cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba. | |
Ven�a sobre un asno pardo, como Sancho dijo, esta fue la ocasi�n | |
que a Don Quijote le pareci� caballo rucio rodado, y caballero, | |
y yelmo de oro; que todas las cosas que ve�a con mucha facilidad | |
las acomodaba a sus desvariadas caballer�as y mal andantes | |
pensamientos: y cuando �l vio que el pobre caballero llegaba | |
cerca, sin ponerse con �l en razones, a todo correr de | |
Rocinante, le enristr� con el lanz�n bajo llevando intenci�n de | |
pasarle de parte a parte; mas cuando a �l llegaba, sin detener | |
la furia de su carrera, le dijo: Defi�ndete, cautiva criatura, o | |
entr�game de tu voluntad lo que con tanta raz�n se me debe. | |
El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vio venir | |
aquella fantasma sobre s�, no tuvo otro remedio para poder | |
guardarse del golpe de la lanza, sino fue el dejarse caer del | |
asno abajo, y no hubo tocado el suelo cuando se levant� m�s | |
ligero que un gamo, y comenz� a correr por aquel llano, que no | |
le alcanzara el viento. Dej�se la bac�a en el suelo, con la cual | |
se content� Don Quijote, y dijo que el pagano hab�a andado | |
discreto, y que hab�a imitado al castor, el cual, vi�ndose | |
acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes | |
aquello por lo que �l por instinto natural sabe que es | |
perseguido. Mand� a Sancho que alzase el yelmo, el cual, | |
tom�ndole en las manos, dijo: Por Dios que la bac�a es buena, y | |
que vale un real de a ocho como un maraved�, y d�ndosela a su | |
amo, se la puso luego en la cabeza, rode�ndola a una parte y a | |
otra, busc�ndole el encaje, y como no se hallaba dijo: Sin duda | |
que el pagano, a cuya medida se forj� primero esta famosa | |
celada, deb�a de tener grand�sima cabeza, y lo peor dello es que | |
le falta la mitad. Cuando Sancho oy� llamar a la bac�a celada | |
no pudo tener la risa; mas v�nosele a las mientes la c�lera de | |
su amo, y call� en la mitad della. �De qu� te r�es, Sancho? dijo | |
Don Quijote. R�ome, respondi� �l, de considerar la gran cabeza | |
que ten�a el pagano, due�o de este almete, que semeja sino una | |
bac�a de barbero pintiparada. �Sabes qu� imagino, Sancho? Que | |
esta famosa pieza deste encantado yelmo, por alg�n extra�o | |
accidente de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar | |
su valor, y sin saber lo que hac�a, vi�ndola de oro pur�simo, | |
deb�a de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de | |
la otra mitad hizo esta, que parece bac�a de barbero, como t� | |
dices; pero sea lo que fuere, que para m� que la conozco no hace | |
al caso su trasmutaci�n, que yo la aderezar� en el primer lugar | |
que haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja ni a�n le | |
llegue la que hizo y forj� el dios de las herrer�as para el dios | |
de las batallas. Y en este entre tanto la traer� como pudiere, | |
que m�s vale elgo que no nada, cuanto m�s que bien ser� bastante | |
para defenderme de alguna pedrada. | |
Eso ser�, dijo Sancho, si no se tira con honda, como se | |
tiraron en la pelea de los dos ej�rcitos, cuando le santiguaron | |
a vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde ven�a | |
aquel bendit�simo brebaje que me hizo vomitar las asaduras. No | |
me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes t�, Sancho, | |
dijo Don Quijote, que yo tengo la receta en la memoria. Tambi�n | |
la tengo yo, respondi� Sancho; pero si yo le hiciere ni le | |
probare m�s en la vida, aqu� sea mi hora; cuanto m�s que no | |
pienso ponerme en ocasi�n de haberle menester, porque pienso | |
guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido, ni de | |
ferir a nadie. De lo de ser otra vez manteado, no digo nada, que | |
semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen, no | |
hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el | |
aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la | |
manta nos llevare. | |
Mal cristiano eres, Sancho, dijo oyendo esto Don Quijote, | |
porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues | |
s�bete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de | |
ni�er�as. �Qu� pie sacaste cojo? �Qu� costilla quebrada? �Qu� | |
cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla?... Que bien | |
apurada la cosa, burla fue y pasatiempo, que a no entenderlo yo | |
as�, ya yo hubiera vuelto all� y hubiera hecho en tu venganza | |
m�s da�o que el que hicieron los griegos por la robada Elena: la | |
cual, si fuera en este tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquel, | |
pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como | |
tiene. Y aqu� dio un suspiro y le puso en las nubes, y dijo | |
Sancho: Pase por burlas, pues la venganza no puede pasar en | |
veras; pero yo s� de que calidad fueron las veras y las burlas, | |
y s� tambi�n que no se me caer�n de la memoria, como nunca se me | |
quitar�n de las espaldas. | |
Pero dejando esto aparte, d�game vuestra merced que haremos | |
de este caballo rucio rodado, que parece asno rodado que dej� | |
aqu� desamparado aquel Martino que vuestra merced derrib�, que | |
seg�n �l puso los pies en polvorosa y cogi� las de Villadiego, | |
no lleva pergenio de volver por �l jam�s, y para mis barbas si | |
no es bueno el rucio. Nunca yo acostumbro, dijo Don Quijote, | |
despojar a los que venzo, ni es uso de caballer�a quitarles los | |
caballos y dejarles a pie; si ya no fuese que el vencedor | |
hubiese perdido en la pendencia el suyo, que en tal caso l�cito | |
es tomar el del vencido, como ganado en gguerra l�cita. As� que, | |
Sancho, deja ese caballo o asno, o lo que t� quisieres que sea, | |
que como su due�o nos vea alongados de aqu� volver� por �l. Dios | |
sabe si quisiera llevarle, replic� Sancho, o por lo menos | |
trocalle con este m�o que no me parece tan bueno. Verdaderamente | |
que son estrechas las leyes de caballer�a, pues no se extienden | |
a dejar trocar un asno por otro y querr�a saber si podr�a trocar | |
los aparejos siquiera. En eso no estoy muy cierto, respondi� Don | |
Quijote, y en caso de duda, hasta estar mejor informado, digo | |
que los trueques, si es que tienes dellos necesidad extrema. Tan | |
extrema es, respondi� Sancho, que si fueran para mi misma | |
persona no los hubiera menester m�s. Y luego, habilitado con | |
aquella licencia, hizo mutatio capparum, y puso su jumento a las | |
mil lindezas, dej�ndole mejorado en tercio y quinto. | |
Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del | |
ac�mila despojaron, bebieron del agua del arroyo de los batanes, | |
sin volver la cara a mirallos; tal era el aborrecimiento que les | |
ten�an por el miedo en que les hab�an puesto, y cortada la | |
c�lera, y a�n la melancol�a, subieron a caballo, y sin tomar | |
determinado camino (por ser de muy caballeros andantes el no | |
tomar ninguno cierto) se pusieron a caminar por donde la | |
voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras s� la de su | |
amo, y a�n la del asno, que siempre le segu�a por donde quiera | |
que guiaba en buen amor y compa��a. Con todo esto volvieron al | |
camino real, y siguieron por �l a la ventura sin otro designio | |
alguno. | |
Yendo, pues, as� caminando, dijo Sancho a su amo: Se�or, | |
�quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con | |
�l? Que despu�s que me puso aquel �spero mandamiento del | |
silencio, se me han podrido m�s de cuatro cosas en el est�mago, | |
y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querr�a | |
que se malograse. Dila, dijo Don Quijote, y s� breve en tus | |
razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo. Digo, pues, | |
se�or, respondi� Sancho, que de algunos d�as a esta parte he | |
considerado cu�n poco se gana y granjea de andar buscando estas | |
aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y | |
encrucijadas de caminos, donde ya que se venzan y acaben las m�s | |
peligrosas, no hay quien las vea y sepa, y as� se han de quedar | |
en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intenci�n de vuestra | |
merced, y de lo que ellas merecen; y as� me parece que ser�a | |
mejor (salvo el mejor parecer de vuestra merced) que nos | |
fu�semos a servir a alg�n emperador, o a otro pr�ncipe grande | |
que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre | |
el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor | |
entendimiento; que visto esto del se�or a quien serviremos, por | |
fuerza nos ha de remunerar a cada cual seg�n sus m�ritos; y all� | |
no faltara quien ponga en escrito las haza�as de vuestra merced | |
para perpetua memoria: de las m�as no digo nada, pues no han de | |
salir de los l�mites escuderiles, aunque s� decir que si se usa | |
en la caballer�a escribir haza�as de escuderos, que no pienso | |
que se han de quedar las m�as entre renglones. No dices mal, | |
Sancho, respondi� Don Quijote; mas antes que se llegue a este | |
t�rmino es menester andar por el mundo, como en aprobaci�n, | |
buscando las aventuras, para que acabando algunas se cobre | |
nombre y fama tal, que cuando se fuere a la corte de alg�n gran | |
monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras, y que | |
apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la | |
ciudad, cuando todos le sigan y rodeen dando voces, diciendo: | |
este es el caballero del Sol, o de la Serpiente, o de otra | |
insignia alguna, debajo de la cual hubiere acabado grandes | |
haza�as: este es, dir�n, el que venci� en singular batalla al | |
gigantazo Brocabruno de la gran fuerza, el que desencant� el | |
gran Mameluco de Persia del largo encantamiento en que hab�a | |
estado casi novecientos a�os: as� que de mano en mano ir�n | |
pregonando sus hechos, y luego, al alboroto de los muchachos y | |
de la dem�s gente, aparecer� a las fenestras de su real palacio | |
el rey de aquel reino; y as� como vea al caballero, conoci�ndole | |
por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente ha de | |
decir: "Ea, sus, salgan mis caballeros, cuantos en mi corte | |
est�n, a recibir a la flor de la caballer�a que all� viene". | |
A cuyo mandamiento saldr�n todos, y �l llegar� hasta la | |
mitad de la escalera, y le abrazar� estrech�simamente, y le dar� | |
paz bes�ndole en el rostro, y luego le llevar� por la mano al | |
aposento de la se�ora reina, adonde el caballero la hallar� con | |
la infanta su hija, que ha de ser una de las m�s hermosas y | |
acabadas doncellas que en gran parte de lo descubierto de la | |
tierra a duras penas se pueden hallar: suceder� tras esto luego | |
en continente que ella ponga los ojos en el caballero, y �l en | |
los della, y cada uno parezca al otro cosa m�s divina que | |
humana; y sin saber c�mo ni c�mo no, han de quedar presos y | |
enlazados en la intrincada red amorosa, y con gran cuita en sus | |
coraqzones por no saber c�mo se han de fablar para descubrir sus | |
ansias y sentimientos. Desde all� le llevar�n sin duda a alg�n | |
cuarto del palacio ricamente aderezado, donde habi�ndole quitado | |
las armas, le traer�n un rico mant�n de escarlata con que se | |
cubra, y si bien pareci� armado, tan bien y mejor ha de parecer | |
en farceto: venida la noche, cenar� con el rey, reina, e | |
infanta, donde nunca quitar� los ojos della, mir�ndola a furto | |
de los circunstantes, y ella har� lo mesmo con la mesma | |
sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy discreta doncella. | |
Levantarse han las tablas, y entrar� a deshora por la | |
puerta de la sala un feo y peque�o enano con una fermosa due�a, | |
que entre dos gigantes detr�s del enano vienen con cierta | |
aventura hecha por un antiqu�simo sabio, que el que la acabare | |
ser� tenido por el mejor caballero del mundo: mandar� luego el | |
rey que todos los que est�n presentes la prueben, y ninguno le | |
dar� fin y cima sino el caballero hu�sped, en mucho pro de su | |
fama, de lo cual quedar� content�sima la infanta, y se tendr� | |
por contenta y pagada adem�s, por haber puesto y colocado sus | |
pensamientos en tan alta parte: y lo bueno es, que este rey o | |
pr�ncipe, o lo que es, tiene una muy re�ida guerra con otro tan | |
poderoso como �l, y el caballero hu�sped le pide (al cabo de | |
algunos d�as que ha estado en su corte) licencia para ir a | |
servirle en aquella guerra dicha. | |
Dar�sela el rey de muy buen talante, y el caballero le | |
besar� cort�smente las manos por la merced que le face: y | |
aquella noche se despedir� de su se�ora la infanta por las rejas | |
de un jard�n en que cae el aposento donde ella duerme, por las | |
cuales otras muchas veces la habr� fablado, siendo medianera y | |
sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se f�a. | |
Suspirar� �l, desmayar�se ella, traer� agua la doncella, | |
acuitar�se mucho, porque viene la ma�ana y no querr�a que fuesen | |
descubiertos por la honra de su se�ora; finalmente la infanta | |
volver� en s� y dar� sus blancas manos por la reja al caballero, | |
el cual se las besar� mil y mil veces, y se las ba�ar� en | |
l�grimas: quedar� concertado entre los dos del modo que se han | |
de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogar�le la | |
princesa que se detenga lo menos que pudiere. Promet�rselo ha �l | |
con mucho juramentos; t�rnale a besar las manos, y desp�dese con | |
tanto sentimiento, que estar� poco para acabar la vida; vase | |
desde all� a su aposento, �chase sobre su lecho, no puede dormir | |
del dolor de la partida; madruga muy de ma�ana, vase a despedir | |
del rey, y de la reina, y de la infanta, dici�ndole (habi�ndose | |
despedido de los dos) que la se�ora infanta est� mal dispuesta, | |
y que no puede recibir visita. Piensa el caballero, que es de | |
pena de su partida, trasp�sasele el coraz�n, y falta poco de no | |
dar indicio manifiesto de su pena: est� la doncella medianera | |
delante, halo de notar todo, v�selo a decir a su se�ora, la cual | |
la recibe con l�grimas, y le dice que una de las mayores penas | |
que tiene es no saber qui�n sea su caballero, y si es de linaje | |
de reyes o no: asegura la doncella que no puede caber tanta | |
cortes�a, gentileza y valent�a como la de su caballero sino en | |
sujeto real y grave. | |
Consu�lase con esto la cuitada, y procura consolarse por no | |
dar mal indicio de s� a sus padres, y al cabo de dos d�as sale | |
en p�blico: ya se es ido el caballero: pelea en la guerra, vence | |
al enemigo del rey, gana muchas ciudades, triunfa de muchas | |
batallas. Vuelve a la corte, ve a su se�ora por donde suele, | |
conci�rtase que la pida a su padre por mujer en pago de sus | |
servicios, no se la quiere dar el rey, porque no sabe qui�n es; | |
pero con todo esto, o robada, o de otra cualquier suerte que | |
sea, la infanta viene a ser su esposa, y su padre lo viene a | |
tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal | |
caballero es hijo de un valeroso rey de no s� qu� reino, porque | |
creo que no debe estar en el mapa. Mu�rese el padre, hareda la | |
infanta, queda rey el caballero en dos palabras. Aqu� entra | |
luego el hacer mercedes a su escudero y a todos aquellos que le | |
ayudaron a subir a tan alto estado. Casa a su escudero con una | |
doncella de la infanta, que ser� sin duda la que fue tercera en | |
sus amores, que es hija de un duque muy principal. | |
Eso pido, y barras derechas, dijo Sancho; a eso me atengo, | |
porque todo al pie de la letra ha de suceder por vuestra merced, | |
llam�ndose "el caballero de la Triste Figura". No lo dudes, | |
Sancho, replic� Don Quijote, del mismo modo y por los mismos | |
pasos que esto he contado suben y han subido los caballeros | |
andantes a ser reyes y emperadores. S�lo falta ahora mirar qu� | |
rey de los cristianos o los paganos tenga guerra, y tenga hija | |
hermosa; pero tiempo habr� para pensar esto, pues como te tengo | |
dicho, primero se ha de cobrar fama por otras partes que se | |
acuda a la corte. | |
Tambi�n me falta otra cosa, que puesto caso que se halle | |
rey con guerra y con hija hermosa, y que yo haya cobrado fama | |
incre�ble por todo el universo, no s� yo como se podr� hallar | |
que yo sea de linaje de reyes, o por lo menos primo segundo de | |
emperador; porque no me querr� el rey dar a su hija por mujer, | |
si no est� primero muy enterado en esto, aunque m�s lo merezcan | |
mis famosos hechos: as� que por esta falta temo perder lo que mi | |
brazo tiene bien merecido: bien es verdad que soy hijodalgo de | |
solar conocido, de posesi�n y propiedad, y de devengar | |
quinientos sueldos: y podr�a ser que el sabio que escribiese mi | |
historia deslindase de tal manera mi parentela y descendencia, | |
que me hallase quinto o sexto nieto de rey: porque te hago | |
saber, Sancho, que hay dos maneras de linaje en el mundo: unos | |
que traen y derivan su descendencia de pr�ncipes y monarcas, a | |
quien poco a poco el tiempo ha desecho, y han acabado en punta | |
como pir�mides, y otros que tuvieron principio de gente baja, y | |
van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes | |
se�ores; de manera que est� la diferencia en que unos fueron que | |
ya no son, y otros son que ya no fueron, y podr�a ser yo destos, | |
que de despu�s de averiguado hubiese sido mi principio grande y | |
famoso, con lo cual se debera de contentar el rey mi suegro que | |
hubiere de ser: y cuando no la infanta me ha de querer de | |
manera, que a pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy | |
hijo de azacan, me ha de admitir por se�or y por esposo: y si | |
no, aqu� entra el roballa y llevarla donde m�s gusto me diere, | |
que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres. | |
Ah� entra tambi�n, dijo Sancho, lo que algunos desalmados | |
dicen: no pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza, aunque | |
mejor cuadra decir: m�s vale salto de mata que ruego de hombres | |
buenos. D�golo, porque si el se�or rey, suegro de vuestra | |
merced, no se quisiere dome�ar a entregarle a mi se�ora la | |
infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y | |
trasponella; pero est� el da�o que en tanto que se hagan las | |
paces y se goce pac�ficamente del reino, el pobre escudero se | |
podr� estar a diente en esto de las mercedes, si ya no es que la | |
doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la | |
infanta, y �l pasa con ella su mala ventura hasta que el cielo | |
ordene otra cosa; porque bien podr�, creo yo, desde luego | |
d�rsela su se�or por leg�tima esposa. Eso no hay quien lo quite, | |
dijo Don Quijote, como yo deseo, y t�, has menester, y ruin sea | |
quien por ruin se tiene. | |
Sea por DIos, dijo Sancho, que yo cristiano viejo soy, y | |
para ser conde esto me basta. Y a�n te sobra, dijo Don Quijote, | |
y cuando no lo fueras, no hac�a nada al caso, porque siendo yo | |
el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la compres ni me | |
sirvas con nada, poruqe en haci�ndote conde, c�tate ah� | |
caballero, y digan lo que dijeren, que a buena fe que te han de | |
llamar se�or�a, mal que les pese. Y montas, que no sabr�a yo | |
autorizar el litado, dijo Sancho. Dictado has de decir que no | |
litado, dijo su amo. Sea as�, respondi� Sancho Panza. Digo que | |
le sabr�a bien acomodar, porque por vida m�a, que un tiempo fui | |
mu�idor de una cofrad�a, y que asentaba tan bien la ropa de | |
mu�idor, que dec�an todos que ten�a presencia para ser prioste | |
de la mesma cofrad�a. Pues �qu� ser� cuando me ponga un rop�n | |
ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas a uso de conde | |
extranjero? Para m� tengo que me han de venir a ver de cien | |
leguas. Bien parecer�s, dijo Don Quijote; pero ser� menester que | |
te rapes las barbas a menudo, que seg�n las tienes de espesas, | |
aborrascadas y mal puestas, si no te las rapas a navaja cada | |
dos�apor lo menos, a tiro de escopeta se echar� de ver lo que | |
eres. | |
�Qu� hay m�s, dijo Sancho, sino tomar un barbero, y tenerle | |
asalariado en casa? Y a�n si fuera menester, le har� que ande | |
tras m� como caballerizo de grande. Pues �c�mo sabes t�, | |
pregunt� Don Quijote, que los grandes llevan detr�s de s� a sus | |
caballerizos? Yo se lo dir�, respondi� Sancho. Los a�os pasados | |
estuve un mes en la corte, y all� vi que pase�ndose un se�or muy | |
peque�o, que dec�an que era muy grande, un hombre le segu�a a | |
caballo a todas las vueltas que daba, que no parec�a sino que | |
era su rabo. Pregunt� que c�mo aquel hombre no se juntaba con el | |
otro hombre, sino que siempre andaba tras d�l. Respondi�ronme | |
que era su caballerizo, y era uso de grandes llevar tras s� a | |
los tales. desde entonces lo s� tan bien, que nunca se me ha | |
olvidado. Digo que tienes raz�n, dijo Don Quijote, y que as� | |
puedes t� llevar a t� barbero; que los usos no vinieron todos | |
juntos ni se inventaron a una, y puedes t� ser el primer conde | |
que lleve tras s� a su barbero; y a�n es de m�s confianza el | |
hacer la barba que ensillar un caballo. Qu�dese eso del barbero | |
a mi cargo, dijo SAncho, y al de vuestra merced se quede el | |
procurar venir a ser rey y el hacerme conde. As� ser�, respondi� | |
Don Quijote. | |
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